La economía también juega su papel en la crisis de Argelia

La política centra las protestas de los ciudadanos pero el deterioro económico aumenta el descontento social

Alicia González
Madrid, El País
“¿A dónde ha ido todo el dinero?”, “Ladrones os habéis llevado nuestro país”, rezan algunas de las pancartas exhibidas en las protestas que desde el 22 de febrero se celebran todos los viernes en Argelia contra la intención del entonces presidente Abdelaziz Buteflika de optar a un quinto mandato pero que, una vez fuera del poder, continúan convocándose por todo el país. El progresivo deterioro de los servicios públicos y la falta de alternativas para los jóvenes ha acrecentado el malestar de la sociedad argelina en los últimos años, “que ha encontrado una salida en las protestas contra la humillación nacional que supuso el anuncio de Buteflika”, aseguraba Miguel Hernando de Larramendi, director del Grupo de Estudios sobre las sociedades árabes y musulmanas de la Universidad de Castilla-La Mancha en una conferencia organizada esta semana por el Real Instituto Elcano.


“El mantenimiento del statu quo ya no es viable”, explicaba en ese mismo foro la argelina Dalia Ghanem, investigadora del Carnegie Middle East Centre en Beirut. “Los ciudadanos han perdido el miedo a la calle y quieren cambios”, subraya.

Como escribe Michaël Béchir Ayari, investigador del International Crisis Group, “a diferencia del movimiento tunecino, las protestas en Argelia no están tan impulsadas por la afrenta de la marginación económica”. Pero el mismo think tank advierte, en su último informe sobre el país, que el deterioro de la situación económica puede acabar provocando una crisis este mismo año, lo que en nada ayudará a estabilizar la situación política.

La economía argelina lleva muchos años demandando reformas, ante la necesidad de diversificarse más allá del gas y el petróleo y de proporcionar empleo a sus jóvenes, en una sociedad donde la edad media ronda los 27 o 28 años y el desempleo en esa franja de edad supera el 25%. El Estado, una gran mole burocrática y poco eficiente, da empleo directo al 40% de la población activa en Argelia y la economía sumergida, según algunos informes, equivale al 45% del PIB.

El otro gran sector económico, el petrolero, representa el 35% del PIB, dos tercios de los ingresos fiscales y el 95% de los ingresos por exportaciones, según detalla la también argelina Amel Belaid, experta en economías del Magreb y fundadora de la consultora Apotheox, con sede en Argel.

El desplome de los precios del petróleo en 2014 hizo evidente la necesidad de reformas pero la parálisis política, la corrupción y la total dependencia de las empresas del poder político han ido retrasando la adopción de medidas y el crecimiento se ha frenado. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha rebajado su previsión de crecimiento de este año del 2,7% al 2,3%, frente al 4% que alcanzará de media la región. En los cinco años anteriores la economía creció de media a un ritmo cercano al 3%.

A diferencia de otras economías dependientes del crudo, donde un pequeño círculo o una familia se enriquecen mientras los demás miembros de la élite se pelean por los restos, la riqueza en Argelia se reparte entre los militares, los burócratas del sector público, la clase empresarial y los líderes políticos. “Es un modelo rentista puro y duro”, explica Haizam Amirah-Fernández, investigador de Elcano, donde la estabilidad social se consigue a base de ayudas y gasto público. De hecho, los subsidios representan un 12% del PIB y la deuda pública ha pasado del 15% en 2013 al 50% en 2017. El 10% del presupuesto se destina a gasto militar, lo que supone la mitad de lo que gasta todo el continente y explica que sea el mayor importador de armas de África, apunta Amirah-Fernández.

Y el deterioro de las cuentas públicas irá necesariamente a más. Pese a la reciente recuperación de los precios del crudo, la falta de inversión durante años en el sector petrolero provoca que Argelia, miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), sea de los pocos países que ni siquiera cumple su cuota de producción. El otro es Venezuela. Además, los subsidios han incentivado el consumo interno de combustibles de manera ineficiente y las exportaciones de petróleo cada vez son menores. Pese a su elevado potencial –Argelia tiene las décimas mayores reservas de gas natural del mundo y las terceras de gas de esquisto—la inversión extranjera se resiste a entrar en un país que obliga a que el Estado mantenga la mayoría (51%) de la propiedad de los proyectos.

“Veinte años después del final de la guerra civil es hora de empezar a abandonar un modelo que, pese a la estabilidad y la paz que ha proporcionado, parece cada día más insostenible”, insisten desde el International Crisis Group. Otro reto añadido para el Gobierno que salga de las urnas el próximo 4 de julio.

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