La diplomacia "de la pandereta" difícilmente resuelva la crisis del Golfo Pérsico
George Chaya
Infobae
La semana pasada dos buques petroleros fueron atacados en el estrecho de Ormuz. Washington acusó al régimen iraní y dijo tener pruebas contundentes de su responsabilidad en los ataques. El pasado jueves, el cuerpo de élite iraní, al que la administración Trump considera un grupo terrorista, afirmó que el aparato contra el que dispararon era un avión espía no tripulado estadounidense del tipo Global Hawk. Dicen que dispararon contra él cuando éste penetró en el espacio aéreo iraní, en la zona de la provincia de Hormozgan, situada cerca del estratégico estrecho de Ormuz, por donde cruza una quinta parte del petróleo mundial.
En tal escenario, ¿Qué hacen los políticos y los diplomáticos cuando no pueden hacer nada pero están obligados a mostrar que están haciendo algo?
Una respuesta proporcionada por el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, indicó: "Es simple, se organiza una reunión".
La reunión que Lavrov está organizando, para finales de este mes en Moscú, reunirá a diplomáticos jóvenes de Irán y el Reino Unido, China, Francia y Alemania, es decir, los países que formaron el famoso grupo 5+1 creado por Barack Obama para dar una apariencia de respetabilidad legal al llamado "acuerdo nuclear", que Obama inventó para los mulás iraníes.
El problema es que la reunión propuesta por Lavrov parece ser "más de la diplomacia pandereta" y puede que llegue tarde para disipar los vientos de un conflicto militar en ciernes ante la escalada de los últimos días.
Lo cierto es que más que nunca, y a todos los efectos, el "acuerdo" de Obama murió cuando la administración Trump decidió deshacerse de él. Al carecer de un estatus legal exigible, el "acuerdo" siempre dependía de la disposición de las partes para implementarlo. Con los estadounidenses alejados de él, no hay forma de que las otras naciones que todavía están aparentemente en el juego lo puedan poner en un escenario diplomático positivo.
Eso deja a los miembros restantes del 5+1 con la toma de una decisión: declarar el "acuerdo" de Obama muerto y buscar un marco para nuevas conversaciones sobre cómo resolver el "problema de Irán" que, paradójicamente, todos dicen que les preocupa o unirse para neutralizar a los Estados Unidos y ayudar a Irán a continuar como de costumbre.
Obviamente, la elección que enfrentan no es fácil. Presionar y exigir a Estados Unidos nuevas conversaciones significa también obligar un humillante repliegue a los mulás iraníes en un momento en el que, ante la crisis económica, la inestabilidad social y los tambores de guerra no podrían darse el lujo de aparecer conciliadores o débiles.
Estar del lado de los mulás contra EEUU es aún más difícil, aunque solo sea porque ninguno del resto del grupo 5+1 confía en la República Islámica. Además, ninguno de ellos tiene los medios legales, económicos y políticos para ayudar a Teherán a ganar en una pelea contra los estadounidenses.
El problema es que no hacer nada tampoco es una opción.
No hacer nada significa permitir que EEUU apriete cada vez más los tornillos de una República Islámica ya debilitada con consecuencias imprevisibles. La política de presión de proximidad ahora en uso podría llevar a Irán a un punto en el que la continuidad de la configuración actual se vuelva volátil, problemática y sin retorno.
Ese marco, a su vez, podría permitir a las facciones más radicales dentro del movimiento khomeinista afirmar que la única defensa efectiva del régimen es la vía militar. Tal postura podría, a su vez, hacer que el cambio de régimen sea la única opción realista para todos aquellos que están convencidos de que el régimen khomeinista actual es incapaz de cambiar el rumbo de manera positiva. Y eso podría hacer que "todas las opciones que están sobre la mesa" sea más siniestro que nunca en el caso de Irán.
En otras palabras, al intentar revivir un status quo que ya ha perdido su razón de ser, Rusia y el Grupo 5+1 están allanando el camino para una crisis aún mayor en la región con el "problema de Irán".
