La historia de las dos mujeres que lucharon contra el tiempo para encontrar la vacuna contra el COVID-19 en plena pandemia
Sarah Gilbert y Catherine Green, científicas de la Universidad de Oxford, publicaron “Vaxxers”, un libro que combina el thriller de biotecnología con los entretelones de la política y las redes sociales, en una crónica de una increíble epopeya científica. La vacuna que desarrollaron, que produce AstraZeneca se ha aplicado ya a más de 200 millones de personas
—No estoy diciendo que haya definitivamente una conspiración. Pero me preocupa que no sepamos qué ponen en esas vacunas: mercurio y otras cosas tóxicas. No confío en ellos. No nos dicen la verdad.
Ellie supo que la pizza se enfriaría cuando su madre, Catherine Green, una bioquímica de la Universidad de Oxford que participó en el desarrollo de la vacuna contra el COVID-19, se identificó:
—Yo soy “ellos”. No podías haberlo sabido, pero soy la mejor persona en el mundo que te puede contar qué hay en la vacuna. Trabajo con la gente que la inventó. Mi equipo y yo, en mi laboratorio, somos quienes la hicimos, físicamente. Ordenamos los ingredientes, creamos el primer lote, hicimos más lotes a partir de ese, como una masa madre, lo purificamos y lo pusimos en pequeñas ampollas.
Su idea era demostrarle a esa persona que ella no se parecía siquiera a la idea dominante de “ellos”, “una élite global dispuesta a ganar poder y control”. Ella era una científica con una hija en la cola para comprar una pizza. “No tengo el número de teléfono de Bill Gates. No sé cómo poner un nanobot de rastreo en una vacuna”.
En ese momento, en medio del paisaje de Gales y con la niña aburrida a su lado y la caja de pizza en la mano, concibió la idea de un libro para las personas que tienen dudas sobre las vacunas, que les brindara pruebas y herramientas de análisis. Pero el documento que finalmente creó, junto con Sarah Gilbert, del Instituto Jenner de la universidad, es en realidad la crónica de un momento cumbre de la ciencia moderna: cómo se hizo la vacuna contra el COVID-19. En su caso, la de AstraZeneca, desarrollada por Oxford, por cuyo éxito todavía peleaba entonces.
De inmediato le hizo la propuesta a Gilbert, quien en junio de 2021 recibiría una ovación en Wimbledon, invitada al palco real tras haber recibido la Orden del Imperio Británico que antepuso el “Dame” a su nombre. Pero en aquel momento a mediados de 2020 era una científica agotada por jornadas de 18 horas y la enorme presión de ayudar a combatir una pandemia que llevaba acumulados casi 25 millones de casos y 800.000 muertes en el mundo, y actualmente llega a 204 millones de infecciones y 4,32 millones de muertos.
El resultado es Vaxxers, la historia íntima de la vacuna y la carrera contra el virus, un detalle minuto a minuto de la concepción, el desarrollo, la producción, el ensayo, la fabricación y la distribución de la AZD1222, una de las vacunas contra el coronavirus. Un proceso realizado, además, en tiempo record: antes de que el SARS-CoV-2 infectara al primer humano en Wuhan, China, y causara una catástrofe global, la vacuna que menos tiempo había demorado —la de Merck contra las paperas— había requerido cuatro años.
Vaxxers (algo así como Pro-vacunas) ofrece una perspectiva realista, y por ende poco hollywoodense, de cómo son los laboratorios de investigación, donde los científicos consiguen con esfuerzo becas y subsidios para garantizar un tramo de la investigación sin saber si conseguirán las becas y los subsidios necesarios para la etapa siguiente. Tomar la decisión de dedicarse al SARS-CoV-2, por ejemplo, fue un riesgo alto porque en el momento no se imaginaba siquiera que pudiera derivar en una pandemia global: ¿y si la cosa no pasaba a mayores y se desperdiciaban recursos que no se renovarían?
