Y así fue como las princesas de Disney y Mickey Mouse se sumaron a las guerras culturales
Todo empezó cuando Disney+ agregó carteles de advertencia sobre “la presentación negativa u ofensiva de pueblos o culturas”. Desde el racismo en juegos como Jungle Cruise o Splash Mountain pasando por la falta de consentimiento del beso que el príncipe da a Blancanieves, la gran marca global de entretenimiento quedó en el fuego cruzado entre progresistas y conservadores
Los primeros disparos en esta nueva batalla de las guerras culturales se escucharon en 2019, cuando se lanzó el servicio de streaming Disney+, cuyo catálogo está repleto de perspectivas que en el siglo XXI reciben reprobación. Antes de que comiencen títulos como Dumbo, Aladino, Peter Pan, Los aristogatos o El show de los Muppets, un cartel advierte sobre “la presentación negativa u ofensiva de pueblos o culturas”. Detalla:
Estos estereotipos estaban mal en su momento y están mal ahora. En lugar de eliminar este contenido, queremos reconocer su impacto dañino, aprender de él e incentivar la conversación para crear juntos un futuro más inclusivo.
Pero el lío mayor surgió cuando Disneyland reabrió luego de más de 400 días de cierre por la pandemia, lleno de lugares donde lavarse o desinfectarse las manos. Largas filas se formaban frente a la única puesta nueva, El deseo encantado de Blancanieves, que termina cuando el príncipe da “el beso del amor verdadero” a la muchacha inconsciente, y entonces ella despierta.
“Un beso que él le da sin el consentimiento de ella, mientras ella está dormida: no puede ser amor verdadero si solo una persona entiende qué está sucediendo”, escribieron Julie Tremaine y Katie Dowd en SF Gate. Siguieron:
¿Acaso no estábamos ya de acuerdo en que el consentimiento en las primeras películas de Disney era un problema de importancia? ¿Que enseñarles a los niños que besarse, cuando no se ha establecido si ambas partes están de acuerdo en hacerlo, no está bien? Es difícil comprender por qué el Disneyland de 2021 elegiría agregar una escena con ideas tan anticuadas sobre lo que se permite que un hombre le haga a una mujer, en particular dado el actual énfasis de la empresa en eliminar escenas problemáticas de juegos como Jungle Cruise o Splash Mountain.
El parque de California ya había anunciado que cambiaría Splash Mountain (razón por la cual todavía el show no reabrió) para que asumiera los temas de La princesa y el sapo, la película de 2009, en lugar de Canción del sur, que aún en 1946, cuando fue estrenada, mereció objeciones de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP) por sus estereotipos racistas y por presentar a las personas esclavizadas en una plantación del sur de los Estados Unidos como gente feliz que cantaba mientras era forzada a trabajar brutalmente. Dado que toda advertencia preliminar pareció poco a los directivos de la empresa, este título no está disponible en Disney+.
La reseña del SF Gate, si bien fue muy positiva sobre la calidad artística de El deseo encantado de Blancanieves, enfureció al arco que va desde los fanáticos duros que visitan los parques de Disney (en general adultos, contra lo que se cree, muchos de los cuales no sólo no tienen hijos sino que ni se molestan en llevar a sobrinos o hijos de amigos) hasta los conservadores que miran Fox News. En respuesta al artículo de Tremaine y Dowd, el canal de noticias repitió una larga nota sobre el tema, con títulos como “La cultura de la cancelación ataca a Blancanieves” o “El movimiento de buena conciencia apunta a Disneyland”, y contó con opiniones como la del senador John Kennedy (de Luisiana, no confundir con la famosa familia de Massachusetts): “¡Estamos tan jodidos! No sé de dónde sacan semejantes ideas estos idiotas”.
El activista de derecha Christopher Rufo reveló un documento interno de Disney, supuestamente titulado “Aliados de la conciencia racial” o “Reimaginar el mañana”, que ofrecía una suerte de hoja de ruta para quien se quisiera capacitar en el problema del racismo sistémico, en qué consiste el privilegio de los que no viven discriminados o cómo responder a expresiones falsamente neutrales como “todas las vidas importan”. La empresa lo había ofrecido como entrenamiento optativo luego del asesinado de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis.
Según Deseret News, el documento invitaba a los empleados “a evaluar su privilegio a partir de frases como ‘Mis padres son heterosexuales’, ‘Fui a la colonia de vacaciones’ o ‘Nunca me dijeron terrorista’”.
