La prodigiosa vida sexual del ave que practica el amor libre
Manuel Peinado Lorca
Infobae
El escribano de Smith, Calcarius pictus, es una especie de ave paseriforme cantora que se reproduce en tierras del Ártico y migra en invierno hasta las Grandes Llanuras del centro de Estados Unidos. Se alimenta de semillas e insectos.
Esta es la somera descripción de un pajarito norteamericano que cualquiera confundiría con un jilguero común. Es lo que pensé al verlo por primera vez, hasta que un amable guardabosques de la Hi Lonesome Prairie Conservation Area en Benton, Misuri, me sacó de la ignorancia al contarme la apasionada (y extenuante) vida sexual de este plumífero Casanova. Ampliada la historia a base de hincar los codos, les cuento lo que he aprendido.
Pongámonos en antecedentes. El mundo de las aves está lleno de comportamientos extraños e interesantes. Muchos de los más originales están relacionados con el cortejo para conseguir pareja, la defensa de los nidos frente los depredadores y la cría de polluelos.
Entre los más interesantes se cuentan las estrategias de apareamiento. La más común en aves es la monogamia, practicada por aproximadamente el 92 % de las especies.
En la monogamia una hembra y un macho comparten las responsabilidades de construir los nidos, incubar y alimentar a la prole.
La segunda estrategia de cría más común, elegida por el 8 % de estos animales, es la promiscua poliginia, en la que un macho se aparea con múltiples hembras sin formar pareja ni contribuir en absoluto a la construcción del nido. Encima, el ladino macho se desentiende de la progenie, cuyo cuidado deja por completo a las hembras. Estas, ajenas a los derechos femeninos, anidarán en el territorio de un único macho que, sin otra cosa en que entretenerse, se dedicará a cubrirlas.
El tercer tipo de apareamiento, la poliandria, lo practican el 0,4 % de las aves. En esta modalidad los roles sexuales tradicionales se invierten: las hembras se aparean con múltiples machos a lo largo de una temporada de cría y dejan que ellos incuben los huevos y críen la pollada, dicho sea con todos los respetos. Esta modalidad es frecuente en aves costeras.
La última y más rara estrategia de apareamiento, que se presenta en menos del 0,1 % de todas las especies de aves, es la poliginandria. En este caso las hembras se aparean con dos o tres machos, mientras que los machos generalmente ejecutan el viceversa. La hembra pone varios huevos de padres distintos y los machos, constituidos en guardería cooperativa, en lugar de solicitar las oportunas pruebas de paternidad se ocupan desinteresadamente de cuidar de los polluelos con la ayuda –o no– de las hembras.
El campeón de la estrategia poliginándrica es nuestro nuevo amigo, el escribano de Smith. Su apellido le viene porque el gran naturalista norteamericano John James Audubon (1875-1851), autor de la monumental obra The birds of America, le dedicó el nombre a su amigo Giddeon Smith, un mormón del que nunca más se supo.
Los escribanos de Smith tienen uno de los sistemas de crianza social más extraños conocidos entre las aves. A diferencia de la mayoría de ellas, estos rijosos pajarillos cantores (si quiere escuchar su trino pulse aquí) son de lo más poliginándrico que se pueda ser (si se exceptúa a nuestros primos los bonobos, que son caso aparte en eso de practicar el amor libre). Cada una de las escribanas se aparea y copula con dos o tres machos para dejar una sola puesta. Por su parte, los machos no se quedan atrás y se acoplan con todas las hembras que se les ponen a tiro.
Para no perder el tiempo en todo lo que no sea enredar con el fornicio, los machos no defienden sus territorios, sino que se pasan la jornada siguiendo de cerca a las hembras con las que copulan cuantas veces pueden con el loable propósito de diluir o desplazar el esperma de otros machos. Un afán patriarcal tan loable como vano, puesto que unos chismosos estudios genéticos han demostrado que en cada puesta los huevos son pluriparentales.
Por si a algún Casanova no le parece mucho ese trajín copulador, que tome nota. En una semana de principios de primavera, una escribana media habrá copulado más de 350 veces. Si de atributos masculinos se trata, ríanse del caballo de Espartero: los machos están tan bien equipados que sus testículos tienen una biomasa que duplica la de sus parientes más cercanos, los monógamos (y probablemente más aburridos) escribanos lapones (C. lapponicus).
¿Se acuerdan del pájaro ¡ay, ay, ay!? Pues ya lo han encontrado.
