Los refugiados sirios en Líbano pierden la esperanza de volver a su país
Sus condiciones de vida empeoran tras cinco años huyendo de la guerra civil
Natalia Sancha
Zahle (Este de Líbano), El País
“¿Tregua en Siria? Son sólo palabras, y las palabras se las lleva el viento”, dice Warde , barriendo el aire con un gesto de la mano. Madre de cuatro hijos con solo 34 años, esta mujer hace tres que abandonó su hogar en la región de Calamún, franja oeste de Siria, para buscar refugio en Líbano. “¿Tregua?”, resopla de nuevo. “Si cada día nos llega una llamada de Siria anunciando que cayó otro mártir, que ya hay otra viuda”, logra decir casi sin coger aire. “Y ¿Qué paz? Si hasta que Bachar no se vaya ningún refugiado regresará”, zanja antes de volver a acomodarse en una silla de plástico y entrar en un repentino mutismo ante la aquiescencia de sus vecinas.
Warde vive en uno de los centenares de asentamientos informales que salpican Bar Elias, la región del valle de la Bekaa libanés que da a la frontera este con Siria. “El lugar con la mayor densidad de refugiados por kilómetro cuadrado del mundo”, como se empeña en recalcar el alcalde Saadedine Maita. La mayoría huyeron de las zonas rebeldes y cuentan con algún combatiente vivo o muerto en la familia. Como ella, entre un millón y un millón y medio de refugiados, según las fuentes, aguardan desde hace 1980 días un acuerdo que ponga fin a la violencia en su país.
“Ya no tenemos confianza en nada ni en nadie. Ni en la comunidad internacional, ni en ACNUR, ni en regresar a Siria o irnos a Europa. Todos hablan y hablan. Y cinco años después aquí seguimos languideciendo cual ganado esperando a ser sacrificado”. Quien habla es Nafua, de 48 años, que vive con su madre de 75 en los escasos siete metros cuadrados que abarca su tienda. Su madre tampoco guarda esperanzas en la frágil tregua, la segunda en lo que va de año que cumplió los cinco días este viernes. “No creo que mis pies vuelvan a pisar mi tierra. No me enterrarán en Siria”, se lamenta la septuagenaria que ha sobrevivido por quinto año consecutivo al duro invierno de la Bekaa.
Ambas viven en el asentamiento informal Fareh, más conocido como el campamento de las viudas. Sobre una tierra alquilada por varias asociaciones de caridad financiadas por el Golfo, se yergue una verja que marca los confines de la libertad de las mujeres allí acogidas. Comen de la ayuda que les provee mensualmente ACNUR (agencia de la ONU para los refugiados): unos 24 euros por persona. Y a cambio de no pagar el alquiler, que generalmente oscila entre los 90 y 180 euros al mes por tienda, estas viudas detallan entre susurros las interminables normas a las que están sometidas por los donantes del Golfo.
“Naciones Unidas dijo que se haría cargo de nosotros. ¿Y dónde está?”, se queja el también refugiado Abu Salah desabrochándose el remanente de botones de su camisa y golpeándose con la palma de la mano sobre una cicatriz vertical que le atraviesa el pecho. A los 54, espera su quinta operación de corazón. “Tengo ocho hijos, seis de ellas mujeres y dos varones que no superan los 10 años”, prosigue dando a entender que en toda la familia no hay un solo par de manos capaz de trabajar y aportar ingresos. Inhabilitado para el trabajo físico, Abu Saleh ha resuelto casar a sus hijas en matrimonios arreglados con otros refugiados que se hagan cargo. Su primer nieto, nacido refugiado en suelo libanés, se lo dará su hija Nur, embarazada de cuatro meses a los 16 años.
Al oír la palabra tregua, Abu Salah esgrime la misma mueca que sus vecinos. “No hay tregua porque el régimen y Rusia siguen bombardeando a la oposición. Esos combatientes que el régimen de Asad tacha de terroristas como Ahrar el Sham o Al Nusra [en referencia a la rama local de Al Qaeda rebautizada como frente Fatá al Sham] son nuestros vecinos, nuestros hermanos, y no extranjeros llegados de Tora Bora”, dice sentado en su tienda.
“Con tregua o sin tregua, no podremos regresar o nos aniquilaran en las mazmorras del régimen”, interviene su mujer Um Nur. La mujer continua explicando como el empeoramiento de la guerra en Siria ha sido proporcional a la de sus condiciones de vida como refugiados en Líbano. “Las ayudas de la ONU se reducen, ya no vienen ONGs, ni hay escuelas y no podemos hacer frente a los requisitos del Gobierno libanés …”, enumera hasta agotar los dedos de ambas manos. La tregua en Siria ocupa apenas unos minutos en las conversaciones de los refugiados sirios, para ser inmediatamente desterrada por temas más apremiantes como la comida, el acceso a la electricidad o asuntos familiares.
