El país más feliz de la tierra está gobernado por mujeres muy jóvenes
Los finlandeses son arropados por un estado de bienestar social de avanzada. Ya se está experimentando con una renta básica universal de 560 euros. Y eligieron a una primer ministro de 34 años que gobierna con un gabinete mayoritariamente femenino.
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
Helsinki tuvo su primera calle asfaltada recién en 1920. Finlandia fue pobre, muy pobre, hasta que se sacó de encima definitivamente el yugo ruso-soviético en 1991. Antes, había sido una colonia sueca por varios siglos. Nokia, hasta 1987 producía papel y equipos de dudosa efectividad para el ejército soviético. Se reconvirtió y hoy es la mayor desarrolladora de teléfonos celulares del mundo y líder en sistemas informáticos. Desde hace cien años se producen artefactos de madera muy finos, pero ahora, los finlandeses están a la vanguardia del diseño escandinavo. Están particularmente orgullosos de una caja de cartón y madera repleta de todos los elementos necesarios para la cría de un bebé, que desde 1930 el Estado entrega gratuitamente a todas las madres embarazadas. Se abre y se transforma en cuna. Esta mezcla de estoicismo y creatividad hicieron que, en 1995, Finlandia entrara a la Unión Europea y comenzara un desarrollo imparable basado en un sistema capitalista moderno y redistributivo. El año pasado fue declarado el país más feliz de la Tierra. Y no porque los finlandeses se estén riendo todo el tiempo o se la pasen de fiesta. Es porque tienen sus necesidades básicas aseguradas y disfrutan de una organización social que les hace la vida mucho más fácil que a la mayoría de los humanos.
Son felices, experimentan y confían en las nuevas generaciones. Hace apenas unos días eligieron a la primera ministro más joven del planeta. Sanna Marin tiene 34 años. Es hija de una familia homoparental de lesbianas. Su gabinete es de mayoría femenina. Y gobierna con una coalición de cinco partidos, todos liderados por mujeres. Finlandia fue el primer país en conceder el sufragio femenino universal en 1906. Y desde entonces, el feminismo está arraigado en la sociedad y particularmente en las escuelas. El año pasado, el ministerio de Educación entregó a todos los alumnos de 15 años un ejemplar del ensayo “Todos deberíamos ser feministas”, de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie.
Por supuesto que los finlandeses tienen problemas. Por ejemplo, padecen un muy alto nivel de alcoholismo. Las altas tasas de suicidios, homicidios y violencia de género están provocadas por el alto consumo de alcohol. Con el vodka, muchos tratan de paliar la soledad, el aislamiento emocional y la represión de los sentimientos que están en la esencia del carácter finlandés. De todos modos, hay que tener en cuenta que padecen un invierno insoportable con casi dos meses de oscuridad total y temperaturas que van de 25 a 40 grados bajo cero. El doctor Antii Maunu, de la Asociación de Prevenciones del Abuso, cree que todo es producto de una tradición impuesta por siglos. “El sacrificio y el trabajo duro son cualidades finesas. También hay una cuestión machista que dice que, si trabajaste mucho y cuidaste de tu familia, los sábados te puedes tomar unos cuántos tragos. Hay muchos que eso lo trasladaron ahora a toda la semana y ya no trabajan tan duro como sus abuelos o padres”, explica. Alrededor del 25% de los pacientes de los hospitales finlandeses están allí a causa de problemas relacionados con el alcohol. Su cuidado implica entre 4.000 y 6.000 de euros al año. Y si se añaden los costos indirectos, como la pérdida de capacidad de trabajar, la suma asciende a los 10.000 millones de euros anuales. Una suma extraordinaria en un país con un presupuesto de gobierno de 50.000 millones de euros.
También se realizan varios experimentos sociales que, luego, son adoptados por otros países como la renta básica universal. En el último año, unos 2.000 desocupados recibieron 560 euros por mes. Si bien aún se siguen estudiando los resultados, las primeras evaluaciones hablan de un efecto muy positivo. Esas personas no cayeron en la depresión al quedarse sin trabajo, sus familias continuaron con el consumo básico que ya tenían y en su gran mayoría consiguieron nuevos empleos mucho antes de que se terminara el término del subsidio. Todo esto es producto de un concepto: la socialdemocracia o el socialismo escandinavo que han convertido a los países de esta región en los más prósperos y justos del mundo. Y en realidad, muchos economistas aseguran que, en realidad, se trata de un “capitalismo humanista”.
