Las judías ultraortodoxas se asoman a las empresas tecnológicas
Las haredíes se abren paso en un sector que ofrece mejores salarios y busca mano de obra
Sara Velert
Jerusalén, El País
Dina Gerber mira concentrada a la pantalla de su ordenador. Trabaja desde hace dos años para una empresa especializada en ciberseguridad, pero su mesa no está junto a la de sus compañeros. Su lugar de trabajo está en otra ciudad, en Temech, un centro de formación y trabajo para judías ultraortodoxas o haredíes en el centro de Jerusalén. “Aquí tengo mi equipo y estoy en un entorno religioso”, argumenta Dina, de 22 años, que comparte oficina con otras mujeres de su comunidad. Un espacio en el que no se ven hombres y que es acorde a las reglas de la vida ultraortodoxa. Las normas estrictas de una comunidad que, pese al tradicional aislamiento frente al resto de la sociedad israelí, con una vida marcada por la religión y de familias numerosas sin televisión en casa, se abre a Internet y las nuevas tecnologías a través del mercado laboral.
Los ultraortodoxos conforman hoy una comunidad de cerca de 950.000 personas, un 11% de la población israelí (8,5 millones que incluyen un 20% de árabes) a la que el Gobierno empuja a insertarse en el mercado laboral. Se estima que hacia 2060 los haredíes serán más de un tercio de los judíos de Israel, una fuerza social en situación precaria (cerca de la mitad vive bajo el umbral de la pobreza) que el Estado no puede permitirse que vivan sobre todo de subsidios. Según un estudio del Instituto de la Democracia de Israel y el Instituto de Jerusalén para la Investigación Política publicado el pasado diciembre y del que proceden las cifras anteriores, solo en torno a 200.000 ultrarreligiosos trabajan. Un 73% de mujeres frente a solo el 51% de los hombres.
Ellas son a menudo el principal sostén económico de sus familias, junto a los subsidios estatales, mientras sus maridos rezan y estudian los textos sagrados (la Torá). Temech, organización sin ánimo de lucro, impulsa desde hace una década la inserción laboral de las haredíes. “Hace 10 años, los principales empleos para las mujeres de la comunidad estaban en el sector de la educación o como secretarias, en empleos de bajo nivel, pero ahora tenemos diseñadoras gráficas, programadoras informáticas…”, explica Ruti Sirota, responsable de proyectos y formación. Su objetivo “es ayudar a cualquier mujer a tener el trabajo de sus sueños, pero considerando siempre el aspecto religioso. No animaría a ninguna a no tener familia”, puntualiza Sirota, que a sus 48 años se presenta como “madre de ocho y abuela de cuatro”.
Desde su papel tradicional de esposas y madres (con una medida de 6 a 7 hijos), siempre en un segundo plano social, la integración laboral ha producido, no obstante, algunos cambios y las haredíes aspiran a mejores trabajos y salarios. Cobran menos que sus maridos y también un 32% menos que el resto de las trabajadoras judías. De formación deficiente y controlada por la comunidad, en una década desde 2005, el porcentaje de jóvenes apuntadas a algún tipo de formación superior ha aumentado del 31% al 51%, según el citado estudio. Sirota es un ejemplo de esa tendencia: durante 25 años llevó en casa un negocio de peluquería -“cortaba y lavaba las pelucas” que llevan muchas haredíes después de casarse y raparse el pelo como gesto de modestia-, pero quería cambiar de empleo y estudió psicología y administración de empresas en una universidad a distancia. Gerber también sigue ese camino y compagina trabajo y estudios de informática.
El pujante sector tecnológico y de start ups israelí busca mano de obra -el Gobierno quiere pasar de 270.000 trabajadores, el 8% de la población activa, a medio millón en una década- y también llama a la puerta de los ultraortodoxos. Pese a la oposición de los rabinos más radicales, un 54% usa ordenador y al menos un 41% Internet, aunque muchos con limitaciones. Recurren a móviles sin conexión a la red o con contenidos restringidos por supervisión del rabino. En Temech, por ejemplo, las mujeres participan en un foro a través de una web kosher, con acceso limitado similar al del control parental. “Hay una tendencia y programas para que transiten hacia la tecnología puntera, pero hay mucho por hacer”, apunta Gilad Malach, director del programa sobre los ultraortodoxos en el think tank Instituto de la Democracia de Israel. Según sus datos, apenas el 3% de los hombres trabaja en el sector, frente al 13% de los no haredíes, mientras que en el caso de las mujeres la brecha es menor (4% frente al 7%).
