80 años después del Día D, nuevas tensiones ponen a prueba las lecciones de la Segunda Guerra Mundial
Mientras el mundo se enfrenta a nuevos desafíos geopolíticos, la invasión rusa de Ucrania y el aumento de las tensiones en Asia evocan ecos sombríos del pasado
Tensiones Geopolíticas Actuales
Durante la Segunda Guerra Mundial, las ambiciones territoriales de la Alemania nazi, la Italia fascista y el militarismo del Japón Imperial convirtieron a Europa y Asia en campos de batalla en una escalada sin precedentes de violencia. Hoy, los principales puntos de tensión geopolítica se encuentran en esas mismas regiones que fueron testigos de las atrocidades de la guerra.
En Europa, la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 marcó un punto de inflexión en la seguridad del continente. La mayor ofensiva militar en suelo europeo desde 1945 ha causado devastación y pérdidas humanas a una escala que se pensaba superada.
En Medio Oriente, los conflictos persistentes en Gaza, Siria y Yemen, junto con las tensiones en torno al programa nuclear de Irán, han mantenido a la región como un foco de inestabilidad geopolítica.
Confrontación entre grandes potencias
A medida que las grandes potencias se alinean en nuevos bloques de poder e influencia, muchos analistas y expertos en seguridad advierten que las tensiones entre Occidente y alianzas rivales encabezadas por Rusia y China amenazan con sumergir al mundo en una nueva era de confrontación geopolítica de grandes consecuencias.
Matthew Kroenig, en su obra de 2020 El retorno de la rivalidad entre grandes potencias, señala: “Estamos siendo testigos del retorno de la rivalidad entre grandes potencias en una escala no vista desde la Guerra Fría”.
“China y Rusia están desafiando el orden internacional basado en reglas que Estados Unidos y sus aliados han liderado desde el final de la Segunda Guerra Mundial”, argumenta David Sanger en la obra de 2024 “New Cold Wars” (Nuevas Guerras Frías). Pero la batalla actual, agrega, incluye componentes tecnológicos y económicos además de los militares.
Para Margaret MacMillan, destacada historiadora canadiense y autora de La guerra: cómo el conflicto nos moldeó, la invasión rusa de Ucrania ha traído de vuelta fantasmas de un pasado que se creía superado.
“Los horrores de la Segunda Guerra Mundial siguen vivos en nuestra memoria, pero aquel mundo devastado hace tiempo que se reconstruyó, y muchos de nosotros hemos vivido en un mundo en el que las grandes guerras entre Estados han llegado a parecer imposibles”, escribió días después de que las tropas del Kremlin invadieran Ucrania. “Y hemos dado por sentado que nuestras instituciones internacionales, por muy destrozadas que estén, permiten que los países del mundo resuelvan sus diferencias; más aún, que existe algo llamado comunidad internacional que todavía puede trabajar unida. La guerra de Vladimir Putin contra Ucrania -y no nos equivoquemos, es suya y de nadie más- ha acercado súbitamente el pasado y ha hecho muy incierto el futuro”.
Bernabé Malacalza, internacionalista e investigador del Conicet en Argentina, identifica tres factores clave que inciden negativamente en la construcción de paz actualmente: el desuso del derecho internacional por las grandes potencias, la falta de canales diplomáticos efectivos, y una cultura social que abraza la guerra sobre el pensamiento en favor de la paz.
“Tenemos a grandes potencias que no solo no aplican el derecho internacional, sino que rompen las reglas básicas”, explica en diálogo con Infobae. Agrega que los canales diplomáticos están “abortados”, y que la sociedad actual tiende a buscar justicia a través de la guerra, lo que dificulta aún más la construcción de la paz.
“Creo que es eso es preocupante. El contexto no es favorable y puede favorecer a una escalada mayor”, afirma Malacalza, quien también es docente de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).
