Hasta dónde puede llegar la segregación de los musulmanes en la India del “todopoderoso” Narendra Modi
A siete meses de la reelección que lo convirtió en el primer ministro con mayor capital político en muchas décadas, el país entró en una fase de profunda conflictividad por la sucesión de medidas contra la minoría musulmana. Qué hay detrás de la nueva política oficial y cuáles son sus principales riesgos
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Las elecciones generales celebradas entre el 11 de abril y el 19 de mayo fueron un punto de inflexión en la historia moderna de India. Tras 72 años de apostar al proyecto de una república laica y democrática, empezó a recorrer el camino del nacionalismo religioso y el autoritarismo político.
El Bharatiya Janata Party (Partido del Pueblo Indio, BJP) consolidó una mayoría parlamentaria que le permitirá a Narendra Modi, primer ministro desde 2014, permanecer en el cargo por otros cinco años. La ratificación de su gobierno y la dura derrota que sufrió el Congreso Nacional Indio del clan Gandhi le permitió avanzar a Modi a fondo con la plataforma fundacional de su partido, que sueña con una India puramente hinduista.
Apenas dos meses después de haber vuelto a jurar como primer ministro, sacudió a la región con la decisión de quitarle la autonomía a Jammu y Cachemira, único estado de mayoría musulmana en el país, y escenario de una larga disputa territorial con Pakistán. Lo degradó a través de un decreto a territorio dependiente del gobierno central y luego el Parlamento aprobó su partición en dos zonas que quedarán bajo control directo de Nueva Delhi: Jammu y Cachemira en el oeste y Ladakh en el este.
Desde agosto, la región vive bajo un régimen de excepción. Las ciudades están militarizadas, muchas mezquitas fueron cerradas y las comunicaciones están cortadas la mayor parte del tiempo. El objetivo declarado del gobierno es combatir a los grupos terroristas y separatistas que durante muchos años actuaron allí. Pero el alcance de la intervención parece buscar algo más profundo: diluir la influencia del islam.
“La derogación del estatus especial de Cachemira era algo largamente buscado por los nacionalistas hindúes, que creen que India debe ser una nación hinduista. Por lo tanto, se sentían ofendidos por lo que veían como privilegios especiales concedidos por el Estado a los musulmanes, y deseaban eliminarlos”, dijo a Infobae John Harriss, profesor emérito de estudios internacionales en la Universidad Simon Fraser.
Modi dio un paso mucho más decidido en esa dirección con la reforma de la Ley de Ciudadanía, aprobada el 11 de diciembre por el Parlamento. La modificación facilitó el acceso a la nacionalidad india de refugiados provenientes de Pakistán, Bangladesh y Afganistán, pero excluyendo a los musulmanes. Nunca antes la religión había sido un criterio a la hora de definir quién es indio y quién no.
“La ley marcó un profundo cambio en la concepción de la ciudadanía india: de una basada en el lugar de nacimiento a otra derivada de la identidad religiosa y étnica —continuó Harriss—. No es un secreto que el Gobierno tiene la intención de marginar a los musulmanes. Que las acciones de grupos irregulares que han asesinado musulmanes hayan sido aplaudidas incluso por ministros nacionales proporciona una prueba más de la intención de convertirlos en ciudadanos de segunda clase, que es lo que son ahora”.
La explicación oficial es que no son perseguidos en esos tres países, donde el islam es la religión dominante. Un argumento que no convenció a nadie. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos se sumó a las críticas de decenas de organizaciones civiles y sostuvo que la reforma es “esencialmente discriminatoria”.
“Desde su época como ministro jefe de Gujarat, Modi ha aplicado políticas para beneficiar a la derecha hinduista y marginar a los musulmanes. A pesar de tener una de las poblaciones musulmanas más grandes del mundo, como primer ministro sigue defendiendo el nacionalismo hindú. Es importante reconocer que la Ley de Ciudadanía y la situación en Cachemira no son eventos aislados. Son solo los últimos pasos en un esfuerzo de décadas de la derecha hindú para alejar a la India del secularismo y llevarla hacia una identidad hindú musculosa. La ira por estas medidas ha llevado a protestas generalizadas”, explicó Reece Jones, profesor del Departamento de Geografía de la Universidad de Hawai, consultado por Infobae.
