Wilstermann: Pecados de un estruendoso fracaso
José Vladimir Nogales
JNN DIGITAL
Desde que Wilstermann anunciara, el pasado año, en plena competencia, la no continuidad de Álvaro Peña como responsable del comando técnico, el club entró en una espiral de despropósitos que ha acabado con un rotundo fracaso en la Copa Libertadores (último en su grupo) y en la competencia doméstica (sexto, y tempranamente sin chances de disputar el título).
La intempestiva salida de Peña, cabeza del equipo técnico que llevó a los rojos a conquistar el título del Apertura 2018, dejó vía libre para que inescrupulosos agentes carroñeros camparan a sus anchas en la confección de la plantilla con la complicidad de un sector de la directiva que, por encima del criterio mayoritario, eligió a Miguel Portugal, encargado de promocionar a los representados de su agente hasta su último día en el banquillo (la afición exigió su dimisión tras la caída ante Oriente en el Capriles). A partir de aquella caprichosa decisión, todo comenzó a desbarrancarse. Un error llevó a otro. Al hacerse interminable la cadena de desaciertos, la imagen ofrecida por el equipo fue deteriorándose terriblemente.
Si bien las derrotas podrían entrar dentro de los parámetros lógicos en un deporte en el que se enfrentan 11 contra 11 en un rectángulo de juego, lo que no es racional es la lastimosa versión proyectada por los hombres de Portugal en el plano internacional (padeciendo escandalosas goleadas) y en el doméstico (19 puntos cedidos en casa, cero puntos ante los grandes y un ominoso sexto lugar).
El edificio quedó destruido, aunque Kekez, el interino, mantuvo la fe en reconstruirlo. No era posible. Sin una idea clara es imposible volver a comenzar de nuevo. Son múltiples los factores que han llevado a esta decepcionante situación a Wilstermann. Factores que no tienen sólo a los jugadores como culpables principales o al técnico. Por ejemplo, la elección de técnicos ha sido, desde hace varias campañas, toda una lotería. Y en esa azarosa línea estuvo el calamitoso fichaje de Portugal. En ese capítulo, cuesta entender en qué se basan las decisiones o cuál es el criterio que se sigue. Es un misterio si se toma en cuenta el más reciente palmarés, los logros, el perfil técnico, su filosofía o si, únicamente, se aceptan las infladas sugerencias de los buitres que revolotean el borrascoso cielo.
Desatada la crisis, Kekez no fue capaz de evitar la caída libre del equipo. La agónica situación que vivía le llevó a emborronar su ideario para intentar salvar el puesto. Como diseñar un alocado plan ofensivo ante Tolima. Kekez no llegó para eso. Su presencia se resume en números muy grises. Con un punto sangrante: la imposibilidad de acceder a la Copa Sudamericana y el sexto puesto en un torneo que se aspiraba a ganar.
El mal momento de jugadores clave
Gran parte de la plantilla está muy lejos de su mejor nivel. Dan síntomas de agotamiento y falta de frescura. Los errores individuales han castigado al equipo. En defensa, los fallos han sido groseros: las prestaciones de Alex han caído en eficiencia, Montero ha incurrido en errores de bulto, Zenteno ha perdido agilidad en la medida que ha ganado kilos y Reyes ha cometido pecados de principiante. Sin embargo, ha sido por las bandas por donde la defensa ha sufrido profusas hemorragias. Aponte es vulnerable. Marca mal, no evita que se levanten centros (concede inadmisible distancia para observar, con criticable pasividad, todo el proceso de lanzamiento), cierra deficientemente, se dispersa con frecuencia. Por su carril se han desatado calamidades que han dañado seriamente la estructura desde sus cimientos. El carril opuesto es menos poroso, pero no más seguro. Los despistes de Aponte suele pagarlos el otro lateral, obligado a desesperados cierres para intentar bloquear los letales centros concedidos, y los centrales, descolocados ante las dimisiones de las bandas.
El centro del campo no está mejor (lento en los repliegues y en la circulación, sin capacidad para contener) y el ataque seco. Este mal momento de forma hace que el equipo muera por desajustes entre líneas, malas coberturas y presión desigual. En este capítulo merece una mención especial Álvarez. Llamado a constituir el hombre gol que supo ser antes de su inexplicable excursión saudí, ha vuelto a quedar retratado. Fue máximo artillero durante dos campañas y vital factor realizador en el equipo que conquistó la corona en Sucre, ante The Strongest, pero entre su falta de forma, escaso ritmo competitivo al retorno de su aventura árabe y sus evidentes “desapariciones” en el campo, no ha dado la talla. De pronto, el prolífico realizador transmutó en un vulgar atacante. Uno sin peso. Uno a quien nadie teme.