Una carrera contra el tiempo
Desde la primera noticia sobre una neumonía atípica en China hasta que el equipo de Oxford inyectó la primera inmunización en el brazo un voluntario, el relato de las científicas parece un thriller de biotecnología combinado con una distopía sobre las redes sociales, con desvíos sobre la doble jornada laboral de estas dos mujeres, ambas madres (en el caso de Gilbert, de trillizos en edad universitaria, que fueron voluntarios en los ensayos clínicos).
“Esta es la historia de una carrera”, definió Gilbert en uno de los capítulos a su cargo: escribieron alternadamente uno cada una. “No, como se ha descripto tantas veces, una carrera contra otros científicos que hacían otras vacunas. Con miles de millones de personas necesitadas de protección, siempre íbamos a necesitar todas las vacunas que pudiéramos lograr: idealmente empleando diferentes tecnologías, de manera tal que su una fallaba otra podía tomar su lugar; con diferentes materias primas, para minimizar la probabilidad de escasez global; y en diferentes países, para prevenir el acaparamiento y el chauvinismo”.
La competencia fue otra: “Fue una carrera contra el virus devastador que se cobró millones de vida, arruinó medios de vida, vació las escuelas, nos mantuvo alejados de las personas que amábamos y cerró sociedades enteras. Fue una carrera que, aun mientras el mundo entraba en confinamiento en los primeros meses de 2020, de algún modo ya habíamos perdido. Es una carrera que todavía corremos por las variantes que amenazan con ‘escaparse’ de las vacunas y los tratamientos que hemos desarrollado para controlar la pandemia”.
Y aun si se logra pisar la línea de llegada, quizá no quede mucho tiempo para celebrar. “Nos estaremos entrenando para la siguiente”, advirtió con desesperanza.
El libro es a la vez la historia de un azar afortunado, el hecho de que ambas estuvieran “en el lugar justo en el momento exacto” para aprovechar una plataforma empleada en otras vacunas y actuar con una rapidez que no sabían que se podía permitir la ciencia. “No somos las ‘grandes farmacológicas’ ni ‘ellos’”, se hizo eco de Green. Siguió:
Somos dos personas comunes que, con un equipo de otra gente trabajadora y dedicada, hicimos algo extraordinario. No tenemos personal doméstico, choferes o niñeras y, como cualquier otro, nos pasaron cosas en la vida Hubo días en los que maldijimos o lloramos de frustración o agotamiento. Dormimos mal y subimos de peso.
A veces las visitaba un miembro de la realeza; otras veces no había calefacción. “Hubo días en los que parecía que estábamos luchando contra nuestro empleador, o los medios, o un enjambre de avispas, además de contra el virus”, ilustró.
Vaxxers es tan exhaustivo en cada detalle que incluye, en el último de sus apéndices, la mismísima receta de la vacuna. Que no contiene mercurio ni chips, por cierto. Cuenta cómo, a menos de 48 horas de que el 11 de enero se decodificara el genoma del SARS-CoV-2, se completó un diseño conceptual de la fórmula y, en paralelo a otras investigaciones —por ejemplo, sobre la proteína de punta con la cual el virus se abre paso en las células humanas—, se construyó un ensayo clínico en 65 días y se logró que en un año la AZD1222 se estuviera aplicando en el mundo.
Wuhan y la Enfermedad X
El 1 de enero de 2020, en su casa, Gilbert revisaba los emails y algunos sitios cuando algo le llamó la atención en ProMedMail, especializado en brotes de enfermedades en distintos puntos del mundo. En Wuhan, China, se había detectado cuatro casos de “neumonía de origen desconocido”, con fiebre alta y resistencia a los antibióticos.
“El primer paciente trabajaba en un mercado de animales. Interesante”, escribió. “Más adelante se sugería que podía marcar el regreso del SARS”, evocó la primera epidemia internacional del siglo XXI, que causó 8.000 infecciones en 29 países y territorios y casi 800 muertes, entre 2002 y 2004. “Pero ‘los ciudadanos no deben entrar en pánico’”, completó la cita.
