El legado de Mao divide China 40 años tras su muerte

Las conmemoraciones oficiales del aniversario del fallecimiento del Gran Timonel se han desarrollado en sordina

Macarena Vidal Liy
Pekín, El País
“Mire si es verdad que creo que fue un gran hombre”. Luo, un empleado de 52 años, enseña orgulloso su móvil, desde donde refulge la imagen de Mao Zedong convertida en salvapantallas. Este viernes se cumple el 40 aniversario de la muerte del Gran Timonel y este residente de las afueras de Pekín no quería dejar de rendir homenaje al padre de la nueva China. A la salida del mausoleo en la plaza de Tiananmen, tras superar una larga cola para ver unos segundos el cuerpo embalsamado de su venerado líder, declara: “Los chinos le debemos todo. Ha sido el salvador del país, el constructor de una China para el pueblo”.


Si Luo tiene clara su admiración, su país mantiene una actitud mucho más ambivalente hacia el padre de la China moderna. Su figura está aún muy presente en la vida diaria. Su imagen preside la entrada a la Ciudad Prohibida, el centro físico y emocional de Pekín. Su rostro aparece impreso en cada billete de banco.

Pero la conmemoración oficial de su aniversario ha sido enormemente discreta. Una serie de ceremonias en Pekín, Tangshan (noreste de China) o Shangri-la, en el suroeste, se han desarrollado en sordina. Los dirigentes no se han desplazado a Shaoshan, el pueblo de la provincia de Hunan donde nació el líder, a diferencia de hace tres años, para el 120 aniversario de su nacimiento. Una estatua gigantesca de Mao levantada en pleno campo en el centro de China fue demolida a principios de este año apenas quedó terminada.

Hijo de un campesino acomodado, Mao (1893-1976) fue uno de los fundadores del Partido Comunista de China en 1921. Tras liderar a los suyos en la guerra contra Japón y la guerra civil contra los simpatizantes del Partido Nacionalista de Chiang Kai Chek, el 1 de octubre de 1949 declaró la fundación de la República Popular de China.

Su mandato, en el que aspiraba a crear un paraíso comunista en un país devastado por la guerra y la pobreza, puso fin a décadas de inestabilidad y de gobiernos centrales débiles. Pero pronto llegaron los excesos.
El legado de Mao divide China 40 años tras su muerte

A finales de la década de los cincuenta ordenó el Gran Salto Adelante. Aquella campaña buscaba industrializar a marchas forzadas una China muy mayoritariamente rural. La fijación de objetivos irreales generó una hambruna que mató a unas 45 millones de personas, según los cálculos del profesor Frank Dikötter, autor de “La Gran Hambruna de Mao”.

En 1966 lanzó la Revolución Cultural, una inmensa purga que causó hasta un millón de muertos, alteró de un modo u otro la vida de prácticamente cada ciudadano chino, destruyó la economía y buena parte del patrimonio cultural existente y que aún hoy genera graves secuelas en la mentalidad nacional.

“El mayor talento que tuvo Mao, creo, fue el de destruir. Destruyó la sociedad y las reglas existentes, incluida la cultura tradicional de China, la economía y el sistema político, incluso lo que él mismo creó. Lo que dejó fueron solo revoluciones, una vez y otra", explica Bao Tong, antiguo ayudante de Zhao Zhiyang, el secretario general del PCCh defenestrado por apoyar a los estudiantes en las manifestaciones de Tiananmen en 1989.

Según la versión oficial, Mao es “un gran marxista y un gran revolucionario” que no obstante cometió “graves errores”. O, dicho en modo popular, “acertó en un 70% y se equivocó en un 30%”.
El legado de Mao divide China 40 años tras su muerte

Pero la narrativa oficial no admite, en ningún caso, más de ese 30%. Denostar la figura de Mao expondría a la crítica al Partido Comunista de China que él fundó y podría abrir un foco de inestabilidad, algo que los líderes actuales pretenden evitar a toda costa.

En una China donde la prosperidad ha creado enormes desigualdades entre el campo y la ciudad, la costa y el interior, los que tienen y los que no, la era de Mao aún se recuerda entre buena parte de la población como una época en la que, aunque todos eran pobres, no había distinciones, y la corrupción no era tan escandalosa.

“Sabemos que el presidente Mao era muy duro contra la corrupción, y es duro pensar que la corrupción haya podido convertirse en una situación tan seria… La causa de esta situación fue haberse desviado del pensamiento de Mao en el proceso de mando del partido”, sostiene Sima Nan, un conocido columnista y pensador izquierdista chino que contribuyó a organizar esta semana una exposición de caligrafía en memoria del Gran Timonel.

El propio presidente chino, Xi Jinping, ha recuperado algunas de las señas de identidad del mandato de Mao, mediante su larga campaña contra la corrupción, el uso de la autocrítica o las inquietantes confesiones públicas, convertidas hoy día en un instrumento de oprobio contra los disidentes. Xi ha advertido públicamente contra el “nihilismo histórico”, o revisionismo.

Pero un retorno completo al maoísmo es impensable. El horror de la Revolución Cultural está demasiado presente; la nostalgia por una era dorada es menor que el aprecio por las comodidades y el aumento de nivel de vida que han traído las reformas. Bo Xilai, otrora una de las estrellas en ascenso del régimen, quiso lanzar en Chongqing, la ciudad que dirigía, una campaña de regreso a lo “rojo”. Implicado en el asesinato de un ciudadano británico, fue defenestrado sin piedad en 2012 y condenado a cadena perpetua un año después.

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