La Nicaragua de Daniel Ortega, una democracia que se transforma en farsa
El presidente obtuvo la suma del poder público luego de la destitución de 28 diputados opositores e irá por su su tercera reelección con su esposa de candidata a vice
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Daniel Ortega fue uno de los líderes de la Revolución Sandinista que terminó con la brutal dictadura de Anastasio Somoza (1967-1979) y permitió la instauración de la democracia en Nicaragua. Fue presidente entre 1985 y 1990, año en el que dejó el poder tras perder las elecciones frente a Violeta Barrios de Chamorro.
Tras pasar 17 años en la oposición, volvió al gobierno con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 2007. En esta nueva etapa se integró a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y forjó una alianza de hierro con la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. En paralelo, se dedicó a socavar los fundamentos de la democracia que él mismo había contribuido a establecer.
Su mayor hito fue la reforma Constitucional de 2014, que en los hechos creó un régimen democrático autoritario: habilitó la reelección presidencial indefinida y eliminó la segunda vuelta electoral, lo que le permite a un partido ganar con una exigua minoría, siempre que sea el más votado.
Nicaragua dio la semana pasada un nuevo paso en este proceso de desdemocratización. El Consejo Supremo Electoral (CSE) resolvió la destitución de 28 diputados opositores (16 titulares y 12 suplentes), pertenecientes al Partido Liberal Independiente (PLI). El argumento es un fallo de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) que le quitó la representación legal de la fuerza a Eduardo Montealegre, principal líder de la oposición, y se lo entregó a una facción rival. El nuevo jefe, Pedro Reyes, está acusado de ser un aliado encubierto del orteguismo.
Todos los analistas independientes coinciden en que la decisión del CSE carece de legitimidad, y que se explica por su absoluta falta de independencia del gobierno. Está más cerca de ser un apéndice que un verdadero organismo de supervisión. El origen de esta anomalía hay que buscarlo antes del retorno de Ortega al poder.
"El problema en Nicaragua es que desde el año 2000, por un pacto entre Ortega y el entonces presidente de la república, Arnoldo Alemán, de adscripción liberal, todas las instituciones de control del Estado (como el CSE) quedaron conformadas por cuotas partidarias (40% del FSLN y 60% liberales). Posteriormente, a raíz de una escisión de la formación liberal, el FSLN se hizo con la mayoría en todas ellas. Desde 2007, con la llegada de Ortega a la Presidencia, las cooptó. Hoy no hay control de poderes", contó Salvador Martí i Puig, investigador del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, consultado por Infobae.
Ese acuerdo alteró profundamente las reglas del juego democrático. Entre otras cosas, redujo de 45 a 35% el umbral para ser electo presidente en primera vuelta. Sin esa modificación habría sido impensable el triunfo de Ortega en 2006, que se consumó con apenas 38% de los votos.
"Alemán calculó mal las consecuencias del pacto en el bloque antisandinista, que a causa del mismo se dividió, lo que posibilitó el triunfo de Ortega en 2006 con menor porcentaje de votos de los que obtuvo en las elecciones de 1990, 1996 y 2001, en las que había sido derrotado", explicó Edmundo Jarquin, ex candidato a vicepresidente por la Alianza PLI, en diálogo con Infobae.
Hacia un sistema de partido único
En este contexto tan oscuro el país se prepara para las elecciones presidenciales del 6 de noviembre. Las últimas decisiones del gobierno se explican en gran medida por su voluntad de asegurarse una victoria.
"Ortega se proponía nombrar a su esposa como candidata a la Vicepresidencia —dijo Jarquin—. Rosario Murillo tiene mucho poder, pero en la misma medida rechazo, aún dentro del sandinismo, por su estilo brutal. Ortega, conocedor de esas resistencias, no quería tener ningún desafío electoral. Sencillamente está implantando un sistema de partido único, pero al estilo de las variantes europeas del ex bloque soviético, donde además del partido comunista dominante había una serie de micro partidos subordinados".
La jugada ya empezó a rendirle frutos al FSLN, porque el PLI anunció que no participará de los comicios. "Estas elecciones van a ser una farsa", aseguró Montealegre al comunicar la decisión. Así, todo está listo para una nueva reelección de Ortega.
"Es una autocracia familiar que es capaz de conseguir ser votada siempre de nuevo, logrando dividir y destruir a los partidos de oposición con artimañas legalistas y maniobras de cooptación y persecución", dijo a Infobae Günther Maihold, especialista en las transiciones democráticas de América Latina y el Caribe del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad.
