Dos experimentos mentales para poner en duda tu propia identidad
¿Estás seguro de que sabes quién eres?
Jaime Rubio Hancock
El País
Descartes puso en duda todos sus conocimientos con el objetivo de llegar a una idea de la que no pudiera dudar y que le sirviera para edificar su pensamiento filosófico: pienso, luego existo. Es decir, lo único que Descartes tenía claro era que él existía (y pensaba).
Sin embargo, hay filósofos que creen que llegó demasiado lejos. Siguiendo su argumentación, lo más que podía decir era “hay un pensamiento” o “alguien está pensando”. Porque sí, unos cuantos pensadores han puesto en duda incluso nuestra propia identidad.
Lo habitual es pensar que la conciencia y la identidad son procesos físicos que se dan en el cerebro. En esto seguimos a John Locke, que explicaba en su Ensayo sobre el entendimiento humano que la identidad consistía sobre todo en la continuidad psicológica, especialmente de la memoria. Pero hay algunos experimentos mentales que ponen en duda incluso este extremo que nos parece tan básico y que nos hacen dudar acerca de si usamos el pronombre “yo” de forma adecuada.
El teletransporte
Supongamos que Donald Trump quiere probar una nueva máquina de teletransporte que lo llevará a Marte. Movido por su habitual impulsividad, no deja que los científicos de la NASA le expliquen cómo funciona el aparato: entra en la cabina y aprieta el botón para ponerlo en marcha.
El experimento funciona y el presidente aparece en la base estadounidense de Marte, donde consiguen contarle cómo funciona este medio de transporte: la máquina ha escaneado la información de todas las células y las ha destruido, para luego volver a reconstruirlas en la segunda cabina. Es decir, ha desintegrado al presidente y luego lo ha reemplazado con un clon. No es un clon cualquiera: el Trump de Marte conserva todos sus recuerdos e incluso el mismo corte sobre el labio que se ha hecho esa mañana al afeitarse.
El autor de este experimento mental es Derek Parfit (1942-2017), que lo incluyó en su libro Razones y personas. Lo hemos cambiado ligeramente porque, en nuestra opinión, los experimentos mentales mejoran si los protagoniza Donald Trump.
Después de leerlo, nos puede parecer obvio que el presidente original ha desaparecido, pero lo cierto es que hay continuidad psicológica, y muy clara: el Trump de Marte, a todos los efectos, podría seguir con la vida del Trump original sin que para él supusiera ningún problema y sin que nadie pudiera decir lo contrario (a excepción de los técnicos de la NASA, claro). Para él, lo único que ha pasado es que se ha metido en una máquina que lo ha llevado de forma instantánea a otro planeta.
Pongámoslo de otra forma, siguiendo la variante del filósofo Julian Baggini en El cerdo que quería ser jamón. Supongamos que hace 10 años te secuestraron mientras dormías, te drogaron, te usaron para experimentar el teletransporte en humanos, y te devolvieron a tu cama sin que te dieras cuenta. Tu vida ha seguido exactamente igual desde entonces y ni siquiera sospechabas nada hasta ahora. ¿Se puede decir que no eres quien creías ser? En tal caso, ¿podrías denunciar que te han asesinado?
¿Y si fuera tu única oportunidad de salvar tu vida?
A pesar de nuestras intuiciones al respecto, Parfit opina que la continuidad física no es tan importante como creemos. Para él, el teletransporte quizás no sea tan bueno como sobrevivir, pero es mejor que morir.
Su opinión acerca de nuestra identidad recuerda a la de Hume, que en el Tratado de la Naturaleza Humana comparaba la mente a “una especie de teatro donde distintas percepciones aparecen sucesivamente”. No somos más que “un haz o colección de diferentes percepciones que se suceden las unas a las otras con una rapidez inconcebible y que se hallan en un flujo y movimiento perpetuo”. No hay motivo para creer en una sustancia debajo de esas sensaciones. Nuestra identidad es más frágil de lo que nos parece.
