La crisis del partido de Angela Merkel: de garantizar la estabilidad alemana a coquetear con la ultraderecha

La renuncia de Annegret Kramp-Karrenbauer a la presidencia de la CDU tras las escandalosas elecciones en Turingia, en las que la rama local de la fuerza se alió con AfD, fulminó el plan de la canciller para su sucesión en 2021. El fin de una era para Alemania y Europa

Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
El anuncio terminó de conmocionar a un país que ya venía sacudido por la decisión de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Turingia de romper la prohibición de pactar con Alternativa para Alemania (AfD), la fuerza de extrema derecha que no para de crecer. “Hoy, después de una larga reflexión, he informado a la junta del partido que no intentaré ser candidata a canciller”, dijo el lunes en una conferencia de prensa Annegret Kramp-Karrenbauer, la persona elegida por Angela Merkel para liderar a la CDU y sucederla en 2021.


AKK, como se la conoce, es una abogada y politóloga de 57 años, que asumió la presidencia del partido en diciembre de 2018, luego de que la canciller comenzara con la transición tras 13 años en el poder. Si bien la prensa alemana la llamaba “mini Merkel” por las similitudes entre su perfil y el de su jefa política, quedó siempre a su sombra y nunca pudo imponer su liderazgo.

Poco a poco, la interna de un partido cada vez más dividido la devoró. El desenlace fue la crisis de Turingia, un estado ubicado en el centro del país, que está políticamente paralizado desde las elecciones regionales del 27 de octubre pasado, que fueron catastróficas para la CDU. Quedó tercero con 21,7%, detrás de Die Linke (“la izquierda”), que salió primero con 31%, y de AfD, que terminó segundo con 23,4 por ciento.

Desde 2014, el presidente regional es Bodo Ramelow, de Die Linke, que gobernaba en coalición con la Socialdemocracia (SPD) y los Verdes. Pero los comicios del año pasado los dejaron con tres legisladores menos de los necesarios para continuar en el poder. Tras varias meses de negociaciones, el estancamiento se resolvió el 5 de febrero de la forma menos pensada: AfD y la CDU le ofrecieron su apoyo a Thomas Kemmerich, candidato del partido liberal FDP, que apenas había sacado el 5% de los votos.

Así desbancaron a la izquierda dura de Die Linke, pero solo por un rato. La decisión de la rama local de la CDU de quebrar el compromiso de no hacer alianzas con la ultraderecha provocó un terremoto político. “Es un acto imperdonable y debe ser anulado (...) es un mal día para la democracia”, dijo Merkel desde Sudáfrica, transgrediendo una ley no escrita que dice que los cancilleres no deben referirse a asuntos locales desde el exterior.

La indignación fue tan grande que terminaron renunciando los principales involucrados. A 24 horas de haber asumido, Kemmerich anunció su dimisión y la convocatoria a nuevos comicios para “limpiar el estigma del apoyo de AfD”. “Los demócratas necesitan mayorías democráticas y evidentemente no pueden ser obtenidas en este parlamento”, dijo.

También dimitieron Mike Mohring, líder de la CDU en Turingia y autor intelectual de la controversial alianza, y Christian Hirte, que además de ser su segundo formaba parte del gabinete económico de Merkel. Pero esos alejamientos no fueron suficientes para convencer a AKK de seguir adelante.

“Merkel se despidió de la CDU hace mucho tiempo, antes de retirarse como líder del partido en diciembre de 2018. Se ve a sí misma más como canciller que como jefa del partido. AKK era quien ella deseaba como sucesora, continuando su política centrista y moderada. Pero AKK no fue capaz de construir un perfil político propio, diferente de Merkel”, dijo a Infobae Benjamin Höhne, director adjunto del Instituto de Investigaciones Parlamentarias de Berlín. “Fue un claro error unirse al gobierno como ministra de Defensa. Eso le impidió concentrarse completamente en su trabajo como líder partidaria y le hizo perder credibilidad. Tras las elecciones en Turingia se hizo evidente que su autoridad era limitada”.

AKK continuará siendo presidenta del partido durante la mayor parte del año para conducir el proceso de selección de su reemplazante. Hay cuatro candidatos, todos varones y con estilos e ideas muy diferentes a Merkel. No está claro cómo podría ser esa convivencia hasta las elecciones federales de 2021, que marcarán el cierre definitivo de la era Merkel, tras 16 años en el poder. En cualquier caso, los episodios de estas semanas son la prueba más clara de que su tiempo como garante de la estabilidad y de la prosperidad en Alemania y en Europa ya concluyó hace rato.