Nuevas amenazas en el Indo-Pacífico
Las disputas territoriales en regiones clave el Indo-Pacífico también evocan ecos sombríos de las divisiones que condujeron al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
“El océano Índico alberga algunas de las economías de más rápido crecimiento del mundo y conecta estas economías tanto con el océano Atlántico como con la región Asia-Pacífico, lo que convierte al Indo-Pacífico en una región de enorme importancia geoestratégica”, se lee en un reciente informe del think tank del Parlamento Europeo que analiza las perspectivas de los principales actores (China, India, Estados Unidos y la Unión Europea) en esta zona.
El documento subraya que China ha aumentado su presencia marítima y ambiciones en la región a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, adquiriendo puertos estratégicos “que podría utilizar como una serie de bases navales”. Al mismo tiempo, para Estados Unidos, “el ascenso de China supone la aparición de un serio competidor en la región”.
Taiwán es otra de de las piezas más significativas de la rivalidad más amplia entre Estados Unidos y China. “Las lecciones aprendidas del conflicto de Ucrania podrían sentar las bases para una crisis sobre Taiwán. La rivalidad estratégica y las posturas militares tanto de Estados Unidos como de China podrían hacer más probable una guerra entre ambos países, en lugar de disuadir el conflicto”, advirtió un informe del Atlantic Council.
En este contexto, hace apenas hace unos días, el jefe de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, ha elogiado una “nueva era de seguridad” en Asia-Pacífico al subrayar que la región sigue siendo una importante prioridad estratégica para Estados Unidos, lo que ha provocado la rápida respuesta de un alto cargo militar chino.
Un mundo más interconectado
Aunque muchos analistas ven estas dinámicas como un regreso peligroso a los bloques de poder antagónicos que llevaron al mundo al abismo de la guerra total hace décadas, otros expertos advierten que realizar paralelos demasiado directos con la Segunda Guerra Mundial sería un error.
Malacalza resalta las diferencias entre los bloques de poder en ese momento y las actuales alianzas geopolíticas. “En la Segunda Guerra Mundial teníamos dos grandes bloques: por un lado los aliados y los soviéticos, tenían una bandera común que era la lucha contra el fascismo y el nazismo. Y esto era lo que daba sentido a esa batalla”, explica.
Ahora, según Malacalza, hay dos visiones enfrentadas: la occidental, liderada por Estados Unidos, que “pone el acento en los valores de la democracia, los derechos humanos y la preeminencia occidental”; y la oriental, encabezada por China y respaldada por Rusia, que aboga por “un mundo más policéntrico, de diversidad de regímenes políticos, donde no se imponga un modelo sobre otro”.
Sin embargo, “no veo ahora que Occidente esté amenazado por una China o Rusia que intenten imponer un modelo autocrático”, afirma. A diferencia del nazismo que buscaba expandir su modelo, “ni [el presidente chino] Xi Jinping ni [el presidente ruso] Vladimir Putin son líderes que estén buscando imponer sus modelos políticos”.
El experto argentino también destaca que Estados Unidos, como potencia en declive relativo, actúa hoy “a la defensiva, tratando de proteger un orden que se resquebraja, en el cual fue potencia hegemónica”. Una posición muy distinta a su rol en la Segunda Guerra Mundial.
A diferencia de ese conflicto devastador, el mundo actual está además interconectado en formas sin precedentes a través de la globalización económica y los avances tecnológicos. También enfrenta amenazas globales como el cambio climático, las pandemias y la creciente desigualdad económica, que trascienden fronteras nacionales y requerirán una cooperación multinacional sin precedentes, lo que va en contra de un mundo dividido en bloques de poder hostiles.
Como señala un informe del 2023 del Council on Foreign Relations (CFR), titulado significativamente “Evitar la guerra entre grandes potencias”, la creación de mecanismos de confianza mutua y la adopción de comportamientos responsables en áreas de fricción pueden ayudar a prevenir crisis y a fomentar un entorno de seguridad más estable.
En el contexto actual “no tenemos una potencia hegemónica”, concluye Malacalza. Se trata, afirma, de “un momento de transición, un orden viejo que no termina de morir, uno nuevo que no termina de nacer”.