Al día siguiente volvió a revisar el caso: había 27 infectados. El 3 de enero ProdMedMail informó sobre 44 enfermos, 11 de los cuales eran críticos; se mencionaba por primera vez que se hacía un rastreo de contactos (121 personas) y que la sintomatología era “parecida a la del SARS”.
Eso no le gustó: “Si esta nueva enfermedad en China era en efecto el SARS, o como el SARS, estábamos en problemas”, escribió. Para entonces, ya no podía dejar de pensar en el asunto: “Mi trabajo consiste en desarrollar vacunas contra algunos de los patógenos emergentes que ya conocemos y prepararme para hacer una vacuna muy rápidamente si se identifica alguno nuevo”, explicó. Ese escenario se llamaba “Enfermedad X”.
En Oxford ya habían diseñado una plataforma capaz de ajustarse a la posibilidad de un patógeno nuevo; habían creado vacunas buenas contra el ébola y el MERS. Llamado ChAdOx1, este sistema usa un adenovirus —que causa síntomas en los chimpancés pero no en los humanos— genéticamente manipulado para que no se multiplique una vez inyectado en cuerpo. A este vehículo de talla única se le agrega un conjunto de genes que instruye a las células de la persona vacunada para que creen los antígenos específicos que provoquen la mejor respuesta protectora del sistema inmunológico.
En el caso del COVID —que todavía no tenía nombre ni había sido estudiado— estos antígenos tendrían que apuntar a la hoy famosa proteína de punta.
Una plataforma prêt-à-porter
“La gran ventaja de esto”, escribió Gilbert sobre la plataforma prêt-à-porter, “es que no es necesario repetir cada uno de los muchos aspectos del desarrollo de vacunas para cada una nueva. Los conocimientos sobre cómo fabricar la vacuna, cómo almacenarla y qué dosis administrar pueden acumularse y aplicarse a cada vacuna que se fabrique utilizando la misma plataforma”. Eso reduce el tiempo de desarrollo, que pronto se sabría que era esencial, como también los costos, algo importante porque no llueve dinero sobre los laboratorios donde se investigan enfermedades raras.
En el capítulo siguiente Green empleó la primera de una serie de imágenes culinarias que hacen que Vaxxers sea ameno para el público no científico al que está dedicado:
Pensemos en una repostera que vende pasteles personalizados con mensajes glaseados como “Felices 50 años Joe” o “Enhorabuena por el compromiso Ali y Max”. Ella podría esperar hasta recibir la orden y sólo entonces comenzar el proceso de mezclar los ingredientes, hornear el pastel, dejar que se enfríe, cubrirlo con el glaseado, esperar a que se asiente y finalmente agregarle el mensaje personalizado. Si recibe la orden el día anterior al que se necesita el pastel, eso funcionaría.
Pero si quiere ofrecer un servicio más rápido, cada mañana podría hornear una cantidad de pasteles y agregarles el glaseado de base. Asume un riesgo financiero: si no recibe órdenes, los pasteles pre-horneados se pondrán rancios y habrá que tirarlos. Pero quizá el riesgo valga la pena. Cuando un cliente llegue a su comercio, todo lo que tiene que hacer es tomar su manga repostera y agregar el mensaje personalizado mientras él espera. La torta está lista entonces para ir a la fiesta. Sólo que en el caso de una vacuna, la fiesta es una pandemia.
La pregunta clave era si la misteriosa neumonía atípica de Wuhan sería la Enfermedad X o no. La cuestión iba más allá de la reputación de Gilbert y Green: los laboratorios como el del Instituto Jenner son emprendimientos en los cuales los científicos pasan de un proyecto a otro según la financiación que consigan. Siempre trabajan en el corto plazo y con gran inseguridad.
