ANÁLISIS / Las variaciones del rescate griego
La eurozona reclama un último esfuerzo de austeridad a Atenas
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Bach compuso para su clavicordista las Variaciones Goldberg, un tema único con una treintena de variaciones, que casi tres siglos después siguen siendo una delicia. La crisis griega es mucho más joven –menos de una década— , pero en el fondo, de alguna manera se trata de algo parecido: las mismas variaciones sobre el mismo tema (eso sí, sin el talento de Bach). El escándalo griego se desató en 2010, cuando se descubrió que Atenas llevaba años perpetrando una suerte de estafa diseñada por Goldman Sachs –básicamente, refinanciar su deuda a través de derivados financieros para aplazar los pagos durante años y en algún caso incluso recibir algo de dinero por adelantado—y el Gobierno heleno reconoció que su déficit público estaba en el 15% del PIB y encendió todas las alarmas. Europa rescató por primera vez a Grecia en mayo de 2010 con un crédito a elevados tipos de interés asociado a un programa de austeridad salvaje que fue un verdadero fiasco. Un par de años después hubo un segundo rescate, algo más realista, que incluía una quita de los acreedores privados y una reestructuración de deuda por parte de los socios europeos: otro desastre (al que siempre ha contribuido de alguna manera Grecia, de la que nadie termina de fiarse en Europa).
La tercera variación de ese fiasco estuvo a punto de llevarse al país del euro, provocó un corralito y acabó en un tercer programa de 86.000 millones de euros, negociado el verano pasado con el Ejecutivo de Syriza, que llegó a convocar un referéndum para acabar aceptando las condiciones europeas. Unos meses después, dicen que Grecia empieza a sacar la cabeza: se espera que la economía vuelva a crecer en el segundo semestre del año, después de un lustro en el que los sucesivos rescates no han impedido una destrucción del PIB del 25% y tasas de desempleo del 25% aún hoy.
Bruselas es más optimista esta vez. El Gobierno de Alexis Tsipras ha conseguido sacar adelante una reforma fiscal y de pensiones, junto con otros ajustes, por importe de un 2% del PIB. Le queda por aprobar todavía un 1% adicional. La vieja troika, los socios del euro y el propio Ejecutivo griego cantaron victoria ayer: el primer examen del rescate, que muchos analistas daban por muerto antes de empezar, podría estar listo en las próximas semanas. Aunque el viacrucis de ajustes no ha acabado; para ello falta un fleco importante. El FMI no se fía de Grecia y reclama un mecanismo de ajuste automático (por importe de un 2% del PIB adicional) por si Atenas no consigue alcanzar sus metas fiscales, un ilusorio superávit del 3,5% del PIB en 2018. Todo el programa pivota sobre cifras difícilmente asumibles, que luego se van retocando por el camino. Esta vez es exactamente igual: el FMI presiona para rebajar la ambición de esos superávits, que deberían situarse en niveles altísimos durante décadas, algo que difícilmente logra ningún país, y menos una economía y una sociedad tan exhaustas como Grecia.
Todo el edificio del rescate griego se basa, en fin, en números inalcanzables, que se van retocando en función de la voluntad política que muestran los ministros de Economía en el Eurogrupo. A cambio del enésimo ajuste, Grecia recibirá en las próximas semanas 5.200 millones de euros para hacer frente a los próximos pagos. Con una novedad de alto voltaje político: en el Eurogrupo de ayer, Atenas recibió también la oferta de reestructuración de la deuda griega. Tras mil y una promesas desde noviembre de 2011, la eurozona reconoce así, de una vez por todas, que el programa no es viable sin un alivio de la deuda, tal y como solicita el FMI desde hace años. El plan apunta a una ampliación de los plazos de devolución: 5 años en el escenario menos generoso, y más de 10 años en el más favorable para Grecia. Los tipos de interés de la deuda griega se limitan a un máximo del 2%, especialmente en los préstamos bilaterales (que ascienden a 55.000 millones) del resto de miembros de la eurozona. Se ofrecen también periodos de carencia más largos (en los que solo se pagan intereses), y la devolución de 8.000 millones de euros procedentes de los beneficios de las operaciones con bonos griegos. Las medidas de alivio se introducirán progresivamente, para suavizar el calendario de reembolsos, primero, y facilitar el regreso a los mercados, al término del rescate (a finales de 2018).
El FMI quiere aún más, y la eurozona sabe que puede que no valga con eso para reestructurar una deuda pública que asciende al 180% del PIB y pesa como una losa sobre la credibilidad de la recuperación a medio y largo plazo de Grecia.
