China busca acercarse a Europa en la primera reunión de su banco de desarrollo fuera de Asia
500 delegados y 1.500 participantes se reúnen en Luxemburgo en la cita anual del Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras
Alicia González
Enviada especial, Luxemburgo
Luxemburgo acoge desde este viernes la reunión anual del Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras (BAII), la primera que se celebra fuera de Asia. 500 delegados y 1.500 participantes se darán cita en el Gran Ducado con el objetivo de impulsar la conectividad entre Asia y Europa, en un momento en el que las relaciones entre China y Estados Unidos no pasan por su mejor momento. Y el multilateralismo, tampoco.
Podría parecer contradictorio que el país con la mayor renta per cápita de toda la Unión Europea (95.033 dólares, según los últimos datos del Fondo Monetario Internacional) albergue la reunión del primer banco de desarrollo controlado por países emergentes, pero la contradicción es solo aparente.
El organismo, cuyo principal accionista es China (26%), quiere centrarse en esta edición en impulsar la conectividad entre Europa y Asia y lo hace en un momento marcado por la guerra comercial y tecnológica que mantienen Estados Unidos y el gigante asiático. Europa, por su parte, busca que sus empresas jueguen un papel destacado en las millonarias inversiones que promueve el BAII, del que EE UU rehusó formar parte de su accionariado. Un negocio que solo en los tres años que el banco lleva operativo ha cerrado compromisos de inversión por 7.500 millones de dólares y que para este año se ha fijado como objetivo financiar proyectos por otros 4.000 millones, un 20% más que el año pasado.
Luxemburgo, que fue el primer país europeo en sumarse al accionariado del Banco, no ha dudado en acoger esta primera cita fuera de Europa. No en vano busca hacerse con parte del negocio de la City londinense, una vez que la salida del Reino Unido de la UE se consume, y la entidad acaba de lanzar precisamente en Londres una emisión de bonos por 500 millones de dólares para captar capital privado.
Según los datos que maneja el Banco, el déficit de infraestructuras de Asia hasta 2030 será de 26 billones de dólares, 200.000 millones de los cuales corresponden a proyectos relacionados con el cambio climático. Si Asia continúa su ritmo de crecimiento, el continente puede representar para 2050 el 52% del PIB mundial y 1.200 millones de personas se trasladarán del campo a las ciudades, lo que exige un ambicioso plan de inversiones.
Y es ahí donde los planes de China y el BAII se cruzan de forma más patente. No solo porque el presidente de la entidad, Jin Liqun, sea un antiguo viceministro chino de Economía. La Ruta de la Seda impulsada por el presidente Xi Jinping exige movilizar enormes partidas de financiación y diseñar proyectos transnacionales, como los que el Banco quiere impulsar. El BAII, además, ha establecido acuerdos con otros organismos multilaterales como el Banco Mundial, con los que ya financia el 40% de los proyectos que ha puesto en marcha, y busca atraer capital privado a sus proyectos, algo que difícilmente compatible con el régimen chino.
Los directivos de la entidad hacen gala del lema del Banco: “austero, limpio y verde”, aunque sus críticos cuestionan la opacidad de las operaciones. Asimismo, la ONG Amigos de la Tierra denuncia que apenas un 8% de los proyectos financiados están relacionados con las energías limpias, frente al 20% vinculados a hidrocarburos fósiles.
Alicia González
Enviada especial, Luxemburgo
Luxemburgo acoge desde este viernes la reunión anual del Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras (BAII), la primera que se celebra fuera de Asia. 500 delegados y 1.500 participantes se darán cita en el Gran Ducado con el objetivo de impulsar la conectividad entre Asia y Europa, en un momento en el que las relaciones entre China y Estados Unidos no pasan por su mejor momento. Y el multilateralismo, tampoco.
Podría parecer contradictorio que el país con la mayor renta per cápita de toda la Unión Europea (95.033 dólares, según los últimos datos del Fondo Monetario Internacional) albergue la reunión del primer banco de desarrollo controlado por países emergentes, pero la contradicción es solo aparente.
El organismo, cuyo principal accionista es China (26%), quiere centrarse en esta edición en impulsar la conectividad entre Europa y Asia y lo hace en un momento marcado por la guerra comercial y tecnológica que mantienen Estados Unidos y el gigante asiático. Europa, por su parte, busca que sus empresas jueguen un papel destacado en las millonarias inversiones que promueve el BAII, del que EE UU rehusó formar parte de su accionariado. Un negocio que solo en los tres años que el banco lleva operativo ha cerrado compromisos de inversión por 7.500 millones de dólares y que para este año se ha fijado como objetivo financiar proyectos por otros 4.000 millones, un 20% más que el año pasado.
Luxemburgo, que fue el primer país europeo en sumarse al accionariado del Banco, no ha dudado en acoger esta primera cita fuera de Europa. No en vano busca hacerse con parte del negocio de la City londinense, una vez que la salida del Reino Unido de la UE se consume, y la entidad acaba de lanzar precisamente en Londres una emisión de bonos por 500 millones de dólares para captar capital privado.
Según los datos que maneja el Banco, el déficit de infraestructuras de Asia hasta 2030 será de 26 billones de dólares, 200.000 millones de los cuales corresponden a proyectos relacionados con el cambio climático. Si Asia continúa su ritmo de crecimiento, el continente puede representar para 2050 el 52% del PIB mundial y 1.200 millones de personas se trasladarán del campo a las ciudades, lo que exige un ambicioso plan de inversiones.
Y es ahí donde los planes de China y el BAII se cruzan de forma más patente. No solo porque el presidente de la entidad, Jin Liqun, sea un antiguo viceministro chino de Economía. La Ruta de la Seda impulsada por el presidente Xi Jinping exige movilizar enormes partidas de financiación y diseñar proyectos transnacionales, como los que el Banco quiere impulsar. El BAII, además, ha establecido acuerdos con otros organismos multilaterales como el Banco Mundial, con los que ya financia el 40% de los proyectos que ha puesto en marcha, y busca atraer capital privado a sus proyectos, algo que difícilmente compatible con el régimen chino.
Los directivos de la entidad hacen gala del lema del Banco: “austero, limpio y verde”, aunque sus críticos cuestionan la opacidad de las operaciones. Asimismo, la ONG Amigos de la Tierra denuncia que apenas un 8% de los proyectos financiados están relacionados con las energías limpias, frente al 20% vinculados a hidrocarburos fósiles.