El fútbol después de Marc-André
En un momento dado
Es el siguiente capítulo. El pasado octubre, en una entrevista concedida a Catalunya Radio, Pep Guardiola le aseguró al periodista Ricard Torquemada que la próxima evolución en el fútbol de nuestros días llegaría con la utilización de los porteros en el fútbol de ataque. Que, no contentos con incorporar un protagonismo y unas funciones con balón propias de los jugadores de campo, en el siguiente paso también su posicionamiento se acercará al de otros compañeros. Dicho y hecho, hace ya varios meses que en latitudes tan dispares como Alemania, Países Bajos, Portugal, Argentina o Ecuador pueden verse a determinados guardametas adquiriendo apariencia y altura de central cuando sus equipos inician el juego desde atrás. El propio Guardiola ha experimentado con ello, en Inglaterra, en las figuras de Ederson o Claudio Bravo.
En un fútbol condicionado por las presiones adelantadas y, muchas veces, dispuestas en emparejamientos de uno contra uno por todo el campo, la transformación del meta en un hombre de campo más es una superioridad que desactiva conceptualmente el plan defensivo más habitual de un tiempo a esta parte. Salvo que a algún técnico se le ocurra disponer también al portero del equipo defensor fuera de su portería, en este caso con funciones de marca, el conjunto en posesión de la pelota siempre tendrá un jugador más en salida. En el contexto de juego actual, ante esta situación caben dos alternativas: saltar también a la presión sobre el guardameta, maniobra que potencialmente marcaría las rutas del avance a través del jugador liberado, o bien optar por flotar al guardameta con el balón en los pies manteniendo la marca sobre todos los posibles receptores del pase. Es ahí donde el comportamiento fuera del área del meta, tomando posiciones y efectos de futbolista de campo, se presenta como un reclamo que no se puede dejar pasar.
El Fútbol Club Barcelona, que posiblemente disponga del arquero más preparado para sacar ventaja de este tipo de escenarios, se despidió del fútbol en marzo con un encuentro ante la Real Sociedad en el que ya pudieron observarse algunas de las pautas mencionadas en el juego de Marc-André ter Stegen. Jugando más fuera del área, adelantando la posición hasta situarse entre Piqué y Lenglet, y definiéndose, por lo tanto, como el tercer integrante de una de tantas estructuras de salida con tres centrales. Con respecto al duelo frente a los txuriurdin, el regreso del Barça a los terrenos de juego, en Son Moix, mostró un paso más en el tratamiento de este tipo de variante, incorporándola con mucha más naturalidad e insistencia y distribuyendo al resto de piezas de una forma más armónica. Los centrales -esta vez Piqué y Ronald Araújo- se separaron más que en el Camp Nou incorporando anchura a la salida, los laterales tomaron vuelo, Busquets se fijó en la torre central del panóptico y, con el mediocentro en su posición, los interiores movilizaron su influencia hacia arriba y hacia las bandas. Cierto es que, por momentos, los apoyos del Barça sobre su portero en el corazón de la zaga interrumpieron rítmicamente la jugada, a la espera de unos movimientos colectivos que acompasaran la recepción libre del guardameta, pero también que, posteriormente, éstos llegaron a comparecer principalmente a través de la lateralización de Gerard Piqué y Frenkie de Jong.
Desplazando a banda al central diestro (Imágenes arriba) y al interior izquierdo, el conjunto de Setién orientó al partido hacia las áreas donde encontraría una ventaja táctica casi definitiva. Frente al claro 1-4-4-2 bermellón, el 1-4-3-3 culé reprodujo una situación de superioridad numérica visitante para la que el Mallorca no halló remedio. De Jong y Arturo Vidal, desde las posiciones de interiores, podían abrirse más que la pareja de mediocentros de Vicente Moreno, mucho más atada al carril central y limitada a la hora de seguir al chileno y al neerlandés hasta las zonas propias del lateral o del extremo. Enfrentando a las parejas de laterales y volantes del Mallorca con sendos triángulos -más Piqué en la derecha- en banda, el Barça dio con el escenario y los mecanismos para profundizar en ataque. Arrastrando a Pozo fuera de la banda a partir de las diagonales de Braithwaite o a Sastre fuera de la línea gracias a los acercamientos de Messi al mediocampo, liberaron los barcelonistas ambas esquinas para las llegadas de Sergi Roberto y Jordi Alba, de los interiores o para las caídas de Antoine Griezmann.
Fue precisamente la profundidad de su ataque la que marcó los momentos de dominio y, a la postre también, el resultado de los culés (junto a Messi, anotaron los tres futbolistas más profundos del once de Setién), tanto por el progresivo acercamiento al área de la calidad individual visitante como por la edificación de una superioridad en la presión de la que por momentos sólo Takefusa Kubo pareció poder escapar. Con Busquets más cerca de Messi que de Ter Stegen, y con el guardameta alemán más cerca de Sergio que nunca.
