Un milagro llamado Mavericks
El equipo texano estaba en una situación muy difícil, y muy criticado por sus decisiones, hace poco más de un año. Ahora, luchará por el anillo.
Con opciones pero no y con la certeza de que no era su año y de que el play in no iba a desbrozar ningún camino hacia la gloria, los Mavericks optaron por ser prácticos, sentar a sus titulares, no competir esos dos partidos finales y meterse en el lote de los eliminados sin jugar ni repesca (balance final, 38-44, catorce victorias menos que doce meses antes). El objetivo era aumentar la posibilidad estadística de mantener su elección de primera ronda en el draft, que (por culpa del traspaso por Kristaps Porzingis desde los Knicks en 2019) se iría a Nueva York si acababa fuera de los diez primeros picks.
Con esa protección de radio top-10, quedar fuera del play in (entre los diez eliminados a la primera) disparaba hasta el 79,8% las opciones de que la elección de primera ronda se fuera más allá del décimo pick y se quedara en Dallas. Como era considerada (para ser usada en el draft o en un posible traspaso) un arma básica para arreglar el desaguisado que estaba siendo ese curso, los Mavs se sometieron gustoso al escrutinio público y mediático, que se salió de madre durante unos días; Se convirtieron por un momento en metáfora de todos los males del tanking (un equipo optando por perder partidos en los que tenía opciones matemáticas de estar en playoffs), y pagaron una multa de 750.000 dólares cuando acabó una investigación de la NBA que básicamente corroboró algo que los propios Mavericks habían hecho muy poco por ocultar. ¿Para qué?
Una narrativa completamente diferente
Ahora, poco más de un año después, los Mavericks se vuelto a convertir, esta vez para su absoluta felicidad, en la gran historia del momento en la NBA. El karma (siempre suele ser así, ¿no?) se quedó de brazos cruzados y aquel tanking pregonado, un sainete que hizo mucho ruido pero duró poquito), ha sido fundamental para que el debate haya virado, en doce meses, de cuánto va a tardar Luka Doncic en querer marcharse a otro sitio a cuántos anillos puede ganar Luka Doncic si se le rodea de piezas funcionales y que se adaptan a sus (inacabables) virtudes.
Los Mavs (que llegaron con un 3% de opciones de saltar al número 1 que traía bajo el brazo a Victor Wembanyama) recibieron en la lotería el pick 10, se quedaron su elección y en la noche del draft la mandaron a los Thunder, que querían pegar un saltito para asegurarse al base Cason Wallace. Bajar del 10 al 12 permitió a los Mavs incluir en la operación a Davis Bertans, cuyos 17 millones de dólares de salario eran un problema enorme para su ingeniería de despachos, ganar el margen para usar la midlevel exception completa en el mercado y elegir al mismo jugador que habrían elegido en el 10: Dereck Lively II, el enorme (2,16) pívot de Duke que tenía que cubrir una necesidad gigantesca para la que los Mavs nunca parecían, hasta entonces, tener soluciones: protección del aro en defensa, finalización vertical en ataque.
Lively ha demostrado que puede aportar eso, y más, durante lustros: tiene 20 años. Ha completado una temporada fabulosa, ha sido uno de los jugadores más importantes (¡es rookie!) del equipo en playoffs y ha creado una sinergia con Doncic tan sencilla como aplastante... y que no era difícil anticipar: le cubre la espalda atrás, le ofrece manos por encima del aro para acabar alley-oops en ataque. Tan básico pero tan importante. Nowitzki y los Mavs tenían, en su molde campeón de 2011, a Tyson Chandler. El equipo de 2024 (y los de los próximos años…) tiene a Lively II. Apadrinado, acompañado y preparado por el propio Chandler, el espejo en el que se mira (con buena razón) y el Defensor del Año en 2012.