Partidos por la mitad
Desde que Zamora dirigía a Wilstermann, el sistema táctico ha subsistido con un crónico desbalance. Por aquel entonces, existía la creencia de que el esquema (erróneamente descrito como un 4-4-2) era lo suficientemente sólido, pese a permitir a Thomaz y Bergese hacer el zángano en la fase defensiva. Un mal que se asemeja al que padecieron, más adelante, Mosquera, Peña y Portugal. Resulta que el 4-3-3 reivindica a Serginho como extremo, futbolista de ataque que se hace el distraído en la fase defensiva. Una tacha que se le permite a Chávez porque se le necesita en combustión en los ataques, pero que condiciona al equipo si son dos los jugadores que se descuelgan en la presión. Así, aunque el ocasional punta corra por dos en los 10 segundos que dura la primera presión, el equipo se desgaja cuando corre hacia atrás porque los extremos no se comprometan (no basta que retrocedan). Por eso, se entiende (una lógica que, curiosamente, no maneja ningún técnico) que para apretar arriba se necesitan dos líneas de cuatro para defender. Pero no se da y resulta un castigo terrible para la medular roja. Ese problema de patógena deforestación en el centro del campo es aún más dramático con Ortíz como medio centro, un jugador sin oficio para esa demarcación. Sin capacidad para la intercepción, sin lectura para anticipar movimientos del rival, sin posicionamiento para cortar el juego sin tener que hacer largos desplazamientos, Ortiz es una vacua expresión de voluntad. Que recorra grandes distancias no es un buen síntoma, más allá de que reúna aplausos por su derroche. Al contrario, verlo correr hacia su arco, mirando el número del enemigo, constituye una claudicación en toda regla.
El recurso de las individualidades
A Wilstermann le cuesta imponer su juego colectivo porque los rivales se arman y conceden el centro, pero no el área. Como lo hicieron Guabirá, Destroyers, The Strongest, Oriente y hasta Bolívar. Eso explica que Wilstermann haya logrado un alto registro de posesión, pero bastante infructuoso. Acumula pases efectivos, pero no en las zonas calientes. Durante el primer semestre de 2018, Peña logró articular un fútbol más comunitario que el expuesto durante la gestión de Mosquera. Era posible advertir sociedades, secuencias de pase, permuta de posiciones y combinaciones efectivas para posibilitar la circulación del esférico en campo ajeno hasta encontrar la rendija definitiva. Tanto era así que no fueron pocos los partidos que resolvió en la primera mitad para conservar el balón y el resultado en la segunda. Ahora, sin embargo, al equipo le cuesta llegar al área tocando —apela mucho al pelotazo profundo o abierto hacia las bandas— y se limita a exprimir a Chávez o las individualidades de Serginho.
Desequilibrio ofensivo
El pase natural de Chávez en campo contrario, una vez hecha la diagonal, es el que va en profundidad para la carrera de Serginho. Un recurso que fue oro para Wilstermann, porque no son pocas veces las que el argentino resuelve un pase de la muerte desde ese costado. Ocurre, sin embargo, que la estructura no ofrece esa profundidad por la banda derecha (al contrario de la mezcla Serginho-Chávez, a veces Aponte). Toda vez que el argentino se coloca por el medio, Saucedo se esmera en ocupar su posición y el lateral de turno llega menos porque los rivales buscan las contras a su espalda. Pero, esencialmente porque, desde la devaluación de Bergese, no existe un extremo de oficio. Se probó con Núñez (un fiasco), Álvarez (que no ejerce de tal) y Galindo (intermitente) sin conseguir equilibrar el juego por esa banda, sin cuajar la simetría táctica. Tampoco se cuenta con un lateral que dé clara sustancia al juego. Meleán, adaptado al puesto, rindió en cuestiones elementales (marca, apoyo), pero no en asuntos más vitales y complejos (salida, desborde, cierre, cobertura).
