Final NBA | Thunder-Pacers (4-3) / Bienvenidos a la edad del trueno
Una lesión terrible de Tyrese Haliburton en el primer cuarto marca la resolución de unas Finales que encumbran, con justicia, a los Thunder y a Shai Gilgeous-Alexander.
Juanma Rubio, AsEl deporte es maravilloso, entre otras cosas porque nunca tiene el drama demasiado lejos. Hay una sombra que siempre anda ahí, al acecho, a un par de palmos como mucho. Dispuesta a devorarlo todo. Seguramente por eso es imposible apartar la mirada. Sus tiempos son una sucesión de imágenes fijas, viñetas que forman la imagen completa solo, la mayoría de las veces, cuando te alejas y coges un poquito de perspectiva. Instantes: heroicos y hermosos, tan especiales que les encontramos moraleja, significado aunque no lo tengan y sean solo, finalmente, una sucesión caótica de movimientos y sonidos. Impulsos, energía. Algo inexplicable que después nos empeñamos en analizar, desmenuzar y encajar en la presunción lógica de que hay, tiene que haber, algo más allá del crudo y simple hecho de que uno gana y otro pierde.
Esos instantes, porque esa sombra que acecha siempre está a la vuelta de la siguiente esquina, también son terribles, odiosos, devastadores. Puñetazos en el estómago, bajadas drásticas de temperatura y, los peores, una erupción de pena en carne viva. En el séptimo partido de las Finales 2025 de la NBA (cerrado en 103-91), el primer día D desde el histórico Warriors-Cavaliers de 2016, el del tapón de LeBron James y el triple de Kyrie Irving, el giro de guion definitivo fue una crueldad infame: los Pacers, el equipo de las mil vidas, arrancaron a toda velocidad, con una sonrisa de oreja a oreja y hurgando desde el salto inicial en todas las terminaciones nerviosas de unos Thunder mucho más mecánicos, muy presionados, abrazados a la inspiración de un Shai Gilgeous-Alexander perseguido, como toda la serie, por los tentáculos del excepcional Andrew Nembhard.
El baile de Tyrese Haliburton, una estrella que tiene un concepto del orden distinto al del resto de los humanos, desembocó en tres triples rápidos del base con esa ligereza tan suya, la de sus noches iluminadas: 6-11, 10-14… y 16-16 cuando, después de solo siete minutos de lo que parecían los cimientos de una batalla tremenda, Haliburton cayó fulminado. En una transición rápida, su pierna derecha falló, el latigazo se percibió con una certeza calamitosa y su temporada, un empedrado de milagros, acabó en el suelo, golpeando entre lágrimas la pista del Paycom Center. Una imagen horrible, una viñeta sin moralejas que apunta a lesión grave en el tendón de Aquiles para un jugador que llevaba media eliminatoria jugando con una lesión importante en el gemelo, y cuyo concurso en el sexto partido ya sonó a hazaña de máximo riesgo. El premio era esto, el séptimo y el asalto a la gloria. Pero el castigo, la misma moneda por la otra cara, era acabar así. Una imagen que ya es historia, de la otra, de las Finales de la NBA. El deporte amargo; otro recuerdo, el peor de todos, de que la tragedia nunca está demasiado lejos.
Después de ese estacazo en el corazón, al partido le costó enderezarse. A los Thunder tardaron en encontrar la pedalada, fríos por la desgracia del rival y, entonces sí que sí, obligados a ganar a unos Pacers que empezaran a marchar en su paso zombi, el que les ha sacado de tantos apuros en estos playoffs. Agarrados al mantra de que lo que ya ha muerto no puede morir, airearon los problemas de los Thunder con el tiro exterior, apretaron en la pelea por el rebote y encontraron su arsenal colectivo de recursos ofensivos. La emergencia funcional: 47-48 al descanso, 56-56 cerca del ecuador del tercer cuarto, el último aliento de un equipo maravilloso, cuya tozudez alargó el séptimo partido más de lo que prometía la fatídica desgracia de Haliburton.
