De la Unión Soviética al laberinto

Nuevas dificultades para los desplazamientos entre Moscú y sus vecinos

Pilar Bonet
Moscú, El País
Por decisión del presidente ruso Vladímir Putin, el 8 de julio se interrumpen las comunicaciones aéreas entre Georgia y Rusia. La medida, que alega “inestabilidad” y “amenazas a los rusos” en Georgia, es un golpe duro para el sector turístico de ese país, donde los viajeros rusos (1,7 millones en 2018) forman el tercer contingente de visitantes. Los anfitriones georgianos y los turistas rusos saben cómo mantener relaciones mutuamente beneficiosas al margen de las de sus respectivos países, enfrentados por el estatus internacional de Abjasia y Osetia del Sur, dos territorios que Georgia considera sus autonomías y que Rusia ha reconocido como Estados independientes.


La prohibición de volar entre Rusia y Georgia es el último episodio en una serie de restricciones de movimientos que dibujan un laberinto, plagado de callejones sin salida, en el entorno postsoviético. Los campesinos, que hasta 1991 vivieron en un solo país, han quedado a lados opuestos de la frontera que Osetia del Sur, con ayuda de Rusia, construye con tesón y alambre de espino para separarse de Georgia siguiendo lo que en el pasado fueron los “límites administrativos” regionales. Atrapadas entre los términos (“frontera” o “límite administrativo”) se encuentran hoy familias, pueblos, casas, haciendas, huertos, viñedos y cementerios.

En el origen de estas nuevas barreras está la incursión armada que el entonces presidente de Georgia, Mijaíl Saakashvili, protagonizara en agosto de 2008 cuando envió a sus tanques a Tsjinvali, la capital de Osetia del Sur. Antes de aquella breve guerra, en la que Rusia intervino a favor de Osetia, se podía viajar libremente entre Tsjinvali y Tbilisi, la capital georgiana. Hoy para recorrer una distancia de metros, es necesario dar un enorme rodeo de centenares de kilómetros en círculo, lo que implica viajar vía Rusia cruzando dos veces la cordillera del Cáucaso. La prohibición de vuelos que comienza ahora no es la primera entre Tbilisi y Moscú.

En 2006 Moscú interrumpió las comunicaciones aéreas tras la expulsión de unos oficiales rusos acusados de espionaje por Tbilisi. Restablecidas en febrero de 2008, las conexiones volvieron a interrumpirse en agosto de 2008 y solo a partir de 2010 comenzó un proceso de normalización que duró cuatro años. Los aeropuertos de Yeriván, en Armenia, y Bakú, en Azerbaiyán, que organizaron servicios de escala durante el bloqueo, se preparan de nuevo para ello. Kiev, que era una de aquellas escalas para volar entre Tbilisi y Moscú, se ha perdido ella misma también en el laberinto como consecuencia del deterioro de las relaciones con Rusia tras la anexión de Crimea y la participación de Moscú en el conflicto con los secesionistas del Este de Ucrania. Los vuelos directos entre la capital de Ucrania y Moscú (cerca de 750 kilómetros y 1 hora y 20 minutos) se interrumpieron en 2014 y desde entonces el trayecto entre las dos ciudades se ha transformado en un periplo de cuatro o cinco horas como mínimo.

El gran beneficiado de la desconexión entre Moscú y Kiev ha sido el aeropuerto de Minsk, unas amodorradas instalaciones que en poco tiempo se han convertido en un activo hub internacional. Lleno de pasajeros en tránsito, el aeropuerto de la capital bielorrusa se amplía febrilmente y tiene su propio estilo, algo casero y rural. Su fuerte no son las tiendas de lujo, sino los embutidos y quesos, entre ellos los de origen occidental, prohibidos en Rusia debido a las contrasanciones. Viajar en avión entre Kiev y Moscú o viceversa puede llevar todo un día, pero aún así es preferible a los viajes en tren donde los guardias de fronteras realizan exámenes ideológicos a los indefensos pasajeros.

Laberínticos son también los viajes a los territorios de Donbás —zona minera e industrial controlada por separatistas prorrusos— y a Crimea, que legalmente deben efectuarse con permiso y desde el resto del territorio de Ucrania. Viajar directamente desde Rusia es físicamente muy fácil gracias a numerosas líneas de autobús, en el caso del Donbás, y en avión o cruzando el puente sobre el estrecho de Kerch en el caso de Crimea. Sin embargo, al transgredir la legalidad ucraniana el viajero puede ser vetado en ese país. Algo parecido ocurre en el Alto Karabaj, enclave controlado por armenios en territorio de Azerbaiyán, escenario de un conflicto en los años ochenta. Si un viajero va al Alto Karabaj desde Armenia, tendrá problemas en Azerbaiyán, que no ofrece posibilidad de visitar la conflictiva región.

Los transportes regulares entre Chisinau y Tiráspol, pese al conflicto entre Moldavia y la región del Transdniéster, y el desminado de fronteras de Uzbekistán con sus vecinos asiáticos, iniciado al morir el presidente uzbeko Islam Karímov, son dos notas de contraste positivas frente a los nuevos obstáculos. Estos transforman la proximidad en lejanía, no solo física, sino también cultural y humana, en el espacio que antes fuera la Unión Soviética.

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