Las manifestaciones estallaron de inmediato y terminaron de evidenciar el giro autoritario del BJP tras las elecciones. La represión está siendo brutal. Este sábado llegó a 21 el número de muertos, muchos de ellos por heridas de bala. Las imágenes de la Policía asediando universidades y bibliotecas a las que asisten muchos estudiantes musulmanes impactaron incluso a los ciudadanos más moderados y motivaron a muchos más a salir a protestar en respuesta.
El jueves fue uno de los días más críticos, porque la violencia se trasladó a la capital, Nueva Delhi. Las autoridades prohibieron las movilizaciones y ordenaron bloquear las principales calles y avenidas para impedir el paso de los manifestantes. Más de 1.200 fueron detenidos.
Lo que terminó de configurar un cuadro que pone en cuestión la vigencia de libertades esenciales en el país fue la decisión del gobierno de imponer el mayor apagón de internet registrado en el mundo. Más de 200 millones de personas quedaron sin acceso en los estados de Assam, Karnataka, Uttar Pradesh y hasta en Delhi.
“El gran riesgo de estas políticas es que haya una polarización mucho más aguda en la sociedad siguiendo líneas religiosas, y un declive en el nivel de confianza entre hinduistas y musulmanes, que ampliaría el recelo entre las personas que pertenecen a estas comunidades”, dijo a Infobae Sanjay Kumar, director del Centro para el Estudio de Sociedades en Desarrollo, de Nueva Delhi.
India, del secularismo al hinduismo radical
En India viven 200 millones de personas que profesan la fe islámica. Es la tercera comunidad musulmana más grande del mundo. Sin embargo, en un país de 1.339 millones de habitantes, se trata de una minoría, que no representa más del 15% del total. El 80% de la población es hinduista, un grupo religioso que históricamente ha tenido conflictos con los musulmanes en el subcontinente indio.
El Congreso Nacional Indio (INC por la sigla en inglés), partido que lideró la resistencia contra el Imperio Británico y la construcción del Estado tras la independencia, apostó por un sistema político liberal y secular para superar las tensiones religiosas. Fue el modelo impulsado por Mahatma Gandhi, máximo referente del partido desde 1921. Gandhi fue asesinado en 1948 por Nathuram Godse, un nacionalista hindú que consideraba que el líder político había hecho demasiadas concesiones a los musulmanes.
El INC logró mantener a raya al hinduismo radical durante varias décadas, pero su capital político se fue erosionando con el tiempo. Casi en paralelo se produjo el avance del BJP, partido dominante del arco político hinduista.
Atal Bihari Vajpayee, del BJP, se convirtió en 2004 en el primer mandatario indio no perteneciente al INC en completar un periodo de cinco años. Su primer gobierno, en 1996, apenas había durado 13 días por lo endeble de la coalición parlamentaria que los sostenía. Sin embargo, la necesidad de hacer demasiadas concesiones para mantenerse en el poder y la fortaleza del INC le impidieron hacer reformas significativas.
“Ha habido una creencia compartida entre los hinduistas, según la cual no habrían recibido lo que les correspondía durante el régimen del Congreso —dijo Kumar—. Con la Ley de Ciudadanía y la intervención en Cachemira, el gobierno de Modi quiere enviar el mensaje de que el BJP se preocupa por los hindúes y seguirá trabajando para proteger sus intereses”.
La historia del BJP empezó a cambiar en 2013, cuando Modi asumió el liderazgo. Perteneciente a una casta subalterna, pasó de una infancia como vendedor de té en estaciones de tren, a construir una exitosa carrera política en Gujarat, donde fue ministro jefe entre 2001 y 2014. Ese año ganó las elecciones generales y se convirtió en primer ministro.
“Modi era ministro jefe de Gujarat cuando se produjo el pogrom de los musulmanes en 2002. Su partido deriva del Rastriya Swayamsevak Sangh (Asociación Patriótica Nacional), una organización fascista a la que pertenecía el asesino de Gandhi. El ascenso al poder del BJP se remonta décadas atrás. Se fortaleció enormemente con la destrucción de la mezquita Babri en Ayodhya en 1992, que llevó a la matanza de miles de musulmanes en disturbios por todo el país”, dijo a Infobae Syed Ali, profesor de sociología de la Universidad de Long Island.
