Boris Johnson, la saeta rubia que quiere gobernar Gran Bretaña

El polémico político que lideró el Brexit está muy cerca de convertirse en el nuevo Primer Ministro. Un personaje torpe de una ambición titánica

Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
Boris Johnson tartamudea el inglés de la clase alta británica casi tan bien como lo hacía Lawrence Olivier. Su torpeza es sólo comparable con la del personaje de Charles Chaplin. Y su aspecto de canario malherido arranca una sonrisa a cualquiera que se le ponga delante. Tiene un atractivo especial, mezcla de "nerd" de Cambridge con el osito de Paddington. No es amenazador, no provoca miedo más allá de su titánica ambición. Es ocurrente a la Oscar Wilde, pero puede perder el hilo de una conversación con demasiada facilidad. Sí, es uno de esos especímenes que dan lástima y caen simpáticos al mismo tiempo. Pero por sobre todo eso está su inmenso ego: en su libro sobre Churchill se nombra a si mismo 31 veces. Ese "Boris of London" está muy cerca de convertirse en el próximo Primer Ministro con el mandato de sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea.


En abril de 1989, el Daily Telegraph envió al joven reportero Alexander Boris de Pfeffel Johnson a Bruselas para cubrir lo que entonces era la Comunidad Económica Europea. Johnson, quien tenía 24 años, conocía bien la ciudad. Su padre, Stanley, había sido uno de los primeros burócratas británicos del organismo cuando Gran Bretaña se unió al bloque, en 1973. Boris, que en ese momento tenía 9 años, sus padres y sus tres hermanos menores se mudaron a Bélgica y formaron parte de una comunidad de expatriados nostálgicos. Era un chico tímido e inteligente, aunque no muy disciplinado. Aprendió a hablar francés sin acento.

Como era tradicional entre las familias de clase alta británicas, lo enviaron a estudiar al prestigioso Eaton College, lo que lo llevó directamente hasta Oxford. Allí hizo su primera campaña política y dio una de las tantas volteretas que después fueron habituales en su vida. Se postuló como Social Demócrata para presidir la Oxford Union, el centro de estudiantes, y al ganar se pasó a los Conservadores. Cuando le dieron un título en literatura británica dijo que iba a tomar la antigua costumbre de la alta burguesía inglesa de no trabajar. Después de ese período de diletante, decidió ser periodista y comenzó a escribir en el bicentenario The Times. Al poco tiempo lo echaron. Inventó una referencia en una nota sobre la relación de Eduardo II con un niño. Sus colegas decían que era desprolijo y desorganizado. Andaba con un saco medio raído de su época de estudiante y su pelo rubio-albino siempre desordenado.

En la inquietante biografía "Boris: A tale of Blond Ambition" que escribió Sonia Purnell en 2011, describe ese momento de Johnson como "desconcertante". Hasta que sus contactos lo llevaron al Daily Telegraph. Estuvo unos meses en la redacción de Fleet St., se casó con su ex compañera de Oxford, Allegra Mostyn-Owen, y se fue como corresponsal a Bruselas. A los seis meses estaba lo suficientemente aburrido como para empezar a degradar el proyecto europeo. Fue uno de los primeros euroescépticos y pronto se convirtió en un ídolo de los conservadores británicos que no querían perder su exclusividad isleña. Johnson hablaba de la "burocracia insana" y describía con mucho humor las interminables discusiones sobre las reglas comunitarias. "Los caracoles deben ser designados como pescados y los condones deben tener un tamaño estandarizado; de acuerdo al delegado italiano el ancho máximo del condón debe ser de cincuenta y cuatro milímetros", escribió Johnson en el Telegraph el 8 de mayo de 1991. Los funcionarios de la UE huían cuando lo veían acercarse. Le decían "el monstruo rubio" y le prohibían entrar a las conferencias de prensa porque siempre hacía preguntas disruptivas.

La biógrafa Purnell ve un elemento psicológico en este comportamiento. "Boris se la había pasado mal de chico en Bruselas. Sus hermanos cuentan historias horribles sobre esa enorme casa donde vivían, en un suburbio al lado de un bosque. Había desolación y desconexión. La madre, Charlotte, padecía crisis nerviosas recurrentes y pasaba largos períodos de internación. Odiaba esa vida, esa época y a Bélgica", comentó Purnell en una entrevista con una revista francesa. También fue el lugar donde se divorció por primera vez, en 1992. Aunque dejó pasar apenas 12 días antes de casarse con su segunda esposa, Marina Wheeler, a quien había conocido en la escuela primaria.

