Historias de 5 venezolanos que llegaron al país por mejores días

Ante la situación de Venezuela, muchos dejaron su terruño. Quienes llegaron a territorio nacional dicen que fueron bien recibidos y que se los trata con calidez.


Lorena Rojas Paz / La Paz
Los cables internacionales de noticias dan cuenta de que a causa de la crisis que atraviesa Venezuela, miles de ciudadanos han dejado ese país en estos últimos meses. En Bolivia viven aproximadamente 3.000 venezolanos, según los datos que maneja la comunidad de inmigrantes de ese país.


En ese marco, Página Siete entrevistó a cinco venezolanos para conocer sus historias. Todos coinciden en que fueron bien recibidos en suelo nacional y destacan, además, la calidez con la que se los trata.

Pero ¿Cómo es que decidieron iniciar una nueva vida en Bolivia? Uno de ellos comenta que ante la falta de medicamentos para su hijo se vio obligado a dejar su país; otra entrevistada manifiesta que tomó la decisión por su hija, para que no sufra la escasez de alimentos. "Uno encuentra las razones para irse cuando tiene un niño y es ahí cuando tienes que tomar la decisión, un niño hace que te replantees tu vida”, asegura. (El detalle de cada historia está en las notas adjuntas)

Todos los entrevistados coinciden en que para ellos vivir en Venezuela, en los últimos años, fue algo complicado. "Ya vestirse en Venezuela es un lujo, y poco a poco hemos ido viendo cómo el país ha cambiado, ya uno no se siente seguro”, afirma uno de los que llegaron.

Evocan, no obstante, todo lo que dejaron, desde su casa hasta los amigos. Con tristeza, cuentan también que lo más complicado -y algo con lo que tienen que vivir- es haber dejado a parte de su familia en Venezuela.

"Yo hablo todos los días con mi mamá, y me dice lo difícil que es encontrar alimentos, las colas largas que hay que hacer o lo caro que están costando los productos básicos”, dice una entrevistada.

Tomar coraje, armar las maletas y ver qué te depara el destino es una decisión difícil, pero según uno de los inmigrantes, "cuando existe necesidad, cuando empieza a fallar las responsabilidades que uno tiene como familia, es allí cuando uno debe comenzar de nuevo”.

Sin embargo, los cinco coinciden en que llegar al país fue bueno, dado que la gente los recibió con amabilidad. Incluso hay quienes dicen que no se quejan de nada, sólo del frío de La Paz.

Todos agradecen la oportunidad que la vida les está dando de comenzar de nuevo. No obstante, todavía no pierden la fe de un día poder retornar a su país y recobrar esa vida que por la crisis económica, política y social, un día tuvieron que dejar.

Con optimismo expresan que desde lejos luchan por su país e intentan dejar lo mejor de Venezuela en Bolivia, ya sea con sus costumbres, sus comidas o con la amabilidad y alegría que los caracteriza. Están en el país -dicen- para formar parte de él y vivir en tranquilidad.

Dormir hasta en la calle, en Colombia

José lleva una semana durmiendo en la calle y Rafael a veces se queda en un refugio donde le dan de comer. Como otros venezolanos que migran a Colombia padecen un rosario de penurias buscando empleo y un futuro mejor, informa AFP.

Es casi la medianoche y tanto José Flores como Rafael Mendoza deberán dormir a las puertas del albergue Centro de Migraciones de la Diócesis de Cúcuta, la ciudad fronteriza por donde llegaron desde Venezuela tratando de dejar atrás la severa crisis en su país y buscar oportunidades.

Flores, un pastelero de 50 años, agarró unos 10 dólares, una mochila con pocas cosas y dejó en su oriunda Maracay (norte venezolano) a su esposa y dos hijos para buscar empleo en Cúcuta, ciudad de unos 600 mil habitantes.

