El último reducto de la URSS sigue mirando a Moscú

Un nuevo líder prorruso alcanza el poder en el Transdniéster, territorio secesionista de Moldavia

Pilar Bonet
Tiráspol, El País
Vadim Krasnoselski, de 46 años, será el nuevo presidente del Transdniéster, la región encajada entre la ribera izquierda del río Dniéster y Ucrania, que lleva medio siglo sin encontrar su encaje en la geografía política surgida tras la desintegración de la URSS en 1991.


“Jurídicamente estamos todavía en la Unión Soviética y no hemos salido de ella”, dice a esta corresponsal Igor Smirnov, el primer presidente del Transdniéster, un enérgico y carismático director de fábrica que encabezó la resistencia local contra la política prorrumana de Moldavia durante la agonía de la URSS. Smirnov, que perdió las elecciones y abandonó su cargo en 2011, ha vuelto ahora al ruedo para apoyar a Krasnoselski, preocupado por el futuro del territorio, del que 100.000 personas han emigrado en los últimos cinco años, según dice. “¿De qué Estado podemos hablar si las fábricas están paradas y la gente se va?”, exclama Smirnov.

Los escudos con la hoz y el martillo, las estatuas de Lenin y los llamados “tableros de honor”, donde se exponen los retratos de los trabajadores modelo, contribuyen a mantener la presencia de la URSS en el Transdniéster, poblado hoy por cerca de medio millón de personas que sobreviven con modestos sueldos de cerca de 200 euros y pensiones de menos de 100, pagadas en rublos del Transdniéster, una moneda no reconocida en ninguna parte. El Transdniéster no es una cárcel. Autobuses de línea cubren regularmente el trayecto de 90 kilómetros entre Tiráspol, la capital, y Chisinau, la capital de Moldavia, con el único trámite de mostrar sus documentos en los controles establecidos por los secesionistas. Los sistemas de móviles, sin embargo, son incompatibles, y ni se puede llamar al Transdniéster por un móvil moldavo ni viceversa.

Desde el punto de vista geoestratégico no hay cambios en la élite prorrusa del Transdniéster, que la comunidad internacional, incluido el Kremlin, considera parte de la Moldavia actual, que es un país producto de la unión administrativa en época soviética de dos zonas de diferente historia: la ribera derecha del Dniéster (parte de la Besarabia rumana) y la izquierda, el Transdniéster, poblada por una mayoría eslava (rusos y ucranianos). que fue conquistada por Rusia al Imperio otomano en el siglo XVIII y que, de 1924 a 1940, fue una autonomía de la Ucrania soviética.

Krasnoselski era el jefe del parlamento del Transdniéster y antes había sido ministro del Interior local, donde hizo carrera como oficial ingeniero de comunicaciones. Según los resultados divulgados por la Comisión Electoral en Tiráspol, el político consiguió 157.410 votos (62,3% de los emitidos) y derrotó así Yevgueni Shevchuk, el actual presidente, que logró 69.179 (27,38%). De los 421.000 votantes registrados, participo el 59,16%.

La política prorrusa del Transdniéster, reiterada en diversas consultas populares, no cambia con el relevo de Shevchuk por Krasnoselski, que, como sus antecesores, considera la región como un “Estado independiente”. Lo que sí puede cambiar son las relaciones con Moldavia tras la elección del socialista Igor Dodón como presidente de ese Estado. Dodón dice estar dispuesto a revisar la política en relación con la Unión Europea (el tratado de asociación firmado en 2015) y a estrechar los vínculos con Rusia. En el sistema de corte parlamentarista de Moldavia, el presidente tiene limitado poder, pero podría encontrar apoyo popular en un eventual cambio de rumbo ya que, según los sondeos, la sociedad moldava es hoy más favorable a Rusia que a la UE, que no ha compensado la pérdida del mercado ruso.

Hace cinco años los habitantes del Transdniéster depositaron en Shevchuk grandes esperanzas de mejora económica, que no se han verificado. “Esperemos que la experiencia de la pobreza que hoy sufren tanto el Transdniéster, como Moldavia y Ucrania no lleve a un cataclismo político de carácter revolucionario”, afirmaba Shevchuk a esta corresponsal el domingo mientras esperaba el resultado electoral. En su defensa, Shevchuk alegaba que su gestión había sido mejor de lo que cabía esperar sobre el telón de fondo del “empeoramiento” de las relaciones con Ucrania. Tras la injerencia de Moscú en los asuntos ucranianos, Kiev ha dificultado el transporte de personas y mercancías entre el Transdniéster y Rusia, su principal aliado.

A Shevchuk se le incrimina el haber recurrido a paraísos fiscales para ubicar sospechosas y opacas empresas que actúan como intermediarios en la venta de electricidad (producida en el Transdniéster con gas ruso prácticamente gratuito) a Moldavia. También se le incrimina haber impuesto un vertiginoso aumento de tarifas eléctricas a los empresarios rusos que se atrevieron a invertir en el Transdniéster.

Krasnoselski ha prometido transparencia, pero está por ver si el nuevo líder propiciará la investigación de las irregularidades que se atribuyen a su antecesor. En el caso de Smirnov, los escándalos que se atribuyeron a sus hijos cayeron en el olvido y en 2011 Shevchuk dio “garantías” a su antecesor de que no habría represalias ni juicios.

Krasnoselski llega al poder apoyado y arropado por el grupo Sherif, un conglomerado de empresas dirigido por antiguos policías, que gozó de una posición privilegiada en época de Smirnov. Shevchuk, que también fue policía y también había trabajado en Sherif, se enfrentó como presidente a esta empresa y adoptó medidas que restringieron sus negocios. La cuestión ahora es si Sherif, gracias al apoyo prestado al nuevo presidente, recuperará la posición privilegiada que tuvo en el pasado. Sea como sea, para Moscú lo esencial es que los problemas del Transdniéster se resuelvan discretamente y sin violencia desestabilizadora del régimen. Medios informados en Tiráspol señalan que, por la vía del Ministerio de Defensa de Rusia, llegaron al Transdniéster varios emisarios de incógnito con el fin preventivo de que Shevchuk no cayera en la tentación de resistirse al resultado de las urnas. Los emisarios habrían dado a entender que el Kremlin no permitiría enfrentamientos internos en esta zona, donde tiene emplazado un contingente militar formado por pacificadores y centinelas a cargo de la custodia de unos viejos depósitos de armas y polvorines que la URSS depositó aquí para el caso de guerra en Europa.

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