El desenlace del Mundial de Clubes dejó a Boca más herido que ilusionado y con una decepción que genera incertidumbre

El empate con Auckland City reavivó todos los fantasma en el equipo de Miguel Ángel Russo

LA NACION, Leandro Contento

La efervescencia que envolvió a Boca durante los primeros días del Mundial de Clubes se evaporó de golpe. De la euforia por los partidos ante Benfica y Bayern Munich, con banderazos, abrazos, fotos y gente que cruzó estados enteros sólo para ver al equipo, se pasó al silencio, a la tensión de la escena final y a la desazón absoluta tras el empate 1-1 con Auckland City. Ya no hay bocinazos, ni bombos, ni cantitos. Ya no hay clima de fiesta. Cuando el plantel regresó a Miami y llegó al hotel de Fort Lauderdale, donde deberá quedarse hasta el jueves, no había nadie esperando. Ni un hincha en la puerta, ni pedidos de fotos, ni camisetas para firmar. La decepción fue tan grande que se rompió lo más sagrado de este viaje: la identificación del hincha con el equipo.


Ahora Boca está varado en Fort Lauderdale, a la espera de resolver cuanto antes los trámites de regreso. Todo estaba planificado, como mínimo, para quedarse hasta el cruce de octavos de final. Pero ese partido no se jugará. Porque Boca no pasó. Porque se quedó afuera antes de lo imaginado. Y el golpe no fue sólo deportivo: dejó al equipo estancado en un limbo tedioso, como un pasajero al que le acaban de postergar el vuelo y se queda mirando la pantalla del aeropuerto, rogando tener alguna novedad. Encerrados en un hotel donde ahora reina el silencio, los jugadores matan el tiempo. En este contexto, el único consuelo posible -mínimo, fugaz, casi una aspirina- es que River tampoco avance.

IAMI (Enviado especial).- La efervescencia que envolvió a Boca durante los primeros días del Mundial de Clubes se evaporó de golpe. De la euforia por los partidos ante Benfica y Bayern Munich, con banderazos, abrazos, fotos y gente que cruzó estados enteros sólo para ver al equipo, se pasó al silencio, a la tensión de la escena final y a la desazón absoluta tras el empate 1-1 con Auckland City. Ya no hay bocinazos, ni bombos, ni cantitos. Ya no hay clima de fiesta. Cuando el plantel regresó a Miami y llegó al hotel de Fort Lauderdale, donde deberá quedarse hasta el jueves, no había nadie esperando. Ni un hincha en la puerta, ni pedidos de fotos, ni camisetas para firmar. La decepción fue tan grande que se rompió lo más sagrado de este viaje: la identificación del hincha con el equipo.

Ahora Boca está varado en Fort Lauderdale, a la espera de resolver cuanto antes los trámites de regreso. Todo estaba planificado, como mínimo, para quedarse hasta el cruce de octavos de final. Pero ese partido no se jugará. Porque Boca no pasó. Porque se quedó afuera antes de lo imaginado. Y el golpe no fue sólo deportivo: dejó al equipo estancado en un limbo tedioso, como un pasajero al que le acaban de postergar el vuelo y se queda mirando la pantalla del aeropuerto, rogando tener alguna novedad. Encerrados en un hotel donde ahora reina el silencio, los jugadores matan el tiempo. En este contexto, el único consuelo posible -mínimo, fugaz, casi una aspirina- es que River tampoco avance.

Después de un arranque esperanzador, Boca se fue del Mundial de Clubes dejando una imagen humillante. Igualó contra un equipo amateur de Nueva Zelanda, sin cumplir su parte, que era golear, más allá de que el triunfo de Benfica ante Bayern Munich lo dejaba sin chances de todos modos. En los micrófonos, su capitán, Edinson Cavani, aseguró que la actuación de Boca no había sido “decepcionante”, pero la realidad fue otra: el equipo tiró por la borda todo lo bueno de los primeros encuentros. Y dentro del plantel se instaló una mezcla de bronca, frustración e impotencia. Un clima que atravesó a todos: jugadores, cuerpo técnico, dirigentes y también a Juan Román Riquelme, que había depositado grandes expectativas en el torneo y volvió a recibir un golpe difícil de digerir, uno más en una etapa marcada por altibajos y frustraciones.

Boca no se quedó demasiado tiempo en la escena del papelón: apenas terminado el partido ante Auckland, regresó a Fort Lauderdale. Volvió al hotel Hyatt Centric Las Olas, su búnker desde que llegó a Estados Unidos. Ya eliminado, Russo decidió no volver a entrenar en el campus de la Universidad de Barry y limitar la actividad a algunos movimientos livianos en el gimnasio. Con el golpe todavía fresco y muchas caras largas en los pasillos, el plan es dejar que las horas pasen, sin que eso implique quedarse de brazos cruzados: hay decisiones que tomar y un futuro por proyectar.

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