Aun así, es indudable es que a la NASA le costaría conseguir voluntarios. A no ser que el escenario sea parecido al que plantea el filósofo Daniel Dennett en Bombas de intuición: supongamos que Trump ha viajado a Marte en una nave espacial convencional. Pero cuando llega, hay una explosión, la base está desmoronándose y todos van a morir. Su única posibilidad de salvarse es usar la máquina de teletransporte. ¿Merece la pena usarla? ¿No va a morir de todas formas? ¿Para Trump ha de suponer un consuelo pensar que un doble suyo continuará presidiendo el gobierno y cuidando de su familia?
Dennett se pregunta si la identidad “es la clase de cosa -algo ‘hecho de información’- que se puede teletransportar sin pérdida”. Por ejemplo, si copiamos una película en una memoria USB y borramos la original, sigue siendo la misma película. ¿Pasa lo mismo con las personas o somos algo más que información? ¿Nuestra resistencia al teletransporte es anacrónica, como sugiere Dennett, o instinto de supervivencia?
En opinión de Alfonso Muñoz Corcuera, profesor de Filosofía en la Universidad Georgia State, no somos solo información. Ni siquiera somos solo un cerebro, ya que este órgano “no está desconectado del resto del cuerpo” y forma parte de él, tal y como explica a Verne. “Somos todo un conjunto de cosas” y todo puede ser importante para nuestra identidad. Además de eso, la construcción de la identidad no depende únicamente de nuestra continuidad física o psicológica: “Nuestra identidad también se construye en sociedad”.
Si has visto 'The Prestige', de Christopher Nolan, ya sabes qué pinta esta imagen aquí. No haré spoilers
El doble trasplante de cerebro
Supongamos que estamos de acuerdo en que además de la continuidad psicológica es necesario que haya algún tipo de continuidad física. Por ejemplo, si trasplantamos el cerebro de Trump a otro cuerpo, muchos (no es el caso de Muñoz Corcuera) estarían de acuerdo en que esa persona seguiría siendo Trump y que el trasplante de cuerpo no sería muy diferente a un trasplante de cualquier órgano.
Parfit también tiene un experimento mental para poner esta idea a prueba. De nuevo lo modificamos para que lo protagonice el presidente de Estados Unidos.
Donald Trump viaja en coche con sus hermanos Ronald y Arnold, cuando tienen un horrible accidente de tráfico. El cuerpo de Donald queda totalmente destrozado, así como los cerebros de sus hermanos. Los médicos saben que en determinadas circunstancias se puede vivir con medio cerebro y además conocen una técnica experimental para trasplantar solo un hemisferio, así que deciden darle la mitad del cerebro de Trump a cada uno de sus hermanos.
Tras la operación, los cuerpos de Ronald y Arnold despiertan con los recuerdos y la personalidad de Trump. Si les preguntas cómo se llaman, ambos contestan que son Donald, los dos insisten en que son el presidente de Estados Unidos y ambos recuerdan haberse casado con Melania.
Esto nos puede parecer absurdo, ya que dos hombres no pueden ser una misma persona, pero Parfit tiene una respuesta a esta objeción: si Ronald hubiera fallecido durante la operación y Arnold hubiera despertado con medio cerebro de Donald, insistiendo en que era Donald, ¿tendríamos tanto problema en aceptar el resultado de este trasplante? ¿No sería como un trasplante de cerebro como el que hemos mencionado unos párrafos más arriba?
Aun así, no es fácil admitir que haya dos Donald Trump: ¿quién sería el presidente de Estados Unidos? ¿Quién tendría acceso a sus tarjetas de crédito? Si el cuerpo de Ronald con medio cerebro de Donald muere, ¿moriría Donald Trump? Pero si su hermano sigue vivo y también es Donald, no es posible que Donald muera. ¿Está vivo y muerto a la vez? ¿Y quién heredaría: los hijos de Donald o su hermano Arnold, que tiene la otra mitad del cerebro de Donald?
En opinión de Muñoz Corcuera, “no basta que los dos crean ser la misma persona”. Primero porque “entendemos que las personas son únicas y, desde el momento en que son dos, ya no podemos hablar de identidad”.
