ANÁLISIS / La doctrina Trump se extiende

Hasta ahora, las sanciones económicas contra un país se imponían contra un Estado que representara una amenaza para la paz. El inquilino de la Casa Blanca ha cambiado también eso

Alicia González
El País
Hasta ahora, las sanciones económicas contra un país se imponían, en muchos casos, de manera colectiva y contra un Estado que representara una amenaza para la paz y la estabilidad mundiales. Ese fue el caso de Rusia, tras su anexión de Crimea, o el de Corea del Norte, por su programa de armas nucleares. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha cambiado también eso.


Las sanciones económicas y comerciales se han convertido en un elemento central de la política exterior de la actual Administración estadounidense, que hace valer su superioridad económica para forzar el pulso de enemigos y de aliados. De hecho, el veto impuesto a la tecnológica Huawei por razones de "seguridad nacional" se ha levantado en buena medida cuando al Gobierno estadounidense le ha convenido para la negociación comercial con China, cuyo desenlace está por ver. La amenaza de imponer un arancel sobre los productos mexicanos buscaba forzar un cambio en la política de seguridad y migración de su vecino del Sur. Y lo ha conseguido. Pero los expertos señalan los riesgos de esa política. Lo recuerdan las economistas Elina Ribakova y Anne-Marie Slaughter en su último artículo, Los sistemas postamericanos. "EE UU tiene la principal moneda de reserva mundial, el dólar, y disfruta de un papel central en los sistemas financieros globales. Pero utilizar esa posición para conseguir objetivos de política exterior va a debilitar esa posición y ventaja a largo plazo".

Japón se ha convertido este mes en la última economía desarrollada en utilizar el comercio como arma de política exterior, al limitar las exportaciones a Corea del Sur de productos químicos decisivos para su potente industria de semiconductores. La decisión no se basa en factores económicos o comerciales, sino que tiene su origen en la disputa entre ambos países por las reparaciones derivadas de la ocupación nipona de Corea del Sur en la primera mitad del siglo XX. Seúl, como respuesta, ha anunciado represalias contra algunas multinacionales niponas como Sony.

Lo que hace que la instrumentalización del comercio sea tan peligrosa es que mezcla elementos explosivos de política y de nacionalismo exacerbado y los traslada a la economía global, donde nadie sale indemne. Durante las tres últimas décadas las empresas han desarrollado un complejo sistema de vínculos e interconexiones a través de las cadenas de suministro globales que han aumentado la especialización, la división del trabajo y la dependencia, en muchos casos, de unos cuantos suministradores y, a veces, de un solo país.

La Organización Mundial del Comercio acaba de presentar un informe en el que advierte de que las medidas proteccionistas están en niveles históricamente altos y que suponían hasta mediados de mayo unos 340.000 millones de dólares (305.000 millones de euros). El Fondo Monetario Internacional condiciona sus previsiones de crecimiento al desarrollo de estos conflictos comerciales, en particular el que enfrenta a Washington y Pekín.

Poco podían imaginar los movimientos antiglobalización hace unos años que serían las grandes potencias como EE UU y Japón las que infligieran su mayor amenaza al sistema de comercio internacional.

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