El partido que incubó el ‘Brexit’
Miembros de los diferentes Gobiernos conservadores de los últimos 50 años analizan cómo una obsesión marginal en la formación se convirtió en un movimiento ganador
Pablo Guimón
Londres, El País
Casi todo el mundo en este país recuerda aquella mañana del 24 de junio de 2016. En el caso de Craig Oliver, director de comunicación de David Cameron que coordinó la campaña por la permanencia en la Unión Europea (UE), ese recuerdo es la arcada más fuerte de su vida. Después otra, más violenta aún. Cree que el cuerpo entero se le va a salir por la boca, pero no sale nada. Escupe al suelo. Se seca las lágrimas de la cara. Acaba de salir del 10 de Downing Street y camina por la desierta calle de Whitehall. Empieza a atravesar el río Támesis por el puente peatonal, pero se detiene a la mitad a contemplar la ciudad. La catedral de San Pablo, la City. Apoyado en la barandilla, respira hondo y se pregunta qué es lo que salió mal.
Para Oliver —autor del libro Unleashing demons, que relata el caos que se vivió en Downing Street desde que se convocó el referéndum hasta que se perdió— el debate sobre si Reino Unido debía o no permanecer en la UE era un tren que llevaba años acercándose y que llegó a la estación cuando Cameron estaba de turno. “El referéndum era inevitable”, explica en un despacho de una multinacional de publicidad donde trabaja ahora. “Me sorprende escuchar a gente inteligente decir que fue un error, que había otras opciones. Cameron no se levantó una mañana y dijo ‘hagamos un referéndum’: lo hizo porque había fuerzas en la política británica que lo hacían ineludible. Habíamos tenido 40 años de publicidad negativa de la UE. Una serie de diputados conservadores se rebelaban contra cualquier cosa que tuviera que ver tangencialmente con Europa. ¡El UKIP ganó las elecciones europeas de 2014! Todo el mundo parece ignorar el hecho de que un partido creado exclusivamente para tener un referéndum sobre Europa ganó unas elecciones”.
El pasado miércoles, con la entrega en Bruselas de la carta de la primera ministra, Theresa May, que activa formalmente el Brexit, la cuenta atrás comenzó. En dos años, Reino Unido estará fuera de la UE. Esto no es el resultado de cuatro meses de feroz campaña, sino de cuatro décadas de un euroescepticismo latente que se adueñó del Partido Conservador. Es la historia de cómo el antieuropeísmo británico pasó de obsesión marginal a movimiento político victorioso.
Exministro de Justicia y estrella de la campaña del Brexit, Michael Gove pasará a la historia por una aparatosa traición que cerró las puertas de Downing Street a Boris Johnson (actual ministro de Exteriores) y por acuñar una de las frases que mejor definen el momento político: “La gente está harta de expertos”. Gove relaciona el Brexit con una deriva de la propia UE. “Desde los tiempos de Delors, la Unión Monetaria ha profundizado las tensiones políticas y los problemas económicos”, explica. “Si yo fuera un político de Francia o Alemania, reflexionaría sobre esos fracasos. El crecimiento de los partidos populistas no es una consecuencia del Brexit, sino de una quiebra más amplia de los políticos. El mayor facilitador del populismo son los líderes que no han respetado la democracia, ese es el error fundamental por parte de las élites europeas. ¡Hay nazis en el Parlamento griego por culpa de la manera en que se tomaron decisiones en la Eurozona!”.
En los años siguientes al acceso de Reino Unido al mercado común en 1973, era el Partido Laborista —no el conservador— el que defendía salir del club. “Este era el partido proeuropeo”, explica Kenneth Clarke, exministro de Economía de Margaret Thatcher, que enarbola hoy la bandera de la resistencia al Brexit entre los diputados tories. “Thatcher llevaba una sudadera con banderas europeas en la campaña. Yo nunca la oí decir que quería abandonar el proyecto. Había conservadores en contra de unirse, pero eran los viejos imperialistas. Hoy, el principal bloque contra la UE es una derecha neocon de línea dura. El partido giró a la derecha nacionalista y los euroescépticos salieron de los márgenes”.
El asunto europeo marcó el mandato de John Major y permaneció más silenciado durante los Gobiernos laboristas de Tony Blair y Gordon Brown. Pero volvió con fuerza tras la explosión de la crisis económica de finales de la década pasada, cuando David Cameron asumió el liderazgo del Partido Conservador con la promesa, paradójicamente, de desterrar de una vez el “dale que dale con Europa”.
“Lo que ha pasado en el partido en los últimos ocho años es lo mismo que ha sucedido en todo el mundo”, explica Michael Heseltine, vice primer ministro con John Major, que a sus 83 años ejerce hoy de rebelde proeuropeo en la Cámara de los Lores. “Desde la crisis económica los salarios se han estancado, y eso lleva a buscar a alguien a quien culpar: las élites y los extranjeros. En los noventa se empezó a notar más el impacto de la burocracia y la regulación europea, así como de la inmigración. Y fue entonces cuando salió elegido lo que hoy es el grueso de los diputados conservadores”.
En 2010 entró en el Parlamento una generación de diputados tories más euroescépticos que los de la anterior. Las rebeliones se sucedían y Cameron creyó poder contenerlas poniendo palos en las ruedas del proyecto europeo. En 2013 Cameron prometió finalmente un referéndum. Tres años después, lo perdió. “Estoy de acuerdo en que los referendos no son adecuados para muchas cosas”, concluye Oliver. “Pero si los miembros de tu partido abrumadoramente insisten en que debe haberlo, si el tema lleva cocinándose durante una generación...", reflexiona. "Europa hundió a Thatcher, a Major, a William Hague, a Cameron. Es un tema enorme para el Partido Conservador, que es el que está ganando elecciones. [El Brexit] No era algo que pudiera ignorarse”.