Pero con más preparación que los hombres -la educación de ellos es estrictamente religiosa, la de ellas incluye algunas materias laicas-, las mujeres llevan la delantera. Algunas dando los primeros pasos, como Dina Gerber, y otras pioneras como Tikva Schmidt, que ha creado su propia empresa de programación y desarrollo, exclusiva para empleadas de su comunidad. De 44 años, con 10 hijos y tres nietos, Schmidt pone el acento en la formación continua de sus empleadas -“porque a muchas no se les da la oportunidad de crecer”- y la conciliación con la familia y los valores religiosos, que requieren cubrir “necesidades específicas” en el entorno laboral.
“Es difícil saber si aumenta su presencia en el sector porque las estadísticas oficiales no preguntan sobre la religiosidad de los trabajadores, pero cada año varios centenares de estudiantes haredíes completan formaciones en el campo de la alta tecnología”, explica por correo electrónico Michal Frenkel, profesora de sociología y antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén. “Creo que los mejores sueldos y oportunidades profesionales que se les abren en ese sector están cambiando a la sociedad. Mujeres que dirigen a otros trabajadores en sus empleos y asumen la economía doméstica se hacen más independientes. Y con frecuencia facilitan que sus hijas estudien. Los cambios son menos obvios de lo que se puede pensar, pero están ahí”, añade Frenkel.
Las haredíes se mueven y “definitivamente tienen un papel en la transformación social” de su comunidad. Aunque deben afrontar los contragolpes de rabinos ultras opuestos a las nuevas tecnologías, ellas exploran nuevos caminos.
“Si lo aprueba mi rabino, está bien”
La reticencia a usar Internet no va con Chaim Simcha, un ultraortodoxo pelirrojo de 32 años nacido en Chicago que ha abrazado la tecnología para trabajar en una start up que ha lanzado Screenshop, con participación de Kim Kardashian, para identificar marcas de ropa de fotografías de modelos o famosos con su precio y alternativa más baratas. ¿No supone una contradicción con el rechazo de los haredíes a las mujeres modernas y su forma de vestir? “No significa mezclarme con otra cultura, y si mi rabino lo aprueba, está bien”.
Simcha tiene su oficina en Bizmax, un centro donde los haredíes pueden trabajar entre ellos y alquilar un espacio para sus empresas por 250 dólares al mes. “Es el primer centro de este tipo para ultraortodoxos en Jerusalén”, apunta su gerente, Yitzik Crombie, que muestra las dependencias en Jerusalén a periodistas de varios medios, entre ellos EL PAIS, invitados por la Asociación de Prensa Europea Israelí y el Gobierno hebreo. En el mismo piso está Kivun (que significa “dirección”), una oficina de empleo en cuyos pasillos prácticamente solo se ven hombres con kipá, camisa blanca y traje negro. Son ultraortodoxos que buscan empleo y que, en muchos casos, necesitan formación básica tras centrarse durante años en la Torá. Empezando por nociones de matemáticas, inglés, un básico de Microsoft Office o el envío de un correo electrónico para lanzar su currículum. “Ya hemos colocado a 7.000 en cinco años”, comenta Crombie.
Los ultrarreligiosos con algún empleo han crecido del 36% en 2003 a poco más del 51% en 2015, pero su integración laboral se ha estancado e incluso reducido un poco en el último año, principalmente porque los partidos ortodoxos han logrado que el Gobierno de Benjamín Netanyahu apruebe nuevas becas y subsidios para los estudios religiosos, según estima el investigador Gilad Malach, mientras continúa el tira y afloja sobre el servicio militar, obligatorio para judíos no religiosos y del que están exentos los seminaristas de la Torá.