Pero ahí, cuando los Pacers se aferraban al cogote del partido para comprobar cuánto valía el factor miedo esta noche, llegó la tormenta en OKC: los triples, una amenaza de colapso fatal hasta entonces, cayeron en cascada. La defensa recuperó su marcha extra, la que la ha convertido en histórica, y forzó una avalancha de pérdidas. Shai se puso al volante, con su discreción exquisita (29 puntos y 12 asistencias para un cantado MVP). Y ese 56-56 se convirtió en un 81-68 al final de un tercer cuarto saldado con un 0-8 en pérdidas y un 18-0 en puntos generados por ellas. Con un 5/13 en triples para unos Thunder que habían escapado del primer tiempo con un angustioso 4/18. Con la última racha ilógica de puntos de TJ McConnell se fueron los Pacers, derrotados en el inicio del ultimo cuarto (89-68). Los Thunder marcharon firmes, ya cuesta abajo y felices, rumbo a un título merecidísimo que abrocha una temporada extraordinaria.
Un campeón con aroma a dinastía
Cuando hace solo dos años los Thunder empezaron a regresar, Sam Presti -el mandamás de los despachos- tiró de las orejas de un entorno que abrazaba la euforia después de dos años (2020-22) en las cloacas, solo 22 y 24 victorias para una franquicia que no había bajado del 50% entre 2009 y 2020: “Más vale que nos acabemos el desayuno antes de ponernos a hablar de otras cosas”.
El equipo de Oklahoma City había terminado la temporada con un balance de 40-42, por debajo de esa barrera funcional del 50%, y había pisado pero no superado el play in. En el plan de Presti, claro, esto era solo una escala, necesaria pero que no merecía pompa ni celebraciones. Quería conseguir algo mucho más grande. Y, sobre todo, quería conseguirlo a su manera. Ahora, un poco más de dos años después, ya lo tiene. Él y los Thunder, sus Thunder, son campeones de la NBA por primera vez, un título con aroma a dinastía que ha conseguido lo que no pudieron, otra cuenta saldada, Kevin Durant, Russell Westbrook y James Harden. El primero en OKC, el primero de verdad, entero y sin asterisco de una franquicia que tiene prestado el de 1979 que en algún momento volverá, cuando estén de regreso los Supersonics, a Seattle. Este de 2025 es nativo, solo de ellos: Oklahoma City Thunder es el nuevo campeón de la NBA.
Presti siempre ha estado ahí, así que la manera de los Thunder es, en definitiva, la suya. La de un súper directivo que hace casi un cuarto de siglo, en 2001 y con 25 años, era un becario que perseguía por las instalaciones de los Spurs a RC Buford y Gregg Popovich para convencerlos de que draftearan a un base francés llamado Tony Parker y del que en San Antonio sabían muy poca cosa. En 2007 Presti se hizo cargo de los Supersonics y allí, de Seattle a OKC, ha hecho y deshecho hasta llegar a esto, a la cima de su visión: desmontó el proyecto de Ray Allen y Rashard Lewis, construyó el de Kevin Durant y Russell Westbrook, se adaptó a la convulsión de la mudanza y el rebranding, asumió el riesgo de traspasar a James Harden, ejerció de doctor en las trincheras cuando Durant decidió marcharse y acabó transformando el último asalto de una idea que ya estaba muerta, la que lideraron Westbrook y Paul George, en este equipo campeón. Seis años después de esa refundación definitiva, Presti lo ha conseguido.
Su campeón es un equipo a contraestilo, con perfil de reconstrucción. Un caso único y, por eso, el nuevo espejo en el que se va a mirar con temor toda la NBA. Porque lo normal es que los Thunder, glups, sean mejores el próximo año, y todavía mejores el siguiente, y el siguiente… Son el nuevo patrón oro, la referencia desde hoy para los que quieran sentirse aspirantes con galones: si ese traje les queda grande, no tienen nada que hacer. Empezaron la temporada como el equipo más joven de la NBA y la acaban como el cuarto (24,8 años de media). Tienen veinte rondas de draft (ocho primeras) entre el próximo, en unos días, y el de 2029. Y han jugado con la sexta plantilla más barata de la NBA (165,5 millones de dólares), el séptimo campeón que gana sin pagar (se introdujo en 2002) impuesto de lujo. La manera de Presti.