Un rastro de movimientos brillantes
Estos Mavs no serían lo mismo sin Lively (con contrato rookie hasta 2027, un chollo), que llegó gracias a una mala práctica moral, y competitiva, aplicada sin secretos en la primavera de 2023. Los que aplaudieron entonces al equipo texano por ser aplastantemente práctico, pueden presumir ahora de filosofía. Pero a todos, también a los que lo criticamos en su momento, nos toca reconocer (como mínimo) el resultado. Como los designios de la NBA se escriben rectos pero con renglones (muy) torcidos, los Thunder echaron un buen cable a los Mavs, el equipo que los ha eliminado en estos playoffs y con los que van a colisionar mucho en el futuro a corto y medio plazo: dos proyectos al alza en un nuevo Oeste que redefine sus jerarquías ante nuestros ojos.
Más serendipia para los Mavs: los Thunder usaron el contrato de Bertans para asegurarse vía traspaso a Gordon Hayward, por el que no querían competencia en el mercado de buyouts. Hayward, codiciado como veterano capaz de hacer de todo un poco, no ha aportado absolutamente nada en playoffs y costó, además de los 17 millones de Bertans, un par de segundas rondas, Tre Mann y Vasilije Micic. Del mismo equipo, Charlotte Hornets, y el mismo día (8 de febrero, cierre de mercado) los Mavs se llevaron a PJ Washington, que está siendo un jugador esencial como pegamento, guardaespaldas en defensa y finalizador exterior en ataque. Su precio (llegó junto a un par de segundas rondas) fue una primera de 2027 y dos jugadores que en Dallas querían quitarse de encima, detección de errores supersónica, por la vía rápida: Seth Curry y Grant Williams.
Para colmo, en ese mismo 8 de febrero que puede acabar siendo una fecha crucial en la historia de los Mavs, aterrizó también, este desde Washington, el pívot Daniel Gafford a cambio de una primera ronda de 2024 y Richaun Holmes. Esa primera ronda era de los Thunder y había sido adquirida por los Mavs en una operación paralela en la que habían dado a los de OKC el derecho a intercambiar picks de primera ronda en 2028. Así que los Thunder aparecían en el rastro de la llegada a dallas, todo en apenas unos meses, de Lively, Washington y Gafford. La inyección de músculo, defensa y recursos cerca del aro que ha transformado radicalmente a un equipo que pasó de endeble a abusón.
No se trata de criticar a los Thunder ni a su arquitecto, Sam Presti, uno de los mejores ejecutivos de la NBA. Para muchos, el mejor. Solo de señalar que las cosas, a veces, simplemente suceden de una determinada manera. Los Thunder marchan de maravilla en su reconstrucción, pero echaron de menos en playoffs a jugadores del perfil de Washington y Gafford. O como Derrick Jones Jr, un veterano de 27 años que llegó a Dallas con un contrato mínimo después de siete temporadas en la NBA. Y lo hizo el 18 de agosto, cuando el mercado veraniego estaba más que exprimido y todas las franquicias habían tenido opción de ficharlo a coste de saldo. Los Mavs son su quinto equipo, veremos si el definitivo porque se ha ganado un muy serio aumento (será agente libre) que en Texas tienen que encontrar forma de pagar.
Todas sus posibilidades como secundario de altísimo valor (trabajo, defensa por toda la pista, un puñado de triples liberados y finalizaciones cerca del aro) se han materializado, por fin, en los Mavs, que están comprobando algo que todos los campeones (y aspirantes a serlo) acaban descubriendo: hay pocas cosas de más valor en la NBA que desenterrar el potencial de jugadores en contratos absolutamente beneficiosos para las cuentas del equipo. Una enorme ventaja competitiva que es todavía mayor ahora, en una liga redefinida por el nuevo convenio colectivo, una máquina de triturar (deportivamente, ese es el gran matiz nuevo) a los grandes gastadores. El que tiene un jugador como DJJ en un contrato mínimo, tiene un tesoro.
