Trump se arropa de la retórica populista de partidos europeos en alza
El candidato republicano usa a la canciller alemana Angela Merkel para descalificar a Clinton
Marc Bassets
Washington, El País
Un candidato como Donald Trump es difícil de imaginar en otro país. Por su retórica nacionalista, por la exhibición de su riqueza e incluso por su aspecto físico, encarna los tópicos más manidos sobre los estadounidenses. A la vez, expresa un fenómeno que no es exclusivo de Estados Unidos. En el rechazo a la inmigración y el libre comercio, en la reivindicación de la soberanía frente a la globalización, en la hostilidad a la canciller alemana, Angela Merkel, o en la afinidad con al Rusia de Vladímir Putin, Trump conecta con los nuevos populismos europeos.
El republicano Trump ha usado esta semana otro argumento contra Hillary Clinton, su rival demócrata a las elecciones presidenciales de noviembre. La compara, para descalificarla, con la canciller Merkel, jefe de Gobierno en un país que, desde mediados del siglo XX, ha sido uno de los tres o cuatro aliados clave de EE UU en el mundo.
La democristiana Merkel ha concentrado en los últimos años las críticas, primero de la izquierda europea por sus políticas de austeridad, y después de la derecha por su decisión de abrir Alemania a los refugiados de la guerra civil en Siria. Este es el motivo por el que Trump la ataca.
“Hillary Clinton quiere ser la Angela Merkel de América”, dijo el lunes en Ohio. “Y conocéis el desastre que para Alemania y el pueblo de Alemania ha sido esta inmigración masiva. El crimen ha aumentado a niveles que nadie creía que jamás vería. Ya tenemos suficientes problemas en nuestro país. No necesitamos otro”.
Dos días después, Trump remodeló su equipo de campaña y fichó para dirigirla a Steve Bannon, jefe de la publicación conservadora Breitbart News. La decisión, escribió en The Washington Post el columnista E.J. Dionne, “probablemente redirija a Trump aún más hacia la derecha europea”. Bannon es un seguidor de Nigel Farage, líder nacionalista y antieuropeo inglés. “Simplemente ha sido extraordinario”, le dijo Bannon a Farage en junio, tras la victoria, en el referéndum británico, de los partidarios del llamado Brexit, la salida de la UE. “Sólo puedo decir: gracias masivas a Breitbart, en ambos lados del charco”, dijo Farage. Esta semana Trump ha escrito en la red social Twitter: “Pronto me llamarán MR. BREXIT”.
Farage fue uno de los pocos políticos extranjeros de relieve en la convención del Partido Republicano en Cleveland, que en julio proclamó a Trump candidato a la Casa Blanca. El otro fue Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad en Holanda. “Creo que lo que está ocurriendo en Estados Unidos hoy es bastante similar a lo que vemos en Europa. Más gente cada día, millones de personas no se sienten representadas por la élite política”, dijo Wilders a EL PAÍS en Cleveland.
El politólogo David Schleicher, de la Universidad de Yale, sostiene que la polarización política, una tendencia reforzada por la emergencia de movimientos fuera del consenso dominante de centroderecha y centroizquierda, es común en EE UU y Europa. La diferencia es que en EE UU los partidos emergentes se manifiestan como corrientes dentro de los dos grandes partidos dominantes, y no cómo fuerzas autónomas. En una democracia parlamentaria a la europea, el Tea Party —el movimiento populista y de derechas que lideró la oposición al presidente Barack Obama en los primeros años de su mandato— o el Partido de Trump serían formaciones independientes. En EE UU forman parte del Partido Republicano.
En 2014 Schleicher publicó el ensayo Things Aren’t Going That Well Over There Either: Party Polarization and Election Law in Comparative Perspective (Las cosas tampoco van tan bien allí: polarización partidista y ley electoral en una perspectiva comparativa). Argumentó que “un desplazamiento común en las preferencias de los votantes hacia opiniones más radicales y fundamentalistas, incluso en una porción pequeña del electorado, puede explicar la polarización en Estados Unidos y los cambios en la política en el extranjero”.
Aunque escribió estas palabras cuando la posibilidad de que Trump fuese candidato a la presidencia era remota, sus conclusiones ayudan a explicar el carácter transatlántico del fenómeno Trump.
“El americanismo, no el globalismo, será nuestro credo”, dice Trump. La oposición a la inmigración, el repliegue nacional frente a la globalización o las organizaciones internacionales —la UE en el caso de Farage; la OTAN en el de Trump— e incluso la desconfianza hacia EE UU como potencia intervencionista son puntos en común.