El mal plan de rotaciones
Parecía muy complicado entrar en el once de Wilstermann porque era un equipo que estaba hecho. La alineación era consabida, clásica, de memoria. No obstante, la baja del rendimiento al final del curso precedente exigía ajustes. Era imperioso reemplazar algunas fichas, afinar movimientos y enriquecer la base conceptual del funcionamiento. Mas, lo que no hizo Portugal fue apostar por el bloque que todos conocían. Sin mayor explicación, reemplazó fichas, reposicionó al equipo, cambió la partitura. Lejos de ajustar la estructura, la descalibró. Al equipo le costó encontrar un nuevo equilibrio sin piezas fundamentales (Saucedo). Lo que sucedió fue que, en el proceso, acentuó el desajuste, perdió familiaridad, armonía y rodaje. Bajo el imperio de los resultados, dio marcha atrás. Pero ya era tarde. El equipo había perdido funcionamiento. En plena Copa Libertadores, parecía estar en pretemporada. ¿Qué llevó al técnico español a imponer un régimen de rotaciones antes de lograr solidez en el funcionamiento? Quizá por imponer su sello y distanciarse de su predecesor o por precipitarse en la promoción del combo del que él era parte. O simplemente, un grosero error de planificación. Si la rotación está concebida para dar descanso a las figuras en las etapas críticas del calendario, su anticipación desconfiguró al equipo y perdió eficacia al estrecharse el calendario.
No se puede vivir sin Chávez
El argentino sigue demostrando día a día que no hay, en el torneo nacional, un jugador como él ni de lejos. El problema para Wilstermann radica en lo que pasa cuando no está. Las señales que se emiten cuando no está a tope o no juega son alarmantes. Con Chávez, Wilstermann tiene ideas, cierto volumen de juego y criterio. Sin Chávez, no tiene dirección, presencia ni profundidad. La posesión es rumiante, vegetativa. Lo que hizo en el semestre, Copa incluida, es ambivalente: sirve para constatar que el mejor jugador del torneo viste de rojo. Y también que sin él, Wilstermann parece un equipo del montón.
¿Fichajes? ¿Qué fichajes?
De nuevo Wilstermann ha vuelto a comprar el humo que le venden. Sin hacer un análisis de lo que necesitaba y del perfil que se requería, incorporó compulsivamente un combo que, además de no servirle, agudizó sus carencias. Necesitaba un extremo derecho y trajo un híbrido (Núñez) que jugaba de todo y no rendía en ningún puesto. Para subsanar la elemental carencia del medio centro incorporó a Víctor Melgar, pero nunca jugó. Ortiz fue ratificado pese a los evidentes registros de su defección táctica, por lo que el equipo redundó en sus crónicos padecimientos. La pérdida de rendimiento en Saucedo acentuó el déficit de contención que puso en evidencia el mal andar de la zaga, aquella que, en buenos momentos, supo sostener el peso del partido. La llegada de Villarroel, sin ningún sustento técnico más que el entusiasmo directivo por un incierto proyecto, no aportó más que conflicto. Su inserción en el módulo principal constituyó un foco contaminante. La plantilla se indispuso, el equipo se desequilibró y perdió rodaje. Los resultados, luego, dictaron su ley. A Miranda no se le ha visto el pelo más que en ocasiones de emergencia. Hay grados de poca participación, pero en los casos de Miranda y V. Melgar la cosa roza el desprecio.
Localía desastrosa
El estadio Capriles siempre ha sido un foco de exigencia que, en ocasiones, ha llegado a intimidar y presionar de más a los jugadores. Lo del actual curso responde a eso. Los rojos han dejado escapar la friolera de 19 puntos en casa. El Capriles ya no es un fortín (como sí lo fue el estadio de Sacaba) y todos los grandes han logrado asaltarlo con éxito. Además, San José, Guabirá y Destroyers también puntuaron. Gran parte de la distancia entre Wilstermann y el campeón Bolívar en la tabla se debe a que los de Vigevani solo han perdido cinco puntos en el Siles. Ahora, cierto es que fácil resulta atribuir a la ansiedad, fruto de la presión ambiental, lo que no es posible lograr desde la producción global o desde un adecuado plan de juego. No es por culpa de la presión del público que no se consiga quebrar un hermético cerrojo defensivo, que no sea posible articular pases para desestabilizar las marcas o sacar de su posición, con movimientos coordinados, a defensas bien parados. No es responsabilidad de los disconformes alaridos que la afición descarga en la eléctrica atmósfera que el equipo carezca de contención, que no sepa desbordar, que se fracture en el medio y se agriete atrás. Lo que falla es el trabajo. No basta con asistir cotidianamente a las prácticas, con cumplir el horario y cubrirse de sudor. Falta calidad de trabajo.
