El retorno al “modo escuela” tras dos años de Covid-19

Cochabamba, Los Tiempos 
Hacia principios de 2020 la educación boliviana, en sus diversos sectores y niveles, sumaba todos los factores del desastre: infraestructura insuficiente o precaria y escasamente integrada a la era digital, docentes mal preparados y mal remunerados, y un modelo pedagógico confuso e ineficaz. Así lo demuestran diversos estudios, evaluaciones y rankings tanto nacionales como internacionales ampliamente difundidos. Y sobre aquella tormenta perfecta llegó la era Covid-19 con sus casi dos años escolares bajo cuarentena. El riesgo es significativo.

No por nada el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) ha lanzado importantes alertas sobre las consecuencias de las cuarentenas en el alumnado. Un informe de esta organización emitido en agosto de 2021 advierte: “El cierre prolongado de escuelas puede afectar negativamente a toda una generación en el corto, mediano y largo plazo”. Unicef también asegura que el regreso a clases presenciales puede ayudar a mitigar algunos problemas que se relacionan a la malnutrición, la violencia, el embarazo adolescente, entre otros.

Por ello, el retorno a clases presenciales cobró un carácter de urgencia. Es más, bajo una coincidente crisis política y contradictorias políticas sanitarias, Bolivia constituye uno de los últimos países del mundo en volver a esta modalidad. Así lo ha ratificado otro estudio de Unicef, a propósito del tema que, en septiembre del año pasado, señala: “Más de 1.000 millones de estudiantes todavía no asisten a clases presenciales debido al cierre de las escuelas a nivel nacional. No obstante, más de 105 de un total de 134 países que han cerrado escuelas (78 por ciento) han anunciado una fecha para reabrirlas. Cincuenta y nueve de esos 105 países ya han reabierto escuelas o planean abrirlas pronto”. 

Según el Ministerio de Educación, entre agosto y septiembre de 2021, el 77 por ciento de las unidades educativas bolivianas habilitaron clases presenciales o semipresenciales. Es decir, tras un frenazo de casi 18 meses donde el sistema debió adaptarse improvisadamente a un modelo de educación virtual. En suma, el reingreso a clases en Bolivia resultó notoriamente lejano a las previsiones que había resumido Unicef. Más si se considera que las contadas ocho a 10 semanas de actividades del 2021 resultaron sobre todo un inicial sondeo de readaptación y adaptación en el retorno a las aulas.

¿Se está previendo los cambios?

En ese escenario, la urgente y venidera vuelta a las aulas físicas concita la preocupación de diversos especialistas. “El retorno al modo escuela debería ser motivo de una amplia campaña estatal -dice el médico salubrista René Flores-. Se debería garantizar esas dos primeras funciones del Estado: educación y salud. Ojalá se entienda que ello implica que se asuma un conjunto de medidas transversales en función a la respuesta sanitaria del país a la Covid-19. Me parece que se ha caído en la idea, como en muchas áreas, de que la cuestión es vacunar y el resto llega por añadidura. Estamos a contra reloj para que se planifiquen mejor las cosas”.

Flores recuerda que en experiencias de otros países se va consolidando una asistencia presencial a las aulas flexible, dinámica y adaptable a las circunstancias que plantee la evolución de la pandemia. Luego añade: “Como jóvenes y niños son grupos a los que la enfermedad afecta mucho menos que a los mayores y sólo se vela por evitar los circuitos de contagio, entonces resulta posible organizar un nuevo sistema. Allí lo virtual, lo semipresencial y lo presencial podrían manejarse perfectamente, incluso, según casos específicos”. 

A menos de nueve semanas del retorno al “modo escuela”, ¿cuánto se ha avanzado en Bolivia para recuperar la funcionalidad del sistema educativo? La etapa experimental de meses recientes ha brindado importantes pautas a los expertos. Ellos esperan que aquellas experiencias sean debidamente asimiladas o integradas a los protocolos que las autoridades educativas han preparado. 

