A 100 años de Versalles, el Tratado de Paz que no pudo evitar la Segunda Guerra Mundial
Criticado con vehemencia y sin justicia por sus detractores de la época, el instrumento que puso fin a la Primera Guerra Mundial tras más de cuatro años de matanza es visto en la actualidad como un intento racional y valioso de pacificar a Europa. Sin embargo, estaba destinado a fracasar
Una cicatriz de tierra quemada, metal y cadáveres llegó a extenderse por 700 kilómetros en el oeste de Europa, desde las costas del Mar del Norte en Bélgica, cruzando los pantanos de Flandes y las planicies del noroeste de Francia hasta llegar las colinas justo antes de la frontera con Suiza.
En parte por estas razones y ante la falta de "pruebas oculares" la sociedad alemana se aferró a una percepción ilusoria, olvidando que Berlín había pedido el cese al fuego dispuesta a hacer las concesiones necesarias debido, precisamente, a que había sido superada en el campo de batalla.
La Primera Guerra Mundial, que estalló en 1914, alcanzó a todos los rincones del mundo pero tuvo en este Frente Occidental su escenario más violento y destructivo y acabó finalmente el 11 de noviembre de 1918 con un armisticio solicitado por Alemania, casi al borde del colapso, que puso fin a los combates dejando una sensación de alivio y confusión.
No fue el fin de los problemas. Casi inmediatamente después los representantes de las potencias vencedoras, Francia, Reino Unido, Estados Unidos e Italia se reunieron en París para negociar un tratado de paz que pudiera dejar atrás el estado de guerra y comenzar la reconstrucción.
Un 28 de junio de 1919, hace exactamente 100 años, los aliados llegaron después de intensas negociaciones a un acuerdo sobre el alcance de las compensaciones económicas, los cambios territoriales y las limitaciones militares al convulsionado Imperio Alemán, en proceso de convertirse en República.
Y así surgió el Tratado de Versalles, un texto sin precedentes por su extensión, alcance y ambigüedad que fue firmado por los aliados y Alemania en la Galería de los Espejos del Palacio en las afueras de París y que en la posguerra fue atacado en casi todos los países del mundo por su dureza y la presunta humillación sobre los vencidos, llegando a ser culpado en soledad como desencadenante de la Segunda Guerra Mundial.
Pero esta visión ya no parece estar apoyada en el consenso de los historiadores, gracias a una serie de investigaciones realizadas en las últimas décadas y que han matizado la percepción sobre este influyente instrumento de derecho internacional.
Por el contrario, tan duro como Versalles fue presentado en el mismo texto y por sus promotores, la aplicación del tratado resultó ser mucho más racional y limitada, la mejor que pudo hacerse en el contexto de la época.
Tan así, para algunos, que su moderación y tibieza en los hechos hizo más bien poco por evitar un resurgimiento de Alemania como primera potencia económica y militar europea.
"Hoy día se tiende a poner el acento justamente en que el problema radicó en las divisiones entre los mismos vencedores y la falta de capacidad y voluntad para hacer cumplir el tratado", explicó el doctor en Historia por la State University of New York, Andrés Reggiani, en diálogo con Infobae. "Se lo ve como un compromiso bastante justo desde el punto de vista de lo que finalmente se hizo, no tan leonino como se lo había presentado", agregó.
Para el investigador en la Universidad Torcuato di Tella en Buenos Aires, Argentina, una de las razones para este desenlace es que el tratado estaba hecho para consumo doméstico.
"El tratado tiene que mostrar a una opinión pública que había sido convencida de creer que la guerra tenía un propósito y había que hacer un sacrificio para ganarla, porque se peleaba por principios justos, y que al final vendría la recompensa, que implicaba la compensación económica por los esfuerzos", explicó.
Uno de los puntos más famosos del Tratado fue la creación de una comisión de compensaciones para determinar exactamente la cantidad que Alemania debería pagar.
Y aunque en el país derrotado esto fue visto como una humillación por considerarlo una especie de "cheque en blanco" a ser completado por los ganadores, cuando el número finalmente llegó, en 1921 y gracias a la conferencia London Schedule of Payments, era prácticamente un tercio de lo que se había discutido.