Ya lleva una semana de búsqueda y nada. "Como no tenemos plata para una pieza tenemos que dormir en la calle. Prácticamente somos como unos indigentes. A veces no nos bañamos, no comemos”, dice este hombre, quien hace unos meses pesaba 80 kilogramos y hoy luce delgado y demacrado por la escasez de alimentos que padeció en Venezuela. (AFP)


"Más que todo, la razón de este cambio de vida fue por mi nena"

Liseth Marielle Dueñas Catacora

Hace 35 años atrás, los padres de Liseth Dueñas decidieron dejar Bolivia para buscar una vida mejor. La situación en el país no era buena, así que la pareja "agarró” valor, hizo las maletas y se marchó hacía Valencia, Venezuela.

Allí, el matrimonio formó una nueva vida, tuvo dos hijas e incluso abrió una panadería. La familia Dueñas llevó una vida tranquila y con el tiempo los padres de Liseth llegaron a sentirse venezolanos.

Sin embargo, como todo en la vida va cambiando, el destino de los Dueñas tomó, en los años recientes, otro rumbo. La crisis en Venezuela empezó a afectar a la economía familiar y la panadería comenzó a presentar cifras negativas, dado que ya no era fácil conseguir harina y el precio del azúcar era cada vez más caro. La situación no se quedó ahí, empeoró... y la madre de Liseth falleció.

Un día, su padre se le acercó y le dijo: "Me voy para sentirme mejor”.


Liseth tomó la misma decisión. La crisis se estaba volviendo insostenible. Ella indica que el factor clave para tomar la decisión final de partir a Bolivia -tierra que un día dejó su familia por días mejores- fue su hija.

"Entonces, vinimos mi padre, mi hermana y mi nena, y más que todo la razón de este cambio de vida fue por ella”, cuenta Liseth.

Reconoce que lo más difícil fue dejar la vida que tenía. "Yo terminé la universidad, estudié en un centro aeronáutico. Tuve que dejar todo por mi niña, por mi papá... Dejar la vida, la casa y las personas cercanas, pero uno encuentra las razones para irse cuando tiene un niño, y mi papá se vino también porque mi mamá falleció allá y él no quería estar solo”, manifiesta.

Hace un año, la familia Dueñas, una vez más se armó de valor. Sus integrantes hicieron las maletas y viajaron en bus rumbo a La Paz.

Pese al cambio de clima y la comida, la adaptación, sorpresivamente, no fue difícil para la hija de Liseth. Un día, ya en La Paz, cuando fueron al supermercado, la niña le dijo: "Mira mamá, aquí hay de todo”. Y a pesar de que sintió alegría, también experimentó una sensación de tristeza. "A la edad que tiene, ella no debió pasar esa situación que vivíamos allá”, comenta. Y cierra: "El cambio es duro, pero estoy agradecida de poder hacer un futuro aquí”.

"Yo salí de Venezuela porque vi lo que se venía”


Johnny López Rivero

El sueño de conocer Tiwanaku impulsó a Johnny López, a sus 20 años, a viajar de Venezuela a La Paz. Llegó a la ciudad, pero lamentablemente, no pudo, en ese entonces, cumplir ese anhelo.

"Yo vine a Bolivia cuando era joven, pero en ese tiempo no se me dio conocer Tiwanaku, porque no se me daba las condiciones... Habían ciertas leyes comunitarias que ponían en peligro mi vida, y en esa época por el tema del cólera, yo lo descarté”, cuenta.

Volvió a su país, se casó y tuvo dos hijos. Pero hace nueve años atrás, Johnny reflexionó sobre su futuro. Siendo un activista de los derechos humanos, tomó la decisión de que su carrera debía proseguirla en otro lugar.

"Yo salí de Venezuela porque vi lo que se venía. Me divorcié, lamentablemente... Yo les sugerí que se fueran por lo que pasaba en Venezuela. Salí primero a Brasil para ayudar a la gente, y de Brasil tenía una propuesta en México y en otros países”, relata.