Jugar el juego de la pseudo-diplomacia con el controversial de Irán, no solo es deshonesto, es sumamente peligroso. Sin embargo, Lavrov no está solo en entregarse a ese juego. El ministro de Relaciones Exteriores alemán, Heike Maas, un novato en diplomacia, ya ha jugado el juego con una visita inútil a Teherán, en parte para resaltar su propio perfil y en parte para pretender que Alemania, a pesar de sus problemas internos, todavía está decidida a actuar como líder de una Unión Europea que está gravemente sacudida.
El primer ministro japonés, Shinzo Abe, un jugador mucho más experto que el desventurado Maas, también ha realizado una visita a Teherán para realzar el perfil diplomático internacional de Tokio. Como defensor del regreso de Japón como potencia internacional, Abe está decidido a poner fin al silencio tradicional de su país en la diplomacia de las grandes ligas y, según algunos, está soñando con un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en el contexto de una ampliación para incluir a otros países como India y Brasil.
Alemania y Japón no están solos al tratar de jugar un papel para aliviar la tensión entre Teherán y la administración Trump. Otros jugadores importantes en este escenario son el Sultanato de Omán y Suiza, que, como en otras ocasiones en el pasado, se ve a sí mismo como un defensor del diálogo entre las naciones en guerra. Qatar también ha hecho ruido sobre una "mediación", pero no más que para realzar su perfil regional.
El problema es que las gesticulaciones diplomáticas solo pueden alentar a los mulás a aferrarse a su ilusión de que un día forzaron a la administración Trump a retroceder y regresar al "tratado" de Obama.
El presente impasse se puede romper de dos maneras. El primero es para que los mediadores reales o aspirantes se pongan del lado de los EEUU y le digan a los mulás que no pueden estar de su lado. Una vez que los khomeinistas entiendan que los "mediadores" podrían dirigir sus esfuerzos para encontrar formas de organizar un retiro que evite la humillación absoluta del régimen. Eso no debería ser difícil, ya que todos los integrantes del Grupo 5+1, incluida Rusia, comparten las preocupaciones de Washington sobre la "exportación de la revolución islámica" y el desarrollo de Teherán del programa misilístico de largo alcance capaces de transportar ojivas nucleares que aún está en desarrollo.
La segunda forma de romper el impasse es admitir que el "acuerdo" de Obama es un caballo muerto que no volverá a cabalgar sin importar cual larga sea la carrera. Con esa admisión, el expediente de Irán podría ser devuelto al Consejo de Seguridad que ya ha aprobado siete resoluciones que tratan de resolverlo aunque el proceso no produjo los resultados deseados porque los mulas rechazaron todas esas resoluciones, y que lo hecho por Obama al tratar de complacerlos burlando a la ONU, a la Agencia Internacional de Energía Atómica y al Tratado de No Proliferación Nuclear inventando el llamado Plan de Acción Conjunto Integral CJPOA (por sus siglas en inglés) como un plan hecho a medida para la República Islámica, es un cheque vencido.
Un regreso a la ONU pondría al "problema de Irán" en el centro de atención como una preocupación internacional en lugar de un duelo entre Trump y los mulás. También abriría el camino para encontrar soluciones legalmente vinculantes a un problema que todos reconocen como fuente de inestabilidad, tensión e incluso conflicto militar en la regional e internacional.
Si la manera de terminar la crisis actual es persuadir o forzar a la República Islámica a comenzar a actuar como un estado-nación normal, el primer paso en esa dirección es remitir el controversial al ámbito diseñado para tratar los problemas de las naciones normales.
Si el régimen iraní se niega a reconocer la jurisdicción de Naciones Unidas será responsable por sus actos ante la comunidad internacional, pero es tiempo de parar la retórica de las capitales y los discursos belicistas que al cabo llevarán a una espiral de violencia sin principio ni final a la vista. Aún se está a tiempo de ello con una diplomacia seria y responsable.
