27 de mayo de 1812 en Cochabamba: mujeres heroínas sin rostro ni nombre
Cochabamba, Los Tiempos
El historiador francés Pierre Nora escribió que “La memoria depende en gran parte de lo mágico y sólo acepta las informaciones que le convienen. La historia, por el contrario, es una operación puramente intelectual, laica, que exige un análisis y un discurso críticos”. Esta es una distinción fundamental para establecer que ocurrió el 27 de mayo de 1812 y como posteriormente se (re)construyó la narrativa oficial de aquel día, principalmente a partir de la obra de Nataniel Aguirre “Juan de la Rosa”(1885), la erección del monumento recordatorio en 1926, la declaración al año siguiente del 27 de mayo como día de las mujeres y su transformación en 1944 como día de la madre.
¿Por qué Aguirre decidió poner en primer plano un acontecimiento que no había recibido interés positivo por parte la literatura patriótica que construía el pasado aceptado de la nación boliviana? Liberal y federalista había participado en la organización de tropas de artesanos mestizos para combatir la invasión chilena y pensaba que una nación derrotada requería de actos gloriosos y de heroísmo para elevar su moral. Elevó así a las alturas de la “patria” a las mujeres mestizas o cholas pero en cambio condenó la algazara plebeya del 25 y 26 de mayo y repudió a los caudillos conductores de un desborde más propio de una insurrección social que de una batalla por la “patria”. A fines del siglo XIX, por otra parte, las regiones entraron en disputa por el liderazgo de la nación. La participación en la “Guerra de la Independencia”, considerada en el acto heroico que dio origen a Bolivia, se constituyó en una suerte de dirimidor del poder. La Paz y Sucre podían, aunque en disputa, enarbolar sus propios lauros. Cochabamba tenía a Esteban Arze, pero no era socialmente muy diferente de P.D Murillo o M. Zudáñez de modo que solo las mujeres plebeyas podían introducir una diferencia, aunque retratadas de forma muy diferente al de su práctica real de 1812.
Nombrarlas, dar su filiación étnica o de clase, no son datos irrelevantes, implica una narrativa y un rito interesado de apropiación del pasado y de su legado para el presente ¿Quiénes eran ellas? ¿Plebeyas o señoras de alcurnia? Aguirre dejó claro el carácter mestizo de las protagonistas. Propuso como actoras a Rosita, la linda encajera y una ciega de apodo Chepa. Ella preside con su bastón, en gesto aguerrido, el monumento inaugurado en 1926. Sin apoyo de fuentes confiables, se decidió llamarla Manuela Gandarillas; ese nombre ya era conocido en 1910, cuando se construyó la columna para honrar el martirologio regional. Manuela de las Eras y Gandarillas realmente existió, aunque no tenía 100 años, no era ciega y no hay certeza que estuviera en la Coronilla. Aguirre la usa ficcionalmente, para presentar la fuerza y sabiduría del pasado convocando al porvenir.
Por otra parte, nuevamente sin documentación de respaldo, en 1910 se presentó una lista de damas de sociedad y cónyuges de comandantes de la “patria” como caídas el 27 de mayo, como si sus muertes debieran estar indisolublemente unidas a sus vidas de casadas. Entre ellas figura, por ejemplo, la esposa de Esteban Arze, Manuela Rodríguez Terceros. Ella sufrió persecuciones y sus bienes familiares fueron confiscados; pero siguió viva y los reclamó una vez decretada la Independencia en 1825. Murió el 9 de marzo de 1832 en Tarata. Al nombrarlas arbitrariamente, se intentó dar propiedad de clase y étnica a la batalla y restituir la presencia de la élite criolla en su (re)construcción en la narrativa histórica regional, dominada por la presencia mestiza del monumento de la Coronilla. La memoria, en lo que con Eric Hobsbawm podríamos designar como una “invención de la tradición”, enterró a la historia y olvidó que los testimonios disponibles evidencian que entre el 25 y el 27 de mayo se produjo una algazara popular ante la defección de los sectores criollos que gobernaban la región. Transformó en este recorrido a las mujeres plebeyas que agresivas defendían sus vidas (“Morir matando”) en productoras de un proyecto independentista presentado con un nítido corte de género, que ninguna otra región podía exhibir ni igualar. Blasón que serviría a Cochabamba para marcar su identidad.