Acto seguido el podcaster Dinesh D’Souza, más famoso porque Donald Trump le otorgó un perdón presidencial luego de que se declarase culpable de contravenciones a las normas de financiación de las campañas políticas, exhortó a sus casi 700.000 suscriptores en YouTube a boicotear a Disney —acaso aplicando la lógica de que cancelador que cancela a otro cancelador tiene 100 años de perdón— mientras la bola de nieve crecía en Reddit y Twitter. Y —en Fox News, nuevamente, como en el cierre de un círculo— Tucker Carlson se quejó: “Disney estimula la quema de libros y nos dice que la igualdad está mal, que no somos todos iguales y que algunas de nuestras vidas importan más que otras”.
Disney, mientras tanto, emitió un comunicado: “Se está distorsionando deliberadamente estos documentos internos como si fueran un reflejo de la política de la empresa, cuando en realidad su propósito era permitir la diversidad de pensamiento y la discusión sobre los temas increíblemente complejos y desafiantes de la etnia y la discriminación que la sociedad y las compañías enfrentan en todo el país”.
En efecto —como destacó LA Magazine— durante los meses que “el lugar más feliz de la Tierra” pasó cerrado, no sólo cambió sus criterios de lavado de manos, sino que también observó sus atracciones a la luz de “la rápida evolución de las actitudes nacionales ante la diversidad y la inclusión”. Además del movimiento #MeToo y las protestas de Black Lives Matter, con la pandemia del coronavirus originado en Wuhan, al cual el ex presidente Trump se refería casi exclusivamente como “el virus chino”, hubo un aumento de la violencia contra los asiáticos en los Estados Unidos.
“Queremos que nuestros visitantes vean sus propios antecedentes y sus tradiciones reflejados en las narraciones, las experiencias y los productos que encuentran en sus interacciones con Disney”, escribió Josh D’Amaro, director de Parques, Experiencias y Productos de Disney, en el sitio de la compañía. Kendra Burns-Edel, consultora y habituée de parques temáticos, aclaró a LA Magazine: “Los fanáticos de Disney van desde los 90 años a los bebés, pero hoy en día los chicos tienen mucha más conciencia que en generaciones anteriores. Es una decisión pensada en términos de beneficios económicos. Disney reconoce que rinde más ser positivo acerca de la diversidad”.
Shilpa Davé, profesora de comunicación y medios en la Universidad de Virginia, coincidió, según The Guardian: “Es por su propio interés. Lo que sucede es que se dan cuenta de que deben atraer a un segmento demográfico cambiante. Para ellos, en resumen, la pregunta es cómo conseguir más clientes, cómo atraer a las generaciones nuevas. Parte de esto es: ‘Sí, queremos incorporar las iniciativas de diversidad, igualdad e inclusión, porque hacia allí van nuestras generaciones’. Si quieren tener éxito, tienen que pensar hacia delante. Vivimos en un mundo global. Y también vivimos en un mundo de diversidad racial y económica y religiosa, y no podemos aislarnos. Las corporaciones lo entienden”.
LA Magazine citó también un informe del Centro de Académicos y Narradores de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), realizado en 2020, que encontró que incorporar “diversidad auténtica” en las películas podía mejorar de manera significativa la recaudación. “El informe estimó que una película de USD 159 millones a la que le faltase diversidad perdería USD 32,2 millones en ventas de entradas en su primer fin de semana, con una pérdida potencial total de USD 130 millones”.
Si se mira la producción reciente de Disney, es evidente que sus ejecutivos perciben las tendencias actuales: en Moana, Coco, Raya y el último dragón, Zootropolis, la versión actuada de La bella y la bestia, Black Panther y Soul, por ejemplo, contienen una diversidad de personajes desconocida antes; hasta Frozen, con Elsa tan claramente desinteresada en los hombres, ha hecho que muchos en la comunidad LGBTQ la celebren como lesbiana.
La cuestión tiene importancia porque Disney —señaló The Guardian— es hoy “el proveedor dominante de cultura popular”, luego de que la empresa comprase Marvel, la Guerra de las Galaxias, Pixar, Avatar, Alien, The Muppets y The Simpsons, entre otros productos con potencial polémico. También se produjeron cambios a su interior: si antes de 2012 no se permitía que los empleados que interactuaban con el público tuvieran barba (una mujer musulmana hizo juicio porque no le permitían llevar su hijab, argumentó), ahora no sólo se permite eso sino que se le da la bienvenida a cortes de pelo para todos los géneros, joyería, manicuría, vestimenta e incluso tatuajes que expresen la individualidad de quien los lleva.