Infobae
La semana pasada dos buques petroleros fueron atacados en el estrecho de Ormuz. Washington acusó al régimen iraní y dijo tener pruebas contundentes de su responsabilidad en los ataques. El pasado jueves, el cuerpo de élite iraní, al que la administración Trump considera un grupo terrorista, afirmó que el aparato contra el que dispararon era un avión espía no tripulado estadounidense del tipo Global Hawk. Dicen que dispararon contra él cuando éste penetró en el espacio aéreo iraní, en la zona de la provincia de Hormozgan, situada cerca del estratégico estrecho de Ormuz, por donde cruza una quinta parte del petróleo mundial.
En tal escenario, ¿Qué hacen los políticos y los diplomáticos cuando no pueden hacer nada pero están obligados a mostrar que están haciendo algo?
Una respuesta proporcionada por el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, indicó: "Es simple, se organiza una reunión".
La reunión que Lavrov está organizando, para finales de este mes en Moscú, reunirá a diplomáticos jóvenes de Irán y el Reino Unido, China, Francia y Alemania, es decir, los países que formaron el famoso grupo 5+1 creado por Barack Obama para dar una apariencia de respetabilidad legal al llamado "acuerdo nuclear", que Obama inventó para los mulás iraníes.
El problema es que la reunión propuesta por Lavrov parece ser "más de la diplomacia pandereta" y puede que llegue tarde para disipar los vientos de un conflicto militar en ciernes ante la escalada de los últimos días.
Lo cierto es que más que nunca, y a todos los efectos, el "acuerdo" de Obama murió cuando la administración Trump decidió deshacerse de él. Al carecer de un estatus legal exigible, el "acuerdo" siempre dependía de la disposición de las partes para implementarlo. Con los estadounidenses alejados de él, no hay forma de que las otras naciones que todavía están aparentemente en el juego lo puedan poner en un escenario diplomático positivo.
Eso deja a los miembros restantes del 5+1 con la toma de una decisión: declarar el "acuerdo" de Obama muerto y buscar un marco para nuevas conversaciones sobre cómo resolver el "problema de Irán" que, paradójicamente, todos dicen que les preocupa o unirse para neutralizar a los Estados Unidos y ayudar a Irán a continuar como de costumbre.
Obviamente, la elección que enfrentan no es fácil. Presionar y exigir a Estados Unidos nuevas conversaciones significa también obligar un humillante repliegue a los mulás iraníes en un momento en el que, ante la crisis económica, la inestabilidad social y los tambores de guerra no podrían darse el lujo de aparecer conciliadores o débiles.
Estar del lado de los mulás contra EEUU es aún más difícil, aunque solo sea porque ninguno del resto del grupo 5+1 confía en la República Islámica. Además, ninguno de ellos tiene los medios legales, económicos y políticos para ayudar a Teherán a ganar en una pelea contra los estadounidenses.
El problema es que no hacer nada tampoco es una opción.
No hacer nada significa permitir que EEUU apriete cada vez más los tornillos de una República Islámica ya debilitada con consecuencias imprevisibles. La política de presión de proximidad ahora en uso podría llevar a Irán a un punto en el que la continuidad de la configuración actual se vuelva volátil, problemática y sin retorno.
Ese marco, a su vez, podría permitir a las facciones más radicales dentro del movimiento khomeinista afirmar que la única defensa efectiva del régimen es la vía militar. Tal postura podría, a su vez, hacer que el cambio de régimen sea la única opción realista para todos aquellos que están convencidos de que el régimen khomeinista actual es incapaz de cambiar el rumbo de manera positiva. Y eso podría hacer que "todas las opciones que están sobre la mesa" sea más siniestro que nunca en el caso de Irán.
En otras palabras, al intentar revivir un status quo que ya ha perdido su razón de ser, Rusia y el Grupo 5+1 están allanando el camino para una crisis aún mayor en la región con el "problema de Irán".