A Johnson, ese odio hacia Bruselas y el consiguiente disgusto con la UE, le valió los aplausos de la dirigencia del Partido Conservador británico y en particular de la entonces primera ministro Margaret Thatcher. El Telegraph lo llamó de regreso a Londres y lo convirtió en su principal columnista político. Pero sus notas estaban llenas de ironías y críticas y muy poca información. "Era por entonces una caricatura, y tuvo que irse", cuenta su colega James Landale, corresponsal diplomático de la BBC. Pero cayó parado. Pasó a ser el editor de la prestigiosa y muy conservadora The Spectator, donde dio rienda suelta a su estilo provocativo.

Johnson no es tan inglés como parece. Nació en NuevaYork. Su cabello rubio eléctrico es una herencia de su bisabuelo Ali Kemal, un político turco musulmán que se desempeñó como ministro del Interior en el último tramo del Imperio Otomano. En 1909, la primera esposa de Kemal, Winifred Johnson, murió en el parto, en Inglaterra, dejando dos hijos. Uno de ellos, Osman, a quien todos llamaban Wilfred, dejó la escuela a los trece años y fue a buscar fortuna como granjero en Egipto. Durante la Segunda Guerra Mundial, Wilfred se convirtió en piloto de la Real Fuerza Aérea británica hasta que lo degradaron por estrellar un avión haciendo una pirueta para impresionar a una mujer, una anécdota familiar que Boris repite cada tanto. Por parte de su madre, Charlotte Fawcett, también tiene ancestros rusos judíos. Y por parte del padre, aristócratas británicos emparentados con el rey George II. "Soy un verdadero 'melting pot'. Tengo un poco de todo el mundo", dice Johnson.

El excéntrico Boris tenía doble nacionalidad británico-estadounidense y hasta coqueteó con la posibilidad de hacer política en Nueva York. Cuando era alcalde de Londres, Boris Johnson, apareció en el famoso programa de David Letterman. Hizo lo que mejor sabe hacer: fanfarronear escandalosamente. "Supongo que podría ser presidente de Estados Unidos", comentó. "Técnicamente hablando…Y por capacidad. Sería un muy buen presidente. Lo estoy pensando". No muchos se rieron. Hablaba en serio. Aunque ya no podría llegar de ninguna manera a la Casa Blanca. Renunció a su pasaporte estadounidense durante una disputa sobre impuestos con la Hacienda de EE.UU.

En 1995 tuvo su primer gran escándalo público ventilado en las tapas de los tabloides londinenses por semanas. Apareció la grabación de una conversación de Johnson con su amigo Darius Guppy en la que le pedía información sobre un periodista que lo estaba investigando por unas estafas, para mandarle un matón que le diera una paliza. El periodista era Stuart Collier del amarillo News of the World. Y si bien el ataque nunca se concretó siempre quedó la duda de si Boris pasó la información al agresor. Todo esto lo hizo famoso. La gente lo paraba por la calle y lo invitaban a los programas de televisión. Era el momento de saltar a la política. En 2001 ganó una banca en la Cámara de los Comunes por el pueblo de Henley, en el territorio conservador de Oxfordshire. En el Parlamento primero votó a favor de que Gran Bretaña acompañara a Estados Unidos en la invasión a Irak y poco después se unió al grupo de su partido que pedía la destitución del entonces primer ministro, Tony Blair, por su "colosal error de llevar al país a una guerra". En tanto, seguía siendo el editor de Spectator a pesar de que el propietario de la revista le pidió varias veces que dejara el puesto. Boris argumentaba que Winston Churchill y Benjamin Disraeli siguieron publicando artículos mientras estuvieron en la función pública. En 2005 fue reelecto como miembro del Parlamento. Y siguió escribiendo su columna semanal por la que le pagaban 250.000 libras al año, una cifra exorbitante para un trabajo que le llevaba tres horas a la semana.

