La Europa que ve al inmigrante como riesgo
La coalición conservadora de Austria asume la presidencia de la UE con un discurso rotundo de freno a la inmigración ilegal en las fronteras interiores y exteriores
Lucía Abellán
Viena, El País
Los tabúes caen a plomo en la Austria de Sebastian Kurz. Este próspero país centroeuropeo cuenta, según la nueva doctrina oficial, con dos categorías de extranjeros: los que se integran y los que no. En el primer grupo figuran —el canciller austriaco lo explicó sin asomo de ironía— los alemanes, un colectivo hermano que comparte, entre otras muchas características, la lengua. En el segundo destacan los afganos, la segunda nacionalidad más numerosa entre los demandantes de asilo de este país. “Con ellos existen muchos más problemas. Tiene que ver con que hay más distancia cultural, les es más difícil aprender el alemán, tienen un nivel educativo menor y muchas veces importan el antisemitismo a Europa”, argumentó el joven dirigente austriaco durante un encuentro con periodistas extranjeros celebrado esta semana en Viena.
A poco más de tres kilómetros de la cancillería federal austriaca, escenario de esta nueva narrativa que resuena en otros rincones de Europa, Herbert Langthaler se revuelve en su silla al conocer los comentarios de Kurz. Este experto de la organización Asylkoordination, encargada de coordinar la labor de entidades que trabajan con demandantes de asilo, cuenta una historia muy diferente. “Hay mucha propaganda racista contra los afganos. Precisamente este grupo aprende la lengua pronto, muestra disposición a trabajar... Pero ahora está bajo amenaza de expulsión a Kabul. Y eso sí que es un problema para la integración”, contraargumenta Langthaler en la sede de su organización. Este activista no oculta, pese a todo, que los refugiados arrastran problemas y traumas.
Todos los matices que separan a candidatos al asilo, refugiados, migrantes y extranjeros en general han quedado ahora subsumidos en un solo epígrafe: migración ilegal. Apoyándose en este concepto, el centroderechista Kurz, que gobierna en coalición con la extrema derecha, ha cincelado una política que ahora extrapola a todo el bloque comunitario: seguridad y lucha contra la migración ilegal. La estrategia ha sido ampliamente tratada durante la presentación del programa que Austria aplica este semestre, en el que ejerce la presidencia rotatoria de la Unión Europea. EL PAÍS ha sido invitado a ese encuentro en Viena.
Hay dos motores que alimenta la línea dura del dirigente austriaco, que con solo 31 años desafía el liderazgo de personajes consolidados en la familia democristiana europea como la canciller alemana Angela Merkel. El primero es su socio de coalición, el ultraderechista FPÖ. Si el discurso de Kurz sobre migración e integración suena rotundo, el del vicecanciller, Heinz-Christian Strache, va aun más lejos. En el mismo encuentro con reporteros, Strache, líder de esa formación que dice haber dejado atrás el pasado neonazi, alegó que aspectos como “las estructuras patriarcales, la falta de igualdad entre hombres y mujeres” entorpecen la adaptación de los extranjeros. “No encuentran trabajo y entonces perciben beneficios de nuestro sistema social”, abundó. Este tipo de discursos, durante mucho tiempo denostados en una Europa que alardea de valores, han dejado de ser marginales. Y ese es precisamente el segundo motor del éxito de Kurz: que cada vez encuentra más eco en otros Estados comunitarios. Italia, Hungría y Polonia son solo los casos más evidentes.
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Lejos de esos extremos, las instituciones comunitarias llevan años poniendo el acento en el refuerzo de fronteras y en la firma de acuerdos con los países de origen y tránsito de las migraciones para evitar que sus ciudadanos se aventuren a cruzar el Mediterráneo en busca de un futuro. Las medidas han dado frutos, con una reducción drástica en las llegadas (del 77% en la ruta del Mediterráneo central durante el último año, según cifras de la Comisión Europea). Por España, en cambio, crecen al 60%, aunque todos los datos están lejos de los picos experimentados en 2015 y 2016. La agitación política tiene poco que ver con los números y mucho con una fiebre populista que no deja de crecer en la UE.