Un día le llegó la posibilidad de pisar nuevamente suelo nacional. "Cuando se me vino la opción de venir a Bolivia y trabajar con derechos humanos, no lo dudé dos veces. Estuve un tiempo en Santa Cruz, un tiempo en Cochabamba, porque tenia temor, me habían hablado de la altura, pero así fue mi subida a La Paz”, comenta.

Y al fin Johnny conoció Tiwanaku. Consiguió trabajo relacionado con los derechos humanos, ayudando en distintas cárceles del país, y encontró una vez más el amor. Se casó con una boliviana. Hizo una nueva familia.

Bolivia, cuenta, es un país que lo recibió siempre bien y con calidez. Indica que se siente a gusto en la ciudad, pero todavía siente pena de haber dejado su terruño. Lejos de Venezuela cree que se debe seguir luchando por su país natal.

"Hay una masacre de la democracia porque no se está respetando los principios morales ni democráticos. Nosotros votamos por Chávez porque pensamos que era la solución para que Venezuela pueda salir adelante; sin embargo, la realidad estos 18 años ha sido desolación, falta de insumos, medicinas, para la manutención de las personas. Hay carencia de todo lo que uno se pueda imaginar”, explica Johnny.


"Me recibieron con los brazos abiertos”

Mónica Centeno

"Es una decisión de sobrevivir y decir, que en vez de ir mejorando, con los años todo ha ido empeorando. Entonces todo es previsible y la historia de Latinoamérica nos dice que eso no iba a cambiar ni mejorar en poco tiempo”.

La frase corresponde a Mónica Centeno, quien un día reflexionó y se dijo: "Esto no es lo que quiero para mi vida”.

El verse obligada a buscar un futuro mejor, hizo que hace tres años Mónica tuviera que replantearse dónde vivir. Teniendo familia boliviana, escogió a La Paz como su nuevo hogar.

En su país natal -cuenta-, llegó un momento en que el dinero no alcanzaba para cubrir las necesidades; y hasta encontrar los productos básicos (como un papel higiénico, pasta de dientes y hasta la comida) se hizo cada vez más difícil.

Tomó coraje. Compró un boleto de avión y llegó sola al país. "Gracias a Dios, me recibieron con los brazos abiertos”, comenta Mónica.

Si bien explica que una tiene que pagar su "derecho de piso” en el trabajo, y que al principio una se siente "un poco perdida” al momento de conocer el mercado laboral, a Mónica le está yendo bien; pudo adaptarse rápidamente, consiguió un buen puesto laboral e inició una nueva vida.

Graduada de Bioquímica, es asesora de una casa científica, especialista en laboratorio.

Pero estando lejos del país, donde hizo gran parte de su vida, Mónica asegura que la lucha debe continuar. Considera que "no se puede bajar los brazos” y que la lucha es por toda esa gente que sigue pasando las necesidades, haciendo colas por alimentos y pasando días difíciles por encontrar simplemente los productos básicos.

"La lucha también debería ser de los venezolanos afuera”, manifiesta.

A pesar de que su vida tomó un buen rumbo y las cosas le estén saliendo bien, Mónica explica que la situación que vive su país es dolorosa. "Tengo el corazón deshecho, porque se ve cómo van matando a los venezolanos, a la gente que uno siente, es una persona que está sufriendo y no hay derecho a perder la vida sólo por pensar distinto”, dice apenada.

"Gracias a Dios no tengo nada de qué quejarme, sólo del frío”

Erismar Mariana García Galeno

La oportunidad para cambiar de vida se le presentó a Erismar García cuando su marido fue enviado por trabajo a Bolivia. El esposo, después de llegar a suelo nacional, estuvo un tiempo solo hasta estabilizarse.

Al ver que las cosas podían marchar mejor, Erismar, junto a su bebé, llegó a Bolivia. El objetivo de la familia: continuar y rearmar su vida en territorio boliviano. Aquello sucedió hace un año y cuatro meses.

