La UE ofrece incentivos a Turquía si consigue frenar la salida de migrantes
Los Veintiocho reabren la negociación de la adhesión de Ankara a cambio de que colabore
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Si hay un país emergente clave para la UE es Turquía. Ankara y la Unión escenificarán mañana su nueva relación, tras años de tiranteces, en plena crisis de refugiados y de seguridad. A la fuerza ahorcan: Turquía tiene un papel clave por su situación geográfica, sistema político, historia y cultura. Los Veintiocho le ofrecen 3.000 millones, adelantar un año la entrada en Schengen (adiós a los visados) y reabrir la negociación de adhesión a la UE. A cambio, quieren un compromiso en firme del Gobierno turco, muy difuso a día de hoy, para taponar la marea de refugiados.
Turquía y la UE firmaron su primer acuerdo de asociación hace 50 años. Tras varios intentos fallidos, Ankara consiguió el estatus de candidato a la adhesión en 2004. En todos esos años la Unión no ha dejado de darle largas ante las dificultades que presenta un país que en unos pocos años ha pasado de ser pobre a estar entre las 20 primeras economías del mundo, pero que a la vez ha sido incapaz de asimilar los estándares occidentales en derechos civiles y que tiene contenciosos históricos con Grecia y Chipre. En esas llegó la crisis de refugiados, y ambas partes parecen haber desatascado el asunto, e incluso han decidido convocar una cumbre para escenificar su nueva relación: Turquía se sabe imprescindible para controlar la crisis de los refugiados, y quiere concesiones.
Los Veintiocho preparaban ayer un menú que incluye 3.000 millones de euros “inicialmente” a cambio de su colaboración; la posibilidad de que los turcos no necesiten visado para entrar en suelo europeo en octubre de 2016 —un año antes de lo previsto inicialmente—, y la reapertura de las negociaciones de adhesión. Grecia y Chipre tratan de maniobrar para hacer más difusas las posibilidades de Ankara de acercarse a la UE, ante los sempiternos conflictos entre esos países, especialmente en suelo chipriota. Pero Berlín considera a Turquía una de las claves de bóveda imprescindibles para poner la crisis de refugiados en vías de solución y presiona con toda su batería diplomática para que Atenas y Nicosia acepten esas medidas.
Ninguna de las concesiones llegará gratis. El borrador de conclusiones de la cumbre es rotundo: a cambio de esas ventajas, Turquía debe comprometerse a tomar medidas para mejorar la situación socioeconómica de los 2,3 millones de sirios, 400.000 iraquíes y 100.000 afganos que alberga. Deberá luchar contra las mafias de traficantes de personas, que usan los puertos del país para fletar grandes barcos. Y sobre todo tendrá que controlar sus fronteras, impedir la entrada de inmigrantes irregulares, devolver a los inmigrantes económicos y suscribir un acuerdo de readmisión al que se resiste: Turquía debe comprometerse a readmitir y hacerse cargo de los inmigrantes que se demuestre que han entrado en Europa a través de ese país, algo que rechaza en estos momentos.
La cumbre se presume rápida: la reunión sobre el cambio climático de París reduce la posibilidad de que se alargue a la noche del domingo. Pero puede deparar sorpresas.
La canciller alemana, Angela Merkel, sorprendió ayer con la convocatoria de una minicumbre previa, a la que en principio no está invitada España y en la que sí estarán al menos Holanda, Suecia, Austria, Bélgica y Luxemburgo. Merkel quiere darle un arreón a las negociaciones: pretende que esos países —y puede que Francia— apoyen la posibilidad de que la Unión sea aún más generosa con Turquía, siempre que Ankara cumpla sus compromisos. La canciller apunta alto. Si el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, colabora, propone un incremento sustancial del número de asilados que Europa aceptaría en origen: desde los campos de refugiados turcos a los países de acogida, para evitar las mafias.
Nada de eso va a resultar fácil. Las relaciones UE-Turquía son una suerte de imán para los problemas. El mismo día que el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, convocó la cumbre, Turquía derribó un caza ruso que supuestamente violó su espacio aéreo, algo que niega Moscú. Y en plenos preparativos, Ankara encarcela al director de uno de los diarios más críticos con Erdogan. Turquía lleva varias semanas felicitándose por el éxito de su control de fronteras, pero en los últimos días han vuelto a llegar decenas de embarcaciones a Grecia. Un informe de Human Rights Watch alertaba esta semana de que la frontera con Siria sigue abierta: el país no ha conseguido crear la zona de seguridad que prometió.
Ankara sugirió ayer que Erdogan no estará en Bruselas: Turquía podría estar representada por el primer ministro, Ahmet Davutoglu. Los diplomáticos apuntaban anoche que puede que todo sea más sencillo si Erdogan, que arremete con cierta frecuencia contra la UE —“no estamos dispuestos a seguir jugando el papel de dócil suplicante a sus puertas”, dijo hace tres años a Newsweek—, se queda en su palacio de 1.150 habitaciones, 30 veces más grande que la Casa Blanca.