Sara Velert
Jerusalén, El País
Dina Gerber mira concentrada a la pantalla de su ordenador. Trabaja desde hace dos años para una empresa especializada en ciberseguridad, pero su mesa no está junto a la de sus compañeros. Su lugar de trabajo está en otra ciudad, en Temech, un centro de formación y trabajo para judías ultraortodoxas o haredíes en el centro de Jerusalén. “Aquí tengo mi equipo y estoy en un entorno religioso”, argumenta Dina, de 22 años, que comparte oficina con otras mujeres de su comunidad. Un espacio en el que no se ven hombres y que es acorde a las reglas de la vida ultraortodoxa. Las normas estrictas de una comunidad que, pese al tradicional aislamiento frente al resto de la sociedad israelí, con una vida marcada por la religión y de familias numerosas sin televisión en casa, se abre a Internet y las nuevas tecnologías a través del mercado laboral.
Los ultraortodoxos conforman hoy una comunidad de cerca de 950.000 personas, un 11% de la población israelí (8,5 millones que incluyen un 20% de árabes) a la que el Gobierno empuja a insertarse en el mercado laboral. Se estima que hacia 2060 los haredíes serán más de un tercio de los judíos de Israel, una fuerza social en situación precaria (cerca de la mitad vive bajo el umbral de la pobreza) que el Estado no puede permitirse que vivan sobre todo de subsidios. Según un estudio del Instituto de la Democracia de Israel y el Instituto de Jerusalén para la Investigación Política publicado el pasado diciembre y del que proceden las cifras anteriores, solo en torno a 200.000 ultrarreligiosos trabajan. Un 73% de mujeres frente a solo el 51% de los hombres.
Ellas son a menudo el principal sostén económico de sus familias, junto a los subsidios estatales, mientras sus maridos rezan y estudian los textos sagrados (la Torá). Temech, organización sin ánimo de lucro, impulsa desde hace una década la inserción laboral de las haredíes. “Hace 10 años, los principales empleos para las mujeres de la comunidad estaban en el sector de la educación o como secretarias, en empleos de bajo nivel, pero ahora tenemos diseñadoras gráficas, programadoras informáticas…”, explica Ruti Sirota, responsable de proyectos y formación. Su objetivo “es ayudar a cualquier mujer a tener el trabajo de sus sueños, pero considerando siempre el aspecto religioso. No animaría a ninguna a no tener familia”, puntualiza Sirota, que a sus 48 años se presenta como “madre de ocho y abuela de cuatro”.
Desde su papel tradicional de esposas y madres (con una medida de 6 a 7 hijos), siempre en un segundo plano social, la integración laboral ha producido, no obstante, algunos cambios y las haredíes aspiran a mejores trabajos y salarios. Cobran menos que sus maridos y también un 32% menos que el resto de las trabajadoras judías. De formación deficiente y controlada por la comunidad, en una década desde 2005, el porcentaje de jóvenes apuntadas a algún tipo de formación superior ha aumentado del 31% al 51%, según el citado estudio. Sirota es un ejemplo de esa tendencia: durante 25 años llevó en casa un negocio de peluquería -“cortaba y lavaba las pelucas” que llevan muchas haredíes después de casarse y raparse el pelo como gesto de modestia-, pero quería cambiar de empleo y estudió psicología y administración de empresas en una universidad a distancia. Gerber también sigue ese camino y compagina trabajo y estudios de informática.
El pujante sector tecnológico y de start ups israelí busca mano de obra -el Gobierno quiere pasar de 270.000 trabajadores, el 8% de la población activa, a medio millón en una década- y también llama a la puerta de los ultraortodoxos. Pese a la oposición de los rabinos más radicales, un 54% usa ordenador y al menos un 41% Internet, aunque muchos con limitaciones. Recurren a móviles sin conexión a la red o con contenidos restringidos por supervisión del rabino. En Temech, por ejemplo, las mujeres participan en un foro a través de una web kosher, con acceso limitado similar al del control parental. “Hay una tendencia y programas para que transiten hacia la tecnología puntera, pero hay mucho por hacer”, apunta Gilad Malach, director del programa sobre los ultraortodoxos en el think tank Instituto de la Democracia de Israel. Según sus datos, apenas el 3% de los hombres trabaja en el sector, frente al 13% de los no haredíes, mientras que en el caso de las mujeres la brecha es menor (4% frente al 7%).