Heinz Patzelt, secretario general de Amnistía Internacional en Austria, hace un esfuerzo por comprender el origen de esta deriva en un país sin paro (menos del 5%) ni grandes tensiones económicas. “Todavía hay una sensación de frustración en una parte de la población austriaca por el influjo que se vivió en 2015, aunque el 90% no se quedaron en el país, sino que siguieron hacia Alemania”, explica este experto. Más allá del contexto general, Patzelt alude al impacto que provocó en la opinión pública una foto muy elocuente.
“La imagen de un policía ignorado por la gente [que llegaba a la frontera de Austria] hizo mucho daño. En realidad estos movimientos fueron en general pacíficos. Hubo una gestión muy mala del Gobierno en aquel momento”, rememora el representante de Amnistía.
Políticas puertas abiertas
Ese Ejecutivo, liderado por los socialdemócratas, en coalición con los conservadores del partido de ahora lidera Kurz, abogó inicialmente por la política de puertas abiertas defendida por Merkel ante el éxodo de refugiados sirios. Más tarde viró hacia el control de fronteras. Finalmente, los socialistas perdieron las elecciones el pasado mes de octubre y dieron paso al mandato de Kurz, muy combativo contra la migración.
Los dos expertos consultados admiten que el país ha hecho un esfuerzo muy superior a otros en cuanto a acogida de refugiados. Con 2.526 demandantes de asilo por cada millón de habitantes, Austria se convirtió el año pasado en uno de los países europeos con mayor proporción, solo superado por Grecia, Chipre y Luxemburgo y algo por encima de Alemania.
Sin cuestionar esos datos, la oposición política se siente incómoda con el enfoque tan restrictivo que defiende el Gobierno al ejercer la presidencia de turno de la UE. La presidenta del Consejo Federal, cámara de representación territorial del Parlamento austriaco, deja claras sus reservas. “La protección de fronteras es solo uno de los elementos. También hay que concluir la reforma del sistema de asilo. Y combatir los motivos que provocan las migraciones. Hace falta una aproximación holística”, argumenta Inge Posch-Gruska.
Claudia Gamon, diputada liberal, lamenta la falta de matices en los mensajes. “Es nuestra responsabilidad explicar las cuestiones complejas a los ciudadanos”, alega. A su lado, Petra Steger, del partido ultraderechista, hace gestos de desaprobación. “Tenemos que centrarnos en este asunto. Es un acierto que el lema de la presidencia sea el de la Europa que protege. Durante muchos años hemos ido en la dirección contraria”, critica. El lema es idéntico al que acuñó el presidente francés, Emmanuel Macron. Su intención, en cambio, resulta muy distinta.
Lucía Abellán
Viena, El País
Los tabúes caen a plomo en la Austria de Sebastian Kurz. Este próspero país centroeuropeo cuenta, según la nueva doctrina oficial, con dos categorías de extranjeros: los que se integran y los que no. En el primer grupo figuran —el canciller austriaco lo explicó sin asomo de ironía— los alemanes, un colectivo hermano que comparte, entre otras muchas características, la lengua. En el segundo destacan los afganos, la segunda nacionalidad más numerosa entre los demandantes de asilo de este país. “Con ellos existen muchos más problemas. Tiene que ver con que hay más distancia cultural, les es más difícil aprender el alemán, tienen un nivel educativo menor y muchas veces importan el antisemitismo a Europa”, argumentó el joven dirigente austriaco durante un encuentro con periodistas extranjeros celebrado esta semana en Viena.
A poco más de tres kilómetros de la cancillería federal austriaca, escenario de esta nueva narrativa que resuena en otros rincones de Europa, Herbert Langthaler se revuelve en su silla al conocer los comentarios de Kurz. Este experto de la organización Asylkoordination, encargada de coordinar la labor de entidades que trabajan con demandantes de asilo, cuenta una historia muy diferente. “Hay mucha propaganda racista contra los afganos. Precisamente este grupo aprende la lengua pronto, muestra disposición a trabajar... Pero ahora está bajo amenaza de expulsión a Kabul. Y eso sí que es un problema para la integración”, contraargumenta Langthaler en la sede de su organización. Este activista no oculta, pese a todo, que los refugiados arrastran problemas y traumas.
