Corazón longevo: cómo la dieta, el ejercicio, el sueño y el estrés afectan la salud cardiovascular
Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo una de las principales causas de mortalidad prematura, aún en pandemia. Un exprofesor de Harvard revela cuáles son las claves para ralentizar el proceso de envejecimiento del corazón
Filip K. Swirski, director del Instituto de Investigación Cardiovascular de la Escuela de Medicina Icahn en Mount Sinai, describió lo que ya se sabe sobre la interacción entre el estilo de vida, el cerebro y la salud cardiovascular, y en lo que los científicos todavía están trabajando. El ex profesor de la Escuela de Medicina de Harvard habló a fines del mes pasado en un evento virtual de la serie Temas de Bioingeniería presentada por la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas John A. Paulson de Harvard.
Swirski reconoció que “no hay duda” de que la genética juega un papel en la salud cardiovascular, pero en los últimos años, cuatro factores de riesgo (estrés, interrupción o fragmentación del sueño, dieta y estilo de vida sedentario) han sido claramente identificados como contribuyentes a la aterosclerosis, comúnmente conocido como endurecimiento de las arterias, que puede provocar una variedad de complicaciones, incluida la muerte.
La investigación actual y en curso busca descubrir el mecanismo por el cual estos factores “alteran el tejido a nivel celular y molecular”, dijo Swirski, centrándose en la “comunicación entre órganos”. El objetivo, aseguró, es “descubrir vías para diseñar enfoques terapéuticos y también cambiar las políticas de salud”, de la misma manera que la investigación sobre el tabaquismo dio forma a las políticas públicas.
“La arteriosclerosis es un término se refiere al engrosamiento y el endurecimiento de las arterias. Es un proceso inflamatorio crónico que afecta a las arterias de diferentes partes del cuerpo y que pasa por diferentes estadíos. Su lesión básica es llamada ‘la placa de ateroma’. Su fisura, erosión o rotura es la que facilita su crecimiento y la aparición de lesiones en los órganos por falta de irrigación sanguínea. Tanto el estrés como los trastornos del sueño, el sedentarismo y la alimentación inadecuada, entre otros, son factores de riesgo que favorecen la aparición y progresión de esta enfermedad, provocando un aumento en los casos de enfermedad cardiovascular en aquellas personas que los padecen”, explicó a este medio el doctor Hernán Provera, médico cardiólogo y jefe del área de Riesgo Cardiovascular en INEBA.
Según Mario Fitz Maurice, cardiólogo especialista en electrofisiología, “éstas placas ateroscleróticas se desarrollan típicamente durante un período de años o décadas. Por el contrario, las complicaciones trombóticas sobre las formaciones lipídicas ateroescleróticas pueden ocurrir repentinamente, y a menudo, sin previo aviso, provocando, en muchos casos, un infarto agudo de miocardio. Los síndromes coronarios agudos que pueden producir un infarto de miocardio están, en la mayoría de los casos, íntimamente relacionados con la enfermedad ateroesclerótica y se desarrollan a partir de la ruptura o erosión superficial de una de estas placas lipídicas”.
Resumiendo brevemente los hallazgos actuales sobre el sueño, así como los roles ampliamente reconocidos de la dieta y el estilo de vida, Swirski se dispuso a sumergirse en profundidad en el papel del estrés. Citando investigaciones aún no publicadas, usó diapositivas para ilustrar cómo los neutrófilos, un tipo de glóbulo blanco, se pueden ver “pululando” en los oídos de los ratones sometidos a estrés. Esto no es sorprendente, dijo, haciendo referencia a un estudio ganador del premio Curt Richter hace 10 años que mostró la redistribución de tales células inmunes debido al estrés.
La investigación actual está llevando estos estudios a un nivel celular, examinando los movimientos de diferentes componentes sanguíneos asociados con el sistema inmunológico tanto durante el estrés agudo inducido como en la recuperación posterior. Por ejemplo, en respuesta al estrés, los niveles de neutrófilos parecen aumentar en el pulmón, el hígado y el bazo, pero disminuyen en la médula ósea. “Puede darse el caso de que la fuente de los neutrófilos sea la médula ósea”, dijo. “Y que se están movilizando muy rápido” hacia los demás órganos.
Sin embargo, otros dos componentes, las células B y T, aumentan en la médula ósea bajo estrés agudo. Si bien enfatizó que este trabajo aún está en curso, Swirski ofreció una hipótesis. “Lo que creemos que está sucediendo es que, en respuesta al estrés agudo, hay una migración masiva de células B y T hacia la médula ósea”, añadió. “Se esconden en la médula ósea, tal vez como un refugio seguro, y después de que pasa la tormenta, comienzan a regresar a la sangre”.