El historiador francés Pierre Nora escribió que “La memoria depende en gran parte de lo mágico y sólo acepta las informaciones que le convienen. La historia, por el contrario, es una operación puramente intelectual, laica, que exige un análisis y un discurso críticos”. Esta es una distinción fundamental para establecer que ocurrió el 27 de mayo de 1812 y como posteriormente se (re)construyó la narrativa oficial de aquel día, principalmente a partir de la obra de Nataniel Aguirre “Juan de la Rosa”(1885), la erección del monumento recordatorio en 1926, la declaración al año siguiente del 27 de mayo como día de las mujeres y su transformación en 1944 como día de la madre.
¿Por qué Aguirre decidió poner en primer plano un acontecimiento que no había recibido interés positivo por parte la literatura patriótica que construía el pasado aceptado de la nación boliviana? Liberal y federalista había participado en la organización de tropas de artesanos mestizos para combatir la invasión chilena y pensaba que una nación derrotada requería de actos gloriosos y de heroísmo para elevar su moral. Elevó así a las alturas de la “patria” a las mujeres mestizas o cholas pero en cambio condenó la algazara plebeya del 25 y 26 de mayo y repudió a los caudillos conductores de un desborde más propio de una insurrección social que de una batalla por la “patria”. A fines del siglo XIX, por otra parte, las regiones entraron en disputa por el liderazgo de la nación. La participación en la “Guerra de la Independencia”, considerada en el acto heroico que dio origen a Bolivia, se constituyó en una suerte de dirimidor del poder. La Paz y Sucre podían, aunque en disputa, enarbolar sus propios lauros. Cochabamba tenía a Esteban Arze, pero no era socialmente muy diferente de P.D Murillo o M. Zudáñez de modo que solo las mujeres plebeyas podían introducir una diferencia, aunque retratadas de forma muy diferente al de su práctica real de 1812.
Nombrarlas, dar su filiación étnica o de clase, no son datos irrelevantes, implica una narrativa y un rito interesado de apropiación del pasado y de su legado para el presente ¿Quiénes eran ellas? ¿Plebeyas o señoras de alcurnia? Aguirre dejó claro el carácter mestizo de las protagonistas. Propuso como actoras a Rosita, la linda encajera y una ciega de apodo Chepa. Ella preside con su bastón, en gesto aguerrido, el monumento inaugurado en 1926. Sin apoyo de fuentes confiables, se decidió llamarla Manuela Gandarillas; ese nombre ya era conocido en 1910, cuando se construyó la columna para honrar el martirologio regional. Manuela de las Eras y Gandarillas realmente existió, aunque no tenía 100 años, no era ciega y no hay certeza que estuviera en la Coronilla. Aguirre la usa ficcionalmente, para presentar la fuerza y sabiduría del pasado convocando al porvenir.
Por otra parte, nuevamente sin documentación de respaldo, en 1910 se presentó una lista de damas de sociedad y cónyuges de comandantes de la “patria” como caídas el 27 de mayo, como si sus muertes debieran estar indisolublemente unidas a sus vidas de casadas. Entre ellas figura, por ejemplo, la esposa de Esteban Arze, Manuela Rodríguez Terceros. Ella sufrió persecuciones y sus bienes familiares fueron confiscados; pero siguió viva y los reclamó una vez decretada la Independencia en 1825. Murió el 9 de marzo de 1832 en Tarata. Al nombrarlas arbitrariamente, se intentó dar propiedad de clase y étnica a la batalla y restituir la presencia de la élite criolla en su (re)construcción en la narrativa histórica regional, dominada por la presencia mestiza del monumento de la Coronilla. La memoria, en lo que con Eric Hobsbawm podríamos designar como una “invención de la tradición”, enterró a la historia y olvidó que los testimonios disponibles evidencian que entre el 25 y el 27 de mayo se produjo una algazara popular ante la defección de los sectores criollos que gobernaban la región. Transformó en este recorrido a las mujeres plebeyas que agresivas defendían sus vidas (“Morir matando”) en productoras de un proyecto independentista presentado con un nítido corte de género, que ninguna otra región podía exhibir ni igualar. Blasón que serviría a Cochabamba para marcar su identidad.