La escuela pública argentina pierde alumnos de clase media
La cantidad de alumnos en colegios estatales primarios cae en los últimos años
Alejandro Rebossio
Buenos Aires, El País
Pocos alumnos del último año de la secundaria quedaban este jueves al mediodía en una escuela pública de un barrio pobre y conflictivo de San Miguel, el municipio del Gran Buenos Aires (periferia de la capital argentina) en el que el papa Francisco hizo el seminario jesuita, después lo dirigió y fue párroco. Pero son más que antes de 2006, cuando se declaró la obligatoriedad de la secundaria en Argentina. “La secundaria era expulsiva y a nadie se le ocurría pensar a dónde iban los alumnos”, opina el director de la escuela, que prefiere el anonimato para evitar polémicas con las autoridades de la provincia de Buenos Aires, la que gobierna Daniel Scioli, candidato presidencial oficialista para las elecciones del domingo. “Ahora los tenemos adentro, pero hay ausentismo docente... los chicos deberían tener clases todos los días. Algo tiene que cambiar en los regímenes de asistencia, horarios, talleres optativos, para que los pibes permanezcan”, añade el directivo, al calor de una campaña electoral en la que se debatió la calidad educativa de este país que ha sido referencia en la materia en Latinoamérica. No por nada estudiantes colombianos o chilenos siguen viviendo a estudiar aquí en la universidad.
Entre 2003, año en que comenzó el Gobierno kirchnerista, y 2013, la cantidad de alumnos en todos los niveles educativos, desde inicial al universitario, se incrementó 10% en el ámbito público, a 10,3 millones, y 34% en el privado, a 3,6 millones, según datos oficiales recopilados por la Universidad de Belgrano. En el caso de las escuelas primarias, unos 382.000 estudiantes dejaron los colegios estatales y unos 227.000 se sumaron a los privados. La disminución total obedece al envejecimiento poblacional, pero la pérdida de alumnos en las instituciones públicas responde a un alejamiento de la clase media, en parte por el ausentismo o las huelgas en demanda de mejoras salariales a las que la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, ha criticado.
“Hay un problema de desigualdad, de segregación entre escuela pública y privada y dentro de las escuelas públicas y las privadas, pero al mismo tiempo subió un poco el piso de aprendizaje de los más pobres”, observa Axel Rivas, experto de la Universidad de San Andrés y autor del libro ‘América Latina después de PISA’, siglas en inglés del Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes. “Argentina es el país que más redujo la desigualdad desde 2000 porque descendió el nivel del cuartil más alto (25% más rico) y ascendieron los otros tres. Uno no puede hablar de crisis educativa en Argentina, en las evaluaciones de PISA y la Unesco y en la cobertura se mantiene o mejora, pero antes tenía un liderazgo en Latinoamérica y ahora está en el promedio. La secundaria es muy problemática: hay disconformidad de alumnos y docentes, no siempre se procesa bien la inclusión social, el 40% de los estudiantes son la primera generación de su familia que entra a ese nivel, los docentes se enferman, su formación no está a la altura. La mitad de los que empiezan la primaria acaban la secundaria, aunque eso sucede en toda Latinoamérica y antes era peor. Pero Argentina registra el mayor ausentismo de alumnos en PISA, quizá porque es una sociedad que vivió grandes crisis”, completa Rivas.
En San Miguel, el alcalde Joaquín de la Torre, peronista opositor, se propuso en 2010 controlar la salud de 1.700 niños de cuatro años de escuelas iniciales de barrios pobres y las fonoaudiólogas del municipio descubrieron que ellos solo usaban y comprendían entre 160 y 180 palabras. Hicieron la misma prueba en los colegios privados de zonas ricas y hallaron que dominaban entre 600 y 700. En escuelas parroquiales, en las que la clase media baja paga una cuota mínima, entre 350 y 500. “Si no cambiamos esa historia de los chicos, el Estado después llegará tarde, en la secundaria dejarán el colegio, alguno caerá en adicciones, no tendremos nada que hacer”, reflexiona De la Torre, que ante esa situación ha creado tres centros de desarrollo infanto familiar a los que asisten 300 niños desde los 45 días hasta los tres años y a los que las madres también van una vez por semana a grupos en los que comparten sus vivencias. Es poco usual en un país en el que este año se ordenó la obligatoriedad de la enseñanza desde los cuatro años. Este domingo peleará por su reelección, pero planea inaugurar otros cuatro centros en los próximos cinco meses. Reconoce que para ello ha recortado inversión en asfaltar calles de tierras o renovar el alumbrado público.
