Francia naufraga en la desradicalización de los jóvenes
El cierre de un centro experimental para desprogramar a radicalizados reabre el debate sobre la utilidad de esta práctica
Silvia Ayuso
París, El País
El cierre de Pontourny ha sorprendido a pocos. Ni siquiera a los especialistas que trabajaban en estas instalaciones inauguradas hace menos de un año en la región de Centro-Valle del Loira como el primer centro experimental de desradicalización de Francia. Aunque tenía cabida para hasta 25 personas, solo nueve pasaron por allí. La última lo abandonó en febrero. Ninguna completó el programa con el que se pretendía lograr “la reinserción de jóvenes radicalizados en vías de marginalización”.
“La experiencia no ha sido exitosa”, reconoció el ministro del Interior, Gérard Collomb, al anunciar este verano el cierre de Pontourny, el proyecto piloto que se pretendía implantar en otras zonas. Entre las razones del fracaso, según analistas, está el hecho de que no era un programa individualizado, su seguimiento era voluntario y el centro estaba situado en un lugar lejano, donde los participantes se sentían desplazados y aislados de su entorno. No es el único fracaso en el campo de la desradicalización. Sonia Imloul, que dirigía una célula de desradicalización en el suburbio parisino de Seine-Saint Denis que es considerada un modelo, fue condenada en marzo por desvío de fondos públicos. Y en junio, tres padres de yihadistas que se unieron al Estado Islámico (ISIS) fueron acusados de haber enviado a sus hijos dinero de los fondos públicos recibidos por la asociación que dirigían, Siria Prevención Familias, creada para ayudar a familias que sufren la radicalización de uno de sus miembros.
Estos reveses no significan, según el Gobierno, que se vaya a abandonar la búsqueda de una fórmula para lograr la desradicalización de personas. “Hay en marcha una reflexión para encontrar mejores medios para llevar a cabo esa lucha”, aseguró Collomb en el dominical Journal du Dimanche. Una lucha que adquirió carácter de urgencia después de que, a partir de 2014, se disparara la cifra de radicalizados en el país y, un año más tarde, Francia fuera víctima de algunos de los peores atentados yihadistas recientes de Europa y se convirtiera, a la par, en uno de los principales exportadores de yihadistas a Siria e Irak.
Cifras inquietantes
De acuerdo con el ministro del Interior, 217 adultos y 54 menores han regresado de Siria o Irak tras las derrotas sufridas sobre el terreno por el Estado Islámico (ISIS). Hasta finales de mayo, 450 personas estaban encarceladas en Francia por hechos relacionados con el terrorismo de inspiración islamista, frente a las 90 que se contaban en 2014. Y “existen otras amenazas”, reconoció Collomb en referencia a los individuos susceptibles de ser radicalizados gracias a “una propaganda que desgraciadamente sigue siendo muy activa”. Actualmente, el número de personas registradas por los servicios de seguridad debido a su posible radicalización supera los 18.500. Según calculó Le Figaro esta semana, son un 60% más que hace dos años. Y la cifra “no deja de aumentar”, advierte Collomb.
A la imparable cifra de presuntos radicalizados se une otro problema: salvo en reconocer que las cárceles son un vivero de extremistas y que usar métodos exclusivamente represivos no funciona, existe poco consenso sobre cuál es el mejor modo de desradicalizar a una persona, o sobre si siquiera esto es posible.
"No hay una fórmula mágica" para desradicalizar
Ante tal cacofonía, las senadoras Esther Benbassa, del grupo Europa Ecología-Los Verdes, y Catherine Troendlé, del partido conservador Los Republicanos, realizaron durante año y medio una investigación exhaustiva de los diversos programas y proyectos de desradicalización en marcha en el país. Su conclusión no es alentadora. “No existe una fórmula mágica” para desprogramar a una persona, indican en un extenso informe presentado en julio al Senado, en el que sin embargo priorizan un enfoque individualizado del problema.