“Creo que el fenómeno Trump no es específicamente americano, aunque a veces parezca que sólo en América el heredero de una dinastía inmobiliaria pueda aparecer como alguien opuesto a las élites”, dice Schleicher en un correo electrónico. “Su retórica y sus posiciones son extremadamente similares a las de una amplia variedad de populistas europeos, desde Geert Wilders a Marine Le Pen a algunos seguidores del Brexit”. Como Trump, algunos de estos movimientos, como el Frente Nacional francés de Le Pen, ven con benevolencia las acciones de Putin en Ucrania.
Mensaje a la izquierda
Trump, en muchos aspectos, desborda por la izquierda al partido que lidera, el republicano. Se opone a los recortes en las jubilaciones, por ejemplo, y también a los tratados de libre comercio, una posición tradicionalmente asumida por los sindicatos y la izquierda en EE UU.
Al candidato republicano le gusta presentarse como el abogado de los desamparados. Cuando recientemente el diario Miami Herald le preguntó por sus afinidades con el fallecido presidente venezolano Hugo Chávez, un referente de la izquierda populista, respondió que Chávez era un hombre rotundo en sus posiciones. Y añadió: "Él representaba a mucha gente, y representaba a mucha gente a la que se ha dejado atrás. Nosotros tenemos a gente, honestamente, a la que se ha dejado atrás".
Hay un debate abierto sobre si la clave del éxito de Trump es su mensaje nacionalista —contra los inmigrantes latinos y los musulmanes— o su mensaje económico, que apela a las clases trabajadoras blancas golpeadas por la globalización e históricamente votantes de izquierda. Seguramente sea una mezcla de ambos. Este segundo aspecto —el cuestionamiento de las bondades del libre comercio y la globalización— es otro punto de confluencia con los populismos europeos, incluidos los de izquierdas. Como lo es el rechazo al viejo sistema de partidos.
“No podemos arreglar un sistema amañado si confiamos en las personas que lo amañaron. No podemos resolver nuestros problemas confiando en los políticos que los crearon”, dijo Trump en un discurso a principios de mes. “Estoy luchando —añadió unos días más tarde— por un cambio de régimen pacífico en nuestro propio país”.
Marc Bassets
Washington, El País
Un candidato como Donald Trump es difícil de imaginar en otro país. Por su retórica nacionalista, por la exhibición de su riqueza e incluso por su aspecto físico, encarna los tópicos más manidos sobre los estadounidenses. A la vez, expresa un fenómeno que no es exclusivo de Estados Unidos. En el rechazo a la inmigración y el libre comercio, en la reivindicación de la soberanía frente a la globalización, en la hostilidad a la canciller alemana, Angela Merkel, o en la afinidad con al Rusia de Vladímir Putin, Trump conecta con los nuevos populismos europeos.
El republicano Trump ha usado esta semana otro argumento contra Hillary Clinton, su rival demócrata a las elecciones presidenciales de noviembre. La compara, para descalificarla, con la canciller Merkel, jefe de Gobierno en un país que, desde mediados del siglo XX, ha sido uno de los tres o cuatro aliados clave de EE UU en el mundo.
La democristiana Merkel ha concentrado en los últimos años las críticas, primero de la izquierda europea por sus políticas de austeridad, y después de la derecha por su decisión de abrir Alemania a los refugiados de la guerra civil en Siria. Este es el motivo por el que Trump la ataca.
“Hillary Clinton quiere ser la Angela Merkel de América”, dijo el lunes en Ohio. “Y conocéis el desastre que para Alemania y el pueblo de Alemania ha sido esta inmigración masiva. El crimen ha aumentado a niveles que nadie creía que jamás vería. Ya tenemos suficientes problemas en nuestro país. No necesitamos otro”.
Dos días después, Trump remodeló su equipo de campaña y fichó para dirigirla a Steve Bannon, jefe de la publicación conservadora Breitbart News. La decisión, escribió en The Washington Post el columnista E.J. Dionne, “probablemente redirija a Trump aún más hacia la derecha europea”. Bannon es un seguidor de Nigel Farage, líder nacionalista y antieuropeo inglés. “Simplemente ha sido extraordinario”, le dijo Bannon a Farage en junio, tras la victoria, en el referéndum británico, de los partidarios del llamado Brexit, la salida de la UE. “Sólo puedo decir: gracias masivas a Breitbart, en ambos lados del charco”, dijo Farage. Esta semana Trump ha escrito en la red social Twitter: “Pronto me llamarán MR. BREXIT”.