Erismar menciona al respecto: "Aquí me han tratado muy bien, los bolivianos conmigo son amables, atentos, y eso me gusta muchísimo; a diferencia de lo que se está viviendo en Venezuela, donde se ha perdido el respeto”.

Comenta que una de las cosas que más le gusta de la ciudad es la amabilidad con la que ha sido recibida, algo que percibe día a día.

"Lo que más me gusta de Bolivia son las personas. Cuando te montas en un minibús, siempre te dicen: ‘Buenos días’. Son personas muy amables y creo que tienden la mano para ayudar también”, relata.

Erismar dice que lo más complicado de dejar su país fue abandonar todo lo que construyó.

"A mí lo que más me costó fue dejar mi familia, mi vida, mi trabajo, nuestros bienes, que en un momento con tanto esfuerzo lo hemos logrado, pero desde que llegamos aquí, gracias a Dios, nos ha ido bien a nosotros”, indica.

Con alegría cuenta que en la ciudad se ha sentido tranquila y segura, y si habría que quejarse de algo, por fortuna, es sólo del clima paceño. "Gracias a Dios no tengo nada que quejarme, sólo del frío”, comenta.

Pero aún estando cómoda en el país, para Erismar hay algo en su corazón que le inquieta. "Me siento muy triste por lo que está pasando allá. Tengo mi familia allá. Es triste saber que no tienen comida, no tiene alimentos, no tienen libertad de expresión. Es muy difícil para nosotros que estamos afuera y ellos están adentro”, explica.

Más allá de todo, su corazón está en Venezuela. "Con mi marido estamos físicamente aquí, pero allá estamos de corazón con ellos, no sólo con la familia sino con el pueblo”, afirma.

"Un día decidí que había que comenzar de nuevo”
Ángel Mendoza

"Queríamos comenzar de nuevo, por la familia y trabajar en familia”, dice Ángel Mendoza. En septiembre del año pasado, su familia buscaba tranquilidad y un cambio de vida; teniendo dos hijos pequeños, y uno de ellos con discapacidad, cuando ya no se pudo conseguir sus medicinas, se presentó la necesidad de salir del país.

Mendoza expresa: "Un día me sentí saturado por lo que hacía y decidí que había que comenzar de nuevo”.

Con la ilusión de comenzar un negocio, las raíces bolivianas de la esposa de Ángel hizo que toda la familia se viera motivada de llegar a La Paz.


"Adoro mi país y todo lo que me permitió desarrollar, hacer mi vida profesional, pero si la responsabilidad de una familia comienza a fallar, tienes que buscar una segunda opción como modelo de vida”, afirma.

Ángel es abogado y llegó a Bolivia con la idea de trabajar en la panadería artesanal. Si bien comenta que hacer un negocio para alguien que nunca hizo algo así conlleva muchos riesgos y nervios, el negocio familiar que emprendió tuvo suerte.

"Nos han hecho sentir como en casa. La gente ha sido muy linda, y por suerte conseguimos esa tranquilidad y paz que tanto hemos buscado”. Con alegría expresa: "Lo más lindo de todo es que más que clientes, hemos hecho amigos”. Y agrega: "Ése es nuestro eslogan: más que una panadería somos una familia”.

Ángel cuenta que "todos estamos involucrados en el proceso y es un negocio familiar , y aunque como venezolanos tenemos una identidad cultural bastante distinta a la de Bolivia, nos impresiona muchísimo las tradiciones que llevan en el país, dado que en Venezuela hemos perdido eso”.

Sin embargo, la familia Mendoza siente melancolía por su país. "Duele ver cómo todo ha cambiado. En el último tiempo ha sido difícil continuar con la profesión, y duele porque toda nuestra familia está en Venezuela. Es un sentimiento que nos pega profundamente, y no se sabe cómo ayudar desde acá la situación”, expresa.

Y cierra: "Nosotros como extranjeros acá nos batimos de tristeza todos los días con la lucha que ellos tienen allá. La situación cada vez se agrava mucho más”.

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