Por otro lado, está el ya mencionado aspecto social en la construcción de la identidad. En este caso, el Senado y el Congreso tendrían algo que decir, así como el Tribunal Supremo y, por supuesto, la familia del presidente. Además, tras la operación, “estos dos Trump empezarían a tener dos vidas distintas, con sus propias experiencias y su forma de encajar en sociedad”.
De todas formas, ¿se puede obligar a alguien a que deje de ser quien cree ser?
¿Por qué estas especulaciones son importantes?
A alguno le puede parecer que todos estos juegos mentales no sirven para nada: ni existe el teletransporte ni a nadie se le ocurriría trasplantar hemisferios de cerebros.
“Los filósofos exploramos los límites de estos conceptos”, explica Muñoz Corcuera, que usa experimentos mentales de este tipo en clase “porque dan con el núcleo del problema y despiertan intuiciones que todos tenemos”.
Él enseña filosofía a gente que se dedicará a otras profesiones. En el caso de la identidad personal, este asunto está relacionado con temas que “pueden ser polémicos: el aborto, la eutanasia, la muerte cerebral… Y que tienen que ver con muchas decisiones éticas que debemos tomar”, sobre todo en casos límite. ¿Cuándo comienza alguien a ser una persona y cuándo deja de serlo? ¿Es solo una decisión médica o la familia, por ejemplo, tiene algo que decir?
También en la justicia nos encontramos con casos que nos hacen reflexionar sobre este punto. Por ejemplo, cuando leemos historias sobre personas que han de ingresar en la cárcel 15 o 20 años después de haber cometido un delito. En estas ocasiones, podemos estar de acuerdo en que la responsabilidad personal ha quedado muy diluida, hasta el punto de que les creemos cuando usan expresiones como "ya no soy la persona que era entonces".
El propio Parfit recoge en su libro varias conclusiones éticas y personales de estos experimentos (y de unos cuantos más). Poner en duda nuestra identidad, tal y como él hizo, puede resultar desazonador, pero a él le resultó liberador. Esta forma de pensar, escribía, “hace que me preocupe menos de mi propio futuro y de mi muerte, y más por los demás”. Sepamos o no quiénes somos, no está de más recordar que no somos tan importantes como a veces creemos.
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Jaime Rubio Hancock
El País
Descartes puso en duda todos sus conocimientos con el objetivo de llegar a una idea de la que no pudiera dudar y que le sirviera para edificar su pensamiento filosófico: pienso, luego existo. Es decir, lo único que Descartes tenía claro era que él existía (y pensaba).
Sin embargo, hay filósofos que creen que llegó demasiado lejos. Siguiendo su argumentación, lo más que podía decir era “hay un pensamiento” o “alguien está pensando”. Porque sí, unos cuantos pensadores han puesto en duda incluso nuestra propia identidad.
Lo habitual es pensar que la conciencia y la identidad son procesos físicos que se dan en el cerebro. En esto seguimos a John Locke, que explicaba en su Ensayo sobre el entendimiento humano que la identidad consistía sobre todo en la continuidad psicológica, especialmente de la memoria. Pero hay algunos experimentos mentales que ponen en duda incluso este extremo que nos parece tan básico y que nos hacen dudar acerca de si usamos el pronombre “yo” de forma adecuada.
El teletransporte
Supongamos que Donald Trump quiere probar una nueva máquina de teletransporte que lo llevará a Marte. Movido por su habitual impulsividad, no deja que los científicos de la NASA le expliquen cómo funciona el aparato: entra en la cabina y aprieta el botón para ponerlo en marcha.
El experimento funciona y el presidente aparece en la base estadounidense de Marte, donde consiguen contarle cómo funciona este medio de transporte: la máquina ha escaneado la información de todas las células y las ha destruido, para luego volver a reconstruirlas en la segunda cabina. Es decir, ha desintegrado al presidente y luego lo ha reemplazado con un clon. No es un clon cualquiera: el Trump de Marte conserva todos sus recuerdos e incluso el mismo corte sobre el labio que se ha hecho esa mañana al afeitarse.
El autor de este experimento mental es Derek Parfit (1942-2017), que lo incluyó en su libro Razones y personas. Lo hemos cambiado ligeramente porque, en nuestra opinión, los experimentos mentales mejoran si los protagoniza Donald Trump.