JNN DIGITAL
Desde que Wilstermann anunciara, el pasado año, en plena competencia, la no continuidad de Álvaro Peña como responsable del comando técnico, el club entró en una espiral de despropósitos que ha acabado con un rotundo fracaso en la Copa Libertadores (último en su grupo) y en la competencia doméstica (sexto, y tempranamente sin chances de disputar el título).
La intempestiva salida de Peña, cabeza del equipo técnico que llevó a los rojos a conquistar el título del Apertura 2018, dejó vía libre para que inescrupulosos agentes carroñeros camparan a sus anchas en la confección de la plantilla con la complicidad de un sector de la directiva que, por encima del criterio mayoritario, eligió a Miguel Portugal, encargado de promocionar a los representados de su agente hasta su último día en el banquillo (la afición exigió su dimisión tras la caída ante Oriente en el Capriles). A partir de aquella caprichosa decisión, todo comenzó a desbarrancarse. Un error llevó a otro. Al hacerse interminable la cadena de desaciertos, la imagen ofrecida por el equipo fue deteriorándose terriblemente.
Si bien las derrotas podrían entrar dentro de los parámetros lógicos en un deporte en el que se enfrentan 11 contra 11 en un rectángulo de juego, lo que no es racional es la lastimosa versión proyectada por los hombres de Portugal en el plano internacional (padeciendo escandalosas goleadas) y en el doméstico (19 puntos cedidos en casa, cero puntos ante los grandes y un ominoso sexto lugar).
El edificio quedó destruido, aunque Kekez, el interino, mantuvo la fe en reconstruirlo. No era posible. Sin una idea clara es imposible volver a comenzar de nuevo. Son múltiples los factores que han llevado a esta decepcionante situación a Wilstermann. Factores que no tienen sólo a los jugadores como culpables principales o al técnico. Por ejemplo, la elección de técnicos ha sido, desde hace varias campañas, toda una lotería. Y en esa azarosa línea estuvo el calamitoso fichaje de Portugal. En ese capítulo, cuesta entender en qué se basan las decisiones o cuál es el criterio que se sigue. Es un misterio si se toma en cuenta el más reciente palmarés, los logros, el perfil técnico, su filosofía o si, únicamente, se aceptan las infladas sugerencias de los buitres que revolotean el borrascoso cielo.
Desatada la crisis, Kekez no fue capaz de evitar la caída libre del equipo. La agónica situación que vivía le llevó a emborronar su ideario para intentar salvar el puesto. Como diseñar un alocado plan ofensivo ante Tolima. Kekez no llegó para eso. Su presencia se resume en números muy grises. Con un punto sangrante: la imposibilidad de acceder a la Copa Sudamericana y el sexto puesto en un torneo que se aspiraba a ganar.
El mal momento de jugadores clave
Gran parte de la plantilla está muy lejos de su mejor nivel. Dan síntomas de agotamiento y falta de frescura. Los errores individuales han castigado al equipo. En defensa, los fallos han sido groseros: las prestaciones de Alex han caído en eficiencia, Montero ha incurrido en errores de bulto, Zenteno ha perdido agilidad en la medida que ha ganado kilos y Reyes ha cometido pecados de principiante. Sin embargo, ha sido por las bandas por donde la defensa ha sufrido profusas hemorragias. Aponte es vulnerable. Marca mal, no evita que se levanten centros (concede inadmisible distancia para observar, con criticable pasividad, todo el proceso de lanzamiento), cierra deficientemente, se dispersa con frecuencia. Por su carril se han desatado calamidades que han dañado seriamente la estructura desde sus cimientos. El carril opuesto es menos poroso, pero no más seguro. Los despistes de Aponte suele pagarlos el otro lateral, obligado a desesperados cierres para intentar bloquear los letales centros concedidos, y los centrales, descolocados ante las dimisiones de las bandas.
El centro del campo no está mejor (lento en los repliegues y en la circulación, sin capacidad para contener) y el ataque seco. Este mal momento de forma hace que el equipo muera por desajustes entre líneas, malas coberturas y presión desigual. En este capítulo merece una mención especial Álvarez. Llamado a constituir el hombre gol que supo ser antes de su inexplicable excursión saudí, ha vuelto a quedar retratado. Fue máximo artillero durante dos campañas y vital factor realizador en el equipo que conquistó la corona en Sucre, ante The Strongest, pero entre su falta de forma, escaso ritmo competitivo al retorno de su aventura árabe y sus evidentes “desapariciones” en el campo, no ha dado la talla. De pronto, el prolífico realizador transmutó en un vulgar atacante. Uno sin peso. Uno a quien nadie teme.