Si bien en su primer gobierno se vieron movimientos bastante claros a favor de la mayoría hinduista, no se animó a tomar medidas demasiado drásticas. También insinuó reflejos autoritarios, pero sin sobrepasar demasiados límites.
La contundencia con la que ganó la reelección —y la dramática derrota del INC— es lo que permitió el quiebre. Ahora sí el BJP se siente en condiciones políticas de avanzar con la agenda que tuvo siempre.
La dimensión de las protestas es la muestra de que buena parte de la sociedad india no está dispuesta a aceptar pasivamente los cambios que quiere el partido. Si el gobierno logra contenerlas y mantener la reforma de la Ley de la Ciudadanía, se sentirá habilitado a continuar por la misma senda.
“Modi puede ir mucho más lejos, ya que no hay una oposición política por la confusión en la que se encuentra el INC, y es poco probable que la Corte Suprema falle a en contra de la ley. El movimiento Hindutva (como se conoce al nacionalismo hindú más radical) es tan fuerte y está tan arraigado que incluso cuando Modi abandone la escena política puede continuar. Nadie en este momento puede afirmar seriamente que India es una nación laica y que proporciona protección legal o social a sus minorías. Siempre se las ha tratado como ciudadanos de segunda clase, pero eso se va a afianzar cada vez más en el plano político y jurídico. India está en un momento muy peligroso”, sostuvo Ali.
La mayor amenaza en puerta es el Registro Nacional de Ciudadanos que planea hacer el gobierno en los próximos años. El temor es que muchos musulmanes sean despojados de su ciudadanía por algún artilugio legal y que los casi dos millones de inmigrantes que profesan el islam sean expulsados del país.
“Amit Shah, ministro del Interior, se ha comprometido a poner en marcha el proceso para 2024. Dada la falta de registros personales de muchos indios, es probable que un gran número de ellos no pueda probar su derecho a la ciudadanía. Si son hinduistas, estarían a salvo por la Ley de Ciudadanía. Pero no los musulmanes. Puede que millones se conviertan en apátridas, y ya se están construyendo centros de detención en todo el país. Es posible que un gran número de musulmanes indios comparta el destino de los uigures en China”, concluyó Harriss.
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Las elecciones generales celebradas entre el 11 de abril y el 19 de mayo fueron un punto de inflexión en la historia moderna de India. Tras 72 años de apostar al proyecto de una república laica y democrática, empezó a recorrer el camino del nacionalismo religioso y el autoritarismo político.
El Bharatiya Janata Party (Partido del Pueblo Indio, BJP) consolidó una mayoría parlamentaria que le permitirá a Narendra Modi, primer ministro desde 2014, permanecer en el cargo por otros cinco años. La ratificación de su gobierno y la dura derrota que sufrió el Congreso Nacional Indio del clan Gandhi le permitió avanzar a Modi a fondo con la plataforma fundacional de su partido, que sueña con una India puramente hinduista.
Apenas dos meses después de haber vuelto a jurar como primer ministro, sacudió a la región con la decisión de quitarle la autonomía a Jammu y Cachemira, único estado de mayoría musulmana en el país, y escenario de una larga disputa territorial con Pakistán. Lo degradó a través de un decreto a territorio dependiente del gobierno central y luego el Parlamento aprobó su partición en dos zonas que quedarán bajo control directo de Nueva Delhi: Jammu y Cachemira en el oeste y Ladakh en el este.
Desde agosto, la región vive bajo un régimen de excepción. Las ciudades están militarizadas, muchas mezquitas fueron cerradas y las comunicaciones están cortadas la mayor parte del tiempo. El objetivo declarado del gobierno es combatir a los grupos terroristas y separatistas que durante muchos años actuaron allí. Pero el alcance de la intervención parece buscar algo más profundo: diluir la influencia del islam.
“La derogación del estatus especial de Cachemira era algo largamente buscado por los nacionalistas hindúes, que creen que India debe ser una nación hinduista. Por lo tanto, se sentían ofendidos por lo que veían como privilegios especiales concedidos por el Estado a los musulmanes, y deseaban eliminarlos”, dijo a Infobae John Harriss, profesor emérito de estudios internacionales en la Universidad Simon Fraser.