Natalia Sancha
Zahle (Este de Líbano), El País
“¿Tregua en Siria? Son sólo palabras, y las palabras se las lleva el viento”, dice Warde , barriendo el aire con un gesto de la mano. Madre de cuatro hijos con solo 34 años, esta mujer hace tres que abandonó su hogar en la región de Calamún, franja oeste de Siria, para buscar refugio en Líbano. “¿Tregua?”, resopla de nuevo. “Si cada día nos llega una llamada de Siria anunciando que cayó otro mártir, que ya hay otra viuda”, logra decir casi sin coger aire. “Y ¿Qué paz? Si hasta que Bachar no se vaya ningún refugiado regresará”, zanja antes de volver a acomodarse en una silla de plástico y entrar en un repentino mutismo ante la aquiescencia de sus vecinas.
Warde vive en uno de los centenares de asentamientos informales que salpican Bar Elias, la región del valle de la Bekaa libanés que da a la frontera este con Siria. “El lugar con la mayor densidad de refugiados por kilómetro cuadrado del mundo”, como se empeña en recalcar el alcalde Saadedine Maita. La mayoría huyeron de las zonas rebeldes y cuentan con algún combatiente vivo o muerto en la familia. Como ella, entre un millón y un millón y medio de refugiados, según las fuentes, aguardan desde hace 1980 días un acuerdo que ponga fin a la violencia en su país.
“Ya no tenemos confianza en nada ni en nadie. Ni en la comunidad internacional, ni en ACNUR, ni en regresar a Siria o irnos a Europa. Todos hablan y hablan. Y cinco años después aquí seguimos languideciendo cual ganado esperando a ser sacrificado”. Quien habla es Nafua, de 48 años, que vive con su madre de 75 en los escasos siete metros cuadrados que abarca su tienda. Su madre tampoco guarda esperanzas en la frágil tregua, la segunda en lo que va de año que cumplió los cinco días este viernes. “No creo que mis pies vuelvan a pisar mi tierra. No me enterrarán en Siria”, se lamenta la septuagenaria que ha sobrevivido por quinto año consecutivo al duro invierno de la Bekaa.
Ambas viven en el asentamiento informal Fareh, más conocido como el campamento de las viudas. Sobre una tierra alquilada por varias asociaciones de caridad financiadas por el Golfo, se yergue una verja que marca los confines de la libertad de las mujeres allí acogidas. Comen de la ayuda que les provee mensualmente ACNUR (agencia de la ONU para los refugiados): unos 24 euros por persona. Y a cambio de no pagar el alquiler, que generalmente oscila entre los 90 y 180 euros al mes por tienda, estas viudas detallan entre susurros las interminables normas a las que están sometidas por los donantes del Golfo.
“Naciones Unidas dijo que se haría cargo de nosotros. ¿Y dónde está?”, se queja el también refugiado Abu Salah desabrochándose el remanente de botones de su camisa y golpeándose con la palma de la mano sobre una cicatriz vertical que le atraviesa el pecho. A los 54, espera su quinta operación de corazón. “Tengo ocho hijos, seis de ellas mujeres y dos varones que no superan los 10 años”, prosigue dando a entender que en toda la familia no hay un solo par de manos capaz de trabajar y aportar ingresos. Inhabilitado para el trabajo físico, Abu Saleh ha resuelto casar a sus hijas en matrimonios arreglados con otros refugiados que se hagan cargo. Su primer nieto, nacido refugiado en suelo libanés, se lo dará su hija Nur, embarazada de cuatro meses a los 16 años.
Al oír la palabra tregua, Abu Salah esgrime la misma mueca que sus vecinos. “No hay tregua porque el régimen y Rusia siguen bombardeando a la oposición. Esos combatientes que el régimen de Asad tacha de terroristas como Ahrar el Sham o Al Nusra [en referencia a la rama local de Al Qaeda rebautizada como frente Fatá al Sham] son nuestros vecinos, nuestros hermanos, y no extranjeros llegados de Tora Bora”, dice sentado en su tienda.
“Con tregua o sin tregua, no podremos regresar o nos aniquilaran en las mazmorras del régimen”, interviene su mujer Um Nur. La mujer continua explicando como el empeoramiento de la guerra en Siria ha sido proporcional a la de sus condiciones de vida como refugiados en Líbano. “Las ayudas de la ONU se reducen, ya no vienen ONGs, ni hay escuelas y no podemos hacer frente a los requisitos del Gobierno libanés …”, enumera hasta agotar los dedos de ambas manos. La tregua en Siria ocupa apenas unos minutos en las conversaciones de los refugiados sirios, para ser inmediatamente desterrada por temas más apremiantes como la comida, el acceso a la electricidad o asuntos familiares.