Como coda final, un guiño: el exministro Yanis Varoufakis, tantas veces repudiado en Bruselas, pidió siempre vincular los pagos por la deuda a la evolución del PIB. El plan de reestructuración que estudiarán estos días los ministros de Finanzas del euro recoge esa petición. La sostenibilidad de la deuda no se mide ya para Grecia con el ratio deuda/PIB, sino por el servicio anual de la deuda. La oferta inicial incluye varios escenarios, en función de cómo evolucionen la economía y las finanzas públicas, pero deja claro que la reestructuración persigue que el servicio de la deuda no sobrepase nunca el 15% del PIB: Grecia nunca deberá destinar más del 15% de su PIB a pagar su endeudamiento, al menos hasta finales de los años 30 de este siglo. Más allá de esa fecha, en el peor de los casos el servicio de la deuda nunca pasará del 20% del PIB. Eso vincula los pagos a la evolución del PIB, tal como siempre pidió Varoufakis. Eso sí, no habrá quitas nominales: el jubileo de la deuda es anatema en las reuniones de ministros de la eurozona, y provocaría un problema mayúsculo en Alemania. Para el ministro Wolfgang Schäuble ni siquiera va a ser fácil vender en casa la oferta de reestructuración.
El Ejecutivo griego aplaudió ayer esa oferta, que es una especie de triunfo político para un Tsipras al que le ha costado mucho sacar adelante el reguero de ajustes comprometidos. Los socios del euro presumían ayer de los avances, aunque hay un puñado de cifras que demuestran que el rescate griego es uno de los más desastrosos de la historia. Con Grecia metida en una depresión económica y social, solo el 5% de los centenares de miles de millones procedentes de Europa y del FMI ha traspasado los libros de contabilidad y llegado hasta la gente. Las últimas medidas de ajuste suman más de 5.000 millones de euros, y casi 4.000 millones adicionales si hay que activar las medidas preventivas. El paro sigue en el 25% y el PIB perdido en el último lustro asciende también al 25%. Un imprescindible trabajo de los analistas de Macrópolis demuestra que ese último paquete es más de lo mismo: desde 2010 Grecia acumula un ajuste de 60.000 millones; en los tres últimos años han sido 40.000 millones de austeridad. En total, el ajuste roza el 35% del PIB: como si España hubiera recortado 350.000 millones. No hay nada ni remotamente comparable a ese ajuste salvaje en los registros del FMI en un país supuestamente desarrollado, hasta el punto de que algunos analistas lo han calificado de “experimento social”.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Bach compuso para su clavicordista las Variaciones Goldberg, un tema único con una treintena de variaciones, que casi tres siglos después siguen siendo una delicia. La crisis griega es mucho más joven –menos de una década— , pero en el fondo, de alguna manera se trata de algo parecido: las mismas variaciones sobre el mismo tema (eso sí, sin el talento de Bach). El escándalo griego se desató en 2010, cuando se descubrió que Atenas llevaba años perpetrando una suerte de estafa diseñada por Goldman Sachs –básicamente, refinanciar su deuda a través de derivados financieros para aplazar los pagos durante años y en algún caso incluso recibir algo de dinero por adelantado—y el Gobierno heleno reconoció que su déficit público estaba en el 15% del PIB y encendió todas las alarmas. Europa rescató por primera vez a Grecia en mayo de 2010 con un crédito a elevados tipos de interés asociado a un programa de austeridad salvaje que fue un verdadero fiasco. Un par de años después hubo un segundo rescate, algo más realista, que incluía una quita de los acreedores privados y una reestructuración de deuda por parte de los socios europeos: otro desastre (al que siempre ha contribuido de alguna manera Grecia, de la que nadie termina de fiarse en Europa).
La tercera variación de ese fiasco estuvo a punto de llevarse al país del euro, provocó un corralito y acabó en un tercer programa de 86.000 millones de euros, negociado el verano pasado con el Ejecutivo de Syriza, que llegó a convocar un referéndum para acabar aceptando las condiciones europeas. Unos meses después, dicen que Grecia empieza a sacar la cabeza: se espera que la economía vuelva a crecer en el segundo semestre del año, después de un lustro en el que los sucesivos rescates no han impedido una destrucción del PIB del 25% y tasas de desempleo del 25% aún hoy.