Específicamente, la convención de Londres obligó a Alemania pagar una astronómica cifra de 132.000 millones de marcos alemanes en patrón oro (o 33.000 millones de dólares de ese tiempo, equivalentes a unos 439.000 millones de dólares actuales) a abonar en 30 años.
Pero lo hizo de tal manera que sólo 50.000 millones de marcos alemanes fueron exigidos realmente (unos 166.000 millones de dólares actuales) y el resto estaría sujeto a las capacidades de pagar de la República de Weimar, lo cual sería analizado en el futuro. Esta era, de hecho, la oferta inicial que Alemania había hecho en 1919, rechazada anteriormente por los aliados.
¿Y cuánto se llegó a pagar, luego de las revisiones a los montos alcanzadas en el Plan Young de 1929 y antes de que el nazismo desmantelara el Tratado de Versalles en la década de 1930? Unos 20.000 millones de marcos alemanes (o cerca de 90.000 millones de dólares actuales).
"Aunque se mantenía en el terreno de la realidad, esto permitió a los ganadores a vanagloriarse por las grande sumas y la República de Weimar a lamentar vastas cargas que realmente no existieron", consideró la historiadora Sally Marks en su paper de 2013, "Equivocaciones y mitos: los aliados, Alemania y el Tratado de Versalles, 1918-1921".
"El tratado fue mucho más racional y pragmático sabiendo que las cifras estipuladas en las negociaciones eran fantasía e imposibles de pagar", señaló por su parte Reggiani.
Duras negociaciones y la falta de agenda
"Era un paz… en cierto modo. Pero a menudo no lo pareció", describió el historiador británico Ian Kershaw en su libro "Descenso a los infiernos: Europa, 1914-1949".
Los diálogos entre las potencias aliadas incluyeron a representantes de unos 32 países y un llamado "Concejo de los Diez", pero el grueso de las negociaciones orbitaron alrededor del llamado "Concejo de los Cuatro", compuesto por el presidente estadounidense Woodrow Wilson, el primer ministro francés Georges Celemenceau, el premier británico Loyd George y el premier italiano Vittorio Emanuele Orlando.
"Los diplomáticos y los políticos que estuvieron a cargo del rediseño del nuevo orden internacional de posguerra enfrentaron una tarea muy compleja, que debió conciliar el imperativo de la neutralización de las eventuales amenazas a la paz y de la reconstrucción con intereses geopolíticos contradictorios, cuando no simplemente antitéticos", consideró María Inés Tato, coordinadora del Grupo de Estudios Históricos sobre la Guerra en el Instituto Ravignani de la Universidad de Buenos Aires, en diálogo con Infobae.
Los cuatro líderes se reunieron en 145 ocasiones durante seis meses en el palacio Quai d'Orsay, sede del ministerio de Exteriores francés, tratando de alcanzar un común acuerdo a pesar de las fuertes diferencias entre lo esperado de Alemania y, también, las experiencias sufridas por cada aliado.
Las últimas batallas con las que más cuentan y Berlín buscó un armisticio sólo cuando su ejército se acercó a la desintegración. El armisticio de 1918 fue de hecho una rendición, pero los aliados, sin pensarlo, no cuestionaron el término elegido por los alemanes y que implica sólo un cese al fuego
Francia había perdido tenido un millón y medio de muertos y sus territorios al noreste estaban arrasados y las poblaciones al borde de una crisis humanitaria. Necesitaba de las compensaciones económicas para revertir un posible colapso.
El Reino Unido había perdido cerca de un millón de muertos, pero su territorio y sus colonias estaban casi intactas y su interés principal estaba en mantener un equilibrio de fuerzas en Europa y no desarticular por completo al Imperio Alemán.
Mientras que Estados Unidos, por el contrario, había sufrido bajas mucho menores por ingresar en los combates apenas en los últimos meses y buscaba consolidar su posición internacional, que se había beneficiado enormemente de la guerra, alternando en las negociaciones entre la dureza y la clemencia, y presionaba para la formación de la Sociedad de las Naciones, fallida antecesora de la ONU que surgiría de Versalles.
