La peculiar visión de Irán sobre la obsesión kurda de Turquía

George Chaya
Infobae
Una definición clásica citada por Clausewitz, el padre de los estudios de guerra como disciplina académica, nos dice que comenzar una guerra a menudo es fácil mientras que terminarla siempre es difícil.


¿Se aplica ese dictamen a la guerra que Turquía ha comenzado contra los kurdos al invadir Siria? En este momento, la respuesta es que nadie lo sabe. Sin embargo, lo que es seguro es que el mejor resultado que Turquía podría esperar es salir de ese nido de avispas con un mínimo de daños.

Si bien la guerra podría atribuirse al estilo autocrático de toma de decisiones del presidente Recep Tayyip Erdogan, las raíces más profundas del conflicto deben buscarse en la antigua obsesión kurda de Turquía. Esa obsesión estaba presente, aunque en forma embrionaria, incluso durante la era otomana cuando en los tiempos de sultanes y califas se abrigaban sospechas sobre los kurdos por motivos étnicos y religiosos. Aun cuando ingresaron al servicio militar, los kurdos otomanos no fueron aceptados en su asimilación a la identidad dominante otomano-turca.

Al suscribirse a una variedad de sectas, creencias y tradiciones religiosas, como el alawismo, el zoroastrismo, el yazidismo y otras órdenes sufíes que se extienden desde los Balcanes hasta Asia Central, en la visión turca del problema, los kurdos no encajarían en la identidad islámica oficial del imperio Otomano.

En ese contexto, se produjo el choque de dos identidades, una dura y la otra blanda. La identidad otomana era débil porque el imperio consistía en numerosos grupos étnicos y religiosos. El gobernante utilizó el título de sultán para sus turcos étnicos, Qaysar (César) para cristianos, Padshah para los iraníes y/o chiítas, y Califa para los súbditos sunitas, en su mayoría árabes.

Durante la Primera Guerra Mundial, los otomanos concluyeron una alianza táctica con los kurdos para reprimir y expulsar a los súbditos armenios del sultanato de zonas del sudeste de Anatolia.

La justificación de esa campaña, conocida más tarde como el genocidio armenio, fue que algunos armenios, liderados por el grupo nacionalista Dashnaktsutyun (Federación Revolucionaria de Aram Manukian) se pusieron del lado de Rusia en la guerra contra los otomanos al lanzar una serie de ataques en Anatolia.

Sin embargo, el final de la Primera Guerra Mundial dejó a los kurdos en una situación aún peor que antes y borró el sueño de independencia del lado kurdo.

La nueva identidad de la República turca que Kemal Ataturk deseaba crear se basaba en lo que sus asesores franceses llamaban “Turkitude” (turco) y, por lo tanto, carecía de connotaciones religiosas, es decir, islámicas. También un nuevo alfabeto basado en la escritura latina marcó el inicio de una campaña para inventar un nuevo idioma turco purgado de palabras árabes y persas tanto como fue posible.
Hasan Rohani, presidente de Irán (AFP)
Hasan Rohani, presidente de Irán (AFP)

El sistema “secular” de Ataturk cortó el estrecho vínculo religioso que existía entre los kurdos y el resto de los ciudadanos de la nueva república. El problema fue que los kurdos no adoptarían el nuevo idioma turco que Ataturk había ordenado, prefiriendo aferrarse a sus propios tres idiomas kurdos nativos.

En gran parte de la historia, al menos hasta hace poco, los sistemas sostenidos por ideologías ultra-nacionalistas y/o nativistas siempre han visto la “otredad” como una amenaza más que como una oportunidad de enriquecimiento cultural y social.

Con el declive del Imperio Otomano, que se conoció como “El hombre enfermo de Europa”, la búsqueda de una nueva identidad imperial se intensificó. A fines de 1880, un erudito judío húngaro, Arminius (Hermann) Vambery, que había pasado años viajando por el imperio, inventó el concepto de pan-turquismo y logró instalarlo entre los “jóvenes turcos”, su organización política conocida como Unión y Progreso (Ittihad wa Tarraqi). Las potencias occidentales, especialmente Gran Bretaña y Francia, apoyaron el concepto de pan-turquismo como un contrapeso al pangermanismo dirigido desde Berlín, el pan-eslavismo liderado por Rusia y el pan-islamismo liderado por movimientos musulmanes opuestos a occidente en el norte África, Medio Oriente e India.

Una vez más, los kurdos prefirieron seguir siendo “el otro”, rechazando el pan-turquismo como una excusa para el apartheid étnico a costa de ellos. Eso los convirtió en blanco de ataques de pensadores pan-turquistas que designaron a los kurdos como los enemigos mortales.

Los pan-turquistas habían reemplazado el termino Ummah (comunidad islámica) con palabra Khalq (pueblo) para designar a la nación. El movimiento terrorista Basmachi liderado por Enver Pasha, un héroe del pan-turquismo y posiblemente un agente de la inteligencia británica, incluso llego a negar la existencia de un pueblo kurdo, inventando el tema “Mountain Turks”.

La sospecha y el odio hacia los kurdos llevaron a una represión cada vez mayor, hasta el punto de que, a mediados de la década de 1960, incluso el uso de la palabra “kurdo” en publicaciones o discurso público se había convertido en un delito punible por ley.
Combatientes kurdos después de una batalla con militantes del Estado Islámico cerca de la ciudad de Tel Tamer, Siria. (Mauricio Lima/The New York Times)
Combatientes kurdos después de una batalla con militantes del Estado Islámico cerca de la ciudad de Tel Tamer, Siria. (Mauricio Lima/The New York Times)

En la década de 1960, un nuevo movimiento, conocido como “Lobos grises” (Bozkurtlar en turco), más tarde dirigido por Alparsalan Turkesh, incluso abogó por la limpieza étnica armada para trasladar grandes grupos de la comunidad kurda de sus tierras ancestrales en el este de Anatolia a otros partes de Asia Menor. Un esquema discutido fue reemplazar a los kurdos expulsados por musulmanes “turcos”, especialmente albaneses étnicos, de Yugoslavia, donde el régimen comunista también estaba interesado en la limpieza étnica contra los musulmanes en Bosnia-Herzegovina y Macedonia.

En su avatar actual como República Islámica, Irán ha adoptado una postura comprensiva frente a la guerra anti-kurda de Erdogan. Una editorial publicada recientemente por Fars News, un órgano del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Iraní (CGRI), insta a simpatizar con Erdogan debido a su “discurso anti-sionista en la Asamblea General de la ONU y la defensa del terrorismo palestino”. Irán elogia los “esfuerzos humanitarios de Erdogan para romper el asedio de Gaza”. Más importante aún, la editorial del CGRI dice que Erdogan ignoró el sistema secular de Turquía al proporcionar tierras gratis y un cheque de USD 1 millón para la construcción de “la enorme mezquita chiíta Zayn al-Abedin”, en Estambul.

En otras palabras, para los khomeinistas uno puede cometer genocidio siempre que hable a favor de Palestina y se apoye a las comunidades chiitas.

Así es como algunos regímenes islamistas ven el escenario regional en este extraño mundo del siglo XXI.

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