Se intentó una revolución socialista una vez en Finlandia. Pero eso fue hace más de cien años. El país estaba en proceso de industrialización cuando el imperio ruso se derrumbó y Finlandia se independizó. Los trabajadores urbanos y rurales y los agricultores arrendatarios, hartos de sus miserables condiciones de trabajo, se levantaron en rebelión. La respuesta de los terratenientes conservadores y miembros de la clase media y alta fue rápida y violenta. Estalló una guerra civil y siguió el asesinato en masa. Después de meses de lucha, los conservadores aplastaron el levantamiento socialista. Murieron más de 35.000 personas. Traumatizados y empobrecidos, los finlandeses pasaron décadas tratando de recuperarse del conflicto. Pero también se produjo una transformación social. El historiador, Pauli Kettunen, de la Universidad de Helsinki, explica que después de la guerra civil, los empleadores finlandeses promovieron el ideal de “un agricultor independiente y su voluntad individual de trabajar” y utilizaron con éxito esta idea de “individualismo heroico” para debilitar a los sindicatos de trabajadores. Y aunque los socialistas volvieron a desempeñar un papel importante en la política finlandesa, durante todo el siglo XX, esos principios evitaron que el socialismo no fuera democrático. Fue una fuerza intrínsecamente progresista.
Finlandia volvió a enfrentar otro baño de sangre durante la Segunda Guerra Mundial. Estuvo en el frente más cercano al expansionismo de la Unión Soviética. La garra del oso moscovita quería quedarse con el país y algunos grupos de finlandeses estuvieron de acuerdo con esa idea. Pero prevaleció el patriotismo y los empresarios aceptaron hacer concesiones para estabilizar el país. El gobierno, los sindicatos y los empresarios acordaron una serie de medidas en beneficio de los más necesitados y todos aceptaron que para lograr esos objetivos de largo plazo había que pagar altos impuestos.
Todos se dieron cuenta de que sería conveniente para sus propios intereses aceptar aumentos de impuestos progresivos. Esas cargas ayudarían a pagar los nuevos programas gubernamentales para “mantener a los trabajadores saludables y productivos, y esto crearía un mercado laboral más beneficioso”. Estos programas se convirtieron en los servicios universales financiados por los contribuyentes que rigen hasta hoy e incluyen la atención de salud, guardería, escuelas y universidades, así como centros de recreación, gratis. Y todo de primer nivel. A esto hay que agregarles las licencias parentales pagas y el seguro de desempleo.
Un estudio realizado en 2006 por los investigadores Markus Jantti, Juho Saari y Juhana Vartiainen muestran que Finlandia es un país y una economía comprometidos con los mercados y la empresa privada. Pero todo se desarrolla, como en los otros países escandinavos, bajo la idea de que el capitalismo funciona mejor si a los empleados se les paga salarios dignos y reciben el apoyo de servicios públicos de alta calidad y democráticamente responsables que les permitan a todos tener vidas dignas saludables y disfrutar de una verdadera igualdad de oportunidades para ellos y sus hijos.
Desde la semana pasada, la premier Sanna Marin gobierna bajo estos principios apoyada por una coalición de cinco partidos. Su ideología está marcada por una protección convencida del Estado de Bienestar finlandés. “Vengo de una familia pobre y no habría podido tener éxito y salir adelante si no fuera por el estado benefactor y el sistema educativo finlandés”, explicó a un diario local. “Nunca pienso en mi edad o género, pienso en las razones por las que me metí en política y es para ayudar a los que más lo necesitan”. Miembro de las juventudes del Partido Socialdemócrata desde 2006, Marin fue elegida seis años más tarde concejal de la municipalidad de la sureña ciudad de Tampere y en 2015 entró como diputada en el Eduskunta, el parlamento nacional finlandés. En junio de 2019 fue nombrada ministra de Transporte, cargo que ocupó hasta el mes pasado. Marin es la tercera jefa del Gobierno del país y sucede al ex primer ministro Antti Rinne, que renunció tras perder la confianza de uno de los partidos de la coalición por cómo había gestionado una huelga de correos que provocó pérdidas millonarias.
