Más trumpismo que diplomacia en la primera gira de Donald Trump
El presidente de EE UU exhibe complicidad con líderes de Oriente Próximo y fricciones con los europeos
Amanda Mars
Washington, El País
La primera gira internacional de Donald Trump ha dado para acuerdos multimillonarios, revolcones a la tradicional diplomacia americana y un rosario de extravagancias: desde su participación en una danza de sables en Arabia Saudí a su maleducado empujón al primer ministro de Montenegro en Bruselas, pasando por un singular apretón de manos con el nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, que le prolongó hasta parecer un duelo. Aquello hizo fortuna entre los traductores de gestos: el político de moda en Europa plantándole cara al nuevo poli malo americano.
Se interprete por gestos o en los discursos, en este viaje de una semana se presentó el Donald Trump más conocido, el hombre que usa el mismo insulto —“perdedor”— para un asesino yihadista que para un periodista impertinente o que al visitar el Museo del Holocausto en Jerusalén se despide con un cándido: “¡Qué increíble!”. El pragmatismo desplegado en Riad, donde no mencionó los derechos humanos, la escasa complicidad mostrada en Europa y el complejo de paganini con la OTAN cumplieron con el guion trumpista, sin descafeinar. La primera gira del presidente republicano, pese a lo gaseoso de sus mensajes, confirma el giro en la política exterior de EE UU.
Hay quien no ve giro, sencillamente política. El viernes, precisamente durante el G7 en Italia, murió Zbigniew Brzezinski, el consejero de Seguridad Nacional con Jimmy Carter y, junto a Henry Kissinger, uno de esos últimos sabios de la Guerra Fría. “¿Tiene América política exterior ahora mismo?”, se había preguntado en su cuenta de Twitter a primeros de febrero. Dos meses después, en su último tuit, lo veía más claro y no le gustaba: “Un liderazgo estadounidense sofisticado en la condición sine qua non para un orden mundial estable. Sin embargo, no tenemos lo primero y lo segundo está empeorando”.
En la OTAN y el G7 cristalizó el choque de trenes. A los Estados de la Alianza Atlántica les afeó su escasa contribución —23 de 28 miembros dedican menos del 2% al gasto militar— y no les ratificó de forma explícita su compromiso con el artículo 5 del tratado, el que establece que un ataque contra un integrante de ese grupo es considerado como un ataque contra todos y que se ha invocado una sola vez en la historia: en los atentados del 11-S. Y al grupo de los siete en la ciudad siciliana de Taormina los dejó como al G20 del pasado abril en Washington, sin saber aún a qué atenerse en comercio o cambio climático.
Más tensión
“Los líderes europeos se quejaban a veces de que Obama era demasiado frío y no se tomaba las cumbres europeas en serio, pero Trump ha generado hostilidad con sus aliados”, opina Richard Gowan, experto del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “Francia y Alemania no tienen los recursos militares para reemplazar a EE UU, pero en términos políticos muchos de los líderes europeos van a mirar a la alianza Macron-Merkel como directriz para navegar en la era Trump”, añade.
Al comenzar el viaje, Julian Zelizer, profesor de Princeton, vaticinaba que Trump podría tener “cierto éxito si saca provecho de esa faceta de negociador, de impulsor de tratos”, si bien resultaría difícil “cambiar la conversación dominante [sobre la trama rusa] dentro de unos días en función de que salgan nuevas revelaciones”. El viernes, con la gira casi concluida, Zelizer concluía que Trump “no ha cometido errores enormes, pero ha agravado las tensiones con la OTAN, un asunto clave que seguirá su curso, y se ha visto en el disparadero por las [nuevas] filtraciones”.
El Trump negociador se impuso en la primera parte del periplo. Firmó en Riad el que sería el mayor contrato de venta de armamento de la historia estadounidense —110.000 millones de dólares, unos 98.380 millones de euros— y sentó las bases para pactos comerciales por otros 270.000 millones. Enterró el discurso de Barack Obama, quien ocho años atrás en El Cairo reclamó reformas democráticas, y dijo ante líderes religiosos cosas como que “nuestras hijas pueden contribuir tanto a la sociedad como nuestros hijos”. El presidente, quien un año antes hablaba de prohibir la entrada de musulmanes en EE UU y llegó a decir: “El islam nos odia”, defendió ante un público formado principalmente por autócratas “avanzar a través de la seguridad y la estabilidad, no mediante radicales rupturas”.
En Jerusalén rompió otro tabú como primer presidente en visitar el Muro de las Lamentaciones y llegó a Europa para entrar en combustión. “Su comportamiento en Europa ha agravado la desconfianza hacia él de los expertos en política internacional. Quizá piensa que, más allá de Washington, sus partidarios admirarán el trato duro que ha dispensado a los europeos”, apunta Gowan.
Si Obama se afanaba en su legado internacional, Trump usa la política exterior en clave doméstica. Necesitará esa y otras armas. Partió asediado por la investigación de la trama rusa y regresa con una bomba informativa que apunta a su yerno, Jared Kushner, quien podría haber tratado de abrir un canal de comunicación confidencial con el Kremlin, algo que Zbigniew Brzezinski, dentro de su estupefacción, difícilmente podría haber imaginado.