Partidos por la mitad
Desde que Zamora dirigía a Wilstermann, el sistema táctico ha subsistido con un crónico desbalance. Por aquel entonces, existía la creencia de que el esquema (erróneamente descrito como un 4-4-2) era lo suficientemente sólido, pese a permitir a Thomaz y Bergese hacer el zángano en la fase defensiva. Un mal que se asemeja al que padecieron, más adelante, Mosquera, Peña y Portugal. Resulta que el 4-3-3 reivindica a Serginho como extremo, futbolista de ataque que se hace el distraído en la fase defensiva. Una tacha que se le permite a Chávez porque se le necesita en combustión en los ataques, pero que condiciona al equipo si son dos los jugadores que se descuelgan en la presión. Así, aunque el ocasional punta corra por dos en los 10 segundos que dura la primera presión, el equipo se desgaja cuando corre hacia atrás porque los extremos no se comprometan (no basta que retrocedan). Por eso, se entiende (una lógica que, curiosamente, no maneja ningún técnico) que para apretar arriba se necesitan dos líneas de cuatro para defender. Pero no se da y resulta un castigo terrible para la medular roja. Ese problema de patógena deforestación en el centro del campo es aún más dramático con Ortíz como medio centro, un jugador sin oficio para esa demarcación. Sin capacidad para la intercepción, sin lectura para anticipar movimientos del rival, sin posicionamiento para cortar el juego sin tener que hacer largos desplazamientos, Ortiz es una vacua expresión de voluntad. Que recorra grandes distancias no es un buen síntoma, más allá de que reúna aplausos por su derroche. Al contrario, verlo correr hacia su arco, mirando el número del enemigo, constituye una claudicación en toda regla.
El recurso de las individualidades
A Wilstermann le cuesta imponer su juego colectivo porque los rivales se arman y conceden el centro, pero no el área. Como lo hicieron Guabirá, Destroyers, The Strongest, Oriente y hasta Bolívar. Eso explica que Wilstermann haya logrado un alto registro de posesión, pero bastante infructuoso. Acumula pases efectivos, pero no en las zonas calientes. Durante el primer semestre de 2018, Peña logró articular un fútbol más comunitario que el expuesto durante la gestión de Mosquera. Era posible advertir sociedades, secuencias de pase, permuta de posiciones y combinaciones efectivas para posibilitar la circulación del esférico en campo ajeno hasta encontrar la rendija definitiva. Tanto era así que no fueron pocos los partidos que resolvió en la primera mitad para conservar el balón y el resultado en la segunda. Ahora, sin embargo, al equipo le cuesta llegar al área tocando —apela mucho al pelotazo profundo o abierto hacia las bandas— y se limita a exprimir a Chávez o las individualidades de Serginho.
Desequilibrio ofensivo
El pase natural de Chávez en campo contrario, una vez hecha la diagonal, es el que va en profundidad para la carrera de Serginho. Un recurso que fue oro para Wilstermann, porque no son pocas veces las que el argentino resuelve un pase de la muerte desde ese costado. Ocurre, sin embargo, que la estructura no ofrece esa profundidad por la banda derecha (al contrario de la mezcla Serginho-Chávez, a veces Aponte). Toda vez que el argentino se coloca por el medio, Saucedo se esmera en ocupar su posición y el lateral de turno llega menos porque los rivales buscan las contras a su espalda. Pero, esencialmente porque, desde la devaluación de Bergese, no existe un extremo de oficio. Se probó con Núñez (un fiasco), Álvarez (que no ejerce de tal) y Galindo (intermitente) sin conseguir equilibrar el juego por esa banda, sin cuajar la simetría táctica. Tampoco se cuenta con un lateral que dé clara sustancia al juego. Meleán, adaptado al puesto, rindió en cuestiones elementales (marca, apoyo), pero no en asuntos más vitales y complejos (salida, desborde, cierre, cobertura).