Pero con más preparación que los hombres -la educación de ellos es estrictamente religiosa, la de ellas incluye algunas materias laicas-, las mujeres llevan la delantera. Algunas dando los primeros pasos, como Dina Gerber, y otras pioneras como Tikva Schmidt, que ha creado su propia empresa de programación y desarrollo, exclusiva para empleadas de su comunidad. De 44 años, con 10 hijos y tres nietos, Schmidt pone el acento en la formación continua de sus empleadas -“porque a muchas no se les da la oportunidad de crecer”- y la conciliación con la familia y los valores religiosos, que requieren cubrir “necesidades específicas” en el entorno laboral.
“Es difícil saber si aumenta su presencia en el sector porque las estadísticas oficiales no preguntan sobre la religiosidad de los trabajadores, pero cada año varios centenares de estudiantes haredíes completan formaciones en el campo de la alta tecnología”, explica por correo electrónico Michal Frenkel, profesora de sociología y antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén. “Creo que los mejores sueldos y oportunidades profesionales que se les abren en ese sector están cambiando a la sociedad. Mujeres que dirigen a otros trabajadores en sus empleos y asumen la economía doméstica se hacen más independientes. Y con frecuencia facilitan que sus hijas estudien. Los cambios son menos obvios de lo que se puede pensar, pero están ahí”, añade Frenkel.
Las haredíes se mueven y “definitivamente tienen un papel en la transformación social” de su comunidad. Aunque deben afrontar los contragolpes de rabinos ultras opuestos a las nuevas tecnologías, ellas exploran nuevos caminos.
“Si lo aprueba mi rabino, está bien”
La reticencia a usar Internet no va con Chaim Simcha, un ultraortodoxo pelirrojo de 32 años nacido en Chicago que ha abrazado la tecnología para trabajar en una start up que ha lanzado Screenshop, con participación de Kim Kardashian, para identificar marcas de ropa de fotografías de modelos o famosos con su precio y alternativa más baratas. ¿No supone una contradicción con el rechazo de los haredíes a las mujeres modernas y su forma de vestir? “No significa mezclarme con otra cultura, y si mi rabino lo aprueba, está bien”.
Simcha tiene su oficina en Bizmax, un centro donde los haredíes pueden trabajar entre ellos y alquilar un espacio para sus empresas por 250 dólares al mes. “Es el primer centro de este tipo para ultraortodoxos en Jerusalén”, apunta su gerente, Yitzik Crombie, que muestra las dependencias en Jerusalén a periodistas de varios medios, entre ellos EL PAIS, invitados por la Asociación de Prensa Europea Israelí y el Gobierno hebreo. En el mismo piso está Kivun (que significa “dirección”), una oficina de empleo en cuyos pasillos prácticamente solo se ven hombres con kipá, camisa blanca y traje negro. Son ultraortodoxos que buscan empleo y que, en muchos casos, necesitan formación básica tras centrarse durante años en la Torá. Empezando por nociones de matemáticas, inglés, un básico de Microsoft Office o el envío de un correo electrónico para lanzar su currículum. “Ya hemos colocado a 7.000 en cinco años”, comenta Crombie.
Los ultrarreligiosos con algún empleo han crecido del 36% en 2003 a poco más del 51% en 2015, pero su integración laboral se ha estancado e incluso reducido un poco en el último año, principalmente porque los partidos ortodoxos han logrado que el Gobierno de Benjamín Netanyahu apruebe nuevas becas y subsidios para los estudios religiosos, según estima el investigador Gilad Malach, mientras continúa el tira y afloja sobre el servicio militar, obligatorio para judíos no religiosos y del que están exentos los seminaristas de la Torá.