Era una famosa escritora ucraniana pero la guerra la transformó en investigadora de crímenes contra la humanidad

Victoria Amelina es considerada una de las autoras jóvenes más destacadas de la literatura del este europeo. Pero la invasión rusa cambió su vida

Infobae
Hay un momento para escribir y otro para escuchar. Uno para dejarse llevar mientras se le pega a las teclitas y otro en el que el escritor se nutre, anoticia y recibe testimonio. La novelista ucraniana Victoria Amelina, 37, decidió que era la hora de dejar la computadora, colocarse un casco y comenzar a recopilar lo que estaba sucediendo, adentrarse en lo más oscuro para dar luz a las siguientes generaciones. Su país está en guerra, invadido por Rusia, y ella entendió que ya no podía abstraerse e imaginar historias. La realidad en Ucrania es demasiado pesada como para no percibirla. Amelina dejó de lado la escritura diaria para convertirse en una cronista del horror. Desde hace ocho meses viaja por los campos de batalla buscando los testimonios y juntando las pruebas que, espera, lleven a los criminales de guerra ante tribunales internacionales y reciban el castigo. “Es imposible escribir de otra cosa que no sea la guerra y ya hay demasiados periodistas más capacitados que yo para contar lo que sucede. Decidí hacer algo por los que ya no se puede entrevistar”, cuenta Amelina al Kyiv Independent desde Kharkiv.

Su reconversión en investigadora de crímenes de guerra comenzó con la desaparición de su colega y amigo, Volodymyr Vakulenko, célebre escritor de literatura infantil que había permanecido en el pueblo de Kapitolivka, cerca de Izium, en el oblast (provincia) de Khakiv, para cuidar de su hijo discapacitado. La zona estaba ocupada por los rusos en ese momento. Los asesinatos a mansalva, las violaciones y las torturas que se comenzaron a conocer apenas las tropas invasoras se veían obligadas a retirar, la hicieron pensar en lo peor. Decidió que apenas fuera liberado el pueblo de Kapitolivka iba a ir a investigar lo que le había sucedido a Vakulenko. Pero para eso tenía que prepararse. Fue cuando se contactó con la organización Truth Hounds (sabuesos de la verdad), especializada en la recopilación de pruebas para presentar los cargos en casos de crímenes de lesa humanidad. Asistió a clases virtuales y presenciales de fiscales, antropólogos y policías. Pasó noches enteras leyendo los estatutos de la Convención de Ginebra y los Tratados de Roma.

“No creo que el Derecho y los derechos humanos sean campos reservados a las personas licenciadas en Derecho. En última instancia, el derecho trata de seres humanos, o al menos debería tener a las personas en el centro; esto es lo que hace que el derecho se parezca a la literatura”, explicó Amelina.

Mariia Kurbet visita la tumba de su hijo, Vasyl, en el cementerio de Bucha. Allí están enterradas las víctimas de algunos de los peores crímenes de guerra cometidos por los rusos en esta invasión a Ucrania. (REUTERS/Valentyn Ogirenko)
Mariia Kurbet visita la tumba de su hijo, Vasyl, en el cementerio de Bucha. Allí están enterradas las víctimas de algunos de los peores crímenes de guerra cometidos por los rusos en esta invasión a Ucrania. (REUTERS/Valentyn Ogirenko)

En septiembre, apenas las fuerzas ucranianas liberaron Kapitolivka, viajó junto a un equipo de expertos para comenzar la investigación sobre la desaparición de Vakulenko y cientos de otras personas. “Sabía que habría miles de crímenes de guerra incluso sin este caso concreto”, dice Amelina. Así se enteró por la policía de Kharkiv que agentes de las fuerzas especiales rusas se llevaron al escritor en la noche del 24 de marzo de 2022, en un coche que estaba identificado por la clásica “Z” de los invasores. Dos días después encontraron tres cámaras de tortura en la cercana localidad de Balakliia. En el bosque, a las afueras de Izium, apareció una fosa común con cientos de cadáveres. Amelina estuvo ahí preparando los cuerpos para la identificación y tomando fotos de los rasgos distintivos y las ropas de las víctimas. El 28 de noviembre, cuando llegaron los análisis de ADN, se confirmó que el cadáver de Volodymyr Vakulenko se encontraba en la fosa número 319 del infame cementerio colectivo del bosque. Serhiy Bolvinov, jefe de investigación de la policía de Kharkiv, informó a BBC Ucrania en diciembre de 2022 que se encontraron dos balas de calibre 9 mm en el cuerpo de Vakulenko, disparadas con “probablemente” con una pistola Makarov, como la que utilizan los oficiales rusos.

Amelina siguió investigando, fue a ver a los padres de Vakulenko y logró hallar el diario que su amigo estaba escribiendo sobre la guerra y había enterrado bajo un cerezo del patio unos minutos antes de que fueran a secuestrarlo. Se sumó a las pruebas para cuando llegue el momento del juicio. Este mes está siendo exhibido en el Museo Literario de Kharkov. En su última entrada se puede leer: “¡Todo será Ucrania! Creo en la victoria”. “Pareciera que lo escribió a las apuradas, con sus verdugos en la puerta”, comentó Amelina.