Lively, Gafford, Washington y Jones Jr han transformado la defensa de lo Mavericks, una de las siete peores de la NBA la pasada temporada. Y han abierto nuevas posibilidades en ataque: pista más abierta, triples desde las esquinas, finalizaciones por encima del aro. En playoffs, Lively (1,4 por partido), Gafford (1) y Derrick Jones (0,6) son los tres jugadores con más alley oops por partido de toda la NBA. Entre los cuatro, cobran esta temporada menos de 37 millones de dólares. Y solo el cuarto no está asegurado para las dos próximas temporadas en excelentes condiciones salariales. Los Mavericks han encontrado oro, exactamente el tipo de jugadores que necesitaban para minimizar las carencias de Luka Doncic y Kyrie Irving en defensa y exprimir sus infinitas capacidades en ataque. Un lote que también incluye a Dante Exum, con menos presencia en playoffs pero que hizo mucha labor en regular season y al que los Mavs pescaron del Partizán, donde había enderezado definitivamente su rumbo tras su paso por el Barça y a las (sanadoras) órdenes de Zeljko Obradovic.
Nada que ver con el equipo de 2022
Así son las cosas: de los seis jugadores de los Mavs que más juegan en estos Playoffs 2024, dos no estaban en el equipo en Año Nuevo y dos llegaron, sin mucha fanfarria, el pasado verano, uno vía draft y otro en las migajas finales del mercado. Con Doncic a un lado, el sexto es Kyrie Irving, que aterrizó el 6 de febrero de 2023 por un retorno que ahora parece irrisorio: Spencer Dinwiddie, Dorian Finney-Smith, una primera ronda de draft (2029) y dos segundas. Por entonces, Kyrie (abrasado en los Celtics y desquiciado en los Nets) parecía un jugador con un pie fuera de la NBA (o de la realidad), un talento generacional sepultado bajo una montaña de ruido y problemas. En Dallas ha vuelto a centrarse, a hablar básicamente de baloncesto, y ha recuperado una versión que, seguramente no por casualidad, vuelve a ser mejor como secundario. Igual que con LeBron James en su día, pero sin (tiene 32 años) ninguna gana ya de volar por su cuenta. Algunos pensaban que los Mavs podían obtener algo así de su asociación con Kyrie, pero creo que éramos más los que creíamos que no. Especialmente después de que el balance desde su llegada hasta el final de la desastrosa temporada pasada fuera 9-18. Pero en Dallas apostaron por su idea, igual que en el último mercado invernal, en el que transformaron un equipo que era octavo del Oeste el 16 de marzo, hace dos meses y medio.
El caso es que el 1 de febrero de 2023, hace poco menos de 16 meses, los Mavs no tenían en plantilla a cinco de los seis principales del nuevo núcleo duro. Ni parecían tener un plan, una forma de rodear bien a un Luka Doncic que empezaba a impacientarse aunque, era demasiado dinero como para andarse con cábalas, había amarrado una extensión rookie (agosto de 2021) de volumen histórico: 207 millones por cinco años extra, desde 2022 y hasta 2027. Con Mark Cuban en retroceso, cada vez menos visible y ya apartado de la propiedad principal de la franquicia, las huellas dactilares que aparecen por todas partes en este excelente ejercicio de reinvención son las de Nico Harrison, el directivo que llegó en el verano de 2021 para dar relevo a la histórica etapa de Donnie Nelson, que acabó entre líos.
Alto ejecutivo en Nike durante dos décadas, Harrison llegó con muchos contactos en la NBA, una reputación excelente y la promesa de una nueva visión. Si juzgamos por lo que hemos visto en sus dos años y pico de trabajo, la fama era bien merecida. Todos los movimientos citados, de la extensión Doncic (esta era fácil, claro) a los traspasos arriesgados o las pequeñas operaciones para facilitar otras mayores y la elección de las piezas adecuadas, llevan su firma.