Todas las investigaciones que tenían prioridad hasta el momento tendrían que ser archivadas. “Y deberíamos avanzar el el proceso a nuestro propio riesgo”, agregó Green, “avanzando a la siguiente etapa antes de que se completaran todas las pruebas de la previa”. El riesgo no es sobre el producto, ya que las pruebas se completan por el camino, sino que si surge un problema en alguna, todo lo que se avanzó va al cesto de la basura. Y con ello todo el tiempo, los recursos humanos y el dinero empleados.
La masa madre
La progresión de los contagios las convención de que el COVID era la Enfermedad X y partieron de su plataforma con esperanza: les garantizaba una vacuna de un 50% de eficacia (en la vida real, llegaría al 94%, más que la de Pfizer, y en el laboratorio verificarían hasta un 70%).
Comenzaron sin demora el proceso que requería cuatro etapas: diseñar la vacuna (algo que hicieron en dos días intensos), crear el material de base (un proceso que explicaron con otra analogía culinaria: hacer la masa madre del pan), multiplicar el material y probarlo en voluntarios.
Entonces llegaría una quinta: aumentar la escala.
Ni financiera ni materialmente podría la Universidad de Oxford fabricar la vacuna, envasarla y distribuirla al público. No es a lo que se dedica. La quinta etapa requería de un socio comercial.
En abril, con la masa madre y el primer lote de pancitos listo para hornear, las científicas estaban exhaustas. Entonces les anunciaron que AstraZeneca entraba en el juego. Y en lugar de respirar aliviadas y descansar un poco, debieron enfrentar un choque de culturas fabuloso: el equipo minúsculo y ágil del laboratorio parecía no hablar siquiera el mismo idioma que el del gigante corporativo, al que luego se le sumó el Serum Institute de la India.
Para entonces las infecciones en el mundo rondaban los dos millones y los muertos eran más de 120.000, con fronteras cerradas, países en confinamiento y situaciones críticas en Italia, España y la ciudad de Nueva York en los Estados Unidos. No había alternativa: el aporte de una empresa farmacológica para aumentar la escala y el del gobierno en la revisión y aprobación de los ensayos era imprescindible.
“En 2020 logramos ir más rápido no porque cortáramos camino o asumiéramos riesgos con nuestro producto”, recordó Gilbert. “Fuimos más rápido porque esta vez era necesario hacerlo”.
De la pizza casera a Pizza Express
No fue fácil. Los ejecutivos de AstraZeneca no tenían experiencia en vectores virales y las científicas revoleaban los ojos cada vez que le volvían a preguntar la misma cosa sobre los aspectos técnicos de la producción. Las irritaba que, cuando les explicaban el detalle de la “técnica de optimización de codones” sólo les interesara el sentido general del asunto, que permitía aumentar el impacto de la vacuna y hacerla adaptable a potenciales cepas nuevas.
De manera equivalente, a los representantes de la empresa les parecía lo más natural del mundo la escala global del proyecto y se frustraban cuando gente tan capacitada como Gilbert y Green proponían cosas imposibles, que ignoraban cuestiones básicas de la logística de fabricación masiva.
“Nosotros éramos esencialmente una pizzería familiar que lo hacía todo por sí misma, desde comprobar con las clínicas cuántas dosis necesitaban cada día hasta pegar las etiquetas y organizar a los repartidores, y ellos eran Pizza Express, con programas informáticos y enormes sistemas y subcontratación para llevar a cabo operaciones globales”, comparó Green, en alusión a la cadena de casi 500 locales en Europa, Asia y Medio Oriente.
“También utilizaban muchas abreviaturas que no entendíamos, y a veces nos sentíamos tontas al tener que pedirles que nos explicaran de qué estaban hablando”, agregó. “Debían pensar que éramos muy básicas”.
Más temprano que tarde los equipos convergieron. Y la sinergia logró algo que resultaría capital para que la vacuna llegara a más lugares del mundo y, por ende, ayudara a combatir la pandemia: la gente de AstraZeneca se interesó por los datos de una parte de los materiales que parecían mantenerse estables a 2ºC, a diferencia de la mayor parte de los lotes de ChAdOx1 que estaban a -80ºC. Los revisaron y, en efecto, era así: se descubrió de ese modo que había manera de tener una vacuna que se pudiera almacenar en un refrigerador común.
Mantén la calma y haz vacunas
Pasaron las primeras semanas de calma en mucho tiempo. ”Hubo tres factores claves que nos permitieron reducir la espera y condensar 10 años en uno”, escribió Gilbert recordando el optimismo de esos días. “Primero, el trabajo que ya teníamos hecho; segundo, cambios en la manera en que se habilitaron los fondos, y tercero, que hicimos en paralelo cosas que normalmente hubiéramos hecho como secuencia”.
Ese respiro terminó pronto: “El comienzo de nuestros ensayos clínicos nos volvió, de pronto, propiedad extremadamente pública”, definió. Prácticamente todos los miembros del laboratorio debían dedicar parte de su día laboral a los programas de televisión y de radio. Y entonces las redes sociales hicieron eso que ellas hacen.
“Tres días luego de que vacunáramos a nuestros primeros voluntarios, se volvió viral la falsa afirmación de que Elisa Granato había muerto”, siguió Green. “El texto completamente falso parecía verosímil: era comprensible que la gente se dejara llevar por él y ofrecía una buena perspectiva sobre lo fácil que es diseminar noticias falsas”.
Green llevó a su escritorio una taza con la leyenda “Mantén la calma y haz vacunas”. Ahora ella y Gilbert, miembros centrales del equipo científico de la Universidad de Oxford, necesitarían recordárselo más que nunca.
Un día Gilbert estaba en medio de una reunión de Zoom cuando un agente de seguridad informática de la universidad la llamó: ¿estaba bien? ¿Había recibido amenazas? Ella no entendía qué pasaba. Contó:
El día de la primera vacunación yo había publicado [en Twitter] un agradecimiento a mi equipo, nombrando a cada persona para reconocer sus esfuerzos y sus contribuciones, que nos habían permitido llegar a ese punto. Supongo que comenzaba a tomar conciencia de que, como en todos los esfuerzos de equipo, iba a haber gente muy visible y otra que se perdería en el fondo.
El problema era que, como ahora me explicaba amablemente el agente de seguridad, no había que identificar nombres. Mi tuit había encendido a la gente. A muchos les había gustado, y tuiteaban agradecimientos y felicitaciones, lo cual era hermoso. Pero también había atraído a algunos activos anti-vacunas.
El drenaje de energías derivado del episodio hizo que, al cabo de un fin de semana secuestradas en las redes, las científicas decidieran que necesitaban vacaciones de las plataformas y también de los medios que se habían sumado a la polémica con desinformación, como que la vacuna contenía sustancias derivadas de ganado porcino o vacuno, y que por ende no eran aptas para musulmanes o hindúes.
Si bien ambas comprenden a las personas que tienen dudas sobre los beneficios y los riesgos de las vacunas —para ellas, en definitiva, es este libro que apunta precisamente a responderlas—, ninguna entiende a los anti vacunas. “¿Por qué alguien se opondría ideológicamente a una medida de salud pública segura y económica que salva millones de vidas e impide que la gente deba vivir con discapacidades de largo plazo que pueden ser causadas por enfermedades como la polio o la viruela y, parece, el COVID-19?”, planteó Gilbert.
El problema, aprendió, era que, aunque los anti-vaxxers eran un grupo más ruidoso que numeroso, en combinación con las redes interferían en la libertad de decisión de otras personas, y mientras tanto la pandemia continuaba.