Bruselas es más optimista esta vez. El Gobierno de Alexis Tsipras ha conseguido sacar adelante una reforma fiscal y de pensiones, junto con otros ajustes, por importe de un 2% del PIB. Le queda por aprobar todavía un 1% adicional. La vieja troika, los socios del euro y el propio Ejecutivo griego cantaron victoria ayer: el primer examen del rescate, que muchos analistas daban por muerto antes de empezar, podría estar listo en las próximas semanas. Aunque el viacrucis de ajustes no ha acabado; para ello falta un fleco importante. El FMI no se fía de Grecia y reclama un mecanismo de ajuste automático (por importe de un 2% del PIB adicional) por si Atenas no consigue alcanzar sus metas fiscales, un ilusorio superávit del 3,5% del PIB en 2018. Todo el programa pivota sobre cifras difícilmente asumibles, que luego se van retocando por el camino. Esta vez es exactamente igual: el FMI presiona para rebajar la ambición de esos superávits, que deberían situarse en niveles altísimos durante décadas, algo que difícilmente logra ningún país, y menos una economía y una sociedad tan exhaustas como Grecia.
Todo el edificio del rescate griego se basa, en fin, en números inalcanzables, que se van retocando en función de la voluntad política que muestran los ministros de Economía en el Eurogrupo. A cambio del enésimo ajuste, Grecia recibirá en las próximas semanas 5.200 millones de euros para hacer frente a los próximos pagos. Con una novedad de alto voltaje político: en el Eurogrupo de ayer, Atenas recibió también la oferta de reestructuración de la deuda griega. Tras mil y una promesas desde noviembre de 2011, la eurozona reconoce así, de una vez por todas, que el programa no es viable sin un alivio de la deuda, tal y como solicita el FMI desde hace años. El plan apunta a una ampliación de los plazos de devolución: 5 años en el escenario menos generoso, y más de 10 años en el más favorable para Grecia. Los tipos de interés de la deuda griega se limitan a un máximo del 2%, especialmente en los préstamos bilaterales (que ascienden a 55.000 millones) del resto de miembros de la eurozona. Se ofrecen también periodos de carencia más largos (en los que solo se pagan intereses), y la devolución de 8.000 millones de euros procedentes de los beneficios de las operaciones con bonos griegos. Las medidas de alivio se introducirán progresivamente, para suavizar el calendario de reembolsos, primero, y facilitar el regreso a los mercados, al término del rescate (a finales de 2018).
El FMI quiere aún más, y la eurozona sabe que puede que no valga con eso para reestructurar una deuda pública que asciende al 180% del PIB y pesa como una losa sobre la credibilidad de la recuperación a medio y largo plazo de Grecia.
Como coda final, un guiño: el exministro Yanis Varoufakis, tantas veces repudiado en Bruselas, pidió siempre vincular los pagos por la deuda a la evolución del PIB. El plan de reestructuración que estudiarán estos días los ministros de Finanzas del euro recoge esa petición. La sostenibilidad de la deuda no se mide ya para Grecia con el ratio deuda/PIB, sino por el servicio anual de la deuda. La oferta inicial incluye varios escenarios, en función de cómo evolucionen la economía y las finanzas públicas, pero deja claro que la reestructuración persigue que el servicio de la deuda no sobrepase nunca el 15% del PIB: Grecia nunca deberá destinar más del 15% de su PIB a pagar su endeudamiento, al menos hasta finales de los años 30 de este siglo. Más allá de esa fecha, en el peor de los casos el servicio de la deuda nunca pasará del 20% del PIB. Eso vincula los pagos a la evolución del PIB, tal como siempre pidió Varoufakis. Eso sí, no habrá quitas nominales: el jubileo de la deuda es anatema en las reuniones de ministros de la eurozona, y provocaría un problema mayúsculo en Alemania. Para el ministro Wolfgang Schäuble ni siquiera va a ser fácil vender en casa la oferta de reestructuración.
El Ejecutivo griego aplaudió ayer esa oferta, que es una especie de triunfo político para un Tsipras al que le ha costado mucho sacar adelante el reguero de ajustes comprometidos. Los socios del euro presumían ayer de los avances, aunque hay un puñado de cifras que demuestran que el rescate griego es uno de los más desastrosos de la historia. Con Grecia metida en una depresión económica y social, solo el 5% de los centenares de miles de millones procedentes de Europa y del FMI ha traspasado los libros de contabilidad y llegado hasta la gente. Las últimas medidas de ajuste suman más de 5.000 millones de euros, y casi 4.000 millones adicionales si hay que activar las medidas preventivas. El paro sigue en el 25% y el PIB perdido en el último lustro asciende también al 25%. Un imprescindible trabajo de los analistas de Macrópolis demuestra que ese último paquete es más de lo mismo: desde 2010 Grecia acumula un ajuste de 60.000 millones; en los tres últimos años han sido 40.000 millones de austeridad. En total, el ajuste roza el 35% del PIB: como si España hubiera recortado 350.000 millones. No hay nada ni remotamente comparable a ese ajuste salvaje en los registros del FMI en un país supuestamente desarrollado, hasta el punto de que algunos analistas lo han calificado de “experimento social”.