Eso indignó a algunos fanáticos fervientes como el segundo de la fiscalía de Las Vegas, el republicano Jonathan van Boskerck, quien en abril de 2021 publicó una columna de opinión en The Orlando Sentinel para denunciar que la “concientización” estaba arruinando la experiencia de ir a un parque de Disney. “Corta la onda”, lamentó. Su argumentación terminó en el código de vestimenta de los empleados: “El problema es que no me cruzo el país y pago miles de dólares para mirar cómo se expresa alguien a quien no conozco. Vengo para sumergirme en la fantasía, no en la realidad de la expresión de un extraño”. Llovieron memes y respuestas, entre ellas: “Este tipo no quiere Disney World: lo que quiere es Westworld”.
Dada la importancia de Disney, no sólo económica sino también social —sus productos apuntan a los niños— y simbólica —es parte de la cultura global— no es la primera vez que la empresa tiene problemas por transitar las arenas movedizas que van desde los valores de la familia tradicional que promueve hasta los cambios generacionales de sus consumidores. Por más que quiera evitar las controversias, es difícil, por ejemplo, abordar la cuestión misma de las familias sin criterios más inclusivos: padres del mismo sexo, hogares unipaternales. Una vez más, la demografía del cliente prevalece: Disney ha hecho promociones de “días gays” en sus parques.
The Guardian recordó que en 1996 un grupo de cristianos dirigido por la Convención Bautista del Sur y la Asociación Estadounidense de la Familia llevaron adelante un boicot de nueve años contra la empresa “por promover cada vez más las ideologías inmorales como la homosexualidad, la infidelidad y el adulterio”, los citó. Todo comenzó cuando Miramax, productora subsidiaria de Disney, estrenó Priest y Pulp Fiction, y se aceleró cuando en otra de sus ramas, ABC, brilló Ellen DeGeneres.
“Disney nunca ha sido apolítica”, dijo al periódico británico John Willis, director del Centro de Estudios Estadounidenses en la Universidad de Kent y autor de Disney Culture. “En términos históricos, Disney consistió en la visión de Walt para preservar unos Estados Unidos que, de muchas maneras, ya no existían. Es una especie de nostalgia por un paisaje bastante conservador”.
Eso mismo parece haber creído Kristen Bell, la voz de la princesa Anna en Frozen, quien en 2018 contó que ella usaba Blancanieves para enseñarles a sus hijas la importancia del consentimiento: “¿No les parece raro que el príncipe la bese sin que ella se lo permita?”, explicó que les decía. Y Keira Knightley, en plena gira de promoción de El cascanueces y los cuatro reinos, reveló que no quería que su hija mirase Cenicienta porque era “una historia sobre una muchacha que espera que un tipo rico la rescate” ni La sirenita, “que renuncia a su voz por un hombre”.
En su texto para el sitio de la empresa, el ejecutivo D’Amaro agregó que a las cuatro claves que sostienen la experiencia del consumidor en los parques, que consisten en “seguridad, cortesía, espectáculo y eficiencia” ahora se sumaría una quinta, “inclusión”. Escribió: “La marca Disney tiene una larga historia de inclusión, con narrativas que reflejan la aceptación y la tolerancia y celebran las diferencias entre las personas”, y citó títulos como Black Panther, Soul y Raya y el último dragón. “Como empresa global de entretenimiento, tenemos el compromiso de seguir contando historias que reflejen la rica diversidad de la experiencia humana”.
Para el sector más antiguo o conservador del público eso es problemático. Dijo D’Souza: “Disney se trataba sobre el bien y el mal, sobre brujas malvadas y princesas hermosas y príncipes caballerescos. Afirmaba nuestro sentido innato del bien y el mal y le daba una pátina de encanto a la virtud. Todo eso se ha perdido en el Disney de hoy”. Amparado en el anonimato de un usuario de Reddit, otro crítico apuntó al “escalpelo concientizador” con que Disney había cortado Jungle Cruise y Splash Mountain: “Ahora cada vez que los vea voy a pensar en política”.
Acaso la polémica sobre Blancanieves contenga en sí todo el problema. La columnista republicana Alicia Preston ironizó: “Mis queridas esclarecidas, permítanme ser la primera en informarles algo. Si el príncipe no la hubiera besado, estaría muerta”. Sin embargo, la historia de Disney es una adaptación para el público del siglo XX de un relato tradicional europeo en el cual la muchacha, en realidad, despertaba cuando le quitaban la manzana envenenada de la boca. Acaso el siglo XXI demande, a su vez, otra adaptación.