Afganistán elige presidente con los talibanes al acecho: cómo se vota en medio del terror

Este sábado se realizan los cuartos comicios presidenciales desde la caída del régimen talibán en 2001. Entre denuncias de fraude y una baja participación por el temor a ataques terroristas, el presidente Ashraf Ghani va por la reelección

Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Afganistán va a las urnas en medio de una escalada de violencia. Al menos 150 personas fueron asesinadas en los dos meses que duró la campaña electoral, que estuvo marcada por atentados diarios. Según la ONU, más de 1.300 civiles murieron en ataques durante el primer semestre de 2019.



Ashraf Ghani, que es presidente desde 2014 y aspira a un segundo mandato, abrió y cerró el período proselitista escapando de atentados talibanes. El 29 de julio, Amrullah Saleh, su candidato a vicepresidente, se salvó de milagro de una explosión en sus oficinas que dejó 20 muertos. El martes 17 de septiembre, una bomba mató a 26 seguidores en uno de los últimos actos que organizó en la provincia de Parwan.

El ataque más letal se registró el 18 de agosto. Al menos 63 personas que asistían a una boda en Kabul, la capital, fueron masacradas por ISIS. En esa ocasión, los talibanes condenaron la matanza.

La incertidumbre aumentó el sábado 7 de septiembre, cuando Donald Trump anunció sorpresivamente la cancelación de una reunión secreta prevista para el día siguiente con líderes talibanes en Camp David. Fue en reacción a la muerte de un militar estadounidense en Kabul.

“Los talibanes esperan que las elecciones se vean perturbadas lo máximo posible. Tanto si continúan los combates como las negociaciones de paz, ellos se beneficiarían de un gobierno dividido, que parezca ilegítimo ante el pueblo. Por eso, tienen un incentivo para atacar los centros electorales, pero también para esperar que los resultados sean controvertidos”, dijo a Infobae Noah Coburn, antropólogo político especializado en Afganistán del Bennington College.

La abrupta suspensión de las negociaciones que la Casa Blanca mantenía desde el año pasado con el movimiento extremista islámico augura que los comicios serán aún más difíciles de lo que se esperaba. Ya habían sido pospuestos dos veces. La fecha original era en abril, pero la violencia y los problemas operativos llevaron a las autoridades a fijarla este sábado.

Hay 9,6 millones de personas habilitadas para votar, pero se espera una elevada abstención por la combinación de miedo con desesperanza. La Comisión Electoral eliminó el mes pasado 2.000 de los 7.366 centros de votación dispuestos en un primer momento ante la imposibilidad de garantizar su seguridad.

“No es posible realizar una elección propiamente representativa en este contexto de violencia. Un tercio de los posibles lugares de votación no abrirán debido a la insurgencia. Los organismos de seguridad consideran que otro tercio podrá abrirse, pero estará bajo amenaza. Juzgan que menos de la mitad permanecerán seguros. Una de las consecuencias de ello es que habrá un fuerte sesgo a favor de que los ciudadanos que viven en zonas urbanas puedan ejercer su derecho al voto”, sostuvo Kate Clark, codirectora de la Red de Analistas de Afganistán, en diálogo con Infobae.

Más allá de que los temores a que haya incidentes están muy fundados, la oposición denuncia que hay una maniobra política por parte del oficialismo. Su sospecha es que el Gobierno aprovecha el desconcierto para cerrar centros en los que sabe que pierde, a pesar de que no necesariamente hay grandes riesgos.

“Los candidatos opositores están en contra de celebrar elecciones en este momento. Les preocupa que Ghani obtenga más del 50% de los votos y evite una segunda vuelta. La mayoría preferiría la creación de un gobierno interino, dentro del cual varios de ellos esperarían ser incluidos. Organizados ahora, los comicios van a ser desestabilizantes y dificultarán aún más la consecución de cualquier acuerdo de paz en el futuro. En cambio, Ghani argumenta que sin nuevas elecciones ningún gobierno tendría el mandato necesario para negociar con los talibanes”, explicó Marvin G. Weinbaum, director de Estudios de Afganistán y Pakistán en el Instituto de Medio Oriente, con sede en Washington DC, consultado por Infobae.

