Chile, Bolivia y la inmoralidad de negar los hechos

Darío Lopérfido
Infobae
Dos hechos monopolizaron esta semana la agenda política latinoamericana: las elecciones en Bolivia y la crisis repentina en Chile. Uno de los hechos que más me llamó la atención al seguir ambos temas y tratar de sacar conclusiones ha sido ver como, una vez más, el análisis de ambas situaciones ha estado marcado por la posición ideológica del que lo emite y por el poco apego a la búsqueda de la verdad. No hay un análisis desapasionado de los hechos. Es decir, muchos opinan para confirmar sus ideas, sin importar la búsqueda de la verdad ni el estudio de los hechos.


El gran Bertrand Russell decía que cuando uno aborda un tema debe preguntarse a sí mismo: “¿Cuáles son los hechos? ¿Y cuál es la verdad que los hechos revelan?"

Nunca te dejes desviar, ya sea por lo que deseas creer o por lo que crees que te traería beneficio si así fuera creído. Observa única e indudablemente cuáles son los hechos.” Si uno siguiera estos preceptos geniales y viera las reacciones frente a la situación en ambos países, podría pasar de la risa a la depresión por sentirse tan sólo en ese acto.

Convengamos que hay una coincidencia marcada entre los que ven una mano desestabilizadora en Chile y los que creen que lo de Bolivia fue fraude. Del otro bando, están los que afirman que Morales ganó con justicia, que lo de Chile es el compendio de todo lo que está mal y que Piñera debe renunciar. En el medio estamos los que creemos que la realidad es bastante más compleja y que tiene muchas más aristas que las que cierta prensa, los fanáticos en redes sociales, las farándulas artísticas y sectores “intelectuales” expresan.

Analizando datos surge que en Bolivia un referéndum había prohibido la reelección de Morales y que este se las arregló para no respetar el resultado popular. También fue sospechoso el parate en el recuento de votos y hasta ahora siguen los disturbios y los enfrentamientos en la calle entre los que partidarios de Morales y los que denuncian fraude. Hasta algunas instancias universitarias bolivianas han hecho una descripción exhaustiva de situaciones de fraude. Es muy impactante el silencio de gran parte de la prensa mundial y de muchos formadores de opinión acerca de estos hechos que los observadores de la OEA vienen marcando (y pidiendo que se realice la segunda vuelta). La OEA mostró su “profunda preocupación y sorpresa por el cambio drástico y difícil de justificar en la tendencia de los resultados preliminares conocidos tras el cierre de las urnas”. A este reclamo se sumo la Unión Europea y varios países de la región. Sin embargo, nada hará dudar el resultado a los adoradores del populismo “chavista mode” que abundan en Latinoamérica. No buscan los datos porque ningún dato les hará cambiar de opinión.

Si uno examina el caso chileno debería observar ciertos datos: es el país con mejor desarrollo humano de la región, los menores niveles de pobreza y el más alto ingreso per cápita de la región. En los últimos 30 años la pobreza bajó del 40 por ciento al 10 por ciento actual. Los desórdenes empezaron cuando se anunció un aumento del servicio de subtes que estaba estipulado por ley. La reacción inicial de Piñera (“estamos en guerra”) y la de su esposa (“parecen alienígenas”) mostró la poca estatura política y la pobreza intelectual de sectores conservadores a los que les cuesta horrores cualquier cosa que los saque de su zona de confort. Seguramente hubo políticas erradas, en especial a la hora de incluir demandas de sectores que habían salido de la pobreza y requerían de una mayor movilidad social, pero para el mundo frívolo del progresismo esto es un problema del “neoliberalismo”, soslayando así que dos años atrás gobernaba el socialismo. Si uno mira los hechos, verá como a lo largo de muchos años gobernó en Chile la “Concertación”, alianza de democristianos y socialistas, y los últimos años una alternancia entre los conservadores y los socialistas. Por lo tanto, está claro que desde la vuelta a la democracia, la izquierda y la derecha gobernaron Chile.

También es cierto que los destrozos de los primeros días no parecían “actos espontáneos juveniles” y que los más movilizados son los jóvenes, que en su amplia mayoría se abstienen de votar (el voto no es obligatorio en Chile). La abstención en las últimas elecciones fue de más del 50 por ciento y dentro de ese porcentaje los jóvenes son los que más se abstuvieron. Si uno mira estos datos, podría pensar que muchos jóvenes le están dando la espalda al sistema democrático. Esto es una gran problema.

A simple vista hay una desconexión muy grande entre la política, la economía y la ciudadanía. Además, existe una extraordinaria falta de visión a largo plazo. En Latinoamérica no hay estadistas. Ni Piñera ni Bachelet lo son, por eso los hechos los tomaron desprevenidos. Piñera tiene ahora la posibilidad de mostrar si posee espesor político. Debería, en mi opinión, abrir instancias de diálogo, calmar la situación social, y no hacer nada que dañe la macroeconomía chilena. Creo que sería más interesante mirar desde ahí para analizar.

La falta de análisis exhaustivo es una consecuencia directa del populismo. El mismo requiere de respuestas rápidas y busca un enemigo imaginario sobre el que caigan las culpas, acomodado siempre a su conveniencia e imaginario ideológico. Cada vez se hace más evidente esa falta de inquietud intelectual de buscar los hechos y pensar en torno a ellos. Tal como describió Orwell en su monumental novela distópica, 1984, siempre debe existir un odio irracional contra el enemigo (que puede cambiar) y la historia se puede acomodar para justificar lo que uno quiere.

Como soy de los que se apegan mucho a los hechos, quise chequear cuántos de los políticos, gente de la farándula, escritores, periodistas, militantes y demás, que se rasgaron las vestiduras en estos días hablando de la represión en Chile, criticaron en algún momento el desastre humanitario y la represión descomunal de la dictadura asesina de Venezuela. No encontré muchas coincidencias. En plan de sacarme dudas, busqué cuántos de los indignados con Piñera habían expresado algún tipo de solidaridad con las víctimas de la tragedia de Once en 2012, cuando murieron 51 personas y hubo 789 heridos a causa de la desidia y la corrupción del estado argentino. Tampoco hallé coincidencias.

Para muchos, la historia y la realidad se acomodan a la ideología y no importan los hechos. Esto es un enorme problema político y, sobre todo, una extraordinaria defección moral.

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