“No hay técnicas o métodos para ‘desactivar’ a aquel que abraza la lucha armada”, coincide Mourad Benchellali, el primer preso francés que acabó en Guantánamo, acusado de formar parte de Al Qaeda tras pasar justo antes de los atentados del 11-S por un campo de entrenamiento de la organización terrorista en Afganistán. Benchellali, que en aquel entonces tenía 19 años, siempre aseguró que llegó engañado por su hermano mayor, que le había animado a viajar al país en busca de aventuras, pero acabó purgando casi dos años en la en la controvertida prisión militar norteamericana en territorio cubano. Devuelto a Francia en 2004, cumplió otra condena hasta enero de 2006. Contó su historia en un libro, Viaje al infierno. Hoy está considerado un especialista en temas de inserción y radicalización y escribe regularmente sobre el tema en el diario Libération. Además, forma parte de un think tank, Action Résilience, recién creado por el periodista y exrehén en Siria Nicolas Hénin con el fin de buscar soluciones sobre la lucha contra la radicalización y el terrorismo.
También para Benchellali, la desradicalización es un proceso individual o, como dice citando al periodista David Thomson, uno de los máximos especialistas en yihadismo francés, “en el marco de una toma de conciencia personal”. “A riesgo de parecer demasiado pesimista, pienso que todo lo que podemos hacer es reunir las condiciones necesarias para favorecer ese ‘estado de ánimo’” que les permita optar por la desradicalización, acota Benchellali por correo electrónico.
Francia busca nuevas soluciones
En otoño, el primer ministro, Édouard Philippe, reunirá a un “comité interministerial de prevención de la radicalización” que deberá proponer nuevas soluciones. Estas deberán estar basadas, a priori, en un modelo de “estructuras pequeñas para acoger a individuos bajo autoridad de la justicia y desarrollar soluciones alternativas al encarcelamiento”, tal como proponen la mayoría de los especialistas.
Benchellali añadiría un consejo: no ser demasiado ambiciosos. “Todo depende del objetivo que queramos lograr. Si se trata de llevar a las personas hacia un “islam apropiado” o de contentarse con vigilar para que la persona no tienda a la violencia. Creo que el segundo objetivo es más realista que el primero”.
Silvia Ayuso
París, El País
El cierre de Pontourny ha sorprendido a pocos. Ni siquiera a los especialistas que trabajaban en estas instalaciones inauguradas hace menos de un año en la región de Centro-Valle del Loira como el primer centro experimental de desradicalización de Francia. Aunque tenía cabida para hasta 25 personas, solo nueve pasaron por allí. La última lo abandonó en febrero. Ninguna completó el programa con el que se pretendía lograr “la reinserción de jóvenes radicalizados en vías de marginalización”.
“La experiencia no ha sido exitosa”, reconoció el ministro del Interior, Gérard Collomb, al anunciar este verano el cierre de Pontourny, el proyecto piloto que se pretendía implantar en otras zonas. Entre las razones del fracaso, según analistas, está el hecho de que no era un programa individualizado, su seguimiento era voluntario y el centro estaba situado en un lugar lejano, donde los participantes se sentían desplazados y aislados de su entorno. No es el único fracaso en el campo de la desradicalización. Sonia Imloul, que dirigía una célula de desradicalización en el suburbio parisino de Seine-Saint Denis que es considerada un modelo, fue condenada en marzo por desvío de fondos públicos. Y en junio, tres padres de yihadistas que se unieron al Estado Islámico (ISIS) fueron acusados de haber enviado a sus hijos dinero de los fondos públicos recibidos por la asociación que dirigían, Siria Prevención Familias, creada para ayudar a familias que sufren la radicalización de uno de sus miembros.
Estos reveses no significan, según el Gobierno, que se vaya a abandonar la búsqueda de una fórmula para lograr la desradicalización de personas. “Hay en marcha una reflexión para encontrar mejores medios para llevar a cabo esa lucha”, aseguró Collomb en el dominical Journal du Dimanche. Una lucha que adquirió carácter de urgencia después de que, a partir de 2014, se disparara la cifra de radicalizados en el país y, un año más tarde, Francia fuera víctima de algunos de los peores atentados yihadistas recientes de Europa y se convirtiera, a la par, en uno de los principales exportadores de yihadistas a Siria e Irak.