En 2008 vio su oportunidad de saltar a las grandes ligas. Se presentó como candidato a alcalde de Londres desafiando al mítico laborista Ken Livingston que venía gobernando la ciudad desde el 2000, después de ser el líder del Consejo de Gobierno municipal desde 1981. Johnson ganó por 43% a 37%. También los escándalos tuvieron una lupa más poderosa. Su relación extramarital con Helen Macintayre estuvo en las tapas de los tabloides por meses. Y se incrementaron cuando se supo que había sido padre de un niño que no reconoció. Las columnas de chimentos se alimentaron con otro supuesto romance con Veronica Wadley, una ex editora del Evening Standard, a la que nombró al frente del Consejo de Cultura de Londres. Cuando se desataron los "riots" (protestas violentas) de 2011, estaba de vacaciones en Canadá y tardó tres días en regresar. Cuando lo increparon por esto, en una calle del barrio de Clapham donde habían destrozado todas las vidrieras, Johnson no dijo una palabra, tomó una escoba y se puso a barrer. Terminaron aplaudiéndolo. Sus irónicas declaraciones y su humor hacían que los votantes le perdonaran todo. Y hasta se "convirtió en héroe" cuando iba en bicicleta a su oficina y defendió a los golpes a una mujer que estaba siendo atacada por una pandilla de adolescentes. Su administración no fue tan glamorosa y se limitó a una administración aceptable de los recursos e innovaciones como las primeras bicicletas de alquiler, la renovación de los antiguos autobuses de dos pisos y la construcción de un cablecarril sobre el Támesis.

Con los Juegos Olímpicos de 2012 en todo su esplendor, Boris fue reelecto para un segundo mandato. Otra vez, una administración aceptable del presupuesto y muchas controversias. En China se presentó en bermudas a un acto oficial, en Indonesia dijo que las jóvenes de ese país iban a la universidad para conseguir marido y de las musulmanas, que con sus atuendos se parecían a una caja del correo. Poco antes de terminar su mandato, en 2016, se presentó nuevamente como candidato al Parlamento y aseguró una banca para seguir influyendo dentro del partido. Cuando el primer ministro David Cameron cometió el fabuloso error de llamar a un referéndum para decidir si Gran Bretaña dejaba la Unión Europea, de inmediato se convirtió en uno de los líderes del Brexit. Se unió a Nigel Farage del partido UKIP e hicieron una campaña en nombre del Leave Vote. "Después de treinta años de escribir sobre esto, ahora realmente tengo la oportunidad de hacer algo concreto", dijo Johnson al scrum de periodistas que lo esperaba cada mañana en la puerta de su casa. De esa manera se ponía al frente de una campaña que no tenía candidato ni organización. Mientras Cameron y sus leales ministros presentaban estudios en los que advertían sobre los riesgos económicos y políticos del Brexit, Johnson y su pandilla recorrían el país en un autobús de color rojo brillante, agitando espárragos para promover la agricultura británica y prometiendo ahorrar al Estado trescientos cincuenta millones de libras por semana del dinero que se entrega como contribución a la Unión Europea. Sus años en Bruselas le permitían a Johnson lanzar datos -que nadie podía corroborar inmediatamente y que con el tiempo resultaron en su mayoría falsos- justificando el Brexit e incentivando la flema imperialista y nacionalista británica. Cuando Barack Obama dijo que el Brexit provocaría una debacle económica para Gran Bretaña y los negocios con Estados Unidos, Johnson escribió una columna en la que aseguró que esa posición se debía a "la parte keniata del presidente (su padre era nacido en Kenia) y su antipatía ancestral del Imperio Británico". Y proclamó la jornada del referéndum como "el día de la real independencia de Gran Bretaña". Contra toda lógica política, el 23 de junio de 2016 ganó el Leave/Brexit por 51,9% contra 48,1%. Cameron renunció de inmediato y todos apostaban por Johnson como nuevo primer ministro. Pero, no por primera vez, cuando fue confrontado con algo que él quería desesperadamente, Johnson perdió el enfoque. El día después del acontecimiento más trascendental en la política británica en décadas, Johnson se fue al campo para jugar al cricket con el noveno conde de Spencer y descansar por varios días. Cuando regresó a Londres, su candidatura ya estaba herida de muerte. Le había ganado de mano la más moderada Theresa May, quien al asumir le dio el prestigioso cargo de Foreign Secretary, la cancillería. Paseó su rutilante cabellera amarilla por todo el mundo y siguió diciendo unas cuantas barbaridades ante dignatarios extranjeros, pero nada tan grave como para perder el puesto. Terminó renunciando antes de que se hundiera el bote de Theresa May. Cuando la primera ministro tiró la toalla mientras contenía el llanto, admitiendo que no había podido hacer nada para una salida negociada y ordenada de la Unión Europea, Johnson supo que ésta era una nueva oportunidad. Se presentó como candidato a liderar a los Tories (conservadores) y ser el nuevo Primer Ministro. Todo indica que su cabellera rubia ahora desfilará por la famosa casa del 10 Downing St. y que logrará, por las buenas o por las malas, su sueño de tomarse otra revancha con los burócratas de Bruselas que tanto odia.

Entradas populares