Wilstermann se extravió en su propio laberinto
José Vladimir Nogales, JNN Digital
Rodrigo Amaral dejó sentir su ausencia en el Capriles, donde Wilstermann no consiguió sobreponerse a la vulgaridad que le ha paralizado desde la salida de Villegas. Sin el enganche uruguayo -que rescindió contrato junto a Echeverría y Giménez-, estimulante por excelencia en estos días de tribulación, el equipo se dejó diluir por el fragor de un partido que no conducía a ninguna parte. Acabó aplanado, sin gol, sin victoria, pese a someter, a puro toque, al GV San José de Julio Baldivieso. Sufriendo, otra jornada más, hasta completar un panorama que hace de esta temporada un caso dramático en la historia reciente. Wilstermann presentó la rendición en la Liga a mitad de año y ese es un drama de consecuencias impredecibles para un club que solo sabe funcionar en la grandeza, pero que últimamente aprendió a convivir con los jinetes del Apocalipsis. La hemorragia de puntos, tras de la decapitación del comando técnico, drenó las escuálidas aspiraciones de alcanzar un cupo internacional para aliviar las averiadas finanzas.
Nada ocurrió, nada. El encuentro no existió, no hubo Wilstermann ni GV San José. Fue una contienda invisible, imaginaria y, por extensión, insoportable. Los espectadores que acudieron al Capriles, los pobres, tuvieron que animarse la tarde-noche con sus cosas: un bocado, una gaseosa fría, la música con aire carnavalero, un par de tímidas broncas a su equipo y finalmente el sonoro abucheo contra el juez, el eterno protagonista de las veladas futboleras por sus decisiones. Pero de lo anunciado, el partido de fútbol, la cita de envergadura, no tuvo noticias nadie. GV San José buscó de inicio y se apagó. A la segunda mitad salió con la bandera blanca izada y Wilstermann le aceptó sin más la rendición. Saldrá alguien luego, uno de esos tipos que le ponen buena cara a todo, y hablará con entusiasmo del duelo que Guillermo perdió ante el golero, del potente disparo de Machado que el golero contuvo con esfuerzo, la jugada que trenzaron Téllez y Cáceres y del posterior disparo que, desde la media luna, Mamani mandó al ático del estadio. O mencionará ese gol que llegó al filo del partido, justo cuando el personal ya estaba en posición de salida para precipitarse hacia el bar y que el VAR, ese que debía ayudar a los jueces a detectar elefantes y se la pasa buscando hormigas, anuló por grosera mano de Chiatti. O se referirá al saludable protagonismo de un Guillermo prometedor en la última hora. Cosas de optimistas exagerados, ya saben.
INICIO
La excesiva timidez de Wilstermann en el inicio del partido se debió, esencialmente, al galimatías táctico diseñado por Taboada. Wilstermann fue un equipo descosido ante el porte marcial de su adversario, que se apropió del balón y colonizó la parcela enemiga. El cuadro rojo estuvo largo rato a disgusto en la cancha. Partido por la mitad, anduvo a gatas atrás y estuvo parado delante. Fue un vagabundo. No tuvo un hilo conductor de juego y se debatió en mil discusiones futbolísticas que no le llevaron a ninguna parte. Jugó con el retrovisor puesto. Los errores en la salida del balón fueron tan reiterados (Mamani y Machado perdieron muchos) que el equipo estuvo siempre de cara a su portero. Diseñado para defender y contragolpear, las compulsivas mutaciones del esquema relevaron congénitos errores de planteamiento, delatados por la continua remoción posicional de Luis Rodríguez, que comenzó como stopper derecho, pasó a jugar como stopper izquierdo, luego como lateral izquierdo, extremo e interior. No rindió en ninguna demarcación porque nunca tuvo claro qué debía hacer como pieza móvil de una estructura mutante (desde el 5-3-2 transitó por una polícroma gama de paradigmas: defensa de cinco, de tres, de cuatro; y nomenclaturas: adoptó moldes amorfos del 4-4-2, 3-3-1-3 y el 4-3-1-2). El mismo grado de confusión infectó a varios jugadores, incapaces de identificar su rol en una partitura metamórfica. Francisco Rodríguez tampoco tenía claro qué hacer ni por dónde ir. ¿Era lateral, stopper, extremo? Cáceres comenzó como extremo, luego se movió como interior y acabó deambulando junto a Peña en la cresta del ataque. La dualidad de roles condujo a superposiciones, a enredos y a una sistemática descoordinación del colectivo, toda vez que, compulsivamente, algunas funciones eran suprimidas y otras agregadas. La agitación posicional se debía más al caos táctico (parado asimétrico de la zaga, como si le hubiesen amputado un lateral) que a una coordinada permuta de lugares.