La de este sábado es la cuarta elección presidencial que se realiza en Afganistán tras la intervención estadounidense que derrocó al régimen talibán que estuvo vigente entre 1996 y 2001. En las tres anteriores hubo masivas denuncias de fraude.

La de 2014 fue la más controvertida. Abdullah Abdullah, que había sido el más votado en primera vuelta, perdió en segunda con Ghani y no reconoció el resultado. Tras una mediación de Barack Obama, se acordó un gobierno de unidad nacional en el que Ghani sería presidente y Abdullah primer ministro, con atribuciones casi paritarias. Aunque hay 18 candidatos inscritos en estas elecciones, las miradas están puestas en ellos dos, que vuelven a ser los protagonistas de la contienda.

Entre los otros 16 postulantes hay algunos casos llamativos por su historial. Gulbudin Hekmatyar más que ninguno. En los 80 lideró una de las principales organizaciones que combatieron la presencia soviética en el país, y en los 90 libró una brutal guerra civil contra las otras por el control del Estado.

Lo bautizaron el “carnicero de Kabul” por liderar un asedio sobre la capital que terminó con decenas de miles de muertos. Se fue del país tras el triunfo talibán y regresó tiempo después de su caída para tratar nuevamente de asaltar el poder por las armas. Pero en 2016 llegó a un acuerdo de paz con el gobierno y logró que le permitan participar de los comicios con su partido, el Hezb-i-Islami.

“Las elecciones en Afganistán están plagadas de corrupción, de urnas rellenadas y de votos fantasma. Esto quedó demostrado en procesos anteriores. El Presidente está usando todo el poder del Estado para diseñar otra votación defectuosa, y posiblemente usará millones de nombres falsos para reclamar la victoria”, dijo a Infobae un especialista en Afganistán radicado en el Reino Unido, que prefirió preservar su identidad.

Los talibanes, al acecho de los comicios

Afganistán es un país extremadamente pobre, con un Estado fallido desde hace décadas. Su población de 35,5 millones de habitantes pertenece a una multiplicidad de grupos étnicos, entre los que priman los pastunes. Tiene un PIB per cápita de 547 dólares, que es el décimo más bajo del mundo, y un Índice de Desarrollo Humano de 0,498 (168º sobre 189º).

La intervención de la Unión Soviética entre 1979 y 1989 favoreció la proliferación de organizaciones armadas, que si bien eran preexistentes, se potenciaron como herramienta de resistencia. Casi todas eran de tendencia islamista, religión profesada por la abrumadora mayoría de los afganos. Muchas de ellas contaron con el apoyo económico y militar de Estados Unidos y de Arabia Saudita, que buscaban contrarrestar el avance ruso en la región.

Los muyahidines, como se conoce a los yihadistas que combatían en Afganistán, terminaron conquistando el poder político tras la disolución de la Unión Soviética. La mayoría apoyó la formación del Estado Islámico de Afganistán tras los Acuerdos de Peshawar en 1992.

Pero no todos respaldaron el nuevo orden. Entre los que no, emergió un grupo cuyos integrantes comenzaron a ser llamados talibanes, que significa “estudiantes” en pastún. Profesaban una versión radicalizada del islam suní y estaban fuertemente armados.

Tras una intensa campaña de ataques militares, tomaron Kabul y derrotaron al gobierno en 1996. En su lugar fundaron el Emirato Islámico de Afganistán, que logró controlar entre el 80% y el 90% del territorio nacional. Entre 1996 y 2001, los talibanes impusieron un régimen totalitario basado en la sharia.

