El sultán del siglo XXI que sueña con volver al Imperio Otomano

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan concentra cada vez más poder. El ejército de su país controla territorio en Siria e Irak y construye bases en Qatar, Somalia y Sudán. Quiere recrear el poderío que tuvieron los otomanos por seis siglos

Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
"Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados", recitó el actual presidente turco Recep Tayyip Erdogan el poema de Ziya Gökalp en un acto partidario en 1998.


Era entonces el alcalde de Estambul y mantenía su ambivalencia religiosa para ocultar su predicamento islamista en una república laica. El Tribunal Constitucional turco consideró este acto como un ataque contra esos principios laicos y lo acusó de intolerancia religiosa.

Fue condenado a 10 meses de prisión. Luego se desdijo y logró llegar a la presidencia en Ankara en 2014 pero su esencia islamista y expansionista permaneció en su alma. El intento de golpe de Estado de julio de 2016 le dio la gran posibilidad de deshacerse de cualquier oposición importante y adelantó las elecciones para el mes que viene en las que no tendrá dificultades para obtener la reelección.

Mientras tanto ya abandonó totalmente la doctrina impuesta por "el padre de la Patria", Mustafá Kemal Ataturk, que buscaba terminar con las ambiciones de territorios que habían tenido los turcos por seiscientos años. Ataturk fundó la república moderna de Turquía en 1923 e impuso su concepto aislacionista de "paz en casa, paz en el mundo".

Erdogan está en las antípodas de ese pensamiento que fue la base de la estructura del país en el último siglo. Quiere hacer de los minaretes las bayonetas que conquisten e influencien en nuevos territorios. Sueña con convertirse en el Sultán del Siglo XXI.

El aparato militar turco tuvo una importante expansión durante el gobierno de Erdogan. El ejército mantiene operaciones en Siria e Irak, mientras construye bases militares en Somalia, Qatar y Sudán y establece acuerdos de cooperación militar con Pakistán, Ucrania, Sudán, Azerbaiyán, Malasia e Indonesia.

Desde marzo de este año, el ejército, con el apoyo de bombardeos de la aviación turca, penetró unos 20 kilómetros en territorio iraquí a lo largo de un corredor de más de 50 kilómetros para tomar el control de decenas de pueblos en los que hasta ese momento operaba el grupo armado kurdo secesionista PKK -considerado como terrorista por Ankara y Washington- y desde donde lanzaba ataques contra el territorio turco.

Esta operación tiene desde 2007 un permiso especial del parlamento de Ankara y en 2015 lo extendió también al territorio de Siria. Creen que deben defenderse más allá de sus fronteras ya que "ni la guardia del Kurdistán ni el Ejército de Irak ni el régimen sirio de Bachar al Assad pueden controlar esa zona".

En Siria, el ejército turco lanzó en agosto de 2016 la Operación Escudo del Éufrates por la que tomó control de más de 2.000 kilómetros cuadrados de territorio en el norte de la provincia de Alepo, que había estado en diferentes momentos de la guerra siria en manos del ISIS y de las milicias kurdas YPG, cercanas al PKK. En esa zona, entre las ciudades de Yarablús y Al Bab, las empresas turcas reconstruyen los barrios destruidos y se establecen instituciones turcas como la Dirección de Asuntos Religiosos o la compañía estatal de correos PTT.

En enero de este año, el ejército turco inició una nueva ofensiva en Siria a la que llamó Operación Rama de Olivo. Con la ayuda del Ejército Libre Sirio, proccidental que combate al régimen de Damasco, y facciones islamistas, tomaron la región de Afrin, que estaba controlado por milicias kurdas, y sumaron otros 1.500 kilómetros cuadrados del territorio sirio bajo dominio turco. Allí también ya comenzaron a trabajar las empresas amigas del gobierno de Erdogan y se repartieron las casas de la población kurda que huyó a refugiados árabes escapados de otras zonas de guerra y que apoyan a Turquía. Los militares turcos también establecieron ocho puestos de vigilancia en la provincia siria de Idlib en un acuerdo con Rusia e Irán.