Una de las claves del éxito del presidente para tener un control casi total de lo que ocurre en el país es el sistema de patronazgo que creó para comprar a los principales partidos y dirigentes del interior del país.
"Esencial para ello han sido los recursos recibidos de Venezuela —continuó—, que se aplicaron por fuera del presupuesto público en un manejo de favoritismo a municipios, alcaldías y organizaciones fieles a la pareja presidencial, mientras los demás no lograron apoyos para sus proyectos. En este sentido ha logrado construir una red de clientelismo que le asegura la reelección".
La comparación con Venezuela
La Nicaragua sandinista y la República Bolivariana no sólo han sido aliados incondicionales. También comparten la paulatina degradación de la democracia por la concentración de poder en el presidente.
Sin embargo, en Venezuela ese proceso estuvo acompañado de una resistencia creciente por parte de la oposición y de la sociedad civil, que hoy se manifiesta masivamente contra Maduro. Esto no le está ocurriendo al régimen del FSLN.
"La oposición en Nicaragua no ha tenido la beligerancia de la de Venezuela por tres razones: la división, la ausencia de una crisis económica, y el entendimiento de Ortega con los poderes fácticos, el gran capital, parte de la Iglesia y los Estados Unidos, que han mirado hacia otro lado", aseguró Jarquin.
Martí i Puig sostuvo que las diferencias entre ambos países son demasiado grandes para pensar que podrían darse procesos similares. "La situación actual del régimen de Venezuela no es comparable a la realidad política de Nicaragua hoy —dijo—, dónde los Ortega controlan muchos resortes económicos y políticos, tienen aliados entre las élites y las bases, y dónde las clases medias opositoras son minoría. Los dos países difieren totalmente respecto a su economía, su sociedad y su tradición política, no son comparables".
No obstante, hay condiciones para pensar que las cosas se le pueden empezar a dificultar a Ortega, que hasta hora viene haciendo lo que quiere casi sin consecuencias a nivel nacional e internacional.
"Eso está cambiando por varios motivos: la embestida antidemocrática de Ortega, cerrando todo espacio a la oposición, ha colocado a Nicaragua en el radar internacional. La disminución abrupta de la cooperación venezolana, que le ha permitido tejer una red de intereses empresariales y programas sociales populistas. Y la progresiva generación de un clima de negocios adverso, con lo cual, el sector privado ha empezado a resentirse", concluyó Jarquin.
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Daniel Ortega fue uno de los líderes de la Revolución Sandinista que terminó con la brutal dictadura de Anastasio Somoza (1967-1979) y permitió la instauración de la democracia en Nicaragua. Fue presidente entre 1985 y 1990, año en el que dejó el poder tras perder las elecciones frente a Violeta Barrios de Chamorro.
Tras pasar 17 años en la oposición, volvió al gobierno con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 2007. En esta nueva etapa se integró a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y forjó una alianza de hierro con la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. En paralelo, se dedicó a socavar los fundamentos de la democracia que él mismo había contribuido a establecer.
Su mayor hito fue la reforma Constitucional de 2014, que en los hechos creó un régimen democrático autoritario: habilitó la reelección presidencial indefinida y eliminó la segunda vuelta electoral, lo que le permite a un partido ganar con una exigua minoría, siempre que sea el más votado.
Nicaragua dio la semana pasada un nuevo paso en este proceso de desdemocratización. El Consejo Supremo Electoral (CSE) resolvió la destitución de 28 diputados opositores (16 titulares y 12 suplentes), pertenecientes al Partido Liberal Independiente (PLI). El argumento es un fallo de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) que le quitó la representación legal de la fuerza a Eduardo Montealegre, principal líder de la oposición, y se lo entregó a una facción rival. El nuevo jefe, Pedro Reyes, está acusado de ser un aliado encubierto del orteguismo.
Todos los analistas independientes coinciden en que la decisión del CSE carece de legitimidad, y que se explica por su absoluta falta de independencia del gobierno. Está más cerca de ser un apéndice que un verdadero organismo de supervisión. El origen de esta anomalía hay que buscarlo antes del retorno de Ortega al poder.
"El problema en Nicaragua es que desde el año 2000, por un pacto entre Ortega y el entonces presidente de la república, Arnoldo Alemán, de adscripción liberal, todas las instituciones de control del Estado (como el CSE) quedaron conformadas por cuotas partidarias (40% del FSLN y 60% liberales). Posteriormente, a raíz de una escisión de la formación liberal, el FSLN se hizo con la mayoría en todas ellas. Desde 2007, con la llegada de Ortega a la Presidencia, las cooptó. Hoy no hay control de poderes", contó Salvador Martí i Puig, investigador del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, consultado por Infobae.