El resto de los muyahidines confluyó en la Alianza del Norte, que conservó una porción de territorio. Su líder era Burhanuddin Rabbani, que había sido presidente entre 1992 y 1996.

El Emirato se terminó con la invasión estadounidense en el marco de la “Operación Libertad Duradera”, que comenzó el 7 de octubre de 2001. Fue la respuesta a los ataques del 11 de Septiembre, por el apoyo y refugio ofrecido por los talibanes a miembros de Al Qaeda, entre ellos su jefe, Osama bin Laden.

Más de 100.000 soldados estadounidenses pasaron por Afganistán en estos 18 años. Murieron en combate 2.400 y resultaron heridos más de 20.000. Entre 13.000 y 14.000 permanecen en el país. Además, Washington destinó 800.000 millones de dólares en programas de reconstrucción y tuvo una influencia decisiva en la reconfiguración del sistema político.

Los talibanes tuvieron que replegarse, pero lejos estuvieron de ser derrotados. Aún conservan el control sobre aproximadamente un tercio del territorio nacional y nunca dejaron de exhibir su poder de fuego a través de atentados. La mayoría, contra el gobierno que se formó a partir de 2002 con apoyo estadounidense.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca implicó un cambio de estrategia. Por un lado, aumentaron los ataques aéreos. Por otro, con el afán de retirar todas las tropas de Afganistán, inició el año pasado un proceso de negociación con los talibanes para llegar a un entendimiento. El Presidente quiere garantías de que el movimiento no volverá a acoger a otras organizaciones terroristas trasnacionales como Al Qaeda.

La súbita suspensión de las conversaciones cuando parecía que un acuerdo estaba cerca genera mucha preocupación en el país. “Teníamos dos formas de terminar con la ocupación de Afganistán, la de la yihad y los combates, y la del diálogo y las negociaciones. Si Trump quiere parar las negociaciones entonces emprenderemos el primero de estos caminos y pronto lo lamentarán”, afirmó el vocero Zabihulá Mujahid el 10 de septiembre.

"En su esfuerzo por perturbar el proceso político afgano, los talibanes han organizado ataques contra las convocatorias de Ghani y ha amenazado con cometer actos de violencia contra los colegios electorales y contra los votantes —dijo Weinbaum—. Buscan reducir la participación para debilitar aún más el ya frágil orden constitucional afgano. Al socavar al gobierno, esperan fortalecer su mano en su intento de restaurar un Emirato Islámico, ya sea militarmente o a través de la diplomacia. Los talibanes no pretenden unirse al sistema político actual tras un acuerdo de reparto de poder: están decididos a derribarlo”.

Los atentados de las últimas semanas pueden ser leídos a la luz de la caída de los diálogos. No sería extraño que se profundicen en los próximos meses, como una forma de intimidar al próximo gobierno. De todos modos, no es sencillo interpretar las decisiones de este movimiento, ya que es mucho menos homogéneo de lo que parece a la distancia.

“Los talibanes no son un grupo unificado de individuos que luchan por un objetivo específico”, afirmó el investigador con sede en el Reino Unido. “En ciertas zonas del país actúan en cohorte con el Estado afgano para sabotear las elecciones. Algunos grupos talibanes están dispuestos a hacer lo que el equipo presidencial quiere que hagan a cambio de sobornos. Esto puede llegar al cierre de centros de votación en los que es menos probable que el presidente reciba muchos votos. Sobre todo, en distritos donde hay mucha población hazara, uzbeka y tayika (el presidente pertenece a la mayoría pastún). Los que están relacionados con miembros del gobierno a través de vínculos tribales y lazos de parentesco buscan dinero y poder, y harán todo lo posible para apoyar a quienes les paguen. También hay grupos talibanes que sirven a otros intereses y que tratarán de perturbar el proceso electoral”.`

Afganistán, de Karzai a Ghani

Hamid Karzai, referente de la tribu Popalzai, de la etnia pastún, había sido un activo financista de los muyahidines que combatieron a las tropas soviéticas. En diciembre de 2001 fue elegido en la Conferencia Internacional de Bonn sobre Afganistán como titular de un gobierno de transición.