Turingia

Con una población de 2,1 millones de habitantes, el estado que tiene a la ciudad de Érfurt como capital, comparte muchos problemas con las otras regiones que hasta 1990 formaban parte de la República Democrática Alemana (RDA), Alemania Oriental. Más allá de todos los esfuerzos —en gran medida exitosos— que hicieron los estados occidentales y el gobierno central por incorporar de la mejor manera posible a estos territorios económicamente atrasados, las diferencias entre oeste y este siguen siendo notorias.

El salario anual en Turingia es de 35.701 euros (unos 38.000 dólares), frente a un promedio de 42.962 en Alemania, según la Oficina de Estadísticas. Si bien el desempleo está en línea con el resto del país —5,3% frente a 5%—, en Turingia muchos jóvenes migran en busca de mejores oportunidades. Como consecuencia, tiene una población envejecida, con uno de cada cuatro habitantes superando los 65 años.

A la insatisfacción económica se suma la sociocultural. Son comunidades con mayor promedio de edad y más conservadoras que las de otras regiones, que no se sienten respetadas por un mundo globalizado, multicultural y competitivo. Eso lleva a muchas personas a añorar los años previos a la caída del Muro, lo que se conoce como la Ostalgie. Cuando había muchas menos libertades y oportunidades de progreso, pero la vida era más predecible y siempre se podía contar con un Estado protector.

Ese es el trasfondo social sobre el que se sustenta el avance de AfD, un partido que se opone rabiosamente a la diversidad cultural y a la inmigración, y que propone la fantasía de la restauración de un pasado mejor. Su llegada al Bundestag, el Parlamento Federal, donde en 2017 se convirtió en la tercera fuerza nacional, con 94 bancas, y en la primera de la oposición, se explica en gran medida por su éxito en la ex RDA.

“La causa de mediano plazo de la crisis es la estrategia política centrista de Merkel, que ha tenido un éxito extraordinario en términos electorales. Sin embargo, alejó a algunos grupos dentro de la CDU. Las ramas de Alemania del Este son más conservadoras, sobre todo en lo que se refiere a la inmigración y a las coaliciones con los Verdes, algo en lo que Merkel ha estado trabajando. AKK no tuvo suficiente autoridad para promover un programa de reformas más conservador dentro de la CDU. La intervención de Merkel en la crisis de Turingia desde el extranjero se vio como un debilitamiento más de AKK”, explicó Thomas Saalfeld, profesor de ciencia política de la Universidad de Bamberg, consultado por Infobae.

Lo paradójico de Turingia es que es precisamente allí donde el Partido Nacional Socialista de Adolf Hitler entró por primera vez a un gobierno regional en 1930, tres años antes de llegar al poder a nivel nacional. Björn Höcke, líder de AfD en el estado, es una de las figuras más radicalizadas del partido, por su énfasis en reescribir la historia oficial sobre el Tercer Reich y el Holocausto.

Por eso fue tan grande el impacto del acuerdo que selló Mike Mohring con él para que ambos partidos sumen sus votos y elijan a Kemmerich como presidente. Sobre todo, porque Merkel y AKK habían dejado muy en claro que esa era una línea que no se podía cruzar.

Los votos que gana AfD son, mayoritariamente, a expensas de la CDU, que fue históricamente el partido conservador, de centroderecha, pero que es visto por muchos ex votantes como demasiado inmerso en el establishment. Entonces, los líderes regionales que se ven más amenazados por su avance creen que la única manera de contenerlo es formando alianzas. Claro, también puede ser un plan perfecto para que AfD termine reemplazando a la CDU.

No obstante, el planteo de Mohring era que si se repetían las elecciones podían quedarse incluso con menos escaños, así que había que evitarlo de cualquier manera. Lo más probable es que después de lo sucedido el castigo en las urnas sea aún mayor.