Hay otra historia que marcó a Amelina y que se viene desarrollando desde hace décadas en su ciudad natal de Lviv, donde nació en 1986. Ella lo explica así en un ensayo que escribió para Arrowsmith Press: “El historiador Timothy Snyder tituló su libro sobre estas tierras entre el Báltico y el Mar Negro “Bloodlands: Europa entre Hitler y Stalin”. En él relata el modo en que ambos regímenes persiguieron su proyecto utópico en mi Ucrania natal, asesinando en el proceso a millones de personas. El Terror Rojo y el genocidio ucraniano conocido como Holodomor, la matanza masiva de oficiales polacos y el llamado Renacimiento Ucraniano Ejecutado, que implicó la desaparición y matanza sistemática de cientos de escritores del país, el Holocausto y otros asesinatos masivos nazis ocurrieron aquí, en el territorio que yo llamo hogar. Estos acontecimientos convirtieron a la región en el lugar más mortífero del planeta durante las décadas de 1930 y 1940″.

Volodymyr Vakulenko, el célebre escritor ucraniano de literatura infantil. Victoria Amelina investigó su desaparición y recuperó el diario que estaba Vakulenko estaba escribiendo. (PEN Club/Facebook)
Volodymyr Vakulenko, el célebre escritor ucraniano de literatura infantil. Victoria Amelina investigó su desaparición y recuperó el diario que estaba Vakulenko estaba escribiendo. (PEN Club/Facebook)

Mientras desarrollaba su carrera literaria con estadías en Canadá y Estados Unidos, ganaba el premio Joseph Conrad 2021 y era finalista del Premio de Literatura de la Unión Europea 2019 por sus novelas “El síndrome de la caída o Homo Compatiens” y “El reino soñado de Dom”, traducidas al inglés, polaco, alemán, checo y neerlandés, recorría su natal Lviv en busca de las raíces que después la llevaron a su tarea de investigadora de crímenes de guerra. “Mi ciudad natal está situada justo en medio de las “tierras de sangre”, al oeste de Ucrania. Lviv fue fundada en 1256 por Danylo, rey de Rutenia. Sin embargo, los germanoparlantes la recuerdan como Lemberg, en el imperio austrohúngaro. Los polacos la recuerdan como Lwów. Durante la demasiado larga vida de la Unión Soviética, Lviv se rusificó: muchos de sus nuevos ciudadanos la llamaban L’vov”, continuó explicando en su ensayo.

Descubrió que su ciudad albergó a algunos de los autores más brillantes que describieron las atrocidades cometidas en estas tierras ensangrentadas y que mientras pertenecieron a la ex Unión Soviética, jamás se habló del Holocausto ni nada de lo que sucedió allí. “Es que, si tenían que explicar un genocidio, tenían que hablar del propio. Era mejor para ellos `olvidar´ todo”, explica Amelina. Así es como encontró a la vuelta de su propia casa la familia de Philippe Sands, autor de “East West Street: Sobre los orígenes del genocidio y los crímenes contra la humanidad”. Este brillante libro examina la vida y obra de Raphael Lemkin y Hersh Lauterpacht, los abogados que desempeñaron un papel clave en los juicios de Núremberg, y que en el proceso definieron los conceptos modernos de los derechos humanos. “Si no fuera por estos dos hombres, que casualmente también vivían y estudiaban en la ciudad de Lviv, el mundo sería hoy un lugar diferente. Como lo seríamos mi familia y yo”, dice. Lemkin, fue quien acuñó el término “genocidio” para describir la destrucción sistemática de una nación.

En el mismo barrio de Lviv, vivió el escritor y filósofo polaco Stanislaw Lem, más conocido como autor de la novela de ciencia ficción “Solaris”, adaptada posteriormente al cine por Andrei Tarkovsky (1972) y Steven Soderbergh (2002). Stanislaw Lem fue uno de los pocos descendientes de judíos que sobrevivieron al Holocausto en Lviv. Nunca quiso hablar ni escribir explícitamente sobre su experiencia, y nunca regresó a la ciudad. “Este `vecino´ silencioso se volvió importante para mí como escritor. Quería entender cómo el silencio sobre los genocidios se solapa y se transpone. Cuando me atreví a escribir sobre el superviviente del Holodomor que vivía en el apartamento de los supervivientes del Holocausto, ambienté mi novela precisamente en el apartamento de Stanislaw Lem en Lviv, cerca del viejo parque que todos los vecinos compartíamos”, escribe Amelina.

Victoria Amelina, investigando crímenes de guerra en una residencia abandonada cerca de Zaporizhia, Ucrania. (Twitter)
Victoria Amelina, investigando crímenes de guerra en una residencia abandonada cerca de Zaporizhia, Ucrania. (Twitter)

Con el recuerdo de sus ilustres “vecinos” y su “tarea de guerra”, como ella la define, la escritora trabaja cada vez más comprometida en su nuevo rol de investigadora de crímenes contra la Humanidad. Esta semana está en la zona de Zaporizhzhia, donde aún los rusos ocupan la central nuclear más grande de Europa del Este, y donde las tropas ucranianas se preparan para iniciar la crucial contraofensiva de primavera. “Vamos a ir avanzando detrás de los soldados. Es mejor entrevistar a la gente apenas se van los invasores, son la memoria fresca y encontrar las evidencias antes de que se borren. Para lo otro ya habrá tiempo”, comenta Amelina mientras piensa en un tribunal especial como el que funciona en La Haya donde se presenten las pruebas y tengan que sentarse los genocidas.


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