Eso no quita que, siempre, en la NBA tiene que acompañar la suerte. Hay cruces de caminos en los que parece que todo es azaroso; estar en el sitio adecuado en el momento oportuno o lanzar los dados y que la cosa salga bien. Y más ahora, en un nuevo panorama (el convenio colectivo, otra vez) en el que es más fácil que el premio caiga (¿o ha sido siempre así?) en los que arriesgan, se atreven y buscan formas de ganar el siguiente anillo, no el primero del próximo lustro. Que Harrison parezca, por todo lo que sabemos, un ejecutivo excelente, es compatible con que los Mavs hayan acabado de rebote en algunas decisiones brillantes: Kyle Kuzma no veía con buenos ojos mudarse a Dallas porque no consideraba a los texanos un aspirante con galones. Por eso se giró la mirada hacia Washington. Derrick Jones fue un plan c a Mathisse Thybulle, al que los Mavs hicieron una oferta de tres años y 33 millones que fue igualada (era agente libre restringido) por los Trail Blazers. Dinwiddie también prefirió, cuando fue cortado por los Nets, irse a los Lakers en vez de regresar a Texas. Así se escribe la historia: quizá los Mavs habrían sido igual de buenos si hubieran llegado jugadores como Kuzma y Thybulle. Pero, sencillamente, nadie en la franquicia reescribiría ahora la historia para comprobarlo. Grant Williams, una apuesta del pasado verano que duró muy poco, acaba de contar que estuvo a punto de irse a Milwaukee a cambio de Bobby Portis. Pero acabó en los Hornets... a cambio de Washington.
El caso es que los Mavericks han jugado dos de las tres últimas finales del Oeste, con un año de pesadilla entre ambas, y solo Doncic repite entre los seis con más minutos de ambos equipos. En 2022 los otros cinco eran, en regular season, Dorian Finney-Smith, Jalen Brunson, Tim Hardaway Jr, Kristaps Porzingis y Spencer Dinwiddie. Se puede incluir a Reggie Bullock, el que más jugó después, en unas eliminatorias en las que ya no estaba un Porzingis que había sido traspasado en febrero a los Wizards. Solo siguen en el equipo, dos años después y además de Doncic, Tim Hardaway Jr, Maxi Kleber, Dwigth Powell y Josh Green. De ellos, Kleber (que lleva semanas lesionado) es el más importante en la rotación. Powell quedó arrinconado por la llegada de interiores de mucho más impacto, Green sigue intentando convertiste en un 3+D verdaderamente útil y Hardaway Jr agota un contrato tóxico (acaba en 2025) con esas rachas anotadoras que no suelen compensar sus rachas no anotadoras.
Los Mavs son, en esencia, un equipo nuevo. Uno mucho más adaptado a Doncic y con un secundario de lujo, uno de los mejores posible en ese rol: la capacidad de Kyrie para volver a ser Kyrie ha ayudado a cerrar, y tampoco es poca cosa, la herida que supuso la falta de confianza en jalen Brunson, que acabó yéndose a Nueva York, donde se ha convertido en súper estrella, básicamente porque ya tenía la cabeza allí cuando los Mavs se dieron cuenta de que sí convenía apostar por él.
Con dos megaestrellas capaces de hacer saltar por los aires cualquier partido en cualquier circunstancia, la llave que abre tantas puertas en playoffs, el resto lo pone esa guardia pretoriana (Lively, Washington, Jones Jr, Gafford) que hace siempre lo que tiene que hacer, jamás renuncia al trabajo duro y nunca se extralimita en sus funciones. Todos -y supongo que hay que reconocer el trabajo de Jason Kidd, un entrenador de currículum extraño y muy cuestionado hasta hace no tanto- tienen claro cuál es su rol y todos saben que así, haciendo un puñado de cosas sencillas y perfectamente replicables de un partido a otro, van a tener opciones de ganar cada vez que pisen una pista. Todas las noches: porque de todo lo demás se encarga el que ya estaba allí, el que lo justifica todo: un Luka Doncic que está enseñando, en cuanto ha tenido ocasión, qué pasa cuando pisa un parqué bien rodeado. Defensa, músculo, rebote, tiradores, muelles para acabar alley-oops, otra estrella que rellena sus lagunas... Más allá, su magia. Así, en dos años de cambios y poco más de uno después de ser un saco de golpes en el universo NBA, Dallas Mavericks se ha ganado el derecho a pelear por el segundo anillo de su historia.