Jugar el juego de la pseudo-diplomacia con el controversial de Irán, no solo es deshonesto, es sumamente peligroso. Sin embargo, Lavrov no está solo en entregarse a ese juego. El ministro de Relaciones Exteriores alemán, Heike Maas, un novato en diplomacia, ya ha jugado el juego con una visita inútil a Teherán, en parte para resaltar su propio perfil y en parte para pretender que Alemania, a pesar de sus problemas internos, todavía está decidida a actuar como líder de una Unión Europea que está gravemente sacudida.
El primer ministro japonés, Shinzo Abe, un jugador mucho más experto que el desventurado Maas, también ha realizado una visita a Teherán para realzar el perfil diplomático internacional de Tokio. Como defensor del regreso de Japón como potencia internacional, Abe está decidido a poner fin al silencio tradicional de su país en la diplomacia de las grandes ligas y, según algunos, está soñando con un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en el contexto de una ampliación para incluir a otros países como India y Brasil.
Alemania y Japón no están solos al tratar de jugar un papel para aliviar la tensión entre Teherán y la administración Trump. Otros jugadores importantes en este escenario son el Sultanato de Omán y Suiza, que, como en otras ocasiones en el pasado, se ve a sí mismo como un defensor del diálogo entre las naciones en guerra. Qatar también ha hecho ruido sobre una "mediación", pero no más que para realzar su perfil regional.
El problema es que las gesticulaciones diplomáticas solo pueden alentar a los mulás a aferrarse a su ilusión de que un día forzaron a la administración Trump a retroceder y regresar al "tratado" de Obama.
El presente impasse se puede romper de dos maneras. El primero es para que los mediadores reales o aspirantes se pongan del lado de los EEUU y le digan a los mulás que no pueden estar de su lado. Una vez que los khomeinistas entiendan que los "mediadores" podrían dirigir sus esfuerzos para encontrar formas de organizar un retiro que evite la humillación absoluta del régimen. Eso no debería ser difícil, ya que todos los integrantes del Grupo 5+1, incluida Rusia, comparten las preocupaciones de Washington sobre la "exportación de la revolución islámica" y el desarrollo de Teherán del programa misilístico de largo alcance capaces de transportar ojivas nucleares que aún está en desarrollo.
La segunda forma de romper el impasse es admitir que el "acuerdo" de Obama es un caballo muerto que no volverá a cabalgar sin importar cual larga sea la carrera. Con esa admisión, el expediente de Irán podría ser devuelto al Consejo de Seguridad que ya ha aprobado siete resoluciones que tratan de resolverlo aunque el proceso no produjo los resultados deseados porque los mulas rechazaron todas esas resoluciones, y que lo hecho por Obama al tratar de complacerlos burlando a la ONU, a la Agencia Internacional de Energía Atómica y al Tratado de No Proliferación Nuclear inventando el llamado Plan de Acción Conjunto Integral CJPOA (por sus siglas en inglés) como un plan hecho a medida para la República Islámica, es un cheque vencido.
Un regreso a la ONU pondría al "problema de Irán" en el centro de atención como una preocupación internacional en lugar de un duelo entre Trump y los mulás. También abriría el camino para encontrar soluciones legalmente vinculantes a un problema que todos reconocen como fuente de inestabilidad, tensión e incluso conflicto militar en la regional e internacional.
Si la manera de terminar la crisis actual es persuadir o forzar a la República Islámica a comenzar a actuar como un estado-nación normal, el primer paso en esa dirección es remitir el controversial al ámbito diseñado para tratar los problemas de las naciones normales.
Si el régimen iraní se niega a reconocer la jurisdicción de Naciones Unidas será responsable por sus actos ante la comunidad internacional, pero es tiempo de parar la retórica de las capitales y los discursos belicistas que al cabo llevarán a una espiral de violencia sin principio ni final a la vista. Aún se está a tiempo de ello con una diplomacia seria y responsable.