Modi dio un paso mucho más decidido en esa dirección con la reforma de la Ley de Ciudadanía, aprobada el 11 de diciembre por el Parlamento. La modificación facilitó el acceso a la nacionalidad india de refugiados provenientes de Pakistán, Bangladesh y Afganistán, pero excluyendo a los musulmanes. Nunca antes la religión había sido un criterio a la hora de definir quién es indio y quién no.
“La ley marcó un profundo cambio en la concepción de la ciudadanía india: de una basada en el lugar de nacimiento a otra derivada de la identidad religiosa y étnica —continuó Harriss—. No es un secreto que el Gobierno tiene la intención de marginar a los musulmanes. Que las acciones de grupos irregulares que han asesinado musulmanes hayan sido aplaudidas incluso por ministros nacionales proporciona una prueba más de la intención de convertirlos en ciudadanos de segunda clase, que es lo que son ahora”.
La explicación oficial es que no son perseguidos en esos tres países, donde el islam es la religión dominante. Un argumento que no convenció a nadie. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos se sumó a las críticas de decenas de organizaciones civiles y sostuvo que la reforma es “esencialmente discriminatoria”.
“Desde su época como ministro jefe de Gujarat, Modi ha aplicado políticas para beneficiar a la derecha hinduista y marginar a los musulmanes. A pesar de tener una de las poblaciones musulmanas más grandes del mundo, como primer ministro sigue defendiendo el nacionalismo hindú. Es importante reconocer que la Ley de Ciudadanía y la situación en Cachemira no son eventos aislados. Son solo los últimos pasos en un esfuerzo de décadas de la derecha hindú para alejar a la India del secularismo y llevarla hacia una identidad hindú musculosa. La ira por estas medidas ha llevado a protestas generalizadas”, explicó Reece Jones, profesor del Departamento de Geografía de la Universidad de Hawai, consultado por Infobae.
Las manifestaciones estallaron de inmediato y terminaron de evidenciar el giro autoritario del BJP tras las elecciones. La represión está siendo brutal. Este sábado llegó a 21 el número de muertos, muchos de ellos por heridas de bala. Las imágenes de la Policía asediando universidades y bibliotecas a las que asisten muchos estudiantes musulmanes impactaron incluso a los ciudadanos más moderados y motivaron a muchos más a salir a protestar en respuesta.
El jueves fue uno de los días más críticos, porque la violencia se trasladó a la capital, Nueva Delhi. Las autoridades prohibieron las movilizaciones y ordenaron bloquear las principales calles y avenidas para impedir el paso de los manifestantes. Más de 1.200 fueron detenidos.
Lo que terminó de configurar un cuadro que pone en cuestión la vigencia de libertades esenciales en el país fue la decisión del gobierno de imponer el mayor apagón de internet registrado en el mundo. Más de 200 millones de personas quedaron sin acceso en los estados de Assam, Karnataka, Uttar Pradesh y hasta en Delhi.
“El gran riesgo de estas políticas es que haya una polarización mucho más aguda en la sociedad siguiendo líneas religiosas, y un declive en el nivel de confianza entre hinduistas y musulmanes, que ampliaría el recelo entre las personas que pertenecen a estas comunidades”, dijo a Infobae Sanjay Kumar, director del Centro para el Estudio de Sociedades en Desarrollo, de Nueva Delhi.
India, del secularismo al hinduismo radical
En India viven 200 millones de personas que profesan la fe islámica. Es la tercera comunidad musulmana más grande del mundo. Sin embargo, en un país de 1.339 millones de habitantes, se trata de una minoría, que no representa más del 15% del total. El 80% de la población es hinduista, un grupo religioso que históricamente ha tenido conflictos con los musulmanes en el subcontinente indio.
El Congreso Nacional Indio (INC por la sigla en inglés), partido que lideró la resistencia contra el Imperio Británico y la construcción del Estado tras la independencia, apostó por un sistema político liberal y secular para superar las tensiones religiosas. Fue el modelo impulsado por Mahatma Gandhi, máximo referente del partido desde 1921. Gandhi fue asesinado en 1948 por Nathuram Godse, un nacionalista hindú que consideraba que el líder político había hecho demasiadas concesiones a los musulmanes.