Se buscan investigaciones adicionales para comprender los mecanismos de estos cambios. Debido a que estos cambios a gran escala son inducidos por el estrés, señaló, “los posibles culpables son los centros de estrés en el cerebro”. Los estudios en curso en ratones sugieren que los dos centros primarios de estrés parecen tener funciones diferentes. El eje hipotalámico pituitario suprarrenal, por ejemplo, controla dos de estos componentes sanguíneos, linfocitos y monocitos, pero el sistema nervioso simpático controla otro, la liberación de noradrenalina. Tal división fue “inesperada”, indicó Swirski, y suscita más preguntas y avenidas por explorar. “Creemos que estos procesos han evolucionado por razones que benefician al anfitrión, pero también pueden ser contraproducentes”, sostuvo.
“El estrés, el sueño y los buenos hábitos alimenticios están estrechamente relacionados: la falta de sueño produce estrés, y éste puede producir ‘malos’ hábitos alimenticios, y viceversa. Nuestro organismo precisa que lo proveamos de comida real, de vegetales, proteínas, grasas. Pero también, necesita descansar. Tenemos que aprender a frenar la pelota, priorizar el descanso, y no solo el sueño, sino el descanso y todo lo que conlleva. Los seres humanos vivimos estresados y sintiéndonos agotados”, explicó en diálogo con este medio Josefina Fitz Maurice, Health Coach certificada en el Institute for Integrative Nutrition de Nueva York. Y añadió: “El estrés es parte de nuestras vidas, es algo que nos pasa a todos y que ya es parte de nosotros. Aun así, nuestro cuerpo no está preparado para mantener largos períodos de estrés, porque, si lo hace, se activa un mecanismo del sistema simpático al que llamamos ‘lucha y huida’. Cuando está gobernado por este mecanismo, el organismo tiende a huir: prioriza todo lo que necesita para poder ‘escapar’, y deja de lado otros sistemas importantísimos como lo son la digestión y el sueño. Éste mismo sistema simpático, puede activar procesos inflamatorios dentro de las placas lipídicas mencionadas anteriormente, y en algunos casos, provocar ruptura, dando como resultado un infarto agudo de miocardio”.
Interrogado después de su presentación sobre la naturaleza adaptativa de estas respuestas, Swirski discutió la importancia evolutiva del estrés. El estrés no solo provoca la palpable reacción de “lucha, huida o congelación” que puede salvarnos cuando estamos amenazados, sino que, a nivel molecular, estas respuestas inmunológicas pueden haber ayudado a nuestros cuerpos a combatir los antígenos, como los gérmenes en los dientes de un depredador después de una mordedura.
Sin embargo, estas respuestas adaptativas tienen un precio. No solo la recuperación, el tiempo que se tarda en volver a los niveles previos al estrés, es lenta, sino que las investigaciones en curso indican que con el estrés repetido, los niveles reaccionan cada vez más rápido, saltando al modo de emergencia. “Tenga en cuenta que hay dos sistemas en nuestro cuerpo, el sistema inmunológico y el sistema nervioso, que aprenden”, dijo Swirski. “Requieren aportes y están muy entrelazados”.
Esto tiene implicaciones en la pandemia actual. “Hay un componente socioeconómico” en la salud de nuestro sistema inmunológico, dijo, señalando el efecto deletéreo de “el estrés de no poder alimentar a su familia”, entre otros factores. “Los ratones estresados mueren de COVID-19 a una tasa mucho más alta que los ratones no estresados”, dijo. “Esto impregna toda la salud y la enfermedad”, concluyó Swirski. “Algunas partes del estrés son beneficiosas. Necesitamos estrés, pero es ese equilibrio de estrés positivo y negativo. Es un tema complicado“.
Consumir una dieta principalmente vegana compuesta de alimentos de origen vegetal puede reducir el riesgo de enfermedad cardíaca hasta en un 52%, sugirió recientemente una investigación publicada en revista científica Journal of the American Heart Association.
Una variedad de frutas y verduras, cereales integrales, productos lácteos bajos en grasa, pescado y pollo sin piel, frutos secos y legumbres son elementos clave para evitar problemas de salud en el futuro. Por el contrario, los investigadores aconsejan que los adultos jóvenes limiten las grasas saturadas, la sal, las carnes rojas, los dulces y las bebidas azucaradas para prevenir ataques cardíacos en la mediana edad.
El estudio a largo plazo, dirigido por científicos de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Minnesota en Minneapolis, analizó la dieta de unas 5.000 personas durante un período de 30 años y si desarrollaron enfermedades cardíacas. Si bien no analizaron la razón detrás del vínculo, investigaciones anteriores sugieren que las dietas a base de plantas pueden reducir la presión arterial, mejorar el colesterol y ayudar a perder peso, todos factores de riesgo de enfermedad cardíaca.
“Una dieta rica en nutrientes y centrada en plantas es beneficiosa para la salud cardiovascular. Se trata de una alimentación centrada en plantas pero que no es necesariamente vegetariana. Las personas pueden elegir entre alimentos vegetales que sean lo más naturales posible, no altamente procesados. Creemos que las personas pueden incluir productos de origen animal con moderación de vez en cuando, como aves de corral no fritas, pescado no frito, huevos y productos lácteos bajos en grasa”, dijo el autor principaldel estudio, Yuni Choi.
Ante la consulta de Infobae, la licenciada en Nutrición Delfina Fahey (MP 3438), explicó que “una dieta basada en plantas apunta a una alimentación más consciente en la que se priorice el consumo de alimentos de origen vegetal. No es un plan estricto para adelgazar, sino una filosofía de vida para quienes desean seguir cuidar la salud y el medio ambiente. Esta propuesta se basa en incluir frutas, verduras, frutos secos, granos, legumbres y semillas, dejando aquellos productos de origen animal en proporciones muy pequeñas o nulas, de manera ocasional”.
“De la misma forma que envejecemos por fuera y nos salen canas y arrugas, podemos envejecer por dentro. El envejecimiento impacta en nuestras arterias como lo hace en todos los órganos; en el cerebro, en la retina, en el corazón y en lo riñones, por ejemplo. El 50% de ese envejecimiento está dado por la genética, por lo que traemos desde la cuna, por nuestros antecedentes familiares, por el pasar de la edad y por el sexo. Pero hay otro 50% de factores adquiridos que tienen mucho que ver con cómo descansados, cómo y cuánto nos movemos, cómo comemos y cómo vemos la vida en el día a día. Hay muchísima evidencia que demuestra que estos y otros factores son significativos en el envejecimiento de nuestras arterias. Los cardiólogos trabajamos corrigiendo esos factores para reducir la velocidad en la que envejecen nuestras arterias”, indicó en diálogo con este medio el doctor Nicolás Lalor, jefe de cardiología del Sanatorio Anchorena Recoleta.
9 de cada 10 fallecimientos por infarto se dan en personas que no reciben atención hospitalaria
El último informe de Estadísticas Vitales (DEVIS) del Ministerio de Salud de la Nación, correspondiente al año 2018, le asigna a las enfermedades cardiovasculares un total de más de 95.000 decesos anuales (95.826), los que corresponden a fiebre reumática aguda y enfermedades cardíacas reumáticas crónicas (130), enfermedades hipertensivas (7.293), infarto agudo de miocardio (17.755), otras enfermedades isquémicas del corazón (4.315), enfermedad cardiopulmonar y de la circulación pulmonar (1.584), insuficiencia cardíaca (22.973), otras formas de enfermedades del corazón (17.841), enfermedades cerebrovasculares (19.210), enfermedades de las arterias, arteriolas y vasos capilares (2.381), flebitis, embolias y trombosis venosas (298) y resto de enfermedades del sistema circulatorio (2.046).
Si se toma el total de muertes anuales con causa bien definida de dicho registro (314.952), se observa que el 30,4% corresponde a patologías cardiovasculares, lo que equivale a casi 1 fallecimiento de cada 3. “Estas cifras nos dan una verdadera dimensión de lo que representan las enfermedades cardiovasculares en la salud de la población”, aseveró el doctor Diego Grinfeld, presidente del Colegio Argentino de Cardioangiólogos Intervencionistas (CACI).
“Estamos viendo infartos que hace tiempo que no veíamos. Corresponden a casos en los que la gente claramente convivió con los síntomas muchas horas antes de solicitar asistencia; incluso vemos más casos avanzados de trombosis venosas y trombosis pulmonares. Estas situaciones se veían hace 30 años o más, cuando la conciencia y el conocimiento sobre los signos que preanunciaban un episodio coronario o cardiovascular todavía eran muy poco conocidos por la población general”, afirmó el doctor José A. Álvarez, médico especialista en cardioangiología intervencionista y miembro de la misma organización.
“Según estadísticas surgidas de un análisis comparativo de las investigaciones clínicas REGIBAR Y PRISMA, 9 de cada 10 fallecimientos por infarto se dan en personas que no recibieron atención hospitalaria, lo que muestra que el infarto no siempre es una condición irreversible e intratable; al contrario, atendido en tiempo y forma, con la realización temprana de procedimientos de desobstrucción coronaria, como la angioplastia, en un alto porcentaje de casos se logra una recuperación exitosa y el paciente puede retomar sus actividades y llevar una vida prácticamente normal. Eso sí, deberá modificar algunos hábitos por otros más saludables y adherir a los tratamientos que su médico le indique”, concluyó el doctor Martín Cisneros, cardioangiólogo intervencionista y vicepresidente del CACI.