"Concebida como herramienta para dirimir de manera pacífica futuros diferendos internacionales, en los hechos este foro adoleció de una debilidad congénita, dada la exclusión de dos de las principales potencias (Alemania y la Unión Soviética) y la autoexclusión de los Estados
Unidos tras la decisión del Congreso norteamericano de adoptar el aislacionismo, abjurando de las responsabilidades inherentes a su ascendente liderazgo internacional", explicó Tato.
Unidos tras la decisión del Congreso norteamericano de adoptar el aislacionismo, abjurando de las responsabilidades inherentes a su ascendente liderazgo internacional", explicó Tato.
En el caso de Italia, ni siquiera había participado del Frente Occidental, peleando en cambio en la frontera con el Imperio Austrohúngaro, e incluso su representante se mantuvo temporalmente por fuera de las negociaciones, por lo que llegó a hablarse de un verdadero "Concejo de los tres"
"Cada uno de los tres grandes tenía su propia agenda y una experiencia particular de la guerra", apuntó Reggiani, ex Ex- Director del Departamento de Historia de la Universidad Torcuato di Tella.
En sintonía, Marks, una de las principales expertas en la materia, señala en su texto que la conferencia no tuvo una agenda en común "oficial o extra oficial" luego de que Estados Unidos vetara un primer proyecto francés, y el proceso se dio en medio del apuro por establecer las nuevas fronteras de estados viejos y nuevos de forma que fuera posible hacer frente a la devastación, las enfermedades, las hambrunas, la escasez de combustible y las revoluciones comunistas.
Pero además de las diferentes visiones, hubo muchas otras complicaciones para los negociadores. "El primer nivel de dificultad tiene que ver con lo inmediato, la finalización de un conflicto que había enfrentado a toda Europa y también al mundo a través de las colonias en una guerra sin precedentes, total", explicó Reggiani, recalcando que el armisticio no era otra cosa que una tregua sin cese oficial de las hostilidades.
De hecho, la amenaza de un reanudamiento de las hostilidades persistió durante gran casi todo 1919, en parte como elemento de negociación.
"Hay que tener presente que el tratado tiene un período de negociación de seis meses y coincide con el hundimiento de los imperios centrales que había organizado el centro y sur de Europa, y la formación de estados nuevos", apuntó el historiador argentino.
Mientras tanto, la sombra de la Revolución Rusa caía sobre toda Europa y en la misma Alemania el nuevo gobierno republicano salido de su propio revolución y, controlado por la socialdemocracia, hacía frente a una serie de levantamientos comunistas en todo el país y el surgimiento de grupos de extrema derecha.
"Fue una tarea enorme. Se hizo probablemente lo mejor que se pudo dadas las condiciones y ante un conflicto sin precedentes, que afectó a las sociedades en su conjunto como no ocurría desde la Revolución Francesa", indicó el especialista.
¿Vencedores y vencidos?
Uno de los elementos más controversiales del Tratado de Versalles es el artículo 231, que establece la responsabilidad de Alemania por el inicio de la guerra.
El argumento era contundente. Aunque la Primera Guerra Mundial ha sido interpretada recurrentemente como un conflicto imperialista desencadenado por el mal uso de la diplomacia secreta, las ambiciones geopolíticas y el mal juicio en los procesos de escalada, también es cierto que Alemania fue la que dio inicio a las acciones en el Frente Occidental tras invadir Bélgica y lanzar su ataque sobre Francia.
Pero el largo y sangriento estancamiento que siguió durante cuatro años y las condiciones en las que se dio el armisticio comenzaron a gestar la idea de una responsabilidad colectiva y de una suerte de "empate", noción especialmente aceptada por la sociedad alemana.
"Este artículo está puesto precisamente porque el fin de la guerra no había quedado claro para los alemanes, ya que al pedir un armisticio estando ocupando aún territorio extranjero, teniendo la posibilidad de retirar a su tropas en forma ordenada y manteniendo soberanía política sobre el territorio. Todo eso generó la percepción de que la guerra había terminado en un acuerdo de cese al fuego que retrotraía la situación al momento anterior a la guerra", consideró Reggiani.