Todos los matices que separan a candidatos al asilo, refugiados, migrantes y extranjeros en general han quedado ahora subsumidos en un solo epígrafe: migración ilegal. Apoyándose en este concepto, el centroderechista Kurz, que gobierna en coalición con la extrema derecha, ha cincelado una política que ahora extrapola a todo el bloque comunitario: seguridad y lucha contra la migración ilegal. La estrategia ha sido ampliamente tratada durante la presentación del programa que Austria aplica este semestre, en el que ejerce la presidencia rotatoria de la Unión Europea. EL PAÍS ha sido invitado a ese encuentro en Viena.
Hay dos motores que alimenta la línea dura del dirigente austriaco, que con solo 31 años desafía el liderazgo de personajes consolidados en la familia democristiana europea como la canciller alemana Angela Merkel. El primero es su socio de coalición, el ultraderechista FPÖ. Si el discurso de Kurz sobre migración e integración suena rotundo, el del vicecanciller, Heinz-Christian Strache, va aun más lejos. En el mismo encuentro con reporteros, Strache, líder de esa formación que dice haber dejado atrás el pasado neonazi, alegó que aspectos como “las estructuras patriarcales, la falta de igualdad entre hombres y mujeres” entorpecen la adaptación de los extranjeros. “No encuentran trabajo y entonces perciben beneficios de nuestro sistema social”, abundó. Este tipo de discursos, durante mucho tiempo denostados en una Europa que alardea de valores, han dejado de ser marginales. Y ese es precisamente el segundo motor del éxito de Kurz: que cada vez encuentra más eco en otros Estados comunitarios. Italia, Hungría y Polonia son solo los casos más evidentes.
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Heinz Patzelt, secretario general de Amnistía Internacional en Austria, hace un esfuerzo por comprender el origen de esta deriva en un país sin paro (menos del 5%) ni grandes tensiones económicas. “Todavía hay una sensación de frustración en una parte de la población austriaca por el influjo que se vivió en 2015, aunque el 90% no se quedaron en el país, sino que siguieron hacia Alemania”, explica este experto. Más allá del contexto general, Patzelt alude al impacto que provocó en la opinión pública una foto muy elocuente.
“La imagen de un policía ignorado por la gente [que llegaba a la frontera de Austria] hizo mucho daño. En realidad estos movimientos fueron en general pacíficos. Hubo una gestión muy mala del Gobierno en aquel momento”, rememora el representante de Amnistía.
Políticas puertas abiertas
Ese Ejecutivo, liderado por los socialdemócratas, en coalición con los conservadores del partido de ahora lidera Kurz, abogó inicialmente por la política de puertas abiertas defendida por Merkel ante el éxodo de refugiados sirios. Más tarde viró hacia el control de fronteras. Finalmente, los socialistas perdieron las elecciones el pasado mes de octubre y dieron paso al mandato de Kurz, muy combativo contra la migración.
Los dos expertos consultados admiten que el país ha hecho un esfuerzo muy superior a otros en cuanto a acogida de refugiados. Con 2.526 demandantes de asilo por cada millón de habitantes, Austria se convirtió el año pasado en uno de los países europeos con mayor proporción, solo superado por Grecia, Chipre y Luxemburgo y algo por encima de Alemania.
Sin cuestionar esos datos, la oposición política se siente incómoda con el enfoque tan restrictivo que defiende el Gobierno al ejercer la presidencia de turno de la UE. La presidenta del Consejo Federal, cámara de representación territorial del Parlamento austriaco, deja claras sus reservas. “La protección de fronteras es solo uno de los elementos. También hay que concluir la reforma del sistema de asilo. Y combatir los motivos que provocan las migraciones. Hace falta una aproximación holística”, argumenta Inge Posch-Gruska.
Claudia Gamon, diputada liberal, lamenta la falta de matices en los mensajes. “Es nuestra responsabilidad explicar las cuestiones complejas a los ciudadanos”, alega. A su lado, Petra Steger, del partido ultraderechista, hace gestos de desaprobación. “Tenemos que centrarnos en este asunto. Es un acierto que el lema de la presidencia sea el de la Europa que protege. Durante muchos años hemos ido en la dirección contraria”, critica. El lema es idéntico al que acuñó el presidente francés, Emmanuel Macron. Su intención, en cambio, resulta muy distinta.