En el gabinete de Marin, 12 de los 19 ministros son mujeres y cuatro de ellas, menores de 35 años, lideran los otros cuatro partidos de la coalición. Li Andersson de la Alianza de la Izquierda, con 32 años, es la ministra de Educación. Especialista en el tema de los refugiados y los servicios sociales está convencida de que “no se puede ser de izquierda si no se es feminista”. Katri Kulmuni es la ministra de Finanzas y líder del Partido de Centro. Tiene 32 años y nació en un pequeño pueblo al oeste de Laponia. En su página de Facebook asegura que la “piedra angular” de su vida es la granja en la que su familia ha vivido durante siglos, con los suecos a un lado y los rusos al otro. La ministra del Interior, Maria Ohisalo, tiene 34 años y es la líder de la Liga Verde, el partido ecologista finlandés. Dice que su objetivo es erradicar la pobreza que ella misma sufrió de niña, cuando tuvo que vivir durante un año en un albergue después de que sus padres perdieran el trabajo y terminaran divorciándose, sobre todo por los problemas con el alcohol de su padre.
A los finlandeses no les gusta que los consideren el pueblo más feliz del mundo. Pero, enseguida, admiten que mantienen una vida “muy vivible”. Más del 80% asegura que “tiene cubiertas sus necesidades básicas y que se siente satisfecho”. Se quejan por los impuestos tan altos, pero saben que eso es parte fundamental del sistema y no lo quieren cambiar. Cuando se hartan de la oscuridad y de chapalear nieve, se toman una “low cost” y se van unos días hacia el sur: España, Grecia, Italia. Y están tratando de solucionar su grave problema de consumo de alcohol. Una reciente campaña gubernamental fue bastante exitosa. Instaba a los finlandeses a dejar de tomar como cosacos los fines de semana y adaptar bebidas con menor graduación alcohólica. “Una cerveza todas las noches, un vodka los sábados. Es suficiente”, decía la publicidad. De todos modos, si alguno se excede, con salir a la noche cerrada del mediodía finés y expuesto a los 25 grados bajo cero, todo se compone rápido. Aunque crean ver pasar por encima de sus cabezas al Santa Claus que viene de la Laponia en su trineo tirado por los renos voladores.
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
Helsinki tuvo su primera calle asfaltada recién en 1920. Finlandia fue pobre, muy pobre, hasta que se sacó de encima definitivamente el yugo ruso-soviético en 1991. Antes, había sido una colonia sueca por varios siglos. Nokia, hasta 1987 producía papel y equipos de dudosa efectividad para el ejército soviético. Se reconvirtió y hoy es la mayor desarrolladora de teléfonos celulares del mundo y líder en sistemas informáticos. Desde hace cien años se producen artefactos de madera muy finos, pero ahora, los finlandeses están a la vanguardia del diseño escandinavo. Están particularmente orgullosos de una caja de cartón y madera repleta de todos los elementos necesarios para la cría de un bebé, que desde 1930 el Estado entrega gratuitamente a todas las madres embarazadas. Se abre y se transforma en cuna. Esta mezcla de estoicismo y creatividad hicieron que, en 1995, Finlandia entrara a la Unión Europea y comenzara un desarrollo imparable basado en un sistema capitalista moderno y redistributivo. El año pasado fue declarado el país más feliz de la Tierra. Y no porque los finlandeses se estén riendo todo el tiempo o se la pasen de fiesta. Es porque tienen sus necesidades básicas aseguradas y disfrutan de una organización social que les hace la vida mucho más fácil que a la mayoría de los humanos.
Son felices, experimentan y confían en las nuevas generaciones. Hace apenas unos días eligieron a la primera ministro más joven del planeta. Sanna Marin tiene 34 años. Es hija de una familia homoparental de lesbianas. Su gabinete es de mayoría femenina. Y gobierna con una coalición de cinco partidos, todos liderados por mujeres. Finlandia fue el primer país en conceder el sufragio femenino universal en 1906. Y desde entonces, el feminismo está arraigado en la sociedad y particularmente en las escuelas. El año pasado, el ministerio de Educación entregó a todos los alumnos de 15 años un ejemplar del ensayo “Todos deberíamos ser feministas”, de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie.