A este hecho se suman la victoria de Alemania sobre Rusia en 1917, que culminó con el duro Tratado de Paz de Brest-Litovsk en marzo 1918, y el éxito inicial de la Ofensiva de Primavera (Kaiserschlacht) lanzada por Alemania ese mismo mes y en Francia, que rompió las líneas y casi logra el colapso aliado como no se había podido hacer desde 1914.
Pero el asalto perdió impulso y fue detenido, y el contraataque llevó en pocos meses al escenario contrario: Alemania a punto de derrumbarse ante el avance aliado.
"El colapso militar de Alemania ha sido minimizado", considera por su parte Marks, quien trabajo como profesora de historia en el Providence College de Rhode Island en su reciente trabajo.
"Las últimas batallas con las que más cuentan, y Berlín buscó un armisticio con la esperanza de reagruparse para seguir peleando sólo cuando su ejército se acercó a la desintegración. El armisticio de 1918 fue de hecho una rendición, pero los aliados, sin pensarlo, no cuestionaron el término elegido por los alemanes y que implica sólo un cese al fuego", explica.
En parte por estas razones y ante la falta de "pruebas oculares" la sociedad alemana se aferró a una percepción ilusoria, olvidando que Berlín había pedido el cese al fuego dispuesta a hacer las concesiones necesarias debido, precisamente, a que había sido superada en el campo de batalla.
Hacerlo en octubre de 1918, con los ejércitos alemanes aún en Francia y Bélgica, fue sólo un rapto de racionalidad para evitar la invasión de Alemania.
"Lo importante era hacerle entender a los alemanes que habían perdido la guerra. Era necesario generar el sentido de obligación ante las consecuencias. Desde la perspectiva alemana, esto fue entendido en un sentido moral, debido a la atmósfera política dentro de una Alemania republicana muy joven y sacudida por la inestabilidad política y económica" indicó Reggiani.
Y en este contexto, no había otra forma más contundente de que demostrar la derrota que a través del desarme y la limitación al nuevo ejército de la Alemania de Weimar, que sólo podría contar con 100.000 soldados voluntarios, sin conscripción.
La marina estaría limitada a 15.000 hombres, sin grandes acorazados ni submarinos, y la fuerza aérea sería abolida. Un fuerte contraste con la inmensa maquinaria imperial de guerra que había peleado en la contienda y, a los ojos de los alemanes, insuficientes siquiera para defender a la joven República.
También fueron importantes los recortes territoriales al Deutsches Reich: 65.000 kilómetros cuadrados y siete millones de habitantes pasaron a estar del otro lado de la frontera, un cambio quizás en ningún otro lugar más importante que en el llamado "corredor polaco" que separó en dos a Alemania y fue uno de los motivos de tensión que llevaron a la crisis de 1939.
Hacia otra guerra aún más brutal
Durante décadas se interpretó al Tratado de Versalles como un instrumento excesivamente duro, una "paz cartaginesa" en palabras de su mayor crítico el economista británico John Maynard Keynes que había puesto la soga en el cuello a los alemanes y generado un espíritu de venganza que allanó el camino al nazismo y el inicio de la Segunda guerra Mundial.
Una de las principales tendencias actuales es verlo como un compromiso mucho más suave y racional que sin embargo no dejó a ninguna parte contenta: no pacificó a Alemania, atravesada por la guerra civil, ni tampoco generó una reconciliación entre las naciones europeas y mucho menos debilitó la potencia productiva del país (su industria seguía casi intacta), a diferencia de lo que ocurrió con Francia.
Y, ciertamente, sus términos no fueron más duros que la paz impuesta por Alemania a Rusia en 1918 (Tratado de Brest-Litovsk) ni a Francia en 1871 (Tratados de Versalles y Frankfurt).
"No se le prestó suficiente atención a la configuración de poder en la nueva Europa. Los Cuatro parecieron no entender que la nueva Alemania, aunque más débil de lo que era antes de la guerra en términos absolutos ya que había perdido territorio, población y recursos, había emergido más poderosa en términos relativos, ya que Francia estaba industrial mente devastada y los imperios ruso, otomano y austro-húngaro habían caído", explica Marks, fallecida en 2018.