De los diez que más minutos han jugado esta temporada, solo Alex Caruso (30) tiene más de 26 años, la edad de un Shai que ha redefinido la perfección (MVP de la temporada, MVP de la final del Oeste, MVP de las Finales, Máximo Anotador, Integrante del Mejor Quinteto) camino de un prime que, por lógica, apenas está raspando: es más joven que Michael Jordan, LeBron James o Stephen Curry cuando ganaron sus primeros anillos. Y aún así tiene tres años más que Jalen Williams (23), cuatro más que Chet Holmgren (22), cinco más que Cason Wallace (21)… Su llegada, regalado por unos angustiados Clippers que necesitaban a Paul George para no quedarse sin Kawhi Leonard, fue el inicio (10 de julio de 2019) del camino que ha desembocado aquí, en esta noche y en este título. Y veremos en cuántos más. El movimiento que acabó con años de perseguir fantasmas con el corazón roto por el adiós de Durant y creó el molde perfecto, la fundación de un campeón sostenible; perfectamente pensado para navegar las turbulentas aguas del nuevo convenio, los remolinos de los aprons que ya han empezado a devorar a otros aspirantes.
Los Thunder han rematado con un título incontestable, maravilloso, una de las mejores temporadas de la historia. Han ganado 84 partidos, algo que solo mejoran los Warriors de Curry (88 en la temporada 2015-16) y los Bulls de Michael Jordan (87 en la 1995-96). En regular season acabaron con 68, el cuarto mejor dato de siempre. Con una defensa colosal, ya entre las mejores de la historia, la mejor diferencia de puntos (+12,87 de media, un récord que había sobrevivido 53 años), el segundo mejor net rating (por detrás de los Bulls del 96), más victorias por diez o más puntos (54) que nadie, el mejor balance contra la otra Conferencia (29-1 al Este, solo una derrota en Cleveland) y la mayor diferencia (16 victorias) con respecto al segundo de la propia.
Con la mejor defensa y el tercer mejor ataque y con un vestuario joven, unido y en un obvio descorche que invita a acordarse del aterrizaje de la última gran dinastía, los Warriors que rompieron el cascarón en 2015 con Stephen Curry como MVP y la obligación de demonstrar su madurez en playoffs, cuando la presión era real y las eliminatorias ya no eran una simple presentación en sociedad: aquellos Warriors superaron un 1-2 en contra con el cuarto partido a domicilio en semifinales del Oeste y en las Finales. Estos Thunder han calcado ese camino con exactamente las mismas trampas contra Nuggets y Pacers.
Este anillo es la baliza que marca un nuevo punto de partida en una franquicia que acaba de confirmar su continuidad en OKC hasta, como mínimo, 2053 y con nuevo (y rutilante) proyecto de pabellón que estrenará en 2028. Es una edad de oro pensada para durar. Con Presti, un ejecutivo que obra milagros, un entrenador -Mark Daigneault- criado en la casa y un roster que reúne el armamento que requiere la NBA actual y en el que dos de sus tres mejores jugadores (Jalen Williams, Chet Holmgren) todavía están descubriendo su potencial, familiarizándose con superpoderes que ni sabían que tenían hace apenas unos meses. Atrás queda Seattle, una separación emocional que espera al regreso de los Sonics para hacerse plena. Atrás quedan las malditas Finales de 2012, el equipo que tenía que volver pero no volvió. Y atrás quedan la decisión de Durant y el extraño final de trayecto de Westbrook. Estos son los Thunder de Shai. Los de Williams y Holmgren. Los de, cómo no, Caruso, Dort, Hartenstein, Wallace y todos los demás. Este es el mejor equipo de la NBA y acaba de completar una de las mejores temporadas de siempre. El campeón de hoy y, si nadie lo remedia, también el de mañana. Bienvenidos a la edad del trueno, el kilómetro cero de un equipo que puede ser leyenda.