La expansión turca va mucho más allá de los intereses que dice proteger cerca de sus propias fronteras. En Qatar tiene una base con 3.000 soldados, algo que la enfrenta a los intereses de Arabia Saudita y Egipto. En Somalia tiene 200 asesores militares para entrenar al ejército de ese país. Y en diciembre, Erdogan firmó un pacto con el régimen de Omar el Bashir por el que se quedó con la isla sudanesa de Suakin, donde los turcos reconstruirán la antigua fortaleza otomana y establecerán una base naval. En Afganistán, 2.000 soldados participan de la operación internacional del ISAF. Kosovo alberga a 400 efectivos turcos como parte de la misión de la OTAN. En Bosnia y El Líbano, otros 350. Con Azerbaiyán realizan permanentes maniobras conjuntas y mantienen allí a un centenar de asesores. Rusia le provee de misiles y armamento pesado para las operaciones.

Los enfrentamientos entre Grecia y Turquía son muy antiguos pero recrudecieron en los últimos meses. Disputan varios islotes del Mar Egeo –en 1996 estuvo a punto de estallar una guerra por esto-. Ankara quiere que se revoque el Tratado de Lausana de 1923, que fija las fronteras entre los dos países y los derechos de las minorías musulmanas en la Tracia griega. Los cazas turcos violan frecuentemente el espacio aéreo griego y en abril hubo un intercambio de disparos que terminaron con un avión griego estrellado en la isla de Skyros. También hay un entuerto diplomático. En Turquía permanecen presos dos soldados griegos y la justicia de Atenas se niega a conceder la extradición de ocho oficiales turcos que se refugiaron allí tras el fallido golpe de 2016.

"Erdogan aspira a restaurar el expansionismo otomano. Lo más peligroso es la cesión de la isla de Suakin, situada frente a Yeda, en Arabia Saudita, y que Turquía ve como un símbolo del Imperio Otomano recobrado, porque ahí se alojaba la flota que controlaba los mares de medio mundo", escribió hace unos días el analista Hamoud Abu Talib en el diario saudita Okaz.

La prensa turca, en un 90% afín a las posiciones del gobierno de Erdogan, agita esa memoria histórica, nacionalista y expansionista. El diario Yeni Safak aseguraba en una editorial de la semana pasada que "cien años después, Turquía regresa a las regiones de las que se tuvo que retirar el Imperio Otomano con una serie de 'cinturones de seguridad' que pasan por los Balcanes, el Cuerno de África y el Cáucaso: Gracias a su despliegue militar en doce países, Turquía comenzó a ser una fuerza militar con poderío mundial".

El intento de golpe de estado de julio de 2016 sigue siendo el principal impulso de este regreso a la grandeza Otomana. El culto a los 248 "mártires" que murieron defendiendo al gobierno de Erdogan se usa como excusa para cualquier discurso nacionalista.

Esa noche del 15 de julio de hace dos años también se registraron 2.000 heridos y la muerte de al menos 36 golpistas. El gobierno acusó al movimiento del teólogo musulmán Fethullah Gülen como el instigador del golpe. Gülen y Erdogan fueron aliados por décadas hasta que en 2013 el presidente acusó al clérigo de promover las investigaciones por corrupción e impulsar las protestas contra el gobierno.

Tras desbaratar la asonada, Erdogan encarceló a 106.000 personas acusadas de participar del hecho. Unas 50.000, permanecen en prisión y otras 56.000, en libertad condicional. Entre los detenidos hay 6.900 soldados, 8.800 policías y 2.400 jueces. Se abrieron causas contra 168.000 personas y 127.000 empleados públicos fueron despedidos, incluidos 4.200 jueces (un tercio del total) y 9.000 policías. Los servicios de inteligencia también dicen tener bajo sospecha a otros 215.000 ciudadanos por usar una red de mensajería que supuestamente fue utilizada para las comunicaciones de los golpistas. También se cerraron 1.125 asociaciones civiles, 129 fundaciones, 1.061 instituciones educativas, 223 academias, 15 universidades y 800 residencias de estudiantes. Y se confiscaron bienes de 956 empresas y 107 particulares por más de 1.000 millones de dólares.

La purga y el crecimiento de la economía (un 7,4% del PBI el año pasado) ampliaron la base de apoyo de Erdogan que, además cuenta con poderes extraordinarios por el Estado de Excepción que aún está vigente. Pareciera que nada puede impedir que gane las elecciones del mes que viene por un amplio margen. En sus discursos de campaña repite una y otra vez el concepto de regresar a la gloria que tuvieron los turcos durante los seis siglos en los que perduró el Imperio Otomano. Erdogan ya se siente el nuevo sultán.

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