Voluntarios que rechazan ayudar a refugiados
EL PAÍS, Madrid
Un sondeo interno de la Cruz Roja holandesa, difundido por la televisión nacional (NOS), revela que alrededor de un 20% de sus 30.000 voluntarios no está dispuesto a ayudar a los refugiados sirios y de otros países que llegan a Europa. Los 1.300 encuestados aducen que “no hay sitio para esta gente, buscadores en su mayoría de fortuna, y es mejor cerrar las fronteras”. Gijs de Vries, director de la organización, ha admitido que todo ello es “contrario” a los “principios asistenciales, que no se fijan en la religión, raza o nacionalidad”.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Si hay un país emergente clave para la UE es Turquía. Ankara y la Unión escenificarán mañana su nueva relación, tras años de tiranteces, en plena crisis de refugiados y de seguridad. A la fuerza ahorcan: Turquía tiene un papel clave por su situación geográfica, sistema político, historia y cultura. Los Veintiocho le ofrecen 3.000 millones, adelantar un año la entrada en Schengen (adiós a los visados) y reabrir la negociación de adhesión a la UE. A cambio, quieren un compromiso en firme del Gobierno turco, muy difuso a día de hoy, para taponar la marea de refugiados.
Turquía y la UE firmaron su primer acuerdo de asociación hace 50 años. Tras varios intentos fallidos, Ankara consiguió el estatus de candidato a la adhesión en 2004. En todos esos años la Unión no ha dejado de darle largas ante las dificultades que presenta un país que en unos pocos años ha pasado de ser pobre a estar entre las 20 primeras economías del mundo, pero que a la vez ha sido incapaz de asimilar los estándares occidentales en derechos civiles y que tiene contenciosos históricos con Grecia y Chipre. En esas llegó la crisis de refugiados, y ambas partes parecen haber desatascado el asunto, e incluso han decidido convocar una cumbre para escenificar su nueva relación: Turquía se sabe imprescindible para controlar la crisis de los refugiados, y quiere concesiones.
Los Veintiocho preparaban ayer un menú que incluye 3.000 millones de euros “inicialmente” a cambio de su colaboración; la posibilidad de que los turcos no necesiten visado para entrar en suelo europeo en octubre de 2016 —un año antes de lo previsto inicialmente—, y la reapertura de las negociaciones de adhesión. Grecia y Chipre tratan de maniobrar para hacer más difusas las posibilidades de Ankara de acercarse a la UE, ante los sempiternos conflictos entre esos países, especialmente en suelo chipriota. Pero Berlín considera a Turquía una de las claves de bóveda imprescindibles para poner la crisis de refugiados en vías de solución y presiona con toda su batería diplomática para que Atenas y Nicosia acepten esas medidas.
Ninguna de las concesiones llegará gratis. El borrador de conclusiones de la cumbre es rotundo: a cambio de esas ventajas, Turquía debe comprometerse a tomar medidas para mejorar la situación socioeconómica de los 2,3 millones de sirios, 400.000 iraquíes y 100.000 afganos que alberga. Deberá luchar contra las mafias de traficantes de personas, que usan los puertos del país para fletar grandes barcos. Y sobre todo tendrá que controlar sus fronteras, impedir la entrada de inmigrantes irregulares, devolver a los inmigrantes económicos y suscribir un acuerdo de readmisión al que se resiste: Turquía debe comprometerse a readmitir y hacerse cargo de los inmigrantes que se demuestre que han entrado en Europa a través de ese país, algo que rechaza en estos momentos.
La cumbre se presume rápida: la reunión sobre el cambio climático de París reduce la posibilidad de que se alargue a la noche del domingo. Pero puede deparar sorpresas.
La canciller alemana, Angela Merkel, sorprendió ayer con la convocatoria de una minicumbre previa, a la que en principio no está invitada España y en la que sí estarán al menos Holanda, Suecia, Austria, Bélgica y Luxemburgo. Merkel quiere darle un arreón a las negociaciones: pretende que esos países —y puede que Francia— apoyen la posibilidad de que la Unión sea aún más generosa con Turquía, siempre que Ankara cumpla sus compromisos. La canciller apunta alto. Si el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, colabora, propone un incremento sustancial del número de asilados que Europa aceptaría en origen: desde los campos de refugiados turcos a los países de acogida, para evitar las mafias.
Nada de eso va a resultar fácil. Las relaciones UE-Turquía son una suerte de imán para los problemas. El mismo día que el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, convocó la cumbre, Turquía derribó un caza ruso que supuestamente violó su espacio aéreo, algo que niega Moscú. Y en plenos preparativos, Ankara encarcela al director de uno de los diarios más críticos con Erdogan. Turquía lleva varias semanas felicitándose por el éxito de su control de fronteras, pero en los últimos días han vuelto a llegar decenas de embarcaciones a Grecia. Un informe de Human Rights Watch alertaba esta semana de que la frontera con Siria sigue abierta: el país no ha conseguido crear la zona de seguridad que prometió.
Ankara sugirió ayer que Erdogan no estará en Bruselas: Turquía podría estar representada por el primer ministro, Ahmet Davutoglu. Los diplomáticos apuntaban anoche que puede que todo sea más sencillo si Erdogan, que arremete con cierta frecuencia contra la UE —“no estamos dispuestos a seguir jugando el papel de dócil suplicante a sus puertas”, dijo hace tres años a Newsweek—, se queda en su palacio de 1.150 habitaciones, 30 veces más grande que la Casa Blanca.
Voluntarios que rechazan ayudar a refugiados
EL PAÍS, Madrid
Un sondeo interno de la Cruz Roja holandesa, difundido por la televisión nacional (NOS), revela que alrededor de un 20% de sus 30.000 voluntarios no está dispuesto a ayudar a los refugiados sirios y de otros países que llegan a Europa. Los 1.300 encuestados aducen que “no hay sitio para esta gente, buscadores en su mayoría de fortuna, y es mejor cerrar las fronteras”. Gijs de Vries, director de la organización, ha admitido que todo ello es “contrario” a los “principios asistenciales, que no se fijan en la religión, raza o nacionalidad”.