Farage fue uno de los pocos políticos extranjeros de relieve en la convención del Partido Republicano en Cleveland, que en julio proclamó a Trump candidato a la Casa Blanca. El otro fue Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad en Holanda. “Creo que lo que está ocurriendo en Estados Unidos hoy es bastante similar a lo que vemos en Europa. Más gente cada día, millones de personas no se sienten representadas por la élite política”, dijo Wilders a EL PAÍS en Cleveland.
El politólogo David Schleicher, de la Universidad de Yale, sostiene que la polarización política, una tendencia reforzada por la emergencia de movimientos fuera del consenso dominante de centroderecha y centroizquierda, es común en EE UU y Europa. La diferencia es que en EE UU los partidos emergentes se manifiestan como corrientes dentro de los dos grandes partidos dominantes, y no cómo fuerzas autónomas. En una democracia parlamentaria a la europea, el Tea Party —el movimiento populista y de derechas que lideró la oposición al presidente Barack Obama en los primeros años de su mandato— o el Partido de Trump serían formaciones independientes. En EE UU forman parte del Partido Republicano.
En 2014 Schleicher publicó el ensayo Things Aren’t Going That Well Over There Either: Party Polarization and Election Law in Comparative Perspective (Las cosas tampoco van tan bien allí: polarización partidista y ley electoral en una perspectiva comparativa). Argumentó que “un desplazamiento común en las preferencias de los votantes hacia opiniones más radicales y fundamentalistas, incluso en una porción pequeña del electorado, puede explicar la polarización en Estados Unidos y los cambios en la política en el extranjero”.
Aunque escribió estas palabras cuando la posibilidad de que Trump fuese candidato a la presidencia era remota, sus conclusiones ayudan a explicar el carácter transatlántico del fenómeno Trump.
“El americanismo, no el globalismo, será nuestro credo”, dice Trump. La oposición a la inmigración, el repliegue nacional frente a la globalización o las organizaciones internacionales —la UE en el caso de Farage; la OTAN en el de Trump— e incluso la desconfianza hacia EE UU como potencia intervencionista son puntos en común.
“Creo que el fenómeno Trump no es específicamente americano, aunque a veces parezca que sólo en América el heredero de una dinastía inmobiliaria pueda aparecer como alguien opuesto a las élites”, dice Schleicher en un correo electrónico. “Su retórica y sus posiciones son extremadamente similares a las de una amplia variedad de populistas europeos, desde Geert Wilders a Marine Le Pen a algunos seguidores del Brexit”. Como Trump, algunos de estos movimientos, como el Frente Nacional francés de Le Pen, ven con benevolencia las acciones de Putin en Ucrania.
Mensaje a la izquierda
Trump, en muchos aspectos, desborda por la izquierda al partido que lidera, el republicano. Se opone a los recortes en las jubilaciones, por ejemplo, y también a los tratados de libre comercio, una posición tradicionalmente asumida por los sindicatos y la izquierda en EE UU.
Al candidato republicano le gusta presentarse como el abogado de los desamparados. Cuando recientemente el diario Miami Herald le preguntó por sus afinidades con el fallecido presidente venezolano Hugo Chávez, un referente de la izquierda populista, respondió que Chávez era un hombre rotundo en sus posiciones. Y añadió: "Él representaba a mucha gente, y representaba a mucha gente a la que se ha dejado atrás. Nosotros tenemos a gente, honestamente, a la que se ha dejado atrás".
Hay un debate abierto sobre si la clave del éxito de Trump es su mensaje nacionalista —contra los inmigrantes latinos y los musulmanes— o su mensaje económico, que apela a las clases trabajadoras blancas golpeadas por la globalización e históricamente votantes de izquierda. Seguramente sea una mezcla de ambos. Este segundo aspecto —el cuestionamiento de las bondades del libre comercio y la globalización— es otro punto de confluencia con los populismos europeos, incluidos los de izquierdas. Como lo es el rechazo al viejo sistema de partidos.
“No podemos arreglar un sistema amañado si confiamos en las personas que lo amañaron. No podemos resolver nuestros problemas confiando en los políticos que los crearon”, dijo Trump en un discurso a principios de mes. “Estoy luchando —añadió unos días más tarde— por un cambio de régimen pacífico en nuestro propio país”.