Por supuesto que los finlandeses tienen problemas. Por ejemplo, padecen un muy alto nivel de alcoholismo. Las altas tasas de suicidios, homicidios y violencia de género están provocadas por el alto consumo de alcohol. Con el vodka, muchos tratan de paliar la soledad, el aislamiento emocional y la represión de los sentimientos que están en la esencia del carácter finlandés. De todos modos, hay que tener en cuenta que padecen un invierno insoportable con casi dos meses de oscuridad total y temperaturas que van de 25 a 40 grados bajo cero. El doctor Antii Maunu, de la Asociación de Prevenciones del Abuso, cree que todo es producto de una tradición impuesta por siglos. “El sacrificio y el trabajo duro son cualidades finesas. También hay una cuestión machista que dice que, si trabajaste mucho y cuidaste de tu familia, los sábados te puedes tomar unos cuántos tragos. Hay muchos que eso lo trasladaron ahora a toda la semana y ya no trabajan tan duro como sus abuelos o padres”, explica. Alrededor del 25% de los pacientes de los hospitales finlandeses están allí a causa de problemas relacionados con el alcohol. Su cuidado implica entre 4.000 y 6.000 de euros al año. Y si se añaden los costos indirectos, como la pérdida de capacidad de trabajar, la suma asciende a los 10.000 millones de euros anuales. Una suma extraordinaria en un país con un presupuesto de gobierno de 50.000 millones de euros.
También se realizan varios experimentos sociales que, luego, son adoptados por otros países como la renta básica universal. En el último año, unos 2.000 desocupados recibieron 560 euros por mes. Si bien aún se siguen estudiando los resultados, las primeras evaluaciones hablan de un efecto muy positivo. Esas personas no cayeron en la depresión al quedarse sin trabajo, sus familias continuaron con el consumo básico que ya tenían y en su gran mayoría consiguieron nuevos empleos mucho antes de que se terminara el término del subsidio. Todo esto es producto de un concepto: la socialdemocracia o el socialismo escandinavo que han convertido a los países de esta región en los más prósperos y justos del mundo. Y en realidad, muchos economistas aseguran que, en realidad, se trata de un “capitalismo humanista”.
Se intentó una revolución socialista una vez en Finlandia. Pero eso fue hace más de cien años. El país estaba en proceso de industrialización cuando el imperio ruso se derrumbó y Finlandia se independizó. Los trabajadores urbanos y rurales y los agricultores arrendatarios, hartos de sus miserables condiciones de trabajo, se levantaron en rebelión. La respuesta de los terratenientes conservadores y miembros de la clase media y alta fue rápida y violenta. Estalló una guerra civil y siguió el asesinato en masa. Después de meses de lucha, los conservadores aplastaron el levantamiento socialista. Murieron más de 35.000 personas. Traumatizados y empobrecidos, los finlandeses pasaron décadas tratando de recuperarse del conflicto. Pero también se produjo una transformación social. El historiador, Pauli Kettunen, de la Universidad de Helsinki, explica que después de la guerra civil, los empleadores finlandeses promovieron el ideal de “un agricultor independiente y su voluntad individual de trabajar” y utilizaron con éxito esta idea de “individualismo heroico” para debilitar a los sindicatos de trabajadores. Y aunque los socialistas volvieron a desempeñar un papel importante en la política finlandesa, durante todo el siglo XX, esos principios evitaron que el socialismo no fuera democrático. Fue una fuerza intrínsecamente progresista.
Finlandia volvió a enfrentar otro baño de sangre durante la Segunda Guerra Mundial. Estuvo en el frente más cercano al expansionismo de la Unión Soviética. La garra del oso moscovita quería quedarse con el país y algunos grupos de finlandeses estuvieron de acuerdo con esa idea. Pero prevaleció el patriotismo y los empresarios aceptaron hacer concesiones para estabilizar el país. El gobierno, los sindicatos y los empresarios acordaron una serie de medidas en beneficio de los más necesitados y todos aceptaron que para lograr esos objetivos de largo plazo había que pagar altos impuestos.