El INC logró mantener a raya al hinduismo radical durante varias décadas, pero su capital político se fue erosionando con el tiempo. Casi en paralelo se produjo el avance del BJP, partido dominante del arco político hinduista.
Atal Bihari Vajpayee, del BJP, se convirtió en 2004 en el primer mandatario indio no perteneciente al INC en completar un periodo de cinco años. Su primer gobierno, en 1996, apenas había durado 13 días por lo endeble de la coalición parlamentaria que los sostenía. Sin embargo, la necesidad de hacer demasiadas concesiones para mantenerse en el poder y la fortaleza del INC le impidieron hacer reformas significativas.
“Ha habido una creencia compartida entre los hinduistas, según la cual no habrían recibido lo que les correspondía durante el régimen del Congreso —dijo Kumar—. Con la Ley de Ciudadanía y la intervención en Cachemira, el gobierno de Modi quiere enviar el mensaje de que el BJP se preocupa por los hindúes y seguirá trabajando para proteger sus intereses”.
La historia del BJP empezó a cambiar en 2013, cuando Modi asumió el liderazgo. Perteneciente a una casta subalterna, pasó de una infancia como vendedor de té en estaciones de tren, a construir una exitosa carrera política en Gujarat, donde fue ministro jefe entre 2001 y 2014. Ese año ganó las elecciones generales y se convirtió en primer ministro.
“Modi era ministro jefe de Gujarat cuando se produjo el pogrom de los musulmanes en 2002. Su partido deriva del Rastriya Swayamsevak Sangh (Asociación Patriótica Nacional), una organización fascista a la que pertenecía el asesino de Gandhi. El ascenso al poder del BJP se remonta décadas atrás. Se fortaleció enormemente con la destrucción de la mezquita Babri en Ayodhya en 1992, que llevó a la matanza de miles de musulmanes en disturbios por todo el país”, dijo a Infobae Syed Ali, profesor de sociología de la Universidad de Long Island.
Si bien en su primer gobierno se vieron movimientos bastante claros a favor de la mayoría hinduista, no se animó a tomar medidas demasiado drásticas. También insinuó reflejos autoritarios, pero sin sobrepasar demasiados límites.
La contundencia con la que ganó la reelección —y la dramática derrota del INC— es lo que permitió el quiebre. Ahora sí el BJP se siente en condiciones políticas de avanzar con la agenda que tuvo siempre.
La dimensión de las protestas es la muestra de que buena parte de la sociedad india no está dispuesta a aceptar pasivamente los cambios que quiere el partido. Si el gobierno logra contenerlas y mantener la reforma de la Ley de la Ciudadanía, se sentirá habilitado a continuar por la misma senda.
“Modi puede ir mucho más lejos, ya que no hay una oposición política por la confusión en la que se encuentra el INC, y es poco probable que la Corte Suprema falle a en contra de la ley. El movimiento Hindutva (como se conoce al nacionalismo hindú más radical) es tan fuerte y está tan arraigado que incluso cuando Modi abandone la escena política puede continuar. Nadie en este momento puede afirmar seriamente que India es una nación laica y que proporciona protección legal o social a sus minorías. Siempre se las ha tratado como ciudadanos de segunda clase, pero eso se va a afianzar cada vez más en el plano político y jurídico. India está en un momento muy peligroso”, sostuvo Ali.
La mayor amenaza en puerta es el Registro Nacional de Ciudadanos que planea hacer el gobierno en los próximos años. El temor es que muchos musulmanes sean despojados de su ciudadanía por algún artilugio legal y que los casi dos millones de inmigrantes que profesan el islam sean expulsados del país.
“Amit Shah, ministro del Interior, se ha comprometido a poner en marcha el proceso para 2024. Dada la falta de registros personales de muchos indios, es probable que un gran número de ellos no pueda probar su derecho a la ciudadanía. Si son hinduistas, estarían a salvo por la Ley de Ciudadanía. Pero no los musulmanes. Puede que millones se conviertan en apátridas, y ya se están construyendo centros de detención en todo el país. Es posible que un gran número de musulmanes indios comparta el destino de los uigures en China”, concluyó Harriss.