Manuel Peinado Lorca (Catedrático de Universidad, Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá).
Infobae
El escribano de Smith, Calcarius pictus, es una especie de ave paseriforme cantora que se reproduce en tierras del Ártico y migra en invierno hasta las Grandes Llanuras del centro de Estados Unidos. Se alimenta de semillas e insectos.
Esta es la somera descripción de un pajarito norteamericano que cualquiera confundiría con un jilguero común. Es lo que pensé al verlo por primera vez, hasta que un amable guardabosques de la Hi Lonesome Prairie Conservation Area en Benton, Misuri, me sacó de la ignorancia al contarme la apasionada (y extenuante) vida sexual de este plumífero Casanova. Ampliada la historia a base de hincar los codos, les cuento lo que he aprendido.
Pongámonos en antecedentes. El mundo de las aves está lleno de comportamientos extraños e interesantes. Muchos de los más originales están relacionados con el cortejo para conseguir pareja, la defensa de los nidos frente los depredadores y la cría de polluelos.
Entre los más interesantes se cuentan las estrategias de apareamiento. La más común en aves es la monogamia, practicada por aproximadamente el 92 % de las especies.
En la monogamia una hembra y un macho comparten las responsabilidades de construir los nidos, incubar y alimentar a la prole.
La segunda estrategia de cría más común, elegida por el 8 % de estos animales, es la promiscua poliginia, en la que un macho se aparea con múltiples hembras sin formar pareja ni contribuir en absoluto a la construcción del nido. Encima, el ladino macho se desentiende de la progenie, cuyo cuidado deja por completo a las hembras. Estas, ajenas a los derechos femeninos, anidarán en el territorio de un único macho que, sin otra cosa en que entretenerse, se dedicará a cubrirlas.
El tercer tipo de apareamiento, la poliandria, lo practican el 0,4 % de las aves. En esta modalidad los roles sexuales tradicionales se invierten: las hembras se aparean con múltiples machos a lo largo de una temporada de cría y dejan que ellos incuben los huevos y críen la pollada, dicho sea con todos los respetos. Esta modalidad es frecuente en aves costeras.
La última y más rara estrategia de apareamiento, que se presenta en menos del 0,1 % de todas las especies de aves, es la poliginandria. En este caso las hembras se aparean con dos o tres machos, mientras que los machos generalmente ejecutan el viceversa. La hembra pone varios huevos de padres distintos y los machos, constituidos en guardería cooperativa, en lugar de solicitar las oportunas pruebas de paternidad se ocupan desinteresadamente de cuidar de los polluelos con la ayuda –o no– de las hembras.
El campeón de la estrategia poliginándrica es nuestro nuevo amigo, el escribano de Smith. Su apellido le viene porque el gran naturalista norteamericano John James Audubon (1875-1851), autor de la monumental obra The birds of America, le dedicó el nombre a su amigo Giddeon Smith, un mormón del que nunca más se supo.
Los escribanos de Smith tienen uno de los sistemas de crianza social más extraños conocidos entre las aves. A diferencia de la mayoría de ellas, estos rijosos pajarillos cantores (si quiere escuchar su trino pulse aquí) son de lo más poliginándrico que se pueda ser (si se exceptúa a nuestros primos los bonobos, que son caso aparte en eso de practicar el amor libre). Cada una de las escribanas se aparea y copula con dos o tres machos para dejar una sola puesta. Por su parte, los machos no se quedan atrás y se acoplan con todas las hembras que se les ponen a tiro.
Para no perder el tiempo en todo lo que no sea enredar con el fornicio, los machos no defienden sus territorios, sino que se pasan la jornada siguiendo de cerca a las hembras con las que copulan cuantas veces pueden con el loable propósito de diluir o desplazar el esperma de otros machos. Un afán patriarcal tan loable como vano, puesto que unos chismosos estudios genéticos han demostrado que en cada puesta los huevos son pluriparentales.
Por si a algún Casanova no le parece mucho ese trajín copulador, que tome nota. En una semana de principios de primavera, una escribana media habrá copulado más de 350 veces. Si de atributos masculinos se trata, ríanse del caballo de Espartero: los machos están tan bien equipados que sus testículos tienen una biomasa que duplica la de sus parientes más cercanos, los monógamos (y probablemente más aburridos) escribanos lapones (C. lapponicus).
¿Se acuerdan del pájaro ¡ay, ay, ay!? Pues ya lo han encontrado.
Manuel Peinado Lorca (Catedrático de Universidad, Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá).