A la caza de Klaus Barbie: el video del ardid de un periodista para desenmascarar al “carnicero de Lyon”
Hace 50 años, el periodista de la televisión francesa Ladislas de Hoyos se largó a Bolivia con la idea de atrapar al criminal nazi, que vivía con nombre falso y estaba protegido por la dictadura de Banzer. Pidió un reportaje con quien decía llamarse Klaus Altmann, y antes de los dos minutos de conversación logró la prueba clave que permitió que Francia pidiera la extradición. El video de cómo engañó al genocida
Hace medio siglo, el criminal de guerra nazi Klaus Barbie, conocido como “El carnicero de Lyon” por haber comandado la Gestapo en esa ciudad durante la ocupación alemana de Francia, acusado de asesinar con sus manos y en medio de la tortura al líder de la resistencia Jean Moulin, responsable de miles de deportaciones de judíos franceses a los campos de concentración nazis y de la detención y tortura de más de catorce mil personas, fue desenmascarado en Bolivia por el periodista francés Ladislas de Hoyos. Vivía como funcionario no reconocido de la dictadura militar boliviana bajo el falso nombre de Klaus Altmann.
Meses después, otro periodista, el argentino Alfredo Serra, entrevistó a Barbie en la cárcel de La Paz y en un reportaje fantástico le hizo admitir sus crímenes.
Barbie fue extraditado a Francia, juzgado y condenado a cadena perpetua. Murió en prisión el 25 de septiembre de 1991, un mes antes de cumplir setenta y ocho años.
La historia tiene costados poco conocidos, o poco recordados, que vuelven a la luz luego de cincuenta años, incluida la trampa que el periodista francés tendió a Barbie para confirmar su identidad, la técnica de Serra para que el criminal de guerra terminara por aceptar sus crímenes y una forma de hacer periodismo que parece perdida.
¿Quién era Klaus Barbie? Un nazi convencido. Había nacido el 25 de octubre de 1913, en Bad Godesberg, que era entonces parte del Imperio Alemán. A los veinte años se unió a las Juventudes Hitlerianas, fue ayudante personal del jefe del partido nazi local y en 1935 se alistó en las SS, la rama armada de la seguridad del Reich y pasó a trabajar en el servicio de seguridad interno de la Gestapo, la policía estatal nazi. Se afilió al partido nazi en 1937 y fue ascendido a Untersturmführer, subteniente, en abril de 1940, ya en plena Segunda Guerra. Fue enviado a Ámsterdam en 1941 como miembro de la Sección IVB4: era la oficina subordinada a la Central de Seguridad del Reich, responsable de los “asuntos judíos” y de la ubicación, evacuación y deportación de judíos en todo el territorio europeo ocupado por Alemania. Tuvo como jefe en esa sección a Adolf Eichmann.
En 1942 Barbie fue enviado a Lyon como jefe de la Gestapo local. Desarticuló parte de la resistencia local y capturó al líder Jean Moulin, el delfín del general Charles De Gaulle para unificar la resistencia francesa.
Barbie, conocido por ser un interrogador despiadado que participaba de buen grado de los tormentos a los prisioneros, torturó en persona, a diario y durante tres semanas a Moulin, que murió el 8 de julio de 1943.
En el cuartel general de la Gestapo en Lyon, el famoso Hotel Terminus, había salas de tortura con bañeras para el infernal tormento del agua, mesas con correas, pinzas dentadas, hornos de gas, aparatos para provocar descargas eléctricas y hasta perros entrenados para atacar a los prisioneros.
Otro de los crímenes de Barbie fue la deportación de un grupo de cuarenta y cuatro chicos judíos de entre cuatro y diecisiete años, que vivían en un hogar de Izieu, en el sur de Francia y habían sido rescatados por un matrimonio que los ocultaba en una granja del valle del Ródano. Sus identidades judías eran un secreto, figuraban en los papeles oficiales como “refugiados”, pero Barbie los capturó, los transfirió de inmediato a un campo de tránsito para ser deportados luego a Auschwitz, donde los esperaban las cámaras de gas.