Todos se dieron cuenta de que sería conveniente para sus propios intereses aceptar aumentos de impuestos progresivos. Esas cargas ayudarían a pagar los nuevos programas gubernamentales para “mantener a los trabajadores saludables y productivos, y esto crearía un mercado laboral más beneficioso”. Estos programas se convirtieron en los servicios universales financiados por los contribuyentes que rigen hasta hoy e incluyen la atención de salud, guardería, escuelas y universidades, así como centros de recreación, gratis. Y todo de primer nivel. A esto hay que agregarles las licencias parentales pagas y el seguro de desempleo.
Un estudio realizado en 2006 por los investigadores Markus Jantti, Juho Saari y Juhana Vartiainen muestran que Finlandia es un país y una economía comprometidos con los mercados y la empresa privada. Pero todo se desarrolla, como en los otros países escandinavos, bajo la idea de que el capitalismo funciona mejor si a los empleados se les paga salarios dignos y reciben el apoyo de servicios públicos de alta calidad y democráticamente responsables que les permitan a todos tener vidas dignas saludables y disfrutar de una verdadera igualdad de oportunidades para ellos y sus hijos.
Desde la semana pasada, la premier Sanna Marin gobierna bajo estos principios apoyada por una coalición de cinco partidos. Su ideología está marcada por una protección convencida del Estado de Bienestar finlandés. “Vengo de una familia pobre y no habría podido tener éxito y salir adelante si no fuera por el estado benefactor y el sistema educativo finlandés”, explicó a un diario local. “Nunca pienso en mi edad o género, pienso en las razones por las que me metí en política y es para ayudar a los que más lo necesitan”. Miembro de las juventudes del Partido Socialdemócrata desde 2006, Marin fue elegida seis años más tarde concejal de la municipalidad de la sureña ciudad de Tampere y en 2015 entró como diputada en el Eduskunta, el parlamento nacional finlandés. En junio de 2019 fue nombrada ministra de Transporte, cargo que ocupó hasta el mes pasado. Marin es la tercera jefa del Gobierno del país y sucede al ex primer ministro Antti Rinne, que renunció tras perder la confianza de uno de los partidos de la coalición por cómo había gestionado una huelga de correos que provocó pérdidas millonarias.
En el gabinete de Marin, 12 de los 19 ministros son mujeres y cuatro de ellas, menores de 35 años, lideran los otros cuatro partidos de la coalición. Li Andersson de la Alianza de la Izquierda, con 32 años, es la ministra de Educación. Especialista en el tema de los refugiados y los servicios sociales está convencida de que “no se puede ser de izquierda si no se es feminista”. Katri Kulmuni es la ministra de Finanzas y líder del Partido de Centro. Tiene 32 años y nació en un pequeño pueblo al oeste de Laponia. En su página de Facebook asegura que la “piedra angular” de su vida es la granja en la que su familia ha vivido durante siglos, con los suecos a un lado y los rusos al otro. La ministra del Interior, Maria Ohisalo, tiene 34 años y es la líder de la Liga Verde, el partido ecologista finlandés. Dice que su objetivo es erradicar la pobreza que ella misma sufrió de niña, cuando tuvo que vivir durante un año en un albergue después de que sus padres perdieran el trabajo y terminaran divorciándose, sobre todo por los problemas con el alcohol de su padre.
A los finlandeses no les gusta que los consideren el pueblo más feliz del mundo. Pero, enseguida, admiten que mantienen una vida “muy vivible”. Más del 80% asegura que “tiene cubiertas sus necesidades básicas y que se siente satisfecho”. Se quejan por los impuestos tan altos, pero saben que eso es parte fundamental del sistema y no lo quieren cambiar. Cuando se hartan de la oscuridad y de chapalear nieve, se toman una “low cost” y se van unos días hacia el sur: España, Grecia, Italia. Y están tratando de solucionar su grave problema de consumo de alcohol. Una reciente campaña gubernamental fue bastante exitosa. Instaba a los finlandeses a dejar de tomar como cosacos los fines de semana y adaptar bebidas con menor graduación alcohólica. “Una cerveza todas las noches, un vodka los sábados. Es suficiente”, decía la publicidad. De todos modos, si alguno se excede, con salir a la noche cerrada del mediodía finés y expuesto a los 25 grados bajo cero, todo se compone rápido. Aunque crean ver pasar por encima de sus cabezas al Santa Claus que viene de la Laponia en su trineo tirado por los renos voladores.