Precisamente en el contexto de las necesidades urgentes francesas y el progresivo colapso en el pago de las reparaciones de guerra por parte de Alemania, París ordenó la ocupación militar de la región del Ruhr entre 1923 y 1925 para asegurar la llegada de las compensaciones.
Aunque este hecho reafirmó la voluntad francesa y constituyó una confirmación de la derrota alemana, fue también un punto de tensión entre los aliados, especialmente con el Reino Unido que se opuso a la ocupación y abogaba, en cambio, por reducir las reparaciones, y generó un mayor impulso a los partidos de ultraderecha en el país vencido, que lo vieron como una afrenta nacional.
La pregunta de hace 100 años y de la actualidad es sobre la relación real entre Versalles y el hundimiento de Europa en una guerra aún más destructiva apenas 20 años después.
"Versalles es un dardo utilizado por toda la derecha extrema, el nacionalismo radical, no sólo el nazismo, desde el momento mismo del fin de la guerra. La idea de una paz de traidores y la 'puñalada por la espalda' [Dolchstoss], de esos alemanes que no son tales por ser socialistas o judíos. Versalles como el gran crimen del enemigo interno", explicó Reggiani.
Pero para el historiador esta fue sólo una de las "armas políticas" utilizadas en esa época por las diferentes fuerzas, y ni siquiera la más importante. La lucha contra el comunismo, envalentonado por el surgimiento de la Unión Soviética, y especialmente la crisis económica surgida por el crack del 29′ y el aumento del desempleo y la hiperinflación eran preocupaciones mayores.
Esta última, también, había sido atribuida a las compensaciones económicas y la necesidad alemana de emitir moneda, aunque muchos historiadores, como Marks, sostienen que esta relación es difícil de mantener ya que los pagos reales fueron muy inferiores a lo estipulado y dentro de los razonable para el tamaño de la economía alemana.
Al respecto, la hiperinflación asentada en la emisión podría rastrearse, en cambio, a las inmensas deudas contraídas por el estado alemán para pelear la guerra y que esperaba pagar precisamente ganando el conflicto, aunque también las compensaciones económicas tuvieron su efecto en presionar a esta delicada situación
"La línea que lleva de Versalles a la Segunda Guerra Mundial está muy quebrada, hay otros factores. Como otros, y sin minimizar al Tratado, pongo el peso fundamental de la Segunda Guerra Mundial en el nazismo. La guerra fue producto de la depresión que posibilitó al nazismo como opción política de gobierno", concluyó.
Tato destaca por su parte que "sin duda las condiciones del tratado de Versalles provocaron fuertes cuestionamientos dentro y fuera de Alemania y favorecieron el ascenso de movimientos nacionalistas extremos, creando un escenario internacional inestable y volátil en gran parte de Europa".
"Sin embargo, creo que no puede establecerse una relación causal y directa entre Versalles y la Segunda Guerra Mundial. Debe tenerse en cuenta que algunas de las cláusulas de Versalles fueron revisadas y suavizadas en la segunda mitad de la década de 1920 y el fuerte impacto de la
gran depresión desatada tras la crisis de 1929. También los efectos no deseados de la política de apaciguamiento implementada por Gran Bretaña, bajo el liderazgo de Neville Chamberlain, para frenar el avance soviético en Europa central y oriental, que hicieron de Alemania un aliado tácito al que se le consintió la violación de varias cláusulas del Tratado", explicó historiadora.
gran depresión desatada tras la crisis de 1929. También los efectos no deseados de la política de apaciguamiento implementada por Gran Bretaña, bajo el liderazgo de Neville Chamberlain, para frenar el avance soviético en Europa central y oriental, que hicieron de Alemania un aliado tácito al que se le consintió la violación de varias cláusulas del Tratado", explicó historiadora.
Para Marks, es necesario recordar que el tratado fue escrito rápidamente, causando serias limitaciones y resultando en cláusulas que eran "obras maestras de la ambigüedad y fuentes de futuras disputas", muchas de las cuales llegarían pronto a descontrolarse.