El doble juego de Xi Jinping
Por un lado, el jefe del régimen chino intenta mostrarse confiable hacia el mundo. Sin embargo, sus actos contradicen esa narrativa
Gustavo Petro, presidente de Colombia.
Alberto Fernández, de Argentina.
Gavin Newsom, gobernador de California.
Anwar-ul-haq Kakar, primer ministro de Pakistán.
Joko Widodo, presidente de Indonesia.
Vladimir Putin, de Rusia.
Viktor Orban, primer ministro de Hungría.
Chuck Schumer, senador demócrata por Nueva York.
Manuel López Obrador, presidente de México.
Vo Van Thuong, presidente de Vietnam.
Luis Lacalle Pou, de Uruguay.
Dina Boluarte, de Perú.
Joe Biden, presidente de los Estados Unidos.
Yoon Suk Yeol, de Corea del Sur.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.
Charles Michel, del Consejo Europeo.
Aleksandr Lukashenko, de Bielorrusia.
Empresarios. Inversores.
La lista sigue.
A algunos les dedicó varias horas. A otros, una formalidad pasajera durante la reunión en Beijing por el aniversario de la Nueva (y deteriorada) Ruta de la Seda. Pero sus días, desde hace dos meses, parecerían durar más de 24 horas. Como pocas veces en sus diez años de mandato. Xi Jinping comenzó una desesperada carrera para intentar reinsertar a China en el tablero mundial tras su aislamiento por el Covid-19, el deterioro de su economía, la creciente hostilidad exterior, su costosa complicidad con Vladimir Putin y sus matanzas, y las maniobras navales para conquistar el Indo-Pacífico, una región en tensión creciente.
Se convirtió así en el principal lobista del régimen, golpeado por sus propios problemas internos. Durante ese tiempo, Xi mantuvo sobre todo una cumbre estelar. Fue la que celebró con Biden en San Francisco el 15 de noviembre y que pareció llevar tranquilidad a otros actores mundiales. Allí acordaron, entre otros temas, el control más estricto del fentanilo que derrama desde Beijing a los Estados Unidos y retomar el diálogo a niveles militares, entre otros puntos.
La reunión llevó tranquilidad a una zona caliente del planeta: el Indo-Pacífico, donde se interpretó que Xi bajaría los decibeles de sus hostigamientos hacia los países vecinos. En especial Taiwán y Filipinas, los que más padecen las maniobras navales y los ensayos militares.
Pero en el largo listado de encuentros que mantuvo Xi también destacan aquellos con los que pretende retomar el cauce de los buenos modales, al menos. Australia es uno de ellos. Japón, otro. A ambas naciones democráticas, el jefe del régimen acosó no sólo política y diplomáticamente en los últimos años, sino también los golpeó comercialmente.
La visita de Albanese en los primeros días de noviembre significó el primer viaje a Beijing de un líder australiano en siete años. Las relaciones entre ambos países fundamentales de la región estaban en una hibernación inmodificable desde entonces. China enfureció cuando se la acusó de violar derechos humanos fundamentales y optó por la coerción económica como única respuesta: la diplomacia de Wolf Warrior. Si embargo, esa era de bullying comercial parece estar terminando. Al menos para Australia. El gigante de Asia ha expulsado a miles de empresas en los últimos dos años que miran con mejores ojos instalarse en países más amistosos y menos inestables: India y Vietnam son ejemplos de ello. Apple y NVIDIA, dos de las empresas de vanguardia tecnológica, son los ejemplos más sonados.
Las charlas en la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés), en San Francisco, con Kishida, primer ministro japonés, también buscaron correr en esa línea. Xi pretende, con estas reuniones bilaterales, ser un país creíble, previsible y confiable. Sin embargo, el mensaje parece no haber llegado a toda la burocracia china. Las prohibiciones y las persecuciones a los empresarios japoneses continúan, algunos de los cuales permanecen presos. También las prohibiciones a sus productos están en marcha. Llamativa seducción.
Muchos se preguntan ya si las palabras de Xi Jinping son de fiar.
Desde hace semanas, también, los medios propagandísticos del Partido Comunista Chino (PCC) mantienen un tono amable hacia Occidente. Comparando apenas tres meses atrás -donde los titulares eran incendiarios y belicosos-, Global Times parece ser sólo un difusor hippie de buenas noticias. Amor y paz.
No obstante estos mensajes de acercamiento al mundo, de intento de reconquistar inversiones empresarias y mostrarse como una potencia amable, hay alarmas que aún continúan encendidas. Las peligrosas maniobras en el Mar Meridional aumentan.
Filipinas convocó al embajador chino en Manila, Huang Xilian, para protestar por los “incidentes” navales del fin de semana y pedir a Beijing que deje de acosar a sus barcos. La viceministra de Exteriores, Theresa P. Lazaro, presentó una protesta verbal ante Huang por las peligrosas maniobras contra buques filipinos que llevaban suministros a un destacamento naval en el banco de arena de Ayungin. Las naves del régimen utilizaron cañones de agua para impedir su paso tanto el sábado como el domingo. La tensión crece.
Casi al unísono, en los Estados Unidos lanzaron una advertencia, sobre otro tema delicado. Piratas informáticos del Ejército Popular de Liberación (ELP) de China penetraron en los sistemas informáticos de unas dos docenas de entidades de infraestructura crítica durante el último año. Las intrusiones forman parte de un esfuerzo más amplio por desarrollar formas de sembrar el pánico y el caos o de entorpecer la logística en caso de conflicto en el Pacífico, de acuerdo a información de The Washington Post.
¿Es de fiar Xi Jinping? El mundo debería estar alerta. Quizás, como Hamas, busque mostrarse amigable, esperar que algunos bajen la guardia y volver al ataque. Algo de esperar en un autócrata desesperado por poder y preocupado por su frente interno.