En el último centro inagurado hace cuatro meses en el barrio La Luz, la directora, Amalia Méndez, cuenta que ya ve progresos: “Los de tres años ya tomaron la costumbre de cepillarse los dientos y lavarse las manos antes de comer. Hay algunas madres que aprovechan el tiempo sin los hijos para hacer el Fines (plan del Gobierno de Cristina Kirchner para que los adultos terminan la secundaria) o trabajar de empleadas domésticas”. Natalia, una vecina que esta semana consiguió cupos para sus hijos de uno y tres años, ya no tendrá que dejarlos a cargo de una vecina cuando trabaja de camarera: “En vez de estar mirando televisión en casa, acá se distraen bastante”. Entres los padres de los niños también hay algunos encarcelados por delitos y otros que recolectan y reciclan residuos o trabajan de vez en cuando como albañiles.
Distinta es la realidad en la escuela privada del Atlético San Miguel, en el centro del municipio. Allí asisten alumnos de clase media. “Se ha ido modificando la matrícula: las escuelas públicas vecinas tienen pocos alumnos porque los papás necesitan que haya todos los días clases y no pueden quedarse con los hijos si los docentes faltan”, cuenta la directora del colegio, María Belén Martín. El alcalde De la Torre reconoce que esas escuelas estatales del centro de San Miguel antes iban niños de familias pudientes y ya no. “En muchas escuelas los chicos van a comer y eso implica una hora menos de clase”, continúa la directora Martín, pero aclara: “Lo que tienen común todos los colegios es que hay problemas de acompañamiento familiar y hay que hacer un show para captar la atención de chicos que están todo el día con el celular (móvil) y la Play (Station)”.
Alejandro Rebossio
Buenos Aires, El País
Pocos alumnos del último año de la secundaria quedaban este jueves al mediodía en una escuela pública de un barrio pobre y conflictivo de San Miguel, el municipio del Gran Buenos Aires (periferia de la capital argentina) en el que el papa Francisco hizo el seminario jesuita, después lo dirigió y fue párroco. Pero son más que antes de 2006, cuando se declaró la obligatoriedad de la secundaria en Argentina. “La secundaria era expulsiva y a nadie se le ocurría pensar a dónde iban los alumnos”, opina el director de la escuela, que prefiere el anonimato para evitar polémicas con las autoridades de la provincia de Buenos Aires, la que gobierna Daniel Scioli, candidato presidencial oficialista para las elecciones del domingo. “Ahora los tenemos adentro, pero hay ausentismo docente... los chicos deberían tener clases todos los días. Algo tiene que cambiar en los regímenes de asistencia, horarios, talleres optativos, para que los pibes permanezcan”, añade el directivo, al calor de una campaña electoral en la que se debatió la calidad educativa de este país que ha sido referencia en la materia en Latinoamérica. No por nada estudiantes colombianos o chilenos siguen viviendo a estudiar aquí en la universidad.
Entre 2003, año en que comenzó el Gobierno kirchnerista, y 2013, la cantidad de alumnos en todos los niveles educativos, desde inicial al universitario, se incrementó 10% en el ámbito público, a 10,3 millones, y 34% en el privado, a 3,6 millones, según datos oficiales recopilados por la Universidad de Belgrano. En el caso de las escuelas primarias, unos 382.000 estudiantes dejaron los colegios estatales y unos 227.000 se sumaron a los privados. La disminución total obedece al envejecimiento poblacional, pero la pérdida de alumnos en las instituciones públicas responde a un alejamiento de la clase media, en parte por el ausentismo o las huelgas en demanda de mejoras salariales a las que la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, ha criticado.