“La CDU ha permitido que una fisura atraviese al partido desde 2015. En lugar de defender la decisión humanitaria de no cerrar las fronteras para los refugiados, sigue discutiendo eso. Pero la disputa es más profunda, se trata principalmente del hecho de que la CDU ya no está segura de sí misma. Y en lugar de apegarse al credo de Helmut Kohl de ‘medida y centro’, se ha movido tan a la derecha por AfD que ahora pierde con los Verdes por el medio y con AfD por derecha en todas las elecciones. Esto tiene algo que ver con Merkel y AKK, porque ninguna pudo encontrar un lenguaje claro aquí. Fueron demasiado débiles o no quisieron mantener a la CDU en su camino”, dijo a Infobae Michael Lühmann, investigador del Instituto Goettingen de Investigaciones Democráticas.

El fin de una era

Esta crisis es la última expresión, quizás la más preocupante, del ocaso del liderazgo de Merkel, la mandataria europea más destacada de las últimas décadas. Desde su asunción en 2005, la economía alemana consolidó su papel como locomotora de Europa, y ella se convirtió en la principal garante del proceso de integración europea. Pero el paso del tiempo y los profundos cambios atravesados por el continente en los últimos años la fueron desgastando.

“Merkel es canciller desde 2005 y presidenta de la CDU desde 2000. Son 20 años. No muchos políticos permanecen en el poder tanto tiempo en democracia. Si Merkel no es todavía la canciller que más tiempo lleva en el gobierno, pronto lo será. Es una crisis generacional natural. Pero no podrá haber una buena solución hasta que un nuevo líder se haga cargo del partido. Y nadie se solidificará en esa posición hasta que gane una elección”, sostuvo Sarah Wiliarty, profesora de gobierno de la Universidad Wesleyana, en diálogo con Infobae.

Ser jefa con la gigante de Merkel atrás ayudó muy poco a AKK a consolidar su liderazgo. Pero si la sucesión se hubiera producido cinco años antes, probablemente ella habría podido desempeñar eficientemente el papel. El problema es que el mundo de 2020 es muy diferente al de 2015. Ese mundo liberal, globalizado y cooperativo a nivel trasnacional que tenía a Merkel como una figura central está en cuestión desde hace algunos años.

La crisis económica de 2008, de la que Alemania se recuperó rápido, pero cuyas consecuencias aún se sienten en la mayor parte de Europa, fue el primer punto de inflexión. Para millones de personas fue la constatación de que sus condiciones de vida eran peores a las de generaciones precedentes, una novedad en una Europa que vivió muchas décadas de prosperidad creciente en la segunda mitad del siglo XX.

“Hay causas de largo plazo en los problemas de la CDU que tienen muy poco que ver con el gobierno de Merkel —dijo Saalfeld—. La globalización y la modernización económica en las democracias desarrolladas han aumentado la desigualdad social y la proporción de personas con empleos inseguros. Al mismo tiempo, la competencia mundial y la reglamentación transnacional reducen las facultades de los gobiernos para intervenir. Todo esto conduce a sociedades más desiguales: por un lado, jóvenes, educados, elites urbanas con valores cosmopolitas y, por otro, grupos que se sienten amenazados por estos acontecimientos. Esto conduce a la protesta de la izquierda contra el capitalismo global y al resentimiento de la derecha contra la inmigración”.

Ese corte sociocultural está rompiendo a la política tradicional. En todos los países europeos están en retroceso los grandes partidos socialdemócratas y conservadores, que antes representaban a la mayor parte de la población.

Así como había fuerzas capaces de interpelar a la clase obrera, y otras que hacían lo mismo con las capas medias, ahora estos sectores son mucho más heterogéneos que antes y están atravesados por otras divisiones. Eso dificulta su representación política y explica que personas que antes podían votar al mismo partido ahora voten diferente.

“El surgimiento de un partido de derecha radical o populista es un problema común para los principales partidos de derecha del establishment —dijo Wiliarty—. Tienen que negociar entre electorados que han tendido a la izquierda en la opinión pública general y un segmento que tiende a la derecha más radical. La CDU alemana no es el único partido en esta situación, que ninguno está pudiendo resolver. Si la derecha populista es excluida del poder, esos votantes pueden alegar que sus voces no son escuchadas y que por lo tanto el sistema no es democrático. Pero, si se coopera con ella, se estaría trabajando con un actor potencialmente no democrático”.

El otro punto de inflexión fue la crisis de los refugiados en 2015 y 2016, en la que millones de personas trataron de llegar a Europa huyendo de guerras en Medio Oriente y el Norte de África. En un contexto de mezquindad generalizada de los principales líderes europeos, que se peleaban para derivar en otros la responsabilidad de acoger a esas personas, Merkel tomó la decisión de recibir a cerca de un millón de refugiados.