El 9 de octubre de 2004 se celebraron las primeras elecciones presidenciales tras la caída del orden talibán. Con el incipiente aparato estatal a su favor, y el respaldo decisivo de Washington, Karzai fue electo presidente con el 55,4% de los votos, más del triple que cualquiera de sus competidores. Muchos de estos denunciaron graves irregularidades en el proceso.

El mandatario fue por la reelección el 20 de agosto de 2009. A diferencia de lo que había sucedido cinco años antes, había un opositor fuerte: Abdullah Abdullah. Médico de profesión, de 49 años en ese momento, había sido una figura importante de la Alianza del Norte.

En comicios que, una vez más, estuvieron atravesados por denuncias de fraude y una baja participación, Karzai se impuso con el 49,6%, frente a 30% de su rival. Tenía que haber una segunda vuelta en noviembre, pero Abdullah desistió de participar alegando falta de transparencia.

En 2014 Karzai ya no podía presentarse así que el doctor volvió a intentarlo. Su principal contrincante fue Ashraf Ghani. Este reconocido antropólogo que hoy tiene 70 años fue un intelectual la mayor parte de su vida. Fue profesor de la Universidad de California en Berkeley y de la Universidad Johns Hopkins, y trabajó muchos años en el Banco Mundial. En 2009 había participado como candidato independiente y había salido cuarto.

Abdullah obtuvo el 45% de los votos en la primera vuelta, contra un 31% de Ghani. Esta vez sí hubo ballotage, y para sorpresa de muchos el antropólogo le ganó al médico por 56 a 43 por ciento. Pero el escándalo fue aún mayor que en las elecciones anteriores. El perdedor no estaba dispuesto a aceptar el resultado y estaba latente la amenaza de una ruptura institucional.

John Kerry, secretario de Estado de Barack Obama, medió para encontrar una salida al conflicto. Lo logró, pero la solución fue extravagante. Ghani sería presidente y Abdullah jefe ejecutivo de un gobierno de unidad nacional, con un reparto pretendidamente equitativo del poder.

“Es evidente que el presidente Ghani está profundamente comprometido con llevar a cabo una serie de reformas serias. Su historial, en mi opinión, es notable dados los increíbles desafíos a los que se enfrenta su gobierno en relación con la inseguridad, las luchas internas, la corrupción y la dependencia de un apoyo internacional altamente incierto. No es fácil, en absoluto, navegar con una reforma a través del gobierno afgano, y lo ha hecho con bastante eficacia. Su gabinete está lleno de algunos de los afganos más competentes y efectivos del mundo. Se distingue claramente de los demás candidatos en este aspecto”, afirmó Michael Callen, profesor de la Escuela de Administración de la Universidad de California en San Diego, consultado por Infobae.

Lo cierto es que la unidad entre Ghani y Abdullah nunca existió. Rara vez se los vio juntos compartiendo actos y cada uno se dedicó a juntar fuerzas para un nuevo enfrentamiento, que se dirimirá este sábado. El Presidente es el favorito, pero no se puede descartar una sorpresa.

“Parece poco probable que Abdullah haga transformaciones importantes en caso de ser elegido. Su triunfo requeriría de todo un cambio, ya que en las últimas elecciones no logró el voto de los pastunes, sino el de aquellos que se sienten representados por la Alianza del Norte. Sin embargo, el resultado más probable es que pierda, aunque obteniendo suficientes votos para estar cerca de Ghani y poder afirmar que ganó mediante fraude. Si esto sucede, Ghani podría verse obligado a compartir el poder con él de nuevo. Las probabilidades de un resultado controvertido son bastante altas”, concluyó Coburn.

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