Después de leerlo, nos puede parecer obvio que el presidente original ha desaparecido, pero lo cierto es que hay continuidad psicológica, y muy clara: el Trump de Marte, a todos los efectos, podría seguir con la vida del Trump original sin que para él supusiera ningún problema y sin que nadie pudiera decir lo contrario (a excepción de los técnicos de la NASA, claro). Para él, lo único que ha pasado es que se ha metido en una máquina que lo ha llevado de forma instantánea a otro planeta.
Pongámoslo de otra forma, siguiendo la variante del filósofo Julian Baggini en El cerdo que quería ser jamón. Supongamos que hace 10 años te secuestraron mientras dormías, te drogaron, te usaron para experimentar el teletransporte en humanos, y te devolvieron a tu cama sin que te dieras cuenta. Tu vida ha seguido exactamente igual desde entonces y ni siquiera sospechabas nada hasta ahora. ¿Se puede decir que no eres quien creías ser? En tal caso, ¿podrías denunciar que te han asesinado?
¿Y si fuera tu única oportunidad de salvar tu vida?
A pesar de nuestras intuiciones al respecto, Parfit opina que la continuidad física no es tan importante como creemos. Para él, el teletransporte quizás no sea tan bueno como sobrevivir, pero es mejor que morir.
Su opinión acerca de nuestra identidad recuerda a la de Hume, que en el Tratado de la Naturaleza Humana comparaba la mente a “una especie de teatro donde distintas percepciones aparecen sucesivamente”. No somos más que “un haz o colección de diferentes percepciones que se suceden las unas a las otras con una rapidez inconcebible y que se hallan en un flujo y movimiento perpetuo”. No hay motivo para creer en una sustancia debajo de esas sensaciones. Nuestra identidad es más frágil de lo que nos parece.
Aun así, es indudable es que a la NASA le costaría conseguir voluntarios. A no ser que el escenario sea parecido al que plantea el filósofo Daniel Dennett en Bombas de intuición: supongamos que Trump ha viajado a Marte en una nave espacial convencional. Pero cuando llega, hay una explosión, la base está desmoronándose y todos van a morir. Su única posibilidad de salvarse es usar la máquina de teletransporte. ¿Merece la pena usarla? ¿No va a morir de todas formas? ¿Para Trump ha de suponer un consuelo pensar que un doble suyo continuará presidiendo el gobierno y cuidando de su familia?
Dennett se pregunta si la identidad “es la clase de cosa -algo ‘hecho de información’- que se puede teletransportar sin pérdida”. Por ejemplo, si copiamos una película en una memoria USB y borramos la original, sigue siendo la misma película. ¿Pasa lo mismo con las personas o somos algo más que información? ¿Nuestra resistencia al teletransporte es anacrónica, como sugiere Dennett, o instinto de supervivencia?
En opinión de Alfonso Muñoz Corcuera, profesor de Filosofía en la Universidad Georgia State, no somos solo información. Ni siquiera somos solo un cerebro, ya que este órgano “no está desconectado del resto del cuerpo” y forma parte de él, tal y como explica a Verne. “Somos todo un conjunto de cosas” y todo puede ser importante para nuestra identidad. Además de eso, la construcción de la identidad no depende únicamente de nuestra continuidad física o psicológica: “Nuestra identidad también se construye en sociedad”.
Si has visto 'The Prestige', de Christopher Nolan, ya sabes qué pinta esta imagen aquí. No haré spoilers
El doble trasplante de cerebro
Supongamos que estamos de acuerdo en que además de la continuidad psicológica es necesario que haya algún tipo de continuidad física. Por ejemplo, si trasplantamos el cerebro de Trump a otro cuerpo, muchos (no es el caso de Muñoz Corcuera) estarían de acuerdo en que esa persona seguiría siendo Trump y que el trasplante de cuerpo no sería muy diferente a un trasplante de cualquier órgano.
Parfit también tiene un experimento mental para poner esta idea a prueba. De nuevo lo modificamos para que lo protagonice el presidente de Estados Unidos.