Pablo Guimón
Londres, El País
Casi todo el mundo en este país recuerda aquella mañana del 24 de junio de 2016. En el caso de Craig Oliver, director de comunicación de David Cameron que coordinó la campaña por la permanencia en la Unión Europea (UE), ese recuerdo es la arcada más fuerte de su vida. Después otra, más violenta aún. Cree que el cuerpo entero se le va a salir por la boca, pero no sale nada. Escupe al suelo. Se seca las lágrimas de la cara. Acaba de salir del 10 de Downing Street y camina por la desierta calle de Whitehall. Empieza a atravesar el río Támesis por el puente peatonal, pero se detiene a la mitad a contemplar la ciudad. La catedral de San Pablo, la City. Apoyado en la barandilla, respira hondo y se pregunta qué es lo que salió mal.
Para Oliver —autor del libro Unleashing demons, que relata el caos que se vivió en Downing Street desde que se convocó el referéndum hasta que se perdió— el debate sobre si Reino Unido debía o no permanecer en la UE era un tren que llevaba años acercándose y que llegó a la estación cuando Cameron estaba de turno. “El referéndum era inevitable”, explica en un despacho de una multinacional de publicidad donde trabaja ahora. “Me sorprende escuchar a gente inteligente decir que fue un error, que había otras opciones. Cameron no se levantó una mañana y dijo ‘hagamos un referéndum’: lo hizo porque había fuerzas en la política británica que lo hacían ineludible. Habíamos tenido 40 años de publicidad negativa de la UE. Una serie de diputados conservadores se rebelaban contra cualquier cosa que tuviera que ver tangencialmente con Europa. ¡El UKIP ganó las elecciones europeas de 2014! Todo el mundo parece ignorar el hecho de que un partido creado exclusivamente para tener un referéndum sobre Europa ganó unas elecciones”.
El pasado miércoles, con la entrega en Bruselas de la carta de la primera ministra, Theresa May, que activa formalmente el Brexit, la cuenta atrás comenzó. En dos años, Reino Unido estará fuera de la UE. Esto no es el resultado de cuatro meses de feroz campaña, sino de cuatro décadas de un euroescepticismo latente que se adueñó del Partido Conservador. Es la historia de cómo el antieuropeísmo británico pasó de obsesión marginal a movimiento político victorioso.
Exministro de Justicia y estrella de la campaña del Brexit, Michael Gove pasará a la historia por una aparatosa traición que cerró las puertas de Downing Street a Boris Johnson (actual ministro de Exteriores) y por acuñar una de las frases que mejor definen el momento político: “La gente está harta de expertos”. Gove relaciona el Brexit con una deriva de la propia UE. “Desde los tiempos de Delors, la Unión Monetaria ha profundizado las tensiones políticas y los problemas económicos”, explica. “Si yo fuera un político de Francia o Alemania, reflexionaría sobre esos fracasos. El crecimiento de los partidos populistas no es una consecuencia del Brexit, sino de una quiebra más amplia de los políticos. El mayor facilitador del populismo son los líderes que no han respetado la democracia, ese es el error fundamental por parte de las élites europeas. ¡Hay nazis en el Parlamento griego por culpa de la manera en que se tomaron decisiones en la Eurozona!”.
En los años siguientes al acceso de Reino Unido al mercado común en 1973, era el Partido Laborista —no el conservador— el que defendía salir del club. “Este era el partido proeuropeo”, explica Kenneth Clarke, exministro de Economía de Margaret Thatcher, que enarbola hoy la bandera de la resistencia al Brexit entre los diputados tories. “Thatcher llevaba una sudadera con banderas europeas en la campaña. Yo nunca la oí decir que quería abandonar el proyecto. Había conservadores en contra de unirse, pero eran los viejos imperialistas. Hoy, el principal bloque contra la UE es una derecha neocon de línea dura. El partido giró a la derecha nacionalista y los euroescépticos salieron de los márgenes”.
El asunto europeo marcó el mandato de John Major y permaneció más silenciado durante los Gobiernos laboristas de Tony Blair y Gordon Brown. Pero volvió con fuerza tras la explosión de la crisis económica de finales de la década pasada, cuando David Cameron asumió el liderazgo del Partido Conservador con la promesa, paradójicamente, de desterrar de una vez el “dale que dale con Europa”.
“Lo que ha pasado en el partido en los últimos ocho años es lo mismo que ha sucedido en todo el mundo”, explica Michael Heseltine, vice primer ministro con John Major, que a sus 83 años ejerce hoy de rebelde proeuropeo en la Cámara de los Lores. “Desde la crisis económica los salarios se han estancado, y eso lleva a buscar a alguien a quien culpar: las élites y los extranjeros. En los noventa se empezó a notar más el impacto de la burocracia y la regulación europea, así como de la inmigración. Y fue entonces cuando salió elegido lo que hoy es el grueso de los diputados conservadores”.
En 2010 entró en el Parlamento una generación de diputados tories más euroescépticos que los de la anterior. Las rebeliones se sucedían y Cameron creyó poder contenerlas poniendo palos en las ruedas del proyecto europeo. En 2013 Cameron prometió finalmente un referéndum. Tres años después, lo perdió. “Estoy de acuerdo en que los referendos no son adecuados para muchas cosas”, concluye Oliver. “Pero si los miembros de tu partido abrumadoramente insisten en que debe haberlo, si el tema lleva cocinándose durante una generación...", reflexiona. "Europa hundió a Thatcher, a Major, a William Hague, a Cameron. Es un tema enorme para el Partido Conservador, que es el que está ganando elecciones. [El Brexit] No era algo que pudiera ignorarse”.