El mal plan de rotaciones
Parecía muy complicado entrar en el once de Wilstermann porque era un equipo que estaba hecho. La alineación era consabida, clásica, de memoria. No obstante, la baja del rendimiento al final del curso precedente exigía ajustes. Era imperioso reemplazar algunas fichas, afinar movimientos y enriquecer la base conceptual del funcionamiento. Mas, lo que no hizo Portugal fue apostar por el bloque que todos conocían. Sin mayor explicación, reemplazó fichas, reposicionó al equipo, cambió la partitura. Lejos de ajustar la estructura, la descalibró. Al equipo le costó encontrar un nuevo equilibrio sin piezas fundamentales (Saucedo). Lo que sucedió fue que, en el proceso, acentuó el desajuste, perdió familiaridad, armonía y rodaje. Bajo el imperio de los resultados, dio marcha atrás. Pero ya era tarde. El equipo había perdido funcionamiento. En plena Copa Libertadores, parecía estar en pretemporada. ¿Qué llevó al técnico español a imponer un régimen de rotaciones antes de lograr solidez en el funcionamiento? Quizá por imponer su sello y distanciarse de su predecesor o por precipitarse en la promoción del combo del que él era parte. O simplemente, un grosero error de planificación. Si la rotación está concebida para dar descanso a las figuras en las etapas críticas del calendario, su anticipación desconfiguró al equipo y perdió eficacia al estrecharse el calendario.
No se puede vivir sin Chávez
El argentino sigue demostrando día a día que no hay, en el torneo nacional, un jugador como él ni de lejos. El problema para Wilstermann radica en lo que pasa cuando no está. Las señales que se emiten cuando no está a tope o no juega son alarmantes. Con Chávez, Wilstermann tiene ideas, cierto volumen de juego y criterio. Sin Chávez, no tiene dirección, presencia ni profundidad. La posesión es rumiante, vegetativa. Lo que hizo en el semestre, Copa incluida, es ambivalente: sirve para constatar que el mejor jugador del torneo viste de rojo. Y también que sin él, Wilstermann parece un equipo del montón.
¿Fichajes? ¿Qué fichajes?
De nuevo Wilstermann ha vuelto a comprar el humo que le venden. Sin hacer un análisis de lo que necesitaba y del perfil que se requería, incorporó compulsivamente un combo que, además de no servirle, agudizó sus carencias. Necesitaba un extremo derecho y trajo un híbrido (Núñez) que jugaba de todo y no rendía en ningún puesto. Para subsanar la elemental carencia del medio centro incorporó a Víctor Melgar, pero nunca jugó. Ortiz fue ratificado pese a los evidentes registros de su defección táctica, por lo que el equipo redundó en sus crónicos padecimientos. La pérdida de rendimiento en Saucedo acentuó el déficit de contención que puso en evidencia el mal andar de la zaga, aquella que, en buenos momentos, supo sostener el peso del partido. La llegada de Villarroel, sin ningún sustento técnico más que el entusiasmo directivo por un incierto proyecto, no aportó más que conflicto. Su inserción en el módulo principal constituyó un foco contaminante. La plantilla se indispuso, el equipo se desequilibró y perdió rodaje. Los resultados, luego, dictaron su ley. A Miranda no se le ha visto el pelo más que en ocasiones de emergencia. Hay grados de poca participación, pero en los casos de Miranda y V. Melgar la cosa roza el desprecio.
Localía desastrosa
El estadio Capriles siempre ha sido un foco de exigencia que, en ocasiones, ha llegado a intimidar y presionar de más a los jugadores. Lo del actual curso responde a eso. Los rojos han dejado escapar la friolera de 19 puntos en casa. El Capriles ya no es un fortín (como sí lo fue el estadio de Sacaba) y todos los grandes han logrado asaltarlo con éxito. Además, San José, Guabirá y Destroyers también puntuaron. Gran parte de la distancia entre Wilstermann y el campeón Bolívar en la tabla se debe a que los de Vigevani solo han perdido cinco puntos en el Siles. Ahora, cierto es que fácil resulta atribuir a la ansiedad, fruto de la presión ambiental, lo que no es posible lograr desde la producción global o desde un adecuado plan de juego. No es por culpa de la presión del público que no se consiga quebrar un hermético cerrojo defensivo, que no sea posible articular pases para desestabilizar las marcas o sacar de su posición, con movimientos coordinados, a defensas bien parados. No es responsabilidad de los disconformes alaridos que la afición descarga en la eléctrica atmósfera que el equipo carezca de contención, que no sepa desbordar, que se fracture en el medio y se agriete atrás. Lo que falla es el trabajo. No basta con asistir cotidianamente a las prácticas, con cumplir el horario y cubrirse de sudor. Falta calidad de trabajo.