Es el siguiente capítulo. El pasado octubre, en una entrevista concedida a Catalunya Radio, Pep Guardiola le aseguró al periodista Ricard Torquemada que la próxima evolución en el fútbol de nuestros días llegaría con la utilización de los porteros en el fútbol de ataque. Que, no contentos con incorporar un protagonismo y unas funciones con balón propias de los jugadores de campo, en el siguiente paso también su posicionamiento se acercará al de otros compañeros. Dicho y hecho, hace ya varios meses que en latitudes tan dispares como Alemania, Países Bajos, Portugal, Argentina o Ecuador pueden verse a determinados guardametas adquiriendo apariencia y altura de central cuando sus equipos inician el juego desde atrás. El propio Guardiola ha experimentado con ello, en Inglaterra, en las figuras de Ederson o Claudio Bravo.
En un fútbol condicionado por las presiones adelantadas y, muchas veces, dispuestas en emparejamientos de uno contra uno por todo el campo, la transformación del meta en un hombre de campo más es una superioridad que desactiva conceptualmente el plan defensivo más habitual de un tiempo a esta parte. Salvo que a algún técnico se le ocurra disponer también al portero del equipo defensor fuera de su portería, en este caso con funciones de marca, el conjunto en posesión de la pelota siempre tendrá un jugador más en salida. En el contexto de juego actual, ante esta situación caben dos alternativas: saltar también a la presión sobre el guardameta, maniobra que potencialmente marcaría las rutas del avance a través del jugador liberado, o bien optar por flotar al guardameta con el balón en los pies manteniendo la marca sobre todos los posibles receptores del pase. Es ahí donde el comportamiento fuera del área del meta, tomando posiciones y efectos de futbolista de campo, se presenta como un reclamo que no se puede dejar pasar.
El Fútbol Club Barcelona, que posiblemente disponga del arquero más preparado para sacar ventaja de este tipo de escenarios, se despidió del fútbol en marzo con un encuentro ante la Real Sociedad en el que ya pudieron observarse algunas de las pautas mencionadas en el juego de Marc-André ter Stegen. Jugando más fuera del área, adelantando la posición hasta situarse entre Piqué y Lenglet, y definiéndose, por lo tanto, como el tercer integrante de una de tantas estructuras de salida con tres centrales. Con respecto al duelo frente a los txuriurdin, el regreso del Barça a los terrenos de juego, en Son Moix, mostró un paso más en el tratamiento de este tipo de variante, incorporándola con mucha más naturalidad e insistencia y distribuyendo al resto de piezas de una forma más armónica. Los centrales -esta vez Piqué y Ronald Araújo- se separaron más que en el Camp Nou incorporando anchura a la salida, los laterales tomaron vuelo, Busquets se fijó en la torre central del panóptico y, con el mediocentro en su posición, los interiores movilizaron su influencia hacia arriba y hacia las bandas. Cierto es que, por momentos, los apoyos del Barça sobre su portero en el corazón de la zaga interrumpieron rítmicamente la jugada, a la espera de unos movimientos colectivos que acompasaran la recepción libre del guardameta, pero también que, posteriormente, éstos llegaron a comparecer principalmente a través de la lateralización de Gerard Piqué y Frenkie de Jong.
Desplazando a banda al central diestro (Imágenes arriba) y al interior izquierdo, el conjunto de Setién orientó al partido hacia las áreas donde encontraría una ventaja táctica casi definitiva. Frente al claro 1-4-4-2 bermellón, el 1-4-3-3 culé reprodujo una situación de superioridad numérica visitante para la que el Mallorca no halló remedio. De Jong y Arturo Vidal, desde las posiciones de interiores, podían abrirse más que la pareja de mediocentros de Vicente Moreno, mucho más atada al carril central y limitada a la hora de seguir al chileno y al neerlandés hasta las zonas propias del lateral o del extremo. Enfrentando a las parejas de laterales y volantes del Mallorca con sendos triángulos -más Piqué en la derecha- en banda, el Barça dio con el escenario y los mecanismos para profundizar en ataque. Arrastrando a Pozo fuera de la banda a partir de las diagonales de Braithwaite o a Sastre fuera de la línea gracias a los acercamientos de Messi al mediocampo, liberaron los barcelonistas ambas esquinas para las llegadas de Sergi Roberto y Jordi Alba, de los interiores o para las caídas de Antoine Griezmann.
Fue precisamente la profundidad de su ataque la que marcó los momentos de dominio y, a la postre también, el resultado de los culés (junto a Messi, anotaron los tres futbolistas más profundos del once de Setién), tanto por el progresivo acercamiento al área de la calidad individual visitante como por la edificación de una superioridad en la presión de la que por momentos sólo Takefusa Kubo pareció poder escapar. Con Busquets más cerca de Messi que de Ter Stegen, y con el guardameta alemán más cerca de Sergio que nunca.