ANÁLISIS / No es la economía, estúpido: es la política
Las caídas de Renzi, Rajoy y los demócratas en EEUU desmienten el mantra de la campaña de Clinton de 1992
Andrea Rizzi
Madrid, El País
Es la economía, estúpido fue el célebre mantra de la victoriosa campaña electoral de Bill Clinton de 1992. Desde entonces la frase es el epítome de la decisiva importancia de la economía en la contienda política. Siendo evidente que se trata de un factor importante, tampoco conviene sobreestimarlo. Veamos los mensajes que envían en estos días Italia y España, y señales recientes procedentes de las dos potencias occidentales, EEUU y Alemania.
En Italia, el jueves, la coalición populista conformada por Movimiento 5 Estrellas y Liga logró pactar la formación de un gobierno avalado por el presidente de la república. El mismo día, el instituto nacional de estadística informaba de que el número de trabajadores alcanzó en Italia los 23,2 millones, el récord histórico de la serie y un millón más de la cifra registrada al inicio de la anterior legislatura, en febrero de 2013. La tasa de paro se sitúa en el 11,2% (un punto menos que en 2013) y el PIB crece a un ritmo del 1,5% (en 2012 se contraía un 2,4%). Estos datos alentadores no excluyen que la economía italiana afronta graves problemas que muchos italianos sufren en su piel, pero sin duda constituyen una mejora de la situación. Sin embargo, esto no le sirvió de mucho al Partido Democrático que gobernó en esa etapa, ni a su aliado Forza Italia, ambos barridos por las dos organizaciones antisistema 5 Estrellas y Liga en las elecciones de marzo.
En España, a la vez, un vendaval se abatía sobre el gobernante Partido Popular. El caso es evidente. Su balance macroeconómico cuenta con claros activos: heredó el gobierno en 2011 en plena crisis económica y actualmente España crece a un ritmo cercano al 3%; la tasa de paro ha bajado de un pico del 26% en 2013 al 16% actual. Ello no ha impedido su colapso en la opinión pública y en el Congreso. Un huracán alimentado por la profunda indignación ciudadana azotó a un partido carcomido por una corrupción endémica.
De forma muy significativa, en Estados Unidos, Donald Trump alcanzó la presidencia después de una extraordinaria racha de expansión económica y creación de empleo bajo la gestión del demócrata Barack Obama, que había a su vez heredado un desastre financiero de proporciones apocalípticas tras ocho años de administración y desregulación republicana con George Bush hijo. Ese logro no les valió para mucho a los demócratas, que perdieron en 2016 la presidencia y se quedaron en minoría en ambas cámaras del congreso.
Tampoco le ha sacado mucho partido en Alemania la CDU al notable hito de haber pilotado a su país en medio de la mayor crisis económica en Occidente en décadas con admirable fortaleza económica. Los electores alemanes se lo agradecieron con el peor resultado en siete décadas.
La economía, claro, importa. La política –ese peculiar arte social que ofrece el proscenio a los más nobles y mezquinos instintos del ser humano— quizá, importa más aún. (PD: tras ocho años de gran crecimiento con la Administración de Clinton, los demócratas perdieron la presidencia).
Andrea Rizzi
Madrid, El País
Es la economía, estúpido fue el célebre mantra de la victoriosa campaña electoral de Bill Clinton de 1992. Desde entonces la frase es el epítome de la decisiva importancia de la economía en la contienda política. Siendo evidente que se trata de un factor importante, tampoco conviene sobreestimarlo. Veamos los mensajes que envían en estos días Italia y España, y señales recientes procedentes de las dos potencias occidentales, EEUU y Alemania.
En Italia, el jueves, la coalición populista conformada por Movimiento 5 Estrellas y Liga logró pactar la formación de un gobierno avalado por el presidente de la república. El mismo día, el instituto nacional de estadística informaba de que el número de trabajadores alcanzó en Italia los 23,2 millones, el récord histórico de la serie y un millón más de la cifra registrada al inicio de la anterior legislatura, en febrero de 2013. La tasa de paro se sitúa en el 11,2% (un punto menos que en 2013) y el PIB crece a un ritmo del 1,5% (en 2012 se contraía un 2,4%). Estos datos alentadores no excluyen que la economía italiana afronta graves problemas que muchos italianos sufren en su piel, pero sin duda constituyen una mejora de la situación. Sin embargo, esto no le sirvió de mucho al Partido Democrático que gobernó en esa etapa, ni a su aliado Forza Italia, ambos barridos por las dos organizaciones antisistema 5 Estrellas y Liga en las elecciones de marzo.
En España, a la vez, un vendaval se abatía sobre el gobernante Partido Popular. El caso es evidente. Su balance macroeconómico cuenta con claros activos: heredó el gobierno en 2011 en plena crisis económica y actualmente España crece a un ritmo cercano al 3%; la tasa de paro ha bajado de un pico del 26% en 2013 al 16% actual. Ello no ha impedido su colapso en la opinión pública y en el Congreso. Un huracán alimentado por la profunda indignación ciudadana azotó a un partido carcomido por una corrupción endémica.
De forma muy significativa, en Estados Unidos, Donald Trump alcanzó la presidencia después de una extraordinaria racha de expansión económica y creación de empleo bajo la gestión del demócrata Barack Obama, que había a su vez heredado un desastre financiero de proporciones apocalípticas tras ocho años de administración y desregulación republicana con George Bush hijo. Ese logro no les valió para mucho a los demócratas, que perdieron en 2016 la presidencia y se quedaron en minoría en ambas cámaras del congreso.
Tampoco le ha sacado mucho partido en Alemania la CDU al notable hito de haber pilotado a su país en medio de la mayor crisis económica en Occidente en décadas con admirable fortaleza económica. Los electores alemanes se lo agradecieron con el peor resultado en siete décadas.
La economía, claro, importa. La política –ese peculiar arte social que ofrece el proscenio a los más nobles y mezquinos instintos del ser humano— quizá, importa más aún. (PD: tras ocho años de gran crecimiento con la Administración de Clinton, los demócratas perdieron la presidencia).