Ante tamaño desorden (nadie sabía dónde ubicarse ni qué tarea cumplir), GV San José encontró enormes facilidades para manejar el balón e instalarse en campo rival, pero careció de precisión en sus evoluciones y profundidad para quebrar el blindaje rojo. El cuadro orureño jugó con extrema precaución y gran respeto hacia Wilstermann. Cuando recuperaba el balón todos sus jugadores salían con velocidad, pero sin la precisión necesaria. Wilstermann, en cambio, a falta de juego interior, apostó por la vía directa, pero sin efectuar las transiciones con rapidez para superar y sorprender a la defensa visitante. Buscó en exceso el pique de Cáceres, que ganó y perdió en su carril, pero sin contar con opciones de descarga para validar la unívoca fórmula de ataque.
Muy rápido se retrajo la visita. Su brío inicial le procuró un remate cruzado de Ali, que se fue por un pulgar. La aventura tuvo un desenlace decepcionante. Pasada la media hora, GV San José se volvió un equipo contrito (Baldivieso quitó a Ali y dio entrada a Roler Ferrufino tras solo media hora). Es lo suyo. Paso atrás, bloqueo al adversario en campo propio y nada de acogotar. El balón, a favor del local. El cuadro de Baldivieso se abrigó, sin más, no mordió por la pelota hasta que la situación fuera extrema.
En el segundo tiempo entró Cardozo (por Luis Rodríguez), Wilstermann se equilibró y eso fue suficiente para someter a GV San José, que se acurrucó en su campo para defender el punto que le asegurara un lugar en un torneo de Conmebol. Algo en el primer tiempo. Nada en el segundo. Frente a un equipo absolutamente rendido, Wilstermann profundizó en sus carencias. Al equipo se le ve el cartón en aspectos fundamentales del juego. Está poco trabajado en lo táctico, se mueve por impulsos, tiene a algunos jugadores fuera de sitio y a otros sin nivel para jugar en primera (Peña fue un fiasco y Luis Rodríguez está lejos de lo que prometió en su aparición). La acción contaminante de todos estos defectos es cada vez más visible. Si Wilstermann tenía más cualidades que defectos en el curso de la campaña, a estas alturas -con la deserción de muchas figuras y la baja de otras por sanción- se observan deficiencias por todos los costados. Le faltó pegada, pero también mayor profundidad en la elaboración.
CAIDA
Los problemas de GV San José comenzaron con su ineficiente gestión de la posesión y se agravaron, luego, con la pérdida del balón. Al hundirse en demasía en su campo, estiraron el bloque y le dejaron campo libre a los volantes rojos para recibir, girar y progresar sin obstáculos. Los volantes visitantes, aparcando cerca de sus defensas, no podían saltar a la presión sin el respaldo de la última línea, por lo que quedaban lejos de todo a mitad de la nada. Con espacios y un hombre más (Landa fue expulsado a los 71 minutos), los locales encontraron diversas rutas de pase para activarse y eliminar líneas enemigas (cuando salían a presionar, los volantes orureños quedaban a mitad de la nada). Sin embargo, su ataque perdía perspectiva en el perímetro. Escaseaba justeza en el pase definitivo, movimientos de ruptura o coordinación en las ejecuciones.
El partido entró en una fase de intenso asedio rojo que se concretó en la anotación de Mamani, anulada por el VAR. La decepción por la decisión arbitral apaciguó la batalla. Apenas quedaba tiempo. Al final, el encuentro fue un catálogo infinito de errores. Un fútbol desaliñado sin nadie con derecho a presumir que no fuera Guillermo, el único con encanto, al tiempo que el más sólido de cuantos desfilaron por el Capriles. Escenario al que no añadieron gracia alguna ni unos ni otros, tan borrosos y aparatosos. El último duelo entre ambos no será un partido para el archivo de los tesoros del fútbol.