“Hubo un proceso experimental, por ejemplo, en algunas zonas de Cochabamba, desde febrero de este año -dice el experto epidemiólogo Yercin Mamani Ortiz-. En los municipios donde había pocos casos como en la zona sur de Cercado, debido a la presión social, se procedió primero a clases presenciales y luego a clases semipresenciales. Para ello hubo un ineludible justificativo: la generación de habilidades, algo que no se puede hacer vía online, en cualquier nivel educativo. Por eso, se ha previsto que el retorno sea paulatino y ordenado”. 

Una urgencia: agua

Según Mamani, quien ejerció como director del Servicio Departamental de Salud, hay factores que deben resolverse cuanto antes para garantizar el retorno a clases presenciales. El primero constituye un elemento imprescindible para las medidas de bioseguridad y del que adolecen cientos, si no miles, de establecimientos educativos: agua potable. El frecuente lavado de manos, aún si hubiera disponibilidad de alcohol, es una de las principales medidas de bioseguridad. La exautoridad señala que esa carencia debía haberse subsanado a lo largo de 2021.  

Tanto Mamani como Flores remarcan además que otro elemento clave para la normalización de las labores escolares resulta el comportamiento de los padres. “Si los progenitores no respetan las normas sanitarias que se han establecido en el entorno de la unidad educativa y en las propias casas, entonces baja el nivel de seguridad”, dice Flores. “Vimos que los niños venían, en general, y cumplían con todos los requisitos e instrucciones, pero no así los padres. Se tuvo que organizar un control por parte de los propios padres de familia para quienes no cumplían con lo normado ya sea al llegar o al irse de la escuela”. 

Ambos especialistas prevén que, según el avance del proceso de vacunación, se podrá organizar en el ingreso de los niños. Los inmunizados podrían hacerlo más directamente y los no inmunizados bajo un cumplimiento más estricto de las medidas de bioseguridad o, en su caso, de manera semipresencial. Son procedimientos que también se han ido adoptando en diversos países que ya normalizaron sus labores académicas. 

Aire y barbijo

Un detalle particular que vale incluso para esferas extraeducativas constituye el uso exagerado de los barbijos, es decir, en las actividades deportivas. “En ninguna actividad física intensa se debe usar barbijo –explica Yercin Mamani–. La cantidad de dióxido de carbono que se expulsa es muy alta, entonces se está respirando aire que no ha sido oxigenado. Esa misma dificultad se tuvo al habilitar gimnasios y escuelas deportivas. Por ello, en estos casos, lo fundamental es el aforo, el distanciamiento. La gran mayoría de las unidades educativas cuentan con el suficiente espacio como para realizar estas actividades con el suficiente espacio de separación”. 

Flores añade que precisamente las actividades físicas y otras, en esta coyuntura Covid-19, deberían merecer una especial dedicación. “Mucha actividad al aire libre y al sol precisan y precisarán los niños –subraya–. Un libre proceso de respiración, ejercicio físico, más una adecuada exposición al sol son parte de los factores que potencian el sistema inmunológico. A ello se suma una alimentación sana, rica en vitaminas como la C, la D y la B y determinados suplementos. Ese tipo de materias deberían ser muy bien enseñadas y reforzadas a los alumnos y, por qué no, a los padres de familia en este tiempo. Tendrían que sumar entre las líneas imprescindibles de información estatal y hasta en provisiones especiales de alimentos, ojalá”.     

Ya en el desarrollo de las actividades, las recomendaciones de Unicef, asumidas en varios casos por los protocolos del Ministerio de Educación, son escalonar el comienzo y el cierre de la jornada escolar, escalonar las horas de comer, mover las aulas a espacios provisionales o al aire libre y crear turnos para reducir el número de alumnos por clase. Asimismo, las administraciones educativas deben examinar opciones para mejorar el protocolo (por ejemplo, toser y estornudar sobre el codo, en vez de cubrirse con la mano), el distanciamiento físico, los procedimientos de limpieza de las instalaciones y la preparación de alimentos en condiciones de seguridad. Por su parte, el personal administrativo y los profesores también deberán formarse sobre cómo llevar a cabo el distanciamiento físico y las prácticas de higiene en la escuela.