Solamente en Francia se le atribuyeron a Barbie la deportación hacia la muerte de 7.500 personas, 4.432 asesinatos y el arresto y tortura de 14.311 combatientes de la resistencia. Por esos crímenes, fue juzgado en ausencia en Francia y condenado a la horca luego de la guerra. Pero luego de la guerra, Barbie trabajaba en Europa como informante del CIC, la central de contraespionaje de Estados Unidos, que no había visto nacer todavía a la CIA.
El destino de Barbie fue el de muchos asesinos de las SS, reclutados por los americanos para luchar contra el comunismo en los que fueron los primeros combates sordos de la Guerra Fría. El ex SS, bajo una identidad falsa, dio valiosa información a la inteligencia americana sobre el espionaje francés y sobre las actividades soviéticas en la zona de Alemania ocupada entonces por Estados Unidos.
En 1949 ya ni siquiera era un secreto que hacía Barbie y con quiénes. Francia pidió su extradición y los americanos decidieron facilitarle la huida. Su destino fue el mismo que el de sus antiguos camaradas: América del Sur.
En 1951 usó la famosa ratline, la ruta y los papeles que están descriptos con minucioso rigor en el libro Ruta de escape, de Philippe Sands: nueva identidad en Italia, pasaporte de la Cruz Roja, embarque en Génova hacia Argentina. Fue la ruta de Eichmann y fue la de Barbie, que le confesaría a Alfredo Serra que había viajado hacia el continente en el barco “Corrientes”, de la empresa de Alberto Dodero, muy ligado al entonces presidente Juan Perón. Barbie recordó haber vivido diez días en el Hotel Dorá de la calle Maipú.
Después llegó a Bolivia y se instaló en La Paz en la misma época en la que el gobierno francés lo juzgaba en ausencia y lo sentenciaba a muerte. Se dedicó al comercio, a la compraventa de armas, se unió al ambiente político boliviano, siempre volátil, obtuvo la ciudadanía de ese país bajo su falso nombre de Klaus Altmann y un pasaporte diplomático que le permitió viajar a Europa y a Estados Unidos sin impedimentos.
En el reportaje que Alfredo Serra le hizo en La Paz en 1973, Barbie admitió haber estado incluso en Francia en 1966: “¿Sabe qué hice? Llevé flores a la tumba de Jean Moulin”. “¿Por arrepentimiento o por sarcasmo?” le preguntó Serra que no comía caramelos. “Porque fue mi mejor enemigo. El más difícil. El más digno”, contestó Barbie con una épica que no tenía.
Durante la dictadura militar del general René Barrientos, Barbie fue nombrado gerente general de la Compañía Transmarítima Boliviana, creada en 1967 por Barrientos con capitales públicos y privados: un molde de negocios habitual en esta parte del continente. Era una empresa “tapadera” que facilitaba el tráfico de armas al servicio de la dictadura. Cuando Barrientos murió en 1969 en un accidente de helicóptero, la Transmarítima quebró y la estrella de Barbie empezó a apagarse. Se fue a Perú, donde fue localizado e identificado por los cazadores de nazis franceses Serge y Kate Klarsfeld. Barbie-Altmann regresó a Bolivia, protegido ahora, en 1971, por la dictadura del general Hugo Banzer.
Entonces entró en la historia el periodista francés Ladislas de Hoyos. Había nacido en 1939, cuando Barbie era una estrella en ascenso del cielo criminal de las SS. A los veintiún años era periodista de France Soir, y en 1971 se integró a la ORTF, la Organización de Radiodifusión y Televisión Francesa. A finales de enero de ese año, de Hoyos se largó a Bolivia con la idea de desenmascarar a Barbie, que decía ser Altmann.
Como tal, y como ciudadano de ese país, era necesario probar primero que Altmann era Barbie, antes de que Francia pidiera su extradición. Mientras tanto, gozaba de una protección especial ante cualquier intento de secuestro, como había ocurrido once años antes con Eichmann en Buenos Aires.