Trombosis y otros reveses
El libro relata también algunas de las dificultades y reveses que se vivieron durante el desarrollo de la AZD1222. No todos los participantes en el ensayo clínico recibieron la misma dosis de vacuna: en un momento hubo dudas sobre la eficacia de dos dosis sucesivas idénticas versus la eficacia de media dosis inicial y una entera posterior; no todos esperaron el mismo tiempo entre dosis, ya que el Reino Unido decidió en un momento en extender el plazo a 12 semanas. Todo eso dificultó la interpretación de los resultados del estudio.
Nada comparable a lo que sucedió en marzo de 2021 cuando comenzaron a surgir informes de que una pequeña cantidad de personas vacunadas con AstraZeneca desarrollaban un extraño problema hematológico. Se suponía que esas trombosis estaban provocadas por las vacunas, pero no se entendía por qué. Alemania, Francia, Italia e España fueron los primeros países europeos que suspendieron el uso de la vacuna, aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) insistía en que no sólo no había pruebas sino que los beneficios seguían siendo superiores a los riesgos. En abril, Dinamarca se convirtió en el primer país del mundo que descartó por completo la aplicación de la AstraZeneca.
El riesgo de muerte por un coágulo era mucho más alto, y bien conocido, en los anticonceptivos femeninos, argumentó Vaxxers. Y por cierto el riesgo de muerte por un coágulo derivado de los problemas que causa el COVID-19 era muchísimo más alto.
“A medida que las circunstancias cambian y a medida que conocemos más sobre estos raros episodios de trombosis, es posible que haya que hacer más ajustes”, reconoció Gilbert. Hizo una comparación con su hábito de ir al trabajo en bicicleta: hace poco en su ruta habitual fue atropellada una ciclista; sin embargo, no ha variado su camino. “Para mí, los beneficios para mi salud, mi estado de ánimo y mi capacidad para llegar a donde quiero superan el pequeño riesgo de muerte”, explicó.
Sin embargo, cuando las circunstancias cambian, también cambia su valoración de los riesgos. “Cuando hay hielo, voy a pie o en coche. Cuando hay nieve, camino. Los acontecimientos raros y dramáticos, como los coágulos de sangre o los accidentes de avión, pueden preocupar mucho a la gente”. Pero no quiere decir que superen las ventajas de estar protegido contra un virus letal o llegar de América del Sur a Europa en pocas horas.
A pesar de las controversias, recordó, la vacuna se ha administrado a más de 200 millones de personas en el mundo y ha salvado miles de vidas. Y aun los obstáculos políticos —el libro habla de comparaciones intencionadamente desfavorables con las vacunas de Pfizer o Moderna y de los obstáculos que puso la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) estadounidense— no impidieron la distribución de una herramienta de enorme importancia en el combate de la pandemia.
Las teorías conspirativas de los antivacunas continúan —según una encuesta de Kaiser Family Foundation, en abril de 2021 el 54% de los estadounidenses adultos creían la desinformación más habitual sobre el COVID-19— y también la producción de la vacuna de AstraZeneca, que se estima llegará a 3.000 millones de dosis hacia finales de 2021.
“No hay prácticamente control alguno sobre lo que la gente puede decir en las redes sociales”, observó Gilbert, quien se ha convertido en una celebridad de la investigación, al punto que Mattel creó una muñeca en su honor para estimular a que niños y niñas incorporen científicos a sus juegos.
Algunas personas publican información errónea de buena fe, distinguió. ¿Quién no ha recibido fake news de amigos o familiares que las multiplican con buenas intenciones? “Otros, a menudo famosos o influencers con muchos seguidores, lo hacen porque les pagan o porque buscan clics. Y otros, a veces estados hostiles o sus agentes, publican información falsa con malicia, para confundir y engañar deliberadamente a la gente”, agregó.
La idea detrás de Vaxxers es oponerse a esos discursos, más allá de sus intenciones, con información verdadera. Al mismo tiempo, el texto ha documentado una epopeya científica en una coyuntura de crisis sin precedentes, que será un testimonio histórico en el porvenir.