Esquema de seguridad

En cuanto al esquema de seguridad, Mamani destaca un exitoso sistema de control que se estableció en las unidades que tuvieron clases presenciales: “Se organizaron tres círculos para la unidad educativa. El primer círculo es el ambiente externo, área donde se fumiga y realiza un proceso de desinfección. El segundo círculo constituye la puerta de ingreso donde se evalúa rápidamente los signos y síntomas, básicamente la medición de la temperatura corporal, y además se desinfecta a las personas que ingresan. El tercer círculo resulta el aula, ambiente en el que se fija el distanciamiento físico y también medidas de desinfección”.

Las evaluaciones que se realizaron sobre el total de unidades educativas en las que se aplicó este sistema de seguridad resultaron positivas. Del total de denuncias sobre docentes o alumnos contagiados con Covid, más del 95 por ciento se produjeron fuera de la unidad educativa. Es más, esa precisión permitió que los pacientes fueran prontamente identificados y sometidos a tratamientos. Sólo se confirmó un caso de contagio dentro de la unidad educativa. Todo ello, además, en una coyuntura donde no había vacunación.

Paralelamente al escenario sanitario, el retorno al “modo escuela” suma los factores psicológicos y pedagógicos. “Los alumnos que ya tuvieron la experiencia de la presencialidad probablemente tengan un rápido proceso de adaptación –dice el psicólogo Carlos Velásquez–. Será como volver a manejar bicicleta después de un buen tiempo. Pero en el caso de quienes nunca estuvieron en la presencialidad, es decir, niños de entre primer y tercer año de colegio, puede resultar algo dificultoso. Pero es probable que no sea tan complejo, deberán adaptarse a estudiar junto a otras personas, y los niños se adaptan muy rápidamente a nuevas situaciones”.

Concuerda con esa alerta, la pedagoga Ana Solares y cita en especial el caso de los alumnos de tercer grado: “Es el caso más delicado, alumnos que no llegaron al aula con la maestra de primero ni de segundo curso, ahora que lo hagan en tercero plantearán un reto para los docentes. Los profesores tendrán que educarles en las habilidades, pautas y actitudes de los estudiantes para ubicarse en el aula, para disciplinarse en su relación con los compañeritos, para ir al baño, etc. Será algo complicado para los docentes y deben estar preparados para esa misión. Una dificultad especial para los alumnos de primero será el no estar acompañados de la persona que colaboró en el aprendizaje de la lecto-escritura. Ahí también se verá la efectividad de la educación virtual”.   

Velásquez puntualiza que donde habrá que tener también cuidado es en el cambio del manejo de las tareas escolares de la cercanía virtual a la delegada. Sin embargo, cita que las experiencias piloto que hubo en meses pasados no resultaron traumáticas. El psicólogo suma como factor a tomar en cuenta la incertidumbre sobre el curso de la pandemia y los cambios que esta podría motivar. 

Pero también hay expectativas por el lado positivo. Solares puntualiza: “Yo espero que este retorno a clases no signifique un abandono de las modalidades virtuales. Estas modalidades permiten no solamente que los alumnos se familiaricen con las plataformas y los recursos de la red, sino que parte del proceso educativo no se desarrolle de forma sincrónica. Puede ser de mucha ayuda para profesores, estudiantes y padres de familia porque se posibilita una mayor fluidez y precisión de la información”.                 

El retorno al modo escuela se aproxima. Todas las fuentes citadas han señalado que con él llega un tiempo de sucesivas evaluaciones sobre los cambios que el golpe que sufrió el planeta impuso. Todas también temen por las víctimas de la crónica desigualdad social que afecta al país.  

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