Ese gesto, que política y moralmente la situó en un plano muy superior al de cualquiera de sus pares, le trajo muchos problemas internos. En todos los países fue letal la combinación de una mayor presencia de inmigrantes con un clima de insatisfacción con la globalización y la realidad económica. Fue un combustible que aprovecharon distintas fuerzas populistas de ultraderecha para incentivar el enojo y ganar votos. El avance de AfD es el testimonio más contundente.

“Las raíces de la actual crisis de la CDU son muy profundas. La cuestión de la migración en 2015 fue el comienzo. El carisma de Merkel empezó a reducirse desde entonces. El segundo paso fue el anuncio de su renuncia como canciller, que fue demasiado anticipado. El tercer paso fue apostar por AKK, que no tiene el formato para ser canciller ni para ser líder del partido. Cometió varios errores, así que estaba en una escalera descendente. El siguiente problema fue nombrarla ministra de Defensa. Y el error final fue no tener autoridad para resolver los problemas en la pequeña Turingia”, dijo a Infobae Ulrich von Alemann, profesor del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Heinrich Heine.

AKK implicaba una clara continuidad con la línea política de Merkel. Especialmente con la idea de que la CDU tiene que ser el partido del centro, de la moderación y de la previsibilidad. Lo discutida que fue su figura en su año como líder es una evidencia de que, más allá de sus equivocaciones, ya no tiene consenso esa forma de ejercer el poder.

Si bien todavía no comenzó formalmente la competencia por la sucesión, es muy poco probable que termine imponiéndose un dirigente de la misma estirpe. Uno de los que parte como favorito es Friedrich Merz. Este abogado de 64 años, que fue titular del bloque de la CDU en el Bundestag, es uno de los mayores críticos de Merkel, que en 2002 lo desplazó de su rol.

En 2018 terminó muy cerca de AKK en la votación que la consagró como jefa, y se había retirado después de eso, pero el traspié de quien lo derrotó lo llevó a volver al ruedo días atrás. Es uno de los máximos exponentes internos de los que quieren correr al partido hacia la derecha.

En un espacio parecido, aunque no tan radical, se ubica Jens Spahn, el ministro de Salud de 39 años. Tiene fama de ser eficiente y sumó puntos entre los conservadores cuando criticó la política migratoria de Merkel. Si bien ocupa el ala derecha del partido, algunos dirigentes creen que le puede quitar votos el hecho de ser abiertamente gay.

Otro que está en carrera es Armin Laschet, de 58 años. Preside el estado de Renania del Norte-Westfalia, que es el principal bastión de la CDU. Tiene la ductilidad de tener buenos vínculos con Merkel y con los socios de gobierno del SPD, pero también con el ala conservadora del partido. Podría ser un candidato de consenso, pero muchos dudan de la fortaleza de su liderazgo.

El cuarto es Markus Söder, presidente de la Unión Social Cristiana (CSU), la hermana de la CDU, que solo actúa en el estado de Baviera. Tiene 53 años y, al igual que el resto de la CSU, pugnó siempre por una política más a la derecha a nivel nacional. De todos modos, condenó el pacto de la CDU con AfD en Turingia y en los últimos tiempos trató de moderar algunas de sus posiciones.

De quién sea el nuevo jefe dependerá el mayor interrogante que devela a la CDU: cuánto tiempo podrá permanecer unido un partido que tiene una división cada vez mayor en su interior. No parece posible que la misma organización pueda acoger a personas que creen que es necesario pactar con AfD para sobrevivir, cuando hay otros convencidos de que por ese sendero la democracia alemana estaría en peligro.

“No creo que la CDU vaya a dividirse. A pesar de todos los conflictos internos, permanecerá unida por el hecho de que se ve a sí misma como el partido natural en el gobierno. Es más probable que unos pocos dirigentes abandonen el partido en algún momento y que la CDU regrese al centro. Habrá algunas concesiones en el partido para los conservadores moderados que están alrededor de Jens Spahn. De lo contrario, la CDU preferirá presentar un candidato de consenso más liberal, porque un político abiertamente de derecha como Merz, aunque es apreciado por algunos en el partido, no sería capaz de pacificarlo”, concluyó Lühmann.

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