Donald Trump viaja en coche con sus hermanos Ronald y Arnold, cuando tienen un horrible accidente de tráfico. El cuerpo de Donald queda totalmente destrozado, así como los cerebros de sus hermanos. Los médicos saben que en determinadas circunstancias se puede vivir con medio cerebro y además conocen una técnica experimental para trasplantar solo un hemisferio, así que deciden darle la mitad del cerebro de Trump a cada uno de sus hermanos.
Tras la operación, los cuerpos de Ronald y Arnold despiertan con los recuerdos y la personalidad de Trump. Si les preguntas cómo se llaman, ambos contestan que son Donald, los dos insisten en que son el presidente de Estados Unidos y ambos recuerdan haberse casado con Melania.
Esto nos puede parecer absurdo, ya que dos hombres no pueden ser una misma persona, pero Parfit tiene una respuesta a esta objeción: si Ronald hubiera fallecido durante la operación y Arnold hubiera despertado con medio cerebro de Donald, insistiendo en que era Donald, ¿tendríamos tanto problema en aceptar el resultado de este trasplante? ¿No sería como un trasplante de cerebro como el que hemos mencionado unos párrafos más arriba?
Aun así, no es fácil admitir que haya dos Donald Trump: ¿quién sería el presidente de Estados Unidos? ¿Quién tendría acceso a sus tarjetas de crédito? Si el cuerpo de Ronald con medio cerebro de Donald muere, ¿moriría Donald Trump? Pero si su hermano sigue vivo y también es Donald, no es posible que Donald muera. ¿Está vivo y muerto a la vez? ¿Y quién heredaría: los hijos de Donald o su hermano Arnold, que tiene la otra mitad del cerebro de Donald?
En opinión de Muñoz Corcuera, “no basta que los dos crean ser la misma persona”. Primero porque “entendemos que las personas son únicas y, desde el momento en que son dos, ya no podemos hablar de identidad”.
Por otro lado, está el ya mencionado aspecto social en la construcción de la identidad. En este caso, el Senado y el Congreso tendrían algo que decir, así como el Tribunal Supremo y, por supuesto, la familia del presidente. Además, tras la operación, “estos dos Trump empezarían a tener dos vidas distintas, con sus propias experiencias y su forma de encajar en sociedad”.
De todas formas, ¿se puede obligar a alguien a que deje de ser quien cree ser?
¿Por qué estas especulaciones son importantes?
A alguno le puede parecer que todos estos juegos mentales no sirven para nada: ni existe el teletransporte ni a nadie se le ocurriría trasplantar hemisferios de cerebros.
“Los filósofos exploramos los límites de estos conceptos”, explica Muñoz Corcuera, que usa experimentos mentales de este tipo en clase “porque dan con el núcleo del problema y despiertan intuiciones que todos tenemos”.
Él enseña filosofía a gente que se dedicará a otras profesiones. En el caso de la identidad personal, este asunto está relacionado con temas que “pueden ser polémicos: el aborto, la eutanasia, la muerte cerebral… Y que tienen que ver con muchas decisiones éticas que debemos tomar”, sobre todo en casos límite. ¿Cuándo comienza alguien a ser una persona y cuándo deja de serlo? ¿Es solo una decisión médica o la familia, por ejemplo, tiene algo que decir?
También en la justicia nos encontramos con casos que nos hacen reflexionar sobre este punto. Por ejemplo, cuando leemos historias sobre personas que han de ingresar en la cárcel 15 o 20 años después de haber cometido un delito. En estas ocasiones, podemos estar de acuerdo en que la responsabilidad personal ha quedado muy diluida, hasta el punto de que les creemos cuando usan expresiones como "ya no soy la persona que era entonces".
El propio Parfit recoge en su libro varias conclusiones éticas y personales de estos experimentos (y de unos cuantos más). Poner en duda nuestra identidad, tal y como él hizo, puede resultar desazonador, pero a él le resultó liberador. Esta forma de pensar, escribía, “hace que me preocupe menos de mi propio futuro y de mi muerte, y más por los demás”. Sepamos o no quiénes somos, no está de más recordar que no somos tan importantes como a veces creemos.
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