Cifras inquietantes
De acuerdo con el ministro del Interior, 217 adultos y 54 menores han regresado de Siria o Irak tras las derrotas sufridas sobre el terreno por el Estado Islámico (ISIS). Hasta finales de mayo, 450 personas estaban encarceladas en Francia por hechos relacionados con el terrorismo de inspiración islamista, frente a las 90 que se contaban en 2014. Y “existen otras amenazas”, reconoció Collomb en referencia a los individuos susceptibles de ser radicalizados gracias a “una propaganda que desgraciadamente sigue siendo muy activa”. Actualmente, el número de personas registradas por los servicios de seguridad debido a su posible radicalización supera los 18.500. Según calculó Le Figaro esta semana, son un 60% más que hace dos años. Y la cifra “no deja de aumentar”, advierte Collomb.
A la imparable cifra de presuntos radicalizados se une otro problema: salvo en reconocer que las cárceles son un vivero de extremistas y que usar métodos exclusivamente represivos no funciona, existe poco consenso sobre cuál es el mejor modo de desradicalizar a una persona, o sobre si siquiera esto es posible.
"No hay una fórmula mágica" para desradicalizar
Ante tal cacofonía, las senadoras Esther Benbassa, del grupo Europa Ecología-Los Verdes, y Catherine Troendlé, del partido conservador Los Republicanos, realizaron durante año y medio una investigación exhaustiva de los diversos programas y proyectos de desradicalización en marcha en el país. Su conclusión no es alentadora. “No existe una fórmula mágica” para desprogramar a una persona, indican en un extenso informe presentado en julio al Senado, en el que sin embargo priorizan un enfoque individualizado del problema.
“No hay técnicas o métodos para ‘desactivar’ a aquel que abraza la lucha armada”, coincide Mourad Benchellali, el primer preso francés que acabó en Guantánamo, acusado de formar parte de Al Qaeda tras pasar justo antes de los atentados del 11-S por un campo de entrenamiento de la organización terrorista en Afganistán. Benchellali, que en aquel entonces tenía 19 años, siempre aseguró que llegó engañado por su hermano mayor, que le había animado a viajar al país en busca de aventuras, pero acabó purgando casi dos años en la en la controvertida prisión militar norteamericana en territorio cubano. Devuelto a Francia en 2004, cumplió otra condena hasta enero de 2006. Contó su historia en un libro, Viaje al infierno. Hoy está considerado un especialista en temas de inserción y radicalización y escribe regularmente sobre el tema en el diario Libération. Además, forma parte de un think tank, Action Résilience, recién creado por el periodista y exrehén en Siria Nicolas Hénin con el fin de buscar soluciones sobre la lucha contra la radicalización y el terrorismo.
También para Benchellali, la desradicalización es un proceso individual o, como dice citando al periodista David Thomson, uno de los máximos especialistas en yihadismo francés, “en el marco de una toma de conciencia personal”. “A riesgo de parecer demasiado pesimista, pienso que todo lo que podemos hacer es reunir las condiciones necesarias para favorecer ese ‘estado de ánimo’” que les permita optar por la desradicalización, acota Benchellali por correo electrónico.
Francia busca nuevas soluciones
En otoño, el primer ministro, Édouard Philippe, reunirá a un “comité interministerial de prevención de la radicalización” que deberá proponer nuevas soluciones. Estas deberán estar basadas, a priori, en un modelo de “estructuras pequeñas para acoger a individuos bajo autoridad de la justicia y desarrollar soluciones alternativas al encarcelamiento”, tal como proponen la mayoría de los especialistas.
Benchellali añadiría un consejo: no ser demasiado ambiciosos. “Todo depende del objetivo que queramos lograr. Si se trata de llevar a las personas hacia un “islam apropiado” o de contentarse con vigilar para que la persona no tienda a la violencia. Creo que el segundo objetivo es más realista que el primero”.