Amanda Mars
Washington, El País
La primera gira internacional de Donald Trump ha dado para acuerdos multimillonarios, revolcones a la tradicional diplomacia americana y un rosario de extravagancias: desde su participación en una danza de sables en Arabia Saudí a su maleducado empujón al primer ministro de Montenegro en Bruselas, pasando por un singular apretón de manos con el nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, que le prolongó hasta parecer un duelo. Aquello hizo fortuna entre los traductores de gestos: el político de moda en Europa plantándole cara al nuevo poli malo americano.
Se interprete por gestos o en los discursos, en este viaje de una semana se presentó el Donald Trump más conocido, el hombre que usa el mismo insulto —“perdedor”— para un asesino yihadista que para un periodista impertinente o que al visitar el Museo del Holocausto en Jerusalén se despide con un cándido: “¡Qué increíble!”. El pragmatismo desplegado en Riad, donde no mencionó los derechos humanos, la escasa complicidad mostrada en Europa y el complejo de paganini con la OTAN cumplieron con el guion trumpista, sin descafeinar. La primera gira del presidente republicano, pese a lo gaseoso de sus mensajes, confirma el giro en la política exterior de EE UU.
Hay quien no ve giro, sencillamente política. El viernes, precisamente durante el G7 en Italia, murió Zbigniew Brzezinski, el consejero de Seguridad Nacional con Jimmy Carter y, junto a Henry Kissinger, uno de esos últimos sabios de la Guerra Fría. “¿Tiene América política exterior ahora mismo?”, se había preguntado en su cuenta de Twitter a primeros de febrero. Dos meses después, en su último tuit, lo veía más claro y no le gustaba: “Un liderazgo estadounidense sofisticado en la condición sine qua non para un orden mundial estable. Sin embargo, no tenemos lo primero y lo segundo está empeorando”.
En la OTAN y el G7 cristalizó el choque de trenes. A los Estados de la Alianza Atlántica les afeó su escasa contribución —23 de 28 miembros dedican menos del 2% al gasto militar— y no les ratificó de forma explícita su compromiso con el artículo 5 del tratado, el que establece que un ataque contra un integrante de ese grupo es considerado como un ataque contra todos y que se ha invocado una sola vez en la historia: en los atentados del 11-S. Y al grupo de los siete en la ciudad siciliana de Taormina los dejó como al G20 del pasado abril en Washington, sin saber aún a qué atenerse en comercio o cambio climático.
Más tensión
“Los líderes europeos se quejaban a veces de que Obama era demasiado frío y no se tomaba las cumbres europeas en serio, pero Trump ha generado hostilidad con sus aliados”, opina Richard Gowan, experto del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “Francia y Alemania no tienen los recursos militares para reemplazar a EE UU, pero en términos políticos muchos de los líderes europeos van a mirar a la alianza Macron-Merkel como directriz para navegar en la era Trump”, añade.
Al comenzar el viaje, Julian Zelizer, profesor de Princeton, vaticinaba que Trump podría tener “cierto éxito si saca provecho de esa faceta de negociador, de impulsor de tratos”, si bien resultaría difícil “cambiar la conversación dominante [sobre la trama rusa] dentro de unos días en función de que salgan nuevas revelaciones”. El viernes, con la gira casi concluida, Zelizer concluía que Trump “no ha cometido errores enormes, pero ha agravado las tensiones con la OTAN, un asunto clave que seguirá su curso, y se ha visto en el disparadero por las [nuevas] filtraciones”.
El Trump negociador se impuso en la primera parte del periplo. Firmó en Riad el que sería el mayor contrato de venta de armamento de la historia estadounidense —110.000 millones de dólares, unos 98.380 millones de euros— y sentó las bases para pactos comerciales por otros 270.000 millones. Enterró el discurso de Barack Obama, quien ocho años atrás en El Cairo reclamó reformas democráticas, y dijo ante líderes religiosos cosas como que “nuestras hijas pueden contribuir tanto a la sociedad como nuestros hijos”. El presidente, quien un año antes hablaba de prohibir la entrada de musulmanes en EE UU y llegó a decir: “El islam nos odia”, defendió ante un público formado principalmente por autócratas “avanzar a través de la seguridad y la estabilidad, no mediante radicales rupturas”.
En Jerusalén rompió otro tabú como primer presidente en visitar el Muro de las Lamentaciones y llegó a Europa para entrar en combustión. “Su comportamiento en Europa ha agravado la desconfianza hacia él de los expertos en política internacional. Quizá piensa que, más allá de Washington, sus partidarios admirarán el trato duro que ha dispensado a los europeos”, apunta Gowan.
Si Obama se afanaba en su legado internacional, Trump usa la política exterior en clave doméstica. Necesitará esa y otras armas. Partió asediado por la investigación de la trama rusa y regresa con una bomba informativa que apunta a su yerno, Jared Kushner, quien podría haber tratado de abrir un canal de comunicación confidencial con el Kremlin, algo que Zbigniew Brzezinski, dentro de su estupefacción, difícilmente podría haber imaginado.