Erdogan hace de las elecciones local un plebiscito de sí mismo

Los islamistas del Gobierno turco podrían perder este domingo las alcaldías de Ankara y Estambul

Andrés Mourenza
Estambul, El País
Este domingo, los turcos acuden a las urnas para elegir cerca de 1.400 alcaldes, más de 20.000 concejales y 1.250 consejeros provinciales. Pero no son, o no son sólo, unos comicios locales. De igual manera que las últimas citas electorales que ha vivido Turquía desde 2013, en un ambiente cada vez más polarizado, se plantean como un referéndum sobre el presidente, Recep Tayyip Erdogan, y su personalista forma de gobernar.“El 31 de marzo será un hito en nuestra lucha por la existencia. Y esa lucha la ganaremos nosotros”, dijo Erdogan el pasado día 17 en la ciudad de Esmirna.


En las últimas semanas, el presidente turco no ha dejado de dar mítines a lo largo y ancho del país —rigurosamente retransmitidos en directo— pese a no presentarse a los comicios. Ha sido él quien ha elegido la estrategia de plantear las elecciones en clave binaria, pues sabe manejarse mejor en el ambiente maniqueo de un referéndum que en el plural de unas municipales. Y el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) teme que la situación de crisis económica le pueda pasar factura como ya ocurrió en las elecciones locales de 2009.

El sistema electoral local de Turquía favorece, en parte, esta táctica, ya que se lleva la alcaldía el candidato con más votos, sin importar la diferencia frente al segundo (la asamblea municipal es elegida en papeleta aparte, pero sus competencias son bastante limitadas). Hecho que se ha visto reforzado por la alianza que han conformado el AKP y su socio ultraderechista, el Partido de Acción Nacionalista (MHP). La oposición laica ha hecho otro tanto, y el Partido Republicano del Pueblo (CHP, socialdemócrata) ha pactado sus candidatos con el Partido Bueno (IYI), derecha nacionalista escindida del MHP.

Entre estos dos grandes bloques —a los que hay que añadir un tercero, el nacionalismo kurdo, en las provincias orientales— se disputarán las alcaldías. “Hoy, en Turquía se enfrentan dos alianzas […]. Nuestro objetivo es servir al pueblo. [El de la otra es] llevar a los terroristas a las asambleas municipales y a la Administración”, tuiteó Erdogan. Su aliado ultraderechista, el anciano Devlet Bahçeli, no le ha andado a la zaga: “Las del 31 de marzo serán unas elecciones cruciales, hay que elegir entre quienes aman a Turquía y quienes aman a los terroristas. Es la última oportunidad de escapar del abismo”.

Con las tintas tan cargadas, no extraña que la campaña haya sido durísima, con constantes acusaciones de traición, de venderse al terrorismo, demandas, aperturas de juicios y la mayoría de los medios escorados hacia el oficialismo. En la campaña no se ha hablado apenas de gestión municipal. Ni de que los Ayuntamientos más endeudados del país son los del gobernante AKP, o de que los diez municipios con mayor índice de desarrollo humano, según la clasificación de la fundación INGEV utilizando datos de la ONU, están todos ellos dirigidos por el partido opositor CHP (si bien es cierto que están entre aquellos con la renta más alta del país).

Y sí se ha hablado, en cambio, del reconocimiento de Donald Trump a la anexión israelí de los Altos del Golán sirios o del atentado de Nueva Zelanda. Erdogan no se ha privado de mostrar durante los mítines y en pantallas gigantes el vídeo grabado por el autor de la masacre de Christchurch, seguido siempre de imágenes del líder del CHP, Kemal Kiliçdaroglu. “El Gobierno ha utilizado el tema del terrorismo y la llamada cuestión de supervivencia de Turquía para evitar que el debate fuese sobre la situación económica. Ha conseguido así que dejen de ser unas elecciones municipales”, explica a EL PAÍS el periodista Akif Beki, antiguo asesor de Erdogan. Y añade: “En mis treinta años de carrera, jamás había visto una campaña con un lenguaje tan duro. Me temo que, además, no se quedará en la campaña, sino que continuará”.

De hecho, este discurso que equipara a opositores con traidores y terroristas ha calado en parte de la sociedad turca. El siguiente es un diálogo escuchado por este periodista entre varios hombres de unos 50 años a la vuelta de un acto electoral de Erdogan celebrado el pasado domingo en Estambul:

-¿Qué te ha parecido el mitin?

-Bien, muy bien. Y, si Dios quiere, las elecciones también irán bien.

-Si Dios quiere, sí. Pero en este país hay muchos traidores a la patria.

Con todo, plantear los comicios como una “cuestión existencial” no es puro capricho de Erdogan. Las encuestas muestran que el AKP podría perder el Ayuntamiento de la capital, Ankara, y en Estambul, la mayor ciudad del país, se prevé un recuento reñido. Ciudades, estas dos, que los islamistas han controlado durante los últimos 25 años. También podría haber cambios en otras grandes ciudades del país como Bursa, Antalya, Adana o Mersin.

Los Ayuntamientos han sido la base del poder islamista desde mediados de los noventa. La treintena de alcaldías metropolitanas de Turquía (aquellas de ciudades con una población superior a los 750.000 habitantes) vieron su término municipal ampliado en 2013 hasta alcanzar el espacio de toda la provincia, por lo que manejan inmensos presupuestos. Y mediante las adjudicaciones y concursos públicos municipales, el AKP ha logrado crear una élite empresarial amiga y agradecida. Aún más importante es que mediante los Ayuntamientos, en colaboración con las extendidas células de barrio del AKP, se articulan los programas asistenciales que han atraído hacia el partido a millones de simpatizantes y han convertido el erdoganismo en un verdadero movimiento de masas.

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