Ese acuerdo alteró profundamente las reglas del juego democrático. Entre otras cosas, redujo de 45 a 35% el umbral para ser electo presidente en primera vuelta. Sin esa modificación habría sido impensable el triunfo de Ortega en 2006, que se consumó con apenas 38% de los votos.
"Alemán calculó mal las consecuencias del pacto en el bloque antisandinista, que a causa del mismo se dividió, lo que posibilitó el triunfo de Ortega en 2006 con menor porcentaje de votos de los que obtuvo en las elecciones de 1990, 1996 y 2001, en las que había sido derrotado", explicó Edmundo Jarquin, ex candidato a vicepresidente por la Alianza PLI, en diálogo con Infobae.
Hacia un sistema de partido único
En este contexto tan oscuro el país se prepara para las elecciones presidenciales del 6 de noviembre. Las últimas decisiones del gobierno se explican en gran medida por su voluntad de asegurarse una victoria.
"Ortega se proponía nombrar a su esposa como candidata a la Vicepresidencia —dijo Jarquin—. Rosario Murillo tiene mucho poder, pero en la misma medida rechazo, aún dentro del sandinismo, por su estilo brutal. Ortega, conocedor de esas resistencias, no quería tener ningún desafío electoral. Sencillamente está implantando un sistema de partido único, pero al estilo de las variantes europeas del ex bloque soviético, donde además del partido comunista dominante había una serie de micro partidos subordinados".
La jugada ya empezó a rendirle frutos al FSLN, porque el PLI anunció que no participará de los comicios. "Estas elecciones van a ser una farsa", aseguró Montealegre al comunicar la decisión. Así, todo está listo para una nueva reelección de Ortega.
"Es una autocracia familiar que es capaz de conseguir ser votada siempre de nuevo, logrando dividir y destruir a los partidos de oposición con artimañas legalistas y maniobras de cooptación y persecución", dijo a Infobae Günther Maihold, especialista en las transiciones democráticas de América Latina y el Caribe del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad.
Una de las claves del éxito del presidente para tener un control casi total de lo que ocurre en el país es el sistema de patronazgo que creó para comprar a los principales partidos y dirigentes del interior del país.
"Esencial para ello han sido los recursos recibidos de Venezuela —continuó—, que se aplicaron por fuera del presupuesto público en un manejo de favoritismo a municipios, alcaldías y organizaciones fieles a la pareja presidencial, mientras los demás no lograron apoyos para sus proyectos. En este sentido ha logrado construir una red de clientelismo que le asegura la reelección".
La comparación con Venezuela
La Nicaragua sandinista y la República Bolivariana no sólo han sido aliados incondicionales. También comparten la paulatina degradación de la democracia por la concentración de poder en el presidente.
Sin embargo, en Venezuela ese proceso estuvo acompañado de una resistencia creciente por parte de la oposición y de la sociedad civil, que hoy se manifiesta masivamente contra Maduro. Esto no le está ocurriendo al régimen del FSLN.
"La oposición en Nicaragua no ha tenido la beligerancia de la de Venezuela por tres razones: la división, la ausencia de una crisis económica, y el entendimiento de Ortega con los poderes fácticos, el gran capital, parte de la Iglesia y los Estados Unidos, que han mirado hacia otro lado", aseguró Jarquin.
Martí i Puig sostuvo que las diferencias entre ambos países son demasiado grandes para pensar que podrían darse procesos similares. "La situación actual del régimen de Venezuela no es comparable a la realidad política de Nicaragua hoy —dijo—, dónde los Ortega controlan muchos resortes económicos y políticos, tienen aliados entre las élites y las bases, y dónde las clases medias opositoras son minoría. Los dos países difieren totalmente respecto a su economía, su sociedad y su tradición política, no son comparables".
No obstante, hay condiciones para pensar que las cosas se le pueden empezar a dificultar a Ortega, que hasta hora viene haciendo lo que quiere casi sin consecuencias a nivel nacional e internacional.
"Eso está cambiando por varios motivos: la embestida antidemocrática de Ortega, cerrando todo espacio a la oposición, ha colocado a Nicaragua en el radar internacional. La disminución abrupta de la cooperación venezolana, que le ha permitido tejer una red de intereses empresariales y programas sociales populistas. Y la progresiva generación de un clima de negocios adverso, con lo cual, el sector privado ha empezado a resentirse", concluyó Jarquin.