La paradoja del poder
Antoni Gutiérrez-Rubí
Infobae
El libro La Paradoja del poder: cómo ganamos y perdemos influencia, de Dacher Keltner, describe el fenómeno de 'la paradoja del poder' como un patrón según el cual las personas con mayor poder tienden a perder las cualidades positivas que los llevaron a ocupar esos lugares promoviendo los intereses de los demás como la empatía, la colaboración, la apertura, la imparcialidad y el intercambio. Es decir, las personas se elevan en función de sus buenas cualidades, pero su comportamiento empeora cada vez más a medida que ascienden. Todavía más: ganan el poder con la empatía, lo pierden con la arrogancia.
Dacher Keltner, profesor en psicología, director del Laboratorio de Interacción Social de Berkeley y fundador del Greater Good Science Center, centro académico abocado a la investigación del bienestar y las habilidades de aprendizaje, afirma que: "Nuestro poder nos lo otorgan otros. Esto es verdad en el trabajo, en organizaciones sociales de diferentes tipos y en nuestras amistades, relaciones románticas y familias". El poder -en política, aún más- es otorgado y cedido, pero también retirado y recuperado cuando los electores perciben y padecen la transformación (la enfermedad) del exceso de poder.
La enfermedad del poder es un tema recurrente en la ciencia política y en la neurociencia. Según el neurólogo David Owen: "Las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder terminan afectando el carácter de las personas". El síndrome de Hubris (o adicción al poder) se caracteriza porque la persona que lo padece es prepotente, tiene ideas fijas preconcebidas y rechaza posturas que no sean afines a sus ideas, agudiza su conducta narcisista siendo incapaz de cambiarla, y acaba dominado por su ego desmedido. Es un trastorno de la personalidad transitorio y revierte cuando la persona abandona el poder.
David Owen, en su libro En el poder y en la enfermedad: Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años, considera que el síndrome distorsiona el sentido de la realidad y la responsabilidad ya que inhibe los mecanismos de (auto) control –que todo político debería tener– porque quienes lo padecen "se sienten capaces de realizar grandes tareas, creen saberlo todo y que de ellos se esperan grandes cosas, por lo que actúan yendo un poco más allá de la moral, de la razón y de la prudencia".
La palabra Hubris proviene del griego hybris y refiere a la descripción de un acto en el cual un personaje poderoso se comporta con soberbia y arrogancia, con una exagerada autoconfianza que lo lleva a despreciar a las otras personas y a actuar en contra del sentido común. A lo largo de la historia, este síndrome ha acabado atrapando (y devorando) a grandes líderes.
Estos días ha salido publicada en español la extraordinaria investigación Miedo. Trump en la Casa Blanca de Bob Woodward. El autor es editor adjunto del The Washington Post y ganador de dos Premios Pulitzer. El primero junto a Carl Bernstein por la cobertura del escándalo Watergate y en 2003 por su trabajo periodístico cubriendo los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Ha escrito libros biográficos sobre los últimos cuatro presidentes norteamericanos. El libro es una minuciosa disección de la manera en la que ejerce el poder Trump, alguien que -indudablemente- padece el síndrome de Hubris.
"El verdadero poder es el miedo", dijo Donald Trump en una entrevista el 31 de marzo de 2016 mientras se postulaba como presidente de Estados Unidos. No, el verdadero miedo es cuando la arrogancia nubla a nuestros dirigentes y les inhibe del sentido de la prudencia responsable. Como dice el escritor, académico y ex político canadiense Michael Ignatieff: "Los líderes prudentes se obligan a prestar la misma atención a los defensores y los detractores de la línea de acción que están planeando". Eso, la misma atención. La misma.
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El libro La Paradoja del poder: cómo ganamos y perdemos influencia, de Dacher Keltner, describe el fenómeno de 'la paradoja del poder' como un patrón según el cual las personas con mayor poder tienden a perder las cualidades positivas que los llevaron a ocupar esos lugares promoviendo los intereses de los demás como la empatía, la colaboración, la apertura, la imparcialidad y el intercambio. Es decir, las personas se elevan en función de sus buenas cualidades, pero su comportamiento empeora cada vez más a medida que ascienden. Todavía más: ganan el poder con la empatía, lo pierden con la arrogancia.
Dacher Keltner, profesor en psicología, director del Laboratorio de Interacción Social de Berkeley y fundador del Greater Good Science Center, centro académico abocado a la investigación del bienestar y las habilidades de aprendizaje, afirma que: "Nuestro poder nos lo otorgan otros. Esto es verdad en el trabajo, en organizaciones sociales de diferentes tipos y en nuestras amistades, relaciones románticas y familias". El poder -en política, aún más- es otorgado y cedido, pero también retirado y recuperado cuando los electores perciben y padecen la transformación (la enfermedad) del exceso de poder.
La enfermedad del poder es un tema recurrente en la ciencia política y en la neurociencia. Según el neurólogo David Owen: "Las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder terminan afectando el carácter de las personas". El síndrome de Hubris (o adicción al poder) se caracteriza porque la persona que lo padece es prepotente, tiene ideas fijas preconcebidas y rechaza posturas que no sean afines a sus ideas, agudiza su conducta narcisista siendo incapaz de cambiarla, y acaba dominado por su ego desmedido. Es un trastorno de la personalidad transitorio y revierte cuando la persona abandona el poder.
David Owen, en su libro En el poder y en la enfermedad: Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años, considera que el síndrome distorsiona el sentido de la realidad y la responsabilidad ya que inhibe los mecanismos de (auto) control –que todo político debería tener– porque quienes lo padecen "se sienten capaces de realizar grandes tareas, creen saberlo todo y que de ellos se esperan grandes cosas, por lo que actúan yendo un poco más allá de la moral, de la razón y de la prudencia".
La palabra Hubris proviene del griego hybris y refiere a la descripción de un acto en el cual un personaje poderoso se comporta con soberbia y arrogancia, con una exagerada autoconfianza que lo lleva a despreciar a las otras personas y a actuar en contra del sentido común. A lo largo de la historia, este síndrome ha acabado atrapando (y devorando) a grandes líderes.
Estos días ha salido publicada en español la extraordinaria investigación Miedo. Trump en la Casa Blanca de Bob Woodward. El autor es editor adjunto del The Washington Post y ganador de dos Premios Pulitzer. El primero junto a Carl Bernstein por la cobertura del escándalo Watergate y en 2003 por su trabajo periodístico cubriendo los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Ha escrito libros biográficos sobre los últimos cuatro presidentes norteamericanos. El libro es una minuciosa disección de la manera en la que ejerce el poder Trump, alguien que -indudablemente- padece el síndrome de Hubris.
"El verdadero poder es el miedo", dijo Donald Trump en una entrevista el 31 de marzo de 2016 mientras se postulaba como presidente de Estados Unidos. No, el verdadero miedo es cuando la arrogancia nubla a nuestros dirigentes y les inhibe del sentido de la prudencia responsable. Como dice el escritor, académico y ex político canadiense Michael Ignatieff: "Los líderes prudentes se obligan a prestar la misma atención a los defensores y los detractores de la línea de acción que están planeando". Eso, la misma atención. La misma.