“Hay un problema de desigualdad, de segregación entre escuela pública y privada y dentro de las escuelas públicas y las privadas, pero al mismo tiempo subió un poco el piso de aprendizaje de los más pobres”, observa Axel Rivas, experto de la Universidad de San Andrés y autor del libro ‘América Latina después de PISA’, siglas en inglés del Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes. “Argentina es el país que más redujo la desigualdad desde 2000 porque descendió el nivel del cuartil más alto (25% más rico) y ascendieron los otros tres. Uno no puede hablar de crisis educativa en Argentina, en las evaluaciones de PISA y la Unesco y en la cobertura se mantiene o mejora, pero antes tenía un liderazgo en Latinoamérica y ahora está en el promedio. La secundaria es muy problemática: hay disconformidad de alumnos y docentes, no siempre se procesa bien la inclusión social, el 40% de los estudiantes son la primera generación de su familia que entra a ese nivel, los docentes se enferman, su formación no está a la altura. La mitad de los que empiezan la primaria acaban la secundaria, aunque eso sucede en toda Latinoamérica y antes era peor. Pero Argentina registra el mayor ausentismo de alumnos en PISA, quizá porque es una sociedad que vivió grandes crisis”, completa Rivas.
En San Miguel, el alcalde Joaquín de la Torre, peronista opositor, se propuso en 2010 controlar la salud de 1.700 niños de cuatro años de escuelas iniciales de barrios pobres y las fonoaudiólogas del municipio descubrieron que ellos solo usaban y comprendían entre 160 y 180 palabras. Hicieron la misma prueba en los colegios privados de zonas ricas y hallaron que dominaban entre 600 y 700. En escuelas parroquiales, en las que la clase media baja paga una cuota mínima, entre 350 y 500. “Si no cambiamos esa historia de los chicos, el Estado después llegará tarde, en la secundaria dejarán el colegio, alguno caerá en adicciones, no tendremos nada que hacer”, reflexiona De la Torre, que ante esa situación ha creado tres centros de desarrollo infanto familiar a los que asisten 300 niños desde los 45 días hasta los tres años y a los que las madres también van una vez por semana a grupos en los que comparten sus vivencias. Es poco usual en un país en el que este año se ordenó la obligatoriedad de la enseñanza desde los cuatro años. Este domingo peleará por su reelección, pero planea inaugurar otros cuatro centros en los próximos cinco meses. Reconoce que para ello ha recortado inversión en asfaltar calles de tierras o renovar el alumbrado público.
En el último centro inagurado hace cuatro meses en el barrio La Luz, la directora, Amalia Méndez, cuenta que ya ve progresos: “Los de tres años ya tomaron la costumbre de cepillarse los dientos y lavarse las manos antes de comer. Hay algunas madres que aprovechan el tiempo sin los hijos para hacer el Fines (plan del Gobierno de Cristina Kirchner para que los adultos terminan la secundaria) o trabajar de empleadas domésticas”. Natalia, una vecina que esta semana consiguió cupos para sus hijos de uno y tres años, ya no tendrá que dejarlos a cargo de una vecina cuando trabaja de camarera: “En vez de estar mirando televisión en casa, acá se distraen bastante”. Entres los padres de los niños también hay algunos encarcelados por delitos y otros que recolectan y reciclan residuos o trabajan de vez en cuando como albañiles.
Distinta es la realidad en la escuela privada del Atlético San Miguel, en el centro del municipio. Allí asisten alumnos de clase media. “Se ha ido modificando la matrícula: las escuelas públicas vecinas tienen pocos alumnos porque los papás necesitan que haya todos los días clases y no pueden quedarse con los hijos si los docentes faltan”, cuenta la directora del colegio, María Belén Martín. El alcalde De la Torre reconoce que esas escuelas estatales del centro de San Miguel antes iban niños de familias pudientes y ya no. “En muchas escuelas los chicos van a comer y eso implica una hora menos de clase”, continúa la directora Martín, pero aclara: “Lo que tienen común todos los colegios es que hay problemas de acompañamiento familiar y hay que hacer un show para captar la atención de chicos que están todo el día con el celular (móvil) y la Play (Station)”.