Ganó la FIFA: una reivindicación para Sudamérica y otro Mundial que llegó para quedarse
Pese a la reticencia de un sector de Europa, el nuevo invento es un acierto para los clubes del resto del mundo, un lugar de reivindicación cuatrianual para medirse, aunque sea en inferioridad de condiciones, contra el continente que se lleva a sus figuras.
A 10 años del FIFA Gate, la redada del FBI que terminó con la dirigencia encabezada por Joseph Blatter, la FIFA de Gianni Infantino y la Conmebol de Alejandro Domínguez aceptaron al dueño de los hilos globales y le concedieron a Estados Unidos la Copa América 2024, el Mundial de Clubes 2025 y el Mundial de selecciones 2026. Si Washington un día propusiera que la pelota de fútbol pasara a ser cuadrada, tal vez la FIFA lo pensaría. Menos exagerado es que las presencias de River, Boca y otros 30 equipos del mundo en Estados Unidos no habrían sido posibles sin aquel puntapié inicial del FBI en Suiza.
Ya sin países mirados de costado por el orden occidental como Rusia y Qatar, la FIFA tiene también un nuevo socio preferido: Arabia Saudita. Los acuerdos no son lineales pero tienen un espíritu: los sauditas organizarán el Mundial de selecciones 2034 y, dentro de un mismo combo, financian gran parte del actual Mundial de Clubes en Estados Unidos. Los 1.000 millones de dólares en premios y la transmisión gratis por streaming para muchos países se explican en ese nuevo matrimonio FIFA y Arabia.
El derrotado del nuevo Mundial de Clubes en la geopolítica del fútbol es Europa. La FIFA ya tenía el control del fútbol de selecciones pero su producto de clubes, la Copa Intercontinental, estaba muy deteriorado, a años luz de la atención global y anual que despierta la Champions League, propiedad de la UEFA.
Obviamente es una generalización -el Real Madrid, distanciado con la UEFA, sí estaba a favor de este torneo-, pero a Europa le suele costar que el fútbol salga de Europa. Por diferentes motivos, y algunos de ellos muy atendibles, las quejas contra la FIFA se multiplican cada vez que un gran torneo, antes de selecciones y ahora de clubes, se organiza en Sudáfrica, Brasil, Rusia, Qatar, Arabia Saudita y Estados Unidos. Ese ideal de cómo funciona el mundo suele quedar al margen cuando el fútbol europeo, la meca de los clubes, compra a los mejores jugadores de Sudamérica, África y Asia.
Aunque recién terminó la primera fecha de la fase de grupos, ya queda claro que el Mundial de Clubes es un acierto de la FIFA, un invento que llegó para repetirse cada cuatro años. En el mundo de los despachos, Infantino se quedó con el rédito político en su pulseada contra la UEFA. Los clubes, a su vez, festejan en lo económico: los sudamericanos, por ejemplo, recibirán un piso de 15 millones de dólares. Pero además, o sobre todo, hay un triunfo deportivo, en especial por fuera de Europa.

Ni siquiera se trata de resultados: es obvio que el campeón del primer Mundial de Clubes -y acaso, de todos- será un representante de la Champions, pero mientras tanto los clubes del tercer mundo futbolístico -la Libertadores, la Concachampions y las Copas de África y Asia- tendrán su reivindicación cuatrianual, un lugar en el que podrán competir y participar contra los europeos que se llevan sus figuras.
Y si los resultados ayudan a sentir que esa diferencia no es tan grande, como en los empates en Boca-Benfica, Palmeiras-Porto y Fluminense-Borussia Dortmund (incluso Monterrey-Inter sumando a Latinoamérica), mucho mejor. El fútbol también se festeja en la variedad y la geografía.
Luis Enrique, Xabi Alonso y Nico Kovac, entrenadores del PSG, Real Madrid y Borussia Dortmund, coincidieron en estas horas en un diagnóstico similar: que en una parte de Europa suele creer que el fútbol de clubes sólo se juega en ese continente, cuando en verdad también hay muy buenos equipos en Sudamérica y demás geografías.
El Mundial de Clubes es la recuperación de un lugar en el mundo para los clubes formadores de los cracks que se consagrarán campeones con los equipos europeos.