Exiliados de la salud: bolivianos que buscan atención en Argentina

No hay cifras exactas de cuántos bolivianos son atendidos en los hospitales de Argentina. Muchos se van “huyendo” del sistema nacional y busca de remedios.

Abdel Padilla / Buenos Aires
En una de las crónicas a manera de correspondencia que Martín Caparrós intercambió con Juan Villoro en Ida y vuelta, él recuerda lo difícil que fue ser hincha argentino en algún momento del último mundial. Por motivos diferentes al cronista pero con el mismo espíritu siento que esta semana fue muy difícil ser boliviano en Argentina.


Sucede que al menos por un par de días la etiqueta de “honrados y trabajadores” cambió por la de “malos vecinos” y de paso “malagradecidos”, porque en Bolivia rechazamos “la atención de argentinos en hospitales” cuando en Argentina sucede exactamente lo contrario.

Ese fue el tono común de los titulares que emplearon los medios argentinos el martes para referirse al contenido de una nota diplomática de Bolivia, donde se desestimaba la solicitud de la firma de un convenio de asistencia médica demandada por la Cancillería argentina para la atención recíproca de sus conciudadanos.

Si el tenor de la justificación de dicha nota era la admisión de que en Bolivia no existe salud pública gratuita para todos y no el rechazo de la atención médica a argentinos. O si todo comenzó por el reclamo de la provincia fronteriza de Jujuy, que proyecta recuperar lo invertido en salud a través, entre otros, del cobro a extranjeros transitorios que se atienden en sus hospitales. O si luego el Gobierno boliviano aclaró, a través de otra nota diplomática, que la reciprocidad se aplicaría tal cual la había solicitado Argentina, ya no importa.

Ya no importa porque la gente en ambos países ha empezado a olvidar esos detalles, pero no la sensación de que hay algo pendiente, en Bolivia y en Argentina, y entre ambas naciones.

“Váyanse a su casa…”

El primer timbre de alerta fueron los medios de comunicación, las redes sociales y los intercambios de notas por grupos de WhatsApp, donde los bolivianos primero compartieron su extrañeza por títulos como “Fuerte tensión entre Bolivia y la Argentina: el Gobierno de Evo rechaza atender pacientes argentinos”, y luego su preocupación por la gran cantidad de comentarios adversos.



“Esto se tiene que terminar y priorizar salud y educación para los argentinos”, “que les cobren a los extranjeros, no decimos que no los atiendan, pero que paguen”, “son muchos más los bolivianos que se atienden acá, que argentinos allá. Dejemos de ser los giles de América de una vez por todas”, “no alcanza para los propios argentinos y tenemos que andar atendiendo y educando bolivianos”, “váyanse a su casa, no los queremos…”

En un primer momento, ante el silencio de las autoridades diplomáticas bolivianas, algunos activistas y referentes de la comunidad se presentaron en los medios de comunicación bonaerenses y participaron en acalorados debates que intentaban reivindicar la importancia de la migración boliviana.

Luego, la avalancha fue imposible de contener. Había un claro descontento de la población argentina por un pedido que parecía justo: reciprocidad.

Pero no sólo eso, sino la impresión de que además de no existir reciprocidad, había una importante cantidad de bolivianos de tránsito atendiéndose en hospitales argentinos.

Los primeros datos llegaron desde Jujuy, donde según registros estadísticos del hospital La Quiaca –publicados por el diario El Tribuno– durante el 2017 se atendieron a casi 20.000 personas de las cuales 2.000 eran de nacionalidad boliviana. Además, de siete partos semanales, cuatro correspondían a madres bolivianas.

Si bien estas cifras luego fueron puestas en cuestión por sitios digitales como Chequeado, que demostró con datos que “en Jujuy y el resto del país, los extranjeros que utilizan el sistema público de salud representan un porcentaje bajo”, esto ya no formó parte de los titulares principales.



El clima no fue el mismo en las calles, donde –salvo algunas miradas de reojo o comentarios con aire de chiste como “no se están portando bien los hermanos bolivianos”– la temperatura no subió como en redes sociales.

El incidente más fuerte fue la agresión, en Salta, a una mujer argentina por un hombre que la confundió con una boliviana y la golpeó mientras ella recibía sus medicamentos del Programa de Asistencia Médica Integral (PAMI), una entidad estatal médica y social para las personas adultas mayores.

Extraños llamando a la puerta

De los más de 43 millones de habitantes en la Argentina, aproximadamente dos millones son migrantes, y de estos, según cifras oficiales, 350 mil son bolivianos, aunque se sabe que esta cifra es mucho mayor. Para algunos más de un millón y para otros cerca a dos millones, incluidos hijos y nietos, ya nacidos en Argentina.

La mayoría se dedica a la producción, transporte y comercialización de frutas y verduras. También a la labor textil, al comercio informal, a la construcción y, desde luego, a la actividad académica y profesional, especialmente con médicos y enfermeras, la mayoría ya formados en este país.