De Hoyos pidió, y obtuvo, una entrevista con Altmann para la televisión francesa, TF1. Llevaba una trampa en el bolsillo. Pactó los términos de ese reportaje con el ministro del Interior: el periodista no tenía derecho a hacer más que algunas preguntas en español y autorizadas por el ministerio, la charla iba a estar supervisada por el ejército boliviano. Está todo filmado. Así lo recordó en un tuit de Loopsider el periodista franco-argentino Alejo Schapiro.
La entrevista empieza bajo vigilancia armada. Altmann niega ser Barbie: “Yo no soy Barbie, ya se los he dicho, soy Klaus Altmann”.
Al minuto cuarenta y cinco segundos, De Hoyos empieza a preguntar en alemán, saca su trampa del bolsillo y le pasa a Barbie dos fotos: una de él mismo cuando era joven y otra de Jean Moulin. Barbie toma las fotos en sus manos. Se escucha a Hoyos preguntar, por Moulin: “¿Reconoce a ese hombre?” “No -dice Barbie- Creo que alguna cosa ha sido publicada por ‘Paris Match’ sobre este hombre, esta imagen es de allí”.
En ese momento, De Hoyos recupera las fotos de manos de Barbie y las guarda en su chaqueta: tiene las huellas digitales de Altmann. Le pide a Barbie que diga algunas frases en francés. Los guardias se ponen nerviosos porque el periodista no respeta lo pactado, no habla en castellano, no hace las preguntas que debe. El camarógrafo Christian Van Ryswick intuye lo que viene, entrega lo que filmó, que no es mucho, al cónsul francés que presenciaba el reportaje, y le pide que lleve el material a la embajada de Francia en La Paz. Minutos después, los oficiales bolivianos exigen la entrega del material filmado y Van Ryswick le entrega cassettes vírgenes.
Barbie está atrapado. Altmann no existe: sus huellas lo identifican como El Carnicero de Lyon. Francia pide la extradición de Barbie. Bolivia no responde.
En mayo de 1972, como enviado especial de la revista Gente, Alfredo Serra llegó a la cárcel de La Paz para entrevistar a Barbie. Serra se había iniciado joven en el periodismo, había trabajado en el mítico diario Crítica, tenía un estilo seco, conciso, claro, que no descartaba la emoción, con una mirada amplia y profunda, una memoria fotográfica que volcaba luego en detalles precisos y minuciosos. Fue, a su modo, un maestro de periodistas y llegó aquel día a La Paz junto a un maestro de la fotografía periodística, joven por entonces, Ricardo Alfieri, hijo.
El retrato que de ese día es fantástico: lo deja en la puerta de la prisión “un taxi verde y quejumbroso”, cuando está a punto de conocer a Barbie se permite una breve reflexión personal, casi un impromptu: “Hace, creo, un siglo que espero este mediodía”. Por fin, se enfrenta a Barbie, que tiene cincuenta y siete años, “Su cara sin afeitar está bronceada por el sol. Lleva una gruesa tricota amarilla de cuello alto, pantalones marrones muy bien cortados, y flamantes zapatos de gamuza”.
Las preguntas de Serra llevan a Barbie por su vida, por sus crímenes, por sus sentimientos, por la vida de su padre, guerrillero en la Primera Guerra Mundial, Barbie habla, se entusiasma. ¿Qué dice?
Serra: ¿Usted era un teórico, un comandante de escritorio, o un hombre de acción?
Barbie: Si hubiera sido un comandante de escritorio no estaría aquí, en esta cárcel. Fui ¡absolutamente! un hombre de acción.
Serra: Ahora esta pregunta me parece tonta… ¿Está arrepentido?
Barbie: ¿Por qué? ¿De qué? En la guerra todos matan. No hay buenos ni malos. Soy un nazi convencido. Admiro la disciplina nazi. Estoy orgulloso de haber sido comandante del mejor cuerpo del Tercer Reich. Y si volviera a nacer mil veces, mil veces sería lo que fui.
Serra: ¿Conoció a Hitler?
Barbie: Sí. Lo conocí antes de la guerra, en 1936. Era un genio…
En un momento de la charla, Barbie se encabrita con el recuerdo del Holocausto, torea a Serra que ni se inmuta:
Barbie: ¡Por favor! No me salga con la novelita de los seis millones de judíos muertos…
Serra: ¿Niega la matanza de judíos, el Holocausto?
Barbie: No la niego. Pero le aseguro que no fueron seis millones. La historia la escriben los que ganan la guerra.
Serra: ¿A cuántos judíos ordenó matar usted?
Barbie: A ninguno. Yo no tuve nada que ver con los campos de concentración ni con las cámaras de gas. Yo fui jefe de un cuerpo especial entrenado para reprimir guerrillas. No debo ser comparado con Bormann, con Mengele, con ninguno de ellos.
El entrevistado miente. Es cínico. No puede ignorar que la cifra de muertos judíos a manos del Reich no es una novelita. Su jefe en las SS, Adolf Eichmann admitió en aquellos años que iba a “saltar a la fosa” contento porque llevaba en su conciencia cinco millones de muertos.
Serra apela a la conciencia de Barbie:
Serra: Pero está acusado de ordenar el fusilamiento de más de veinte mil hombres de la Resistencia. ¿Cómo se siente ante un crimen semejante?
Barbie: Soy un soldado. Estudié y me entrené para eso. Soy un SS. ¿Sabe qué es un SS? Es algo así como un superhombre. Un profesional elegido por Hitler. Un combatiente al que se le analizaron cuatro generaciones de sangre antes de conferirle ese honor. ¿O usted cree que cualquier idiota puede ser un SS? Yo tengo estudios de Derecho, de Filosofía…(…) Yo era y sigo siendo nazi. Luché por Alemania y moriré alemán.
Después de una charla de una hora, las fotos muestran a Serra en una pose que era muy suya, inclinado hacia adelante, la cara en proa hacia el entrevistado, llega el momento de la pregunta del millón. Barbie ya recorrió su pasado que considera glorioso, su patria, su Hitler, su SS, su idea del renacimiento alemán bajo un nuevo nacionalsocialismo. Antes de la despedida:
Serra: La acusación contra usted tiene once cuerpos. Veinte mil fusilamientos, quince mil franceses deportados, torturas… ¿Lo admite?
Barbie: Lo admito. No sé si las cifras son exactas, pero no importa. Fueron actos normales en tiempos de guerra.
Ya está: “Lo admito”.
Fue el único reportaje que Barbie dio, como tal, a un periodista. No hizo falta mucho más. Pero hubo algo más. Cuando Serra bajaba las escaleras hacia la salida, Barbie llamó su atención y le dijo: “Por favor, no me haga mucho daño”. El periodista escribió luego: “Jamás entenderé esas siete palabras”.
Con todo, Barbie ni siguió en prisión, ni fue extraditado a Francia, que la pidió en 1974: Bolivia la negó porque, afirmó, no existía un tratado entre ambos países. Durante la dictadura del general García Meza, la llamada dictadura de los cocadólares, Barbie se encargó de la organización, y el accionar, de violentos grupos paramilitares. En 1982, con el regreso de Bolivia a la democracia, el gobierno de Hernán Siles Suazo arrestó a Barbie por estafa y lo deportó de inmediato a Francia.
Allá lo esperaban. Lo enjuiciaron en 1987, en Lyon. Fue juzgado por crímenes contra la humanidad, por la deportación de civiles, de los cuarenta y cuatro chicos judíos y más de ochenta personas, miembros de la Unión General de Israelíes de Francia en Lyon, días antes de la entrada a la ciudad de las tropas aliadas: se conoció esa deportación como “el último tren”. De todas formas, los testigos dejaron en claro por qué Barbie era conocido como “El carnicero de Lyon”.
Fue condenado a cadena perpetua el 4 de julio de 1987. Murió de cáncer en el hospital de la prisión el 25 de septiembre de 1991.
El periodista Ladislas de Hoyos se lanzó en 2000 a la política. Se presentó como candidato de un partido de centro derecha a las elecciones municipales de Seignosse: las ganó. Era todavía alcalde cuando murió, el 8 de diciembre de 2011, a los setenta y dos años.
El periodista Alfredo Serra nunca dejó la profesión. Trabajó en Infobae durante años. Murió en Buenos Aires el 22 de octubre de 2020, a los ochenta y un años