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que en su última obra publicada en vida, Extraños llamando a la puerta, analiza “los orígenes, la periferia y el impacto de las actuales olas migratorias”, afirma que una de las reacciones de los locales frente a los visitantes o “extraños” es la clasificación del migrante en pisos inferiores de la escala social, una marca en la frente que los distingue del resto de los extranjeros pero que también los estigmatiza frente a todos.



Algo así sucede en Argentina con la comunidad boliviana que, por su actividad y procedencia, si bien no es ubicada en el mismo “nivel” de un migrante europeo, tampoco se la vincula con la delincuencia, lo que en cambio sí sucede con otras nacionalidades. De hecho, si uno pregunta a un ciudadano promedio bonaerense cuales son las características del “ser boliviano”, la respuesta en general es que es el boliviano es “trabajador y honrado”, aunque también tímido y afecto a la fiesta y al alcohol. Pero no, salvo contadas excepciones, ladrón o asesino.

Esto explica en parte la reacción de las distintas organizaciones bolivianas, que lamentaron, por separado, el brote de ciertas actitudes xenófobas, comparables a las que se sintieron en enero de 2017, cuando el gobierno del presidente Macri aprobó un decreto de urgencia que endureció los controles migratorios, medida acompañada de fuertes declaraciones de autoridades locales y por las que luego se disculpó el embajador de Argentina en Bolivia, Normando Álvarez.

Los primeros controles en ese entonces se hicieron a terminales de buses como Liniers, barrio en el extremo oeste de la capital bonaerense, conocido por la presencia de una importante cantidad de comerciantes bolivianos y peruanos. “Parecía un operativo para capturar a un narcotraficante pero al final sólo se llevaron bolsas de chuño y pasankalla”, relató entonces Lucy, boliviana y vecina del lugar

Según una encuesta de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), replicada por el diario español El País, si bien el 70% de los argentinos está a favor de que los inmigrantes puedan acceder de forma gratuita a la salud y educación públicas, hay un rechazo general a los migrantes de entre 30 y 50%, dependiendo de la zona.




Exiliados de la salud

No se sabe a ciencia cierta cuantos bolivianos son atendidos en los hospitales de la Argentina, y en especial Buenos Aires. No se tiene un dato exacto porque no existe un registro sistematizado pero también porque muchos de ellos ya cuentan con documento de identidad argentino, sea porque lo tramitaron para tal fin o porque son residentes permanentes.

Las dolencias por las que bolivianos buscan atención médica en el vecino país son variadas, aunque una mayoría esta vinculada a enfermedades crónicas y oncológicas. Quienes llegan, lo hacen prácticamente “huyendo” del sistema de salud boliviano que no ofrece una atención integral a sus problemas o porque son referidos por los propios médicos y hospitales bolivianos, muchas veces en coordinación con sus pares argentinos.

En estos últimos casos, los pacientes suelen sobrellevar de mejor manera su permanencia porque van a lugares donde saben que serán recibidos.

En los primeros casos, en cambio, cuando la gente llega sin saber dónde y cómo será atendido, comienza un proceso de destierro parecido más a un “exilio”. “Si bien sabes que tienes una oportunidad de vida en otro país, nosotros quisiéramos hacer el tratamiento en el nuestro, en nuestra casa, con nuestra gente, pero sabemos que no podemos”, cuenta una de las mamás que acompañan a sus hijos con problemas oncológicos que se atienden en los hospitales de Buenos Aires.



“Yo llegué hace poco en busca de medicamentos para mi hermano que fue diagnosticado con cáncer en Bolivia, medicamentos que allá no hay o son muy caros”, relata otra persona que hasta hace poco vendía adornos con figuras andinas en las calles de Buenos Aires para no sólo sustentar la compra de los fármacos, sino también ver la posibilidad de trasladar a su hermano a esta ciudad.

“Nosotras llegamos sin conocer nada. No sabíamos dónde íbamos a dormir esa noche o qué íbamos a comer ese día. Lo que único que sabíamos era que acá nos podían ayudar”, cuenta otra persona que desde hace algún tiempo acompaña a su hermana en un tratamiento oncológico pero vía oral, es decir que no requiere recibir quiomioterapia intravenosa.

“En Bolivia nos dijeron que tenían que operarla y hacerle un tratamiento muy fuerte, que iba a perder el cabello y perder mucho peso. A pesar de eso, quisimos iniciar el tratamiento, pero los equipos en La Paz estaban descompuestos, había mucha gente esperando usarlos y el turno que nos dieron para la operación era muy lejano. Acá le hicieron el diagnóstico nuevamente, y descubrieron que el cáncer estaba en una fase inicial por lo que no requería nada de lo que nos habían dicho en La Paz”.

Como estos, hay varios casos de personas que llegaron a la Argentina y encontraron más que un tratamiento médico